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HUGO ALFREDO HINOJOSA

  • Plagio

    diciembre 30th, 2022

    I. Para ser este el siglo de las libertades, según lo anuncian los medios, gobiernos y apologistas [disfrazados de activistas], es bastante curioso el temor que existe en el mundo al que estamos ceñidos, por lo menos en occidente. Vivimos en un estado de culpabilidad profundo y siniestro por ser parte de una cadena de eslabones ideológicos cincelados en nuestra mente sin nuestro consentimiento. Me sorprende cómo el cristianismo y sus fundamentos reorganizados se aferran y reconvierten sus salmos en diatribas ad hoc para el ideario contemporáneo. En una sociedad donde todos tenemos derechos, hay quienes reclaman más; no entiendo el porqué.
    II. A lo largo de los siglos, la “culpa” cristiana fue una herramienta fundacional colonial del comportamiento humano, regla y medida, para unos cuantos. El infierno como fundamento del dolor metafísico se utilizó para potenciar la culpa y el temor en toda sociedad, lo mismo niños que jóvenes, mujeres y hombres. Si algo hizo bien la religión a lo largo de los siglos, más allá del cristianismo, es potenciar el temor como mareas que hicieron de todo espíritu salitre. No se trata de creer o no en Dios, pues esa idea seguirá siendo la mecánica del pensamiento humano con otros nombres mientras existamos como raza en este mundo y los que vengan, si es que alguna vez conquistamos la estancia del espacio.
    III. El siglo XXI es el siglo de la fe; es el tiempo de la negación de las religiones por saberlas obsoletas, pero se mantienen vivas por su transformación a propósito de las necesidades de las espiritualidades modernas. Este es también el momento sustancial de la “obviedad” como sistema y doctrina que todo lo fundamenta, de la cual no hay escapatoria. El movimiento LGBT+ comienza a convertirse en una doctrina y dogma de unos sobre otros, donde comienza a reinar la pasión y el capricho por encima de las necesidades del “ser” que invitan al radicalismo.
    IV. El estado natural de nuestra sociedad moderna es la “culpa”. Nos sentimos culpables por la violencia, el radicalismo, por el cambio climático, porque otros no se vacunen, porque otros más no utilizan los pronombres que queremos, por no saber definir qué es una mujer o un hombre, porque no entendemos cómo una mujer desea ser un hombre y viceversa, porque hay quienes quieren ser nombrados con el símbolo digital de una “muela” porque no se identifica como un ser humano, pero sí como una muela; porque no nos atrevemos a hablar del gran padecimiento mental de las sociedades contemporáneas. La lista sigue ad nauseam, posicionándonos en un estado de alerta absurdo y temeroso por no cometer errores que nos puedan encasillar en la intolerancia como muerte social: la resignificación del pecado/capital, ahora transmutado en intolerancia.
    V. Los apóstoles globales, esos que predican desde el mundo digital hacia el de carne y hueso, son especialistas en generar doctrinas efímeras de gran impacto. La operación misma de hacernos sentir culpables por nuestro derecho natural a ser intolerantes es una labor titánica. Cada nueva tendencia que ocupa los espacios del debate público está creada para unificarnos, para eliminar la intolerancia pecaminosa hacia las tendencias normalizadas por la globalización. Así, mujeres y hombres que deambulan como “buenