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HUGO ALFREDO HINOJOSA

  • Laberintos entre idiotas

    diciembre 4th, 2022

    A principios del siglo XXI, Hans Magnus Enzensberger, el poeta y filósofo alemán, ganador del Premio Príncipe de Asturias en 2002, era un personaje activo en los círculos sociales de su país y en Europa, una celebridad pensante y denostada por los puritanos intelectuales, para quienes el reconocimiento público es denigrante. Algunos de mis profesores se referían al escritor con desdén: “se vendió al capitalismo”, “traicionó los ideales socialistas aprendidos en Cuba”, “fracasó en el proyecto de reunificar a Alemania en el 68”, declaraban, “su teoría del hombre nuevo [libre] fue un fiasco”. Jamás entendí la falta moral del filósofo y reflexiono, sin temor al equívoco, que el problema cardinal de la enseñanza de la filosofía [las humanidades y las ciencias sociales] radica en la transmisión de los resentimientos de clase del profesorado hacia los estudiantes; se toma a la filosofía como un instrumento para toda doctrina ramplona, craso error por las limitantes que se generan en el alumnado.
    También a inicios del siglo, la crítica internacional se desbordaba contra Günter Grass, el Premio Nobel de Literatura, por pertenecer a los 16 años a las fuerzas de las Waffen-SS, el grupo élite de combate del ejército de la Alemania Nazi. Pelando la cebolla, libro de memorias del autor, les brindó a sus detractores una grandiosa oportunidad para que intentaran sepultar su carrera. Según recuerdo, el escritor declaró no comprender los motivos que lo llevaron a participar en la guerra, sino hasta ser preso por los militares estadounidenses a los 17 años. Ya en cautiverio el velo de la propaganda bélica desapareció del espíritu juvenil del autor, y una vez que escuchó los juicios de Nuremberg, no dudó en condenar para sí mismo su inclusión el teatro trágico del siglo XX.
    Sin embargo, para los puristas del rasgado progresismo intelectual, el autor de El tambor de hojalata es uno de los grandes hipócritas de la cultura moderna, lo cual es una franca estupidez. Entendamos que bajo el contexto histórico al cual pertenece también Enzensberger [miembro de las juventudes hitlerianas], era antipatriótico no ser un agente activo de la historia de su tiempo. Los jóvenes luchaban por su patria, sus padres y la figura “extraordinaria” del Führer que todo lo veía y escuchaba. Según narra Enzensberger, su salida de las filas del nazismo fue inmediata, no obstante, queda la huella de la barbarie ligada a su nombre.

    Un sueño inocente
    Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Alemania sufrió una orfandad intelectual debido a que el nazismo llevó a cabo una purga de pensadores que culminó con la muerte de algunos y el destierro para otros. En la década de los años 50, Hans Magnus Enzensberger comenzó a explorar su vanguardia con la poesía y el ensayo filosófico, ejercicio intelectual que lo llevó a escribir La defensa de los lobos (1958), colección crítica contra el discurso político de una Alemania disminuida que, tres años más tarde, cedería a los caprichos de Estados Unidos y Rusia para dividir Berlín.
    De La defensa de los lobos tomo los versos: “¿quién está hambriento de mentiras? / contemplaos al espejo: cobardes / que os asusta la verdad fatigosa / y os repugna aprender / y encomendáis a los lobos la función de pensar. / un anillo en la nariz es vuestra joya predilecta. / Para vosotros ningún engaño es lo bastante estúpido, / ningún consuelo demasiado barato, / ningún chantaje demasiado blando”; estos poemas dieron inicio a sus diatribas contra los medios de comunicación que consolidaban una apologética ideología de la culpa para una Alemania necesitada de la aceptación internacional. Enzensberger tachaba de inocente no sólo a los ciudadanos de a pie, sino a los intelectuales en su tibieza conceptual y neo nacionalista.
    De manera tácita y romántica en su juventud, Enzensberger, intentó reinventar y reconstruir el legado cultural e intelectual de su país, como también lo hicieron en su estilo: Günter Grass, Alfred Andersch y Heinrich Böll, a los que se sumaron lustros más tarde los jóvenes Elfriede Jelinek y W. G. Sebald, entre otros poetas, dramaturgos, escritores y artistas conceptuales. Durante los años 60, luego de ser espectador distante de la cristalización de la Revolución cubana a manos de Fidel Castro, Enzensberger radicó en el país de piélagos toda vez que rechazó una residencia en Estados Unidos, además era un gran conocedor de la literatura latinoamericana lo que volvía atractivo su viaje. El objetivo del pensador alemán fue aprender de los cubanos y sus ideologías revolucionarias, para replicar las formas y fondos en su país; de ese viaje debió surgir el “nuevo hombre” de libertades plenas, no obstante, el romanticismo europeo cedió paso al pesimismo isleño de los oprimidos. Descubrió en su peregrinaje que la teoría libertaria y las imágenes victoriosas de los líderes de la Revolución cubana mucho tenían de ficción.
    Enzensberger, antes de su partida a Cuba en 1968, declaraba con la embriaguez lírica de la época que la democracia de-por-para Alemania estaba muerta. Lo único que podía salvar a la república era una revolución. Esta declaración de principios puede consultarse en el número 15 de la revista Kursbuch, publicada en el 68. Al mismo tiempo, Peter Handke estrenaba su Kaspar que abordaba las imposibilidades del lenguaje en torno al mundo ya industrializado de Alemania, donde una revolución era la única ruta frente al caos del anunciado fin de siglo en los años 60.
    El romance entre el socialismo de Castro y la pasión exótica de Enzensberger fue breve. El interrogatorio de La Habana fue uno de los últimos esfuerzos del escritor alemán por comprender la revolución más los conflictos políticos con Estados Unidos, sin olvidar la sombra de Rusia. El filósofo comprendió que la lucha libertaria que culminó entre vítores a finales de los años 50, se degeneró como toda ideología, además él mismo debía madurar. La gente, descubrió, no disfrutaba del usufructo de la victoria, sino que otros: los gloriosos, los gobernantes, era los que vivían felices. Para ese tiempo ya el giro de las revoluciones se volvía hacia Vietnam, aunque Cuba no perdía protagonismo, se tornó en el objeto exótico de occidente, hasta la fecha.

    La neo inteligencia
    Hacia 2007, Hans Magnus Enzensberger publicó El laberinto de la inteligencia, guía para idiotas, obra brevísima para este tiempo donde la inteligencia pertenece a un estadio de las métricas digitales. Esto es: cada nueva página que abrimos en el ciberespacio nos intenta redirigir hacia un escenario ideal que propone ayudarnos a entender nuestra “inteligencia”, a medirla, a potenciarla, a vivir en armonía con ella. Así como las terapias psicológicas y psiquiátricas se han convertido en moneda de cambio por y para la masa, por lo común y obvio de su proceder, la “inteligencia” aligera su paso para convertirse como tantos conceptos en una palabra trivial y sin efecto. Los índices de “inteligencia” se están volviendo inútiles, porque no existe una respuesta ideal respecto a qué es “la inteligencia”.
    La reflexión que plantea el filósofo dicta: “Así pues, nuestro pequeño paseo por el laberinto de la inteligencia nos conduce a una sencilla conclusión: no somos lo verdaderamente inteligentes para entender qué es la inteligencia”. Enzensberger hace un repaso histórico de la conceptualización semántica de la “inteligencia” hasta derivar en adjetivo instrumental; va desde San Agustín, pasando por John Innys [creador del “papel inteligente”, un periódico londinense, en 1637]; aborda también la obra de Wilhelm Wundt fundador del primer instituto encargado de investigar la inteligencia, en Alemania; y se detiene a plantear las teorías de Hans Jürgen Eysenck, en su momento profesor de la Universidad de Londres, creador de la prueba de medición del coeficiente intelectual más popular y utilizada hasta nuestro tiempo; prueba que no mide la inteligencia ni la sensibilidad de una persona, sino que apenas generan un marco de referencia de los gustos de cada examinado.
    Enzensberger explica cómo la “inteligencia” pasó de ser un concepto fundamentado en la semántica grecolatina, donde significaba: razón, entendimiento, sensibilidad y perspicacia, a un instrumento del marketing que ha reducido tanto el concepto como su valor semántico y significado a una simple [i]. Así pues, esta partícula [i] que no es privativa y que presupone un valor agregado, ha nulificado la “inteligencia” como un verdadero valor y excepción para la humanidad, brindándole el mismo nivel a todo artefacto perecedero. Además, la “inteligencia” entendida apenas como un adjetivo se ha tornado en el marco referencial y decorativo de todo producto que llega a los aparadores del mundo. La banalidad de la “inteligencia” en este sentido, atrae hacia ella otros conceptos que pierden su valor como el “conocimiento”. La “inteligencia” y su [i] antepuesta al producto no implica nada sino una clasificación propia del cambaceo. Se le debe a la mercadotecnia el adelgazamiento de la “inteligencia” y a nosotros como raza temer al “conocimiento”.
    Los seres humanos navegamos hoy en las aguas oscuras de los pixeles, momento histórico donde la consagración del infantilismo triunfa y las herramientas digitales nos conquistaron entregándonos la aceptación universal, sin necesidad de contribuir al aumento del “conocimiento” a través de la “inteligencia”. Si todos somos inteligentes, qué más dar saber o no la verdad de las cosas.

    Migración capitalista
    Ensayos sobre las discordias contiene una de las meditaciones sobre migración más interesantes, por lo menos de este inicio de siglo. Si bien, como todo ensayo que aborda el tema, parte de un análisis de los nómadas de los primeros tiempos, y aborda los éxodos históricos tanto en occidente como en oriente; habla sin tapujos de los conflictos que toda migración puede generar en una sociedad. Enzensberger aborda el egoísmo y la xenofobia como rasgos fundamentales a los que se enfrenta todo migrante. Sin mencionarlo de manera abierta, el autor apunta a la tácita “Ley de la hospitalidad” que todo migrante debe respetar según la región a la que su éxodo lo guíe. Las reglas del comportamiento social que los migrantes deben atender sin reparos, ayuda a generar un equilibrio que ahuyenta todo tipo de conflicto social en cada región, ciudad o comunidad que los reciba. En la antigüedad, estas reglas se practicaban y reforzaban para evitar masacres y asimilaciones culturales fallidas.
    Hoy, un gran número de migrantes, a su arribo a un nuevo espacio, reclaman derechos y excepciones que no todas las naciones desean brindar. Respecto a esto, pensadores y escritores contemporáneos, como Jean-Baptiste Del Amo, apoyan una migración profunda en Francia; y otros, como Petros Márkaris, él mismo migrante en Grecia, comentan que no todos los países pueden recibir a los migrantes ni están obligados a hacerlo. Aclaremos que el contexto desde el cual lo explica Márkaris tiene que ver con la subsistencia económica de una cultura que es obligada a guiar sus mercados laborales hacia los migrantes que, por su condición como protegidos por los derechos humanos, se elevan por encima de los habitantes locales.
    Abandonando lo políticamente correcto, Enzensberger ahonda en la compleja batalla que llevan a cabo los migrantes, una vez asentados sin importar la región para reivindicar su identidad, lo que abre paso a resignificaciones nacionalistas en suelo ajeno, que después puede desencadenar violencia. Esto nos lleva a recordar novelas como Sumisión, de Michel Houellebecq, donde el islam retoma rumbo y conquista sobre la ilustración francesa hasta convertirla en una tierra de oriente en el corazón de occidente. El autor alemán no está en contra de la migración en sí, no obstante, repara en una crítica sencilla: ¿qué tan preparados están los países de occidente para recibir las oleadas de migrantes de todas partes del orbe?
    Ante las exposiciones de Enzensberger, una vez releídos los conceptos y entendidos en su dimensión, pienso que la migración del siglo XXI tal vez sea redescubierta como una posibilidad infinita de negocios y retóricas económicas. Explico: ciertos países, si es que son estratégicos, podrían utilizar a los migrantes no como mano de obra barata, sino como un fondo de inversión. Esto es, como ocurrió con Turquía en 2016, cuando la Unión Europea le entregó, como ayuda humanitaria, 6 mil millones de euros para contener la migración siria. Si bien esa no fue una estrategia turca, sino de la UE, el apoyo económico continuó entregándose hasta el 2020. El capital estuvo dirigido a las ONG y no al bienestar de los migrantes. El trabajo discursivo xenófobo a ultranza triunfó de forma eficaz en Europa; y Latinoamérica es tierra fértil, maleable contra sus comunidades.

    Publicado en Confabulario

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  • Sedicente

    noviembre 23rd, 2022

    Pecado: qué vago es el concepto de la Libertad en la actualidad. Desde hace semanas, cuando Elon Musk tomó las riendas de Twitter, me sorprendió leer a las hordas que despotricaron acerca de cómo su “libertad de expresión” sería vulnerada a causa del cambio de gerencia. No veo el sentido de los reclamos, reparemos en el obvio absurdo-ionesco. ¿Cuáles son los hechos? La compañía se maneja con dinero privado y es una plataforma, como hay centenares, donde se intercambian puntos de vista respecto a un tema social, cultural o político. El usuario acepta los principios y reglamentos de la empresa y su voz hecha texto será leída por millones de usuarios.
    Una vez que entró en efecto el cambio de gerencia, se reactivaron las cuentas de usuarios como Donald Trump y Kanye West, entre otras voces conservadoras y de derecha, que la directiva [herencia] de Jack Dorsey eliminó por “sentir” que los enemigos públicos se contraponían a la ética progresista y democrática de la empresa; no obstante, miles de cuentas con contenido pedófilo se mantuvieron activas… a saber por qué. Una vez que el empresario sudafricano se hizo de la compañía, cientos de personajes, corporaciones y marcas comerciales internacionales, abandonaron la red social argumentando, como dije, que su “libertad de expresión” sería acotada y que la sola presencia de Musk era un atentado contra la democracia. Así se reportó en CNN, NBC y otras cadenas de televisión en Estados Unidos e inclusive en México. No comprendo cómo puede el universo digital paralizar la libertad absoluta de las personas a menos de que así lo deseen, sin darse cuenta.
    Los ecos doctrinarios de Erich Fromm resonaron de inmediato, porque, para el pensador alemán, el supuesto de la libertad en masa es como una sola conciencia negando el egoísmo de la libertad personal. Está claro que quienes deambulan por el universo virtual, cual niño quejoso, desean una libertad colectiva y, por lo tanto, controlada… quizá no se han dado cuenta de su realidad. Importa tanto la hermandad de la autocelebración que todo aquello fuera del imaginario genera caos, intolerancia y desamor. Yo soy partidario de una libertad contra los otros. Lo que Musk haga es irrelevante, la razón de la queja pueril radica en la pérdida paulatina de una supuesta gratuidad, además de constreñir la cultura de la condescendencia exacerbada. La corrección política, desde su extrema postulación cuasi profética es una resignificación del pecado. Repito, quizá no se han dado cuenta, pero (por lo menos vía ese camino ideológico) existe una resignificación del cristianismo, una metáfora… oh, ateos.
    Sedicente: me alejé de la crítica política porque caí en cuenta de que la libertad egoísta y alejada de Fromm, me generaba ciertos desencuentros con mis pares. Partamos de la definición de la palabra. Sediciente, según la RAE: “dicho de una persona que se da a sí misma tal o cual nombre, sin convenirle el título”. Tomando como referencia este momento histórico del periodo presidencial, en todas sus vertientes políticas, el discurso oficial está desgastado y no convoca ni inspira, lo cual sienta las bases, se quiera o no, del declive idealista, que no funcional [por cierto, sería tiempo de poner distancias entre lo público y lo privado]. La marca política del partido en el poder continuará con su inercia, más allá del acaecimiento de la figura del presidente que se antoja a futuro como la de Luiz Inácio Lula da Silva. Ahora que las figuras presidenciables comienzan a tornarse relevantes, parten desde la probada estrategia sedicente donde se nombran como el futuro probable de un país necesitado de fe, lo que hace fatigoso el mero ejercicio de reflexión política de facto nula. Si están metidos en la precontienda y las reglas electorales son más que ignoradas, comiencen a presentar sus propuestas y programas de gobierno, sin estar poniendo a prueba más eslóganes de campaña, porque esa es la estrategia. Por otra parte, y como siempre ocurre, la reflexión crítica desde los medios de comunicación es tan circular como tediosa, pero, al no existir un contrapeso político al de estas figuras que contienden por gobernar a México, los medios también se encuentran huérfanos.
    Hace un par de días apareció en redes sociales un video protagonizado por el señor Adolfo Siller Valenzuela. El contenido del video es muy desafortunado, ya que sólo reivindica la figura y el estereotipo de los habitantes del norte del país como seres salvajes y sin modales. La muestra de su discurso ordinario fue avalada de manera errónea por los líderes de los movimientos ciudadanos que propusieron y organizaron las marchas pasadas a favor del Instituto Nacional Electoral. Craso error. ¿Por qué esta figura generó empatía entre los detractores del gobierno actual? No por la originalidad de sus ataques, sino porque no existe una sola figura de contrapeso a los presidenciables ”oficiales”. Tengo la impresión de que nadie se ha tomado la molestia de hacer el trabajo de campo, no para medir popularidades, sino para analizar el funcionamiento real de los programas diseñados para combatir la pobreza, además de profundizar en la caída de los mitos avalados por la ficción de la transformación actual.
    Todo sedicente parte de una ficción básica para contar su propia verdad y, como tal, suelen ser vulgares. Me explico: enuncian verdades irracionales donde, como diría Neil Gaiman, los datos no importan, sino que sean verdades que puedan manipularse, usarse y decirse sin necesidad de demostrar nada. “No somos corruptos”, dice el presidente, y yo no tengo la certeza de que así sea, pero en su conferencia mañanera ha aceptado que la corrupción persiste aún en su gobierno. Toda idea, por vaga y absurda que parezca, navega a tal velocidad que pronto se valida o invalida, así que la mejor estrategia de los próximos candidatos será no anunciarse como el futuro de un país que a lo largo de sus historias ha tenido diversos futuros que, al final, no llegan a convertirse en un pasado estable.
    En este instante, la estrategia visible que le sugeriría a quien pretenda ser gobernante de México es, en principio, alejarse de toda metafísica electoral. Si se aborda la pobreza como figura retórica, esta misma es ficticia, pues la pobreza no atiende a la generalidad. Hay que olvidar el pasaje de mesías que todo político desea vivir; es necesario comenzar a pecar. Lo que rescato de la estrategia de choque de Elon Musk, es que trabaja con la realidad inmediata de las métricas y desplaza a quienes se dicen salvadores de la verdad y del bienestar de los demás, intentando suprimir un tipo de hipocresía donde imperará otra más pragmática. Las próximas elecciones no deben validarse en el sentir, quizá es tiempo de comenzar a insistir en “pensar” para construir un país sin ideologías baratas.
    No sé si todos amamos a México, pero ese es mi sentir sedicente; mejor habría que definir qué tipo de país necesita cada ciudadano, cada comunidad, multiplicar modelos porque la unificación tiende a fracasar en el encumbramiento de un solo ídolo. No hablemos de lo que está mal, sino de las posibilidades de construir un país alejado de conceptos tan básicos como la libertad y la democracia que pudiéramos modificar por: determinación y visualización. No apelemos a la libertad grupal, es tiempo de hacer política real desde el egoísmo.

    Publicada en El Universal

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  • Indefensión frente a la silla

    noviembre 9th, 2022

    A Streetcar Named Desire de Tennessee Williams es una pieza dramática que generó revuelo a finales de la primera parte del siglo XX, y le concedió un pase de gloria a Elia Kazan luego de filmar la película a partir de la puesta en escena. En aquellos años, el Macartismo imperaba en Estados Unidos y Kazan fue uno de los directores estadounidenses manchados, hasta la fecha, por ser informante para el gobierno durante la caza de brujas. Hasta antes de su muerte, un sinnúmero de creadores intentaba menospreciar al director, sin embargo, su calidad trasciende toda política y permanece en la historia del cine como uno de sus grandes creadores. Respecto al proceder de Kazan, no lo juzgaría, tengo claro que la lealtad no es propia de todos los hombres.
    Acabo de leer y de ver de nuevo A Streetcar Named Desire. Me sorprende descubrir lo artero y mísero que era Stanley (el obrero pobre) con Blanche (la siempre víctima) y Stella (la esposa sumisa). La obra habla de un hombre que, ceñido al Código Napoleónico [donde todo hombre puede reclamar la herencia de su esposa, por derecho], lucha para salvaguardar el patrimonio de su mujer y de su cuñada: una finca en ruinas perdida por las hipotecas adquiridas. Stanley pide ad nauseam los papeles y derechos de un lugar que sólo en su imaginación tiene un valor económico. Él repite su versión del Código Napoleónico como el único mantra que, pienso, supone le dará la razón frente al mundo imaginario.
    Rescato de la obra el discurso final de Blanche que, a punto de desfallecer, enloquecida lanza esta frase: “Quienquiera que seas… siempre he dependido de la generosidad de los extraños”. Aunque, en apariencia contrapuestas, las palabras de Blanche y las actitudes [más la violación] de Stanley, a lo largo de la obra, los hace partícipes de la misma enfermedad. Necesitan de la caridad del “otro”. Esto es: que el “otro” los entienda a como dé lugar. Más allá del discurso costumbrista, la situación maniquea de la pieza, me recuerda las peroratas sociopolíticas de nuestro momento histórico, vaya, de todo momento. Pareciera que la máxima rigor, por lo menos, durante los últimos 2022 años, es nuestra apuesta perenne de los “otros” tienen la obligación de entendernos.
    Hace unos días, conversábamos a la mesa varios personajes que, por destino, habíamos compartido el tiempo con diferentes gobernantes. Uno de los presentes reparó en “La silla” de todo mandatario, como la encrucijada propia del poder. “Y cómo no”, contestó alguien más, “quién no se va a creer el más grande, si todo el día te están diciendo que eres inteligente, cuando estás sentado ahí”. Me llevó varios días dilucidar las declaraciones, por demás obvias, pero vale la pena reflexionarlas más allá de su inmediatez. Por supuesto, la obviedad nos remite a que el “poder político” todo lo trastoca, pero también entendemos que es momentáneo. Pero no me interesa la exégesis del poder. Me inquieta la necesidad de ser comprendido por los “otros”.
    Ahora que las cunas de los partidos se mueven con más ahínco que otros años [he preguntado a mis maestros si recuerdan unos lances pre electorales tan precipitados y su respuesta es que: no], me conmueve, porque esa es la palabra, cómo los precandidatos intentan fraguar su paso hacia la posteridad política intentando generar empatía en la gente. Entendamos pues que necesitan afianzar el imaginario que deberá afianzarlos en una silla.
    En otra ocasión escribí cómo: “Yo mismo estaría a favor de que todo candidato fuera corrido de las comunidades apenas pusieran un pie en su perímetro, si comenzara a dictar promesas en las plazas de las comunidades a lo largo y ancho de México”. Respecto a este tema embustero, pongo como ejemplo, el ámbito de la cultura. Sé que nuestro país atraviesa sus peores momentos artísticos y culturales, es mi campo de juego; y aseguro que los máximos logros que han tenido las otrora funcionarias del gobierno de Enrique Peña Nieto, se reducen a la utilización de huipiles como parte de su vestimenta, toda vez que la Cuarta Transformación las salvó del ostracismo político, tirando por la borda toda política pública y coherencia. Mientras la imagen oculta, los recintos culturales [museos, institutos y escuelas de artes] del país sufren deterioro y los programas artísticos van en picada porque el presupuesto les fue negado por redirigirlo hacia otros nobles objetivos por desconocidos. Vale la pena recordar cuál fue el papel del arte en las transformaciones políticas de las revoluciones del siglo XX.
    [Agrego: fueron los creadores, en el 2018, quienes al intentar entender al “otro” (al candidato) se dejaron seducir con promesas desestimando sus intereses, optando por una transformación innecesaria desde el ámbito cultural, no obstante, necesaria desde la irrealidad ideológica. Por cierto, mientras que la estrategia de los artistas mexicanos siga siendo pedir más dinero a los gobiernos en turno, continuarán fracasando en el proyecto de cultura al que apelan y pretenden defender. Todos pagamos impuestos, y si parte de ese dinero se destina a la creación podemos reclamarlo desde la inteligencia].
    Hoy, deberíamos reflexionar en torno a los conceptos filosóficos y cómo podemos aprender un poco más de ellos, para entender aquello que nos rodea. Por ejemplo, podríamos hablar del “ser”. Ernesto Priani Saisó, uno de los mejores profesores de filosofía que he conocido, reflexionaba en torno a cómo no existen manuales ni modelos de pedagogía para la enseñanza de la materia, lo que torna complejo el acercamiento con los estudiantes. Respecto a este tema, he aprendido más de Antonio Escohotado y sus lecciones digitales acerca de ¿Qué es la verdad?, que lo aprendido en la universidad. Escohotado, primero, define la “verdad” como aquello que “no debe olvidarse”: no ahondaré en la etimología, con eso basta. Luego vamos por el “ser”: que es “la verdad de las cosas”; esto es: la realidad de las cosas en su infinito por menor que las rodea, lo que se contrapone a lo finito de las cosas como son los sueños y las ideologías. Infinitas… porque todo perdura a pesar de nosotros, la materia en sí; finitas… porque surgen de nosotros, como toda historia que nos victimiza al grado de que, si lo deseamos, podemos convertirnos en héroes sociales, indefensos ante el mundo y los “otros”.
    Regresemos con Blanche y Stanley…
    Supongamos que son reales. La primera, es una mujer enloquecida que apela a la comprensión de los “otros” a sus pasiones. El segundo, desea hacer valer desde su imaginación un código civil que poca resonancia tiene en la sociedad donde vive. Ambos, sin despreciarlos, cumplen con una tarea que podemos trasladar hacia nuestra verdad como una “indefensión” de faz a las ilusiones que los demás deben validar, por obligación, según ellos. Todo gobernante que conquista la silla de un municipio, fiscalía, gobierno estatal o federal, pronto abraza la Indefensión que le otorga ésta. Ante las promesas incumplidas, los errores cometidos, faltas a la verdad, apelarán a la generosidad de los “otros” para perdonar y condescender con su estupidez.
    Con el paso del tiempo he comprendido que, cuando se es condescendiente con los políticos, disculpamos nuestra necesidad de ser comprendidos por los “otros”. Si la verdad, es la realidad de las cosas, y las ideologías son fantasías [mentiras] y, por ende, falsedades, es bastante fácil vivir disculpándonos por “apelar a la generosidad de los extraños”, esos que somos frente al espejo. Es tiempo de vender más cara la generosidad.

    Publicada en El Universal

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  • La honestidad luminosa de Jeremías Gamboa

    noviembre 7th, 2022

    En principio, Animales luminosos, es una pieza que cautiva a quienes nacimos durante las décadas previas al fin del siglo XX. En la narrativa de Jeremías Gamboa (Lima, Perú 1975), alcanzamos descubrir un espíritu del grunge en la cadencia de su contar la historia. El escritor peruano ama la música lo mismo que la literatura, y escribe con ese sentimiento desarraigado de una generación que definió y dio forma a las ideologías de inicios del siglo XXI. Con esta última entrega, Gamboa, se adentra en la herencia de la literatura estadounidense, plagada de formalismos y revisiones constantes del racismo en el país del norte, sólo para reformular desde su punto de vista latinoamericano una realidad literaria que nos descubra el carácter de la sociedad que ha regido la política mundial, a lo largo de más de ocho décadas. No sé si el autor es heredero de un Vargas Llosa, me queda claro que sí Philip Roth y de un libertario silencioso como John Cheever.
    Con esta entrega, Jeremías Gamboa, también reflexiona acerca de la migración y de los inconvenientes que esto conlleva, en un mundo donde día con día las problemáticas migratorias van tomando fuera y se convierten en parte de la agenda sociopolítica del discurso de cualquier país del mundo. Gamboa, autor también del libro de cuento Punto de fuga (2007), es un maestro y amante del periodismo, así lo leo, sereno que intenta escribir y describir despacio el mundo que lo rodea, su literatura es una suerte de pieza “alternativa” donde está la furia del fin de siglo y la poesía reaccionaria que fue fundamental para esa generación de autores que son hijos de las posguerras y movimientos políticos de finales de los años 70.

    ¿Cómo fue tu llegada a Estados Unidos?, háblame un poco de ese contraste cultural, de esa visión del mundo latino contrastado con el sajón.

    Fue una experiencia surreal, como muchas experiencias de migración, solo que a esta se le añadían dos componentes importantes: el manejo insuficiente que tenía yo de la lengua extranjera y la dificultad para entender la naturaleza del lugar al que había llegado: un campus universitario en el medio este norteamericano. Yo venía de Lima, una mega ciudad de más de once millones de habitantes y me costaba entender un entramado urbano tan pequeño, rural, rodeado de naturaleza, y a la vez tan lleno de servicios y una oferta cultural a la que mi ciudad tardó en acceder: conciertos de artistas impensables para mí o bibliotecas impresionantes, todo dentro de una red urbana muy acotada. Mi experiencia peruana relacionaba lo rural o lo campestre a un estado de desprotección, ya que el Estado peruano nunca ha atendido el interior del país. Por eso quizás mi novela empieza con esa conversación sobre si el lugar donde ocurrirán los hechos es un pueblo o una ciudad. Por supuesto la poca seguridad con el idioma y el desconocimiento de las costumbres me llevaron a un estado de soledad muy grande que, por un lado, padecí pero, por otro, me sirvió para empezar a escribir allí: en ese campus terminé mi primer libro, Punto de fuga, y arranqué mi primera novela, Contarlo todo, así como el cuento que terminaría siendo Animales luminosos. Todo eso me ocurría mientras vivía la extrañeza de una cultura que desconocía y el desmoronamiento de una imagen idealizada de Estados Unidos que había consumido a través de las series o películas de mi infancia y que solo calzaban superficialmente con lo que iba descubriendo poco a poco en el nuevo país.

    ¿Crees que existe en Estados Unidos, como país, una enfermedad cultural?

    Sin duda, y me parece que se extiende a todos los países, sobre todo los latinoamericanos. Viví solo dos años en Estados Unidos y casi todo el tiempo en esa burbuja que es un campus universitario. Sin embargo, escuché a varios amigos norteamericanos una serie de discursos muy críticos sobre su país, discursos que usé en mi novela. Hay una escisión muy particular entre el discurso de la libertad y las condiciones de segregación a los migrantes y la persecución carcelaria al pueblo afroamericano. Un armamentismo brutal de toda la sociedad y un estado de paranoia muy intenso que, cuando viví ahí, me explicaba por la cercanía de los atentados del 11-S. Es un país de contrastes marcados: zonas de conservadurismo tremendo, que ha crecido limitando derechos como la decisión del aborto, y otras de un discurso poderoso de lo “políticamente correcto”.

    Entiendo que Boulder es un punto de ebullición de Estados Unidos, su naturaleza y exacerbada política… ¿cómo fue tu experiencia en ese espacio, sobre todo como migrante latinoamericano?

    Boulder es un espacio progresista total. En ese sentido no sentí tensiones mayores; no al menos durante el tiempo que viví allí, cuando Estados Unidos estaba bajo el gobierno de Bush hijo; cuando volví al lugar diez años después con el fin de investigar para mi ficción, ya bajo la administración de Trump, sí me pareció notar una tensión racial mayor, aunque pudo ser mi propia paranoia. Colorado ha sido un estado que viraba su voto de republicano a demócrata en los años en que estuve allí. Y Boulder es absolutamente demócrata y progre. En mi novela instaló los hechos en 2005, un año después del discurso de Barack Obama en la Convención Demócrata de Denver que significó su lanzamiento. Había una corriente de esperanza entre los progresistas los años en que estuve allí. Debo decir que sí sentí una tensión racial mayor en algunas de mis incursiones en Denver, donde palpé mejor la animadversión que se tienen la comunidad afroamericana y la latina.

    De tu trabajo se rescata bastante que escribes alejado del mundo digital. Escribes de un mundo previo o alejado de las redes sociales. ¿Qué puedes decir al respecto?

    Cuando estaba en el proceso de la novela me di cuenta de que era útil registrar la ansiedad de esa generación, la mía, ante la llegada amenazante de Facebook y las redes sociales. La mía, creo, es una novela que celebra la nocturnidad, los vínculos afectivos presenciales lejos de ese mundo virtual que está a punto de ser modificado por las relaciones virtuales con aplicativos y redes de contactos como Tinder y demás. Igual, no creo que haya una visión que considere a ese mundo pre redes mejor que el nuestro; simplemente se señala la ansiedad de una generación ante lo nuevo, algo que comparten todas las generaciones. Probablemente todo eso tenga relación con que escribí el libro cuando estábamos impedidos de salir de casa debido a la pandemia. Había un anhelo muy fuerte de presencialidad. Sobre las redes, procuro no trabajar con ellas durante las horas de escritura, pero sí las uso por motivos de trabajo y de comunicación con lectores y estudiantes de mis talleres.

    Vislumbro como lector de Animales luminosos… la juventud y la música, pienso que escribiste de alguna forma entre la añoranza del tiempo que se va y sobre cómo la música justo atrapa el tiempo pasado.

    Totalmente. Es así. La música para mí siempre ha sido mi máquina del tiempo personal: atrapa una fuente enorme de memoria emocional que necesito cuando escribo. No puedo escribir una sola línea si no tengo música y esa música la escojo en función de que me dirija a la emoción que quiero transmitir o habitar con el texto. En el caso de Animales luminosos escuché mucha música de los años en que viví en Estados Unidos: la que sonaba en esos años y la que yo estaba descubriendo recién. Esa música me llevaba a un mundo previo a la pandemia, uno en el que aún era joven y mi destino tenía muchas más páginas en blanco de las que tiene ahora. Ya había escrito sobre los años veinte en cuentos previos, pero esos relatos no tenían la mirada nostálgica de alguien que ya dejó la juventud atrás y que más bien se está acercando a la juventud de sus hijos. La música me llevó allí: me ayudó, creo, a atrapar el sonido de esas noches, de ese mundo y de parte de mi circunstancia en él: The National, Arcade Fire… y luego Café Tacvba. Quizás por todo eso Bruce Sprinsgteen, un viejo compañero de esos años, aparece en un epígrafe.

    Entiendo que en tu país te llamaron privilegiado, por participar en ferias del libro… por otra parte leo en tu obra una crítica social certera… ¿qué opinas del clasismo en toda su extensión?

    Entiendo que muchas personas en mi país vean mi situación como la de un privilegiado y en parte les daría la razón: es un privilegio, en un país como el Perú, dedicarse a la literatura y además tener la suerte de ser editado en otros países y tener algunos lectores fuera del país. Dado que somos un país sin alicientes de parte del Estado, un país que en los últimos años es acosado por sectores que persiguen y satanizan la cultura, sí puede resultar que algunas personas me consideran un privilegiado, aunque ese “privilegio” haya costado una cantidad de sacrificios y esfuerzos considerables. Ahora, desde ese “privilegio” que es escribir me alegra que veas en mi trabajo ese sustrato crítico al estado de cosas en mi país: creo que mi ficción se ha estado abocando a problematizar el “nudo colonial” peruano, que es algo así como la enfermedad mental de mi país, un cuadro compuesto con racismo y auto racismo, auto aversión, una incapacidad que tenemos los peruanos de ver nuestra imagen por completo, valorando de forma muy diferente nuestras sangres: solemos “no ver” nuestro lado indio o nativo y tomar por todo el lado blanco aspiracional. Eso genera una serie de hechos de conciencia bastante tortuosos que son productivos para la imaginación narrativa.

    Los escritores se tienen a sí mismos como materia prima… ¿fuiste tú el protagonista de Animales luminosos?

    No. Digamos que sí una parte de mi expuesta a cierta luz, bajo ciertas presiones, y explorada con toda la intensidad que pude. Mis personajes son extensiones de mi imaginación a partir de hechos que he vivido, presenciado, escuchado o leído: sobre esa base los mecanismos internos del libro te llevan a imaginar y alterar la realidad: en ese sentido mi protagonista está elaborado a partir de mis materiales, pero no viven exactamente lo que yo viví. En ese caso escribiría no ficción.

    Lo que me emociona de tu personaje principal es que pareciera que no tiene un punto de referencia en el pasado… inicia donde está y desde ahí construye su presente y futuro. ¿Por qué recurrir a esa estrategia?

    Hay algo que quiere ser adánico en él. Un nuevo comienzo. La construcción de un ser que deje al del pasado. Me parece que esa forma aparece debido a que es migrante que sale de una experiencia traumática, bastante brutal en su país de origen, y esa herida es difícil elaborar. No quiere tener memoria porque intuye que su origen es salvaje, animal y luminoso, lo que condensa su origen en el título del libro y en su destino. Hay ficciones que trabajan la memoria y la elaboración (yo mismo hice algo así en mi novela anterior) y otras simplemente la sintomatología del trauma, que es lo que vive este personaje que ha llegado a Estados Unidos. Ismael es un punto extremo de esa imposibilidad de conciliar origen y destino, algo que le sucede a muchas conciencias latinoamericanas jalonadas entre sus orillas de origen y sus deseos aspiracionales. Creo que eso ha generado que muchos lectores se emocionen con el personaje.

    ¿Cuáles son los traumas de tu país en este momento histórico y político? ¿Cómo encaja tu obra en ese universo que leemos? Los países latinoamericanos parecen estar siempre al borde del colapso.

    En este momento vivimos un país del que uno quisiera escapar por el desgobierno y la falta de soluciones en el horizonte. Tiene sentido que me personaje haya huido de ahí. Estamos atrapados entre la mediocridad de un Ejecutivo que llegó al poder con un discurso de izquierda y que solo trata de ocultar las pruebas cada vez más incriminatorias de sus malos manejos en el poder y un Congreso lamentable dominado por una derecha matonesca y varios grupos con intereses particulares y subalternos. Los extremos se han hecho del Perú y ganan adeptos con discursos que ponderan solo los extremos. Ello nos ofrece solo visiones parciales del país. Imagino que la literatura puede intentar ofrecer visiones más poliédricas de nuestras sociedades; visiones en que nadie tenga la razón única y en que discuta nuestra circunstancia y acaso se avizore en destino.

    Publicada en Confabulario

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  • Jean-Baptiste Del Amo, temáticas de la esperanza

    noviembre 2nd, 2022

    El hijo del hombre / Hijo de Dios … es la primera relación que identifico entre el título de Cormac McCarthy y del Amo. La novela del escritor galo pareciera un homenaje al autor estadounidense de la frontera salvaje del sur de Estados Unidos y el norte de México. Ambos novelistas hacen de la naturaleza no sólo el escenario donde transcurren sus sendos dramas, sino un personaje que engloba la tragedia de lo que narran… es el escenario griego donde las pasiones desbordadas dan vida al drama. Al autor le reconozco esa pasión desmedida por la escritura, podrías decir que es un ser inmiscuido en el solipsismo de la existencia pues narra para sí mismo, sin pensar en los lectores, en agradar del todo al lector casual. La experiencia me dice que rara vez un escritor piensa en el lector, son más fuertes los miedos e inseguridades, esos motores, que le ayudan a construir sobre la ficción un espejo que refleja a la humanidad desnuda.

    En esta década que inicia, en los albores del siglo XXI, es curioso encontrar a un escritor apasionado por la familia. Esta novela justo es una declaratoria pasional que intenta hacernos entender las raíces de las cuales descendemos, a partir del padre, la madre y el hijo que ronda las páginas de esta obra donde el pasado tiene un peso fundamental porque es ahí donde se fundamenta la herencia familiar que habrá de marcarnos de por vida, como puedo serlo la violencia, el acoso, el incesto mismo o los sueños cualquiera. Buenas tardes, le digo… comencemos, contesta:

    HAH: Vi en tu novela una parte de Meridiano de sangre de Cormac McCarthy. ¿Qué tanto retomas de este tipo de autores que hacen del campo, que hacen de la campiña, su lugar estratégico desde donde surge la narrativa?

    JBdA: McCarthy para mí un autor imprescindible. Su literatura es muy importante, es parte de mis figuras tutelares que a veces acompañan. Él siempre está buscando su propia voz, así como yo también lo hago. En particular lo que me impacta de McCarthy es su escritura de la imagen. Él no tiene nunca una psicología, ni una interioridad en sus personajes. Da la impresión de que su punto de vista es la de un cineasta, da mucha importancia a los gestos, a la luz; eso se convierten en la naturaleza omnipresente que rodea a la trama. Me enseñó mucho sobre la manera de abordar la presión de los personajes.

    HAH: El inicio de tu obra y tus personajes en sí me recordaron al inicio de Hijo de Dios del estadounidense; seres solitarios en una campiña sino salvaje sí agresiva en su pasividad. La figura del padre que narras me parece que lleva a cuestas el peso del mundo, el peso de su herencia familiar.

    JBdA: Estos personajes, en particular al padre y al abuelo, no quise representarlos como antagonistas o como bastardos, sino que quería explicar que son hombres presos por los determinismos sociales y económicos de su realidad. Ambos pertenecen a una clase proletaria. Lo que intento decir en la novela es que ambos, sin ánimo de disculparlos en su miseria, son víctimas y transmisores de una violencia sistémica hacia el seno familiar, bajo el contexto natural de sus vidas.

    HAH: ¿De dónde surge tu amor por la campiña y por qué le das tanta importancia a la naturaleza en sí?

    JBdA: Crecí en el campo, en el suroeste de Francia, y mi descubrimiento del mundo pasó por un aprendizaje de la vida a través de la naturaleza que me rodeaba. Así que, para mí, volver a este paisaje como escritor es algo muy natural, algo evidente. Ser escritor, contar historias, es algo muy infantil, cuando somos niños todos contamos historias y recurrimos fácilmente a la imaginación. Al crecer se pierde esta facultad y creo que los escritores son adultos que se rehúsan a crecer. Cuando escribo muy naturalmente esa es la experiencia de mi infancia que uso y que me moviliza, no lo hago para nada con la intención de distinguirme de otros escritores.

    HAH: Esta obra para mí es de supervivencia. Los personajes sobreviven a pesar de ellos mismos. Si bien la naturaleza no los avasalla sí suma a que la encrucijada existencial que intentan librar sea más dura. A diferencia de tu primera novela Una educación libertina donde el personaje principal busca sobre salir en la sociedad, acá tus figuras desean permanecer en una suerte de anonimato.

    JBdA: Al ubicar a estos personajes en la montaña sabía que tenían que enfrentarse a la naturaleza, era importante para mí que ella se convirtiera en un personaje, en parte de la historia, y que le permitiera al lector comprender cosas del interior de los protagonistas. Al no hacer uso de una psicología notoria quise utilizar el espacio que los rodeaba para sugerir los sentimientos que atravesaban a cada uno de ellos. A medida que el padre se torna más y más amenazante, llegando casi a la locura, la naturaleza da un giro amenazante.

    HAH: ¿Acaso es una novela existencialista?

    JBdA: Me cuesta clasificar las novelas porque tengo la impresión de que navega en diferentes géneros. Para mí era igual de importante que esta historia se pudiera escapar de una cierta forma de realismo, quería aventurarme casi al límite de la fantasía. Podemos ver una forma de existencialismo; creo que hay múltiples niveles de lectura, el texto puede tener una referencia metafórica, incluso mítica.

    HAH: Cambiando un poco el punto de la conversación… ¿cómo encaja tu novela en este momento histórico de Francia donde la migración no sólo física sino de religiones e ideologías es cada vez más latente?

    JBdA: No es para nada un tema que me preocupara cuando escribí este libro, tengo un verdadero problema para situarme entre los novelistas que eligen temáticas de la sociedad para escribir un libro. La obra, en mi caso, me aparece de una forma mucho más obscura e interior, incluso egoísta, a través de mis obsesiones, miedos y fascinaciones. Evidentemente pertenezco a una cultura, soy francés, soy hombre, tengo 40 años, nací en los años 80. Traigo conmigo referentes culturales, pero no es una visión fabricada, es algo mucho más instintivo que eso.

    HAH: Eres un hombre pesimista frente al mundo

    JBdA: Sí, soy muy pesimista del futuro del mundo, por eso creo que mis novelas son libros muy negros. Soy pesimista, pero eso no me impide ser un militante activo en la sociedad para involucrarme en los temas de la realidad francesa que me interesan. Creo que no tenemos otra opción más que involucrarnos en lo que llamo temáticas de esperanza.

    HAH: “Temáticas de esperanza” … ¿Con qué temas estás involucrado?, ¿a qué le puedes llamar esperanza en ese sentido?

    JBdA: Estoy involucrado con todos los temas que me tocan. Estoy involucrado, por ejemplo, con la asociación “L214” que defiende a los animales; y quiere sensibilizar a la población francesa sobre los temas de violencia que se ejercen sobre los animales en criaderos y granjas industriales. También apoyo a “SOS Mediterranee” que apoya a los migrantes que atraviesan los mares en busca de una nueva vida. Soy hijo de un migrante, de un español. La familia de mi padre salió de España algunos años tras la guerra civil y llegaron a Francia sin nada. Soy de la idea de que las fronteras europeas, incluso mundiales, podrían anularse y permitir la marcha libre de las personas que se encuentran en situaciones de necesidad, para mí todo lo que vive un migrante me genera un dolor insoportable.

    HAH: ¿Cómo viven la migración en Europa, específicamente en Francia? ¿Es un riesgo para la sociedad o no?

    JBdA: Mi opinión es que la migración no es un riesgo para la sociedad. Creo que, al contrario, la migración, genera riqueza para un país tanto en lo económico como en lo cultural. Además, la historia de Francia está atravesada históricamente por la migración. De todas maneras, todos tenemos un deber moral y humanista de acoger a los demás, sobre todo ahora cuando el cambio climático está presente al igual que las guerras y la inseguridad política. La gente seguirá en movimiento. Por desgracia, tenemos políticos como Emmanuel Macron, en Francia, que tienen una visión muy controladora de la migración que se torna autoritaria; y pienso que ese comportamiento por parte de los políticos es absolutamente insoportable. Todos como ciudadanos tenemos la obligación de oponernos.

    HAH: Dice Petros Márkaris que no todos los países pueden recibir siempre a todos los migrantes. ¿Acaso los países deben de estar abiertos a recibir a todos los migrantes por igual o tendría que existir una regulación?

    JBdA: Un país no puede acoger a todos los migrantes, eso es algo totalmente imposible; pero ahora tenemos el ejemplo de la situación de Ucrania que está en guerra: las vidas están destruidas, las familias dispersas y amenazadas… En ese sentido se debe de recibir a los migrantes… hay que preguntarse cómo deben recibirse, sin duda.

    HAH: ¿Cómo les ha afectado la guerra entre Ucrania y Rusia, entiendo que tendrán serios problemas energéticos?JBdA: Me da la impresión de que la proximidad con el conflicto de Ucrania nos obliga a hacer conciencia de que la guerra no es una posibilidad lejana, algo casi imposible que pueda ocurrir, sino que el día de mañana cualquier país puede reventar en un conflicto. Aún no sentimos los efectos inmediatos en temas de energía, por ejemplo, en la vida cotidiana, pero sí hay un clima general que resiente la guerra. Me da la impresión de que las personas están experimentando cierta fragilidad, que hay algo que está cambiando profundamente. El mundo en el que vivimos y que considerábamos como algo muy seguro está en proceso de fractura.

    Publicado en Confabulario

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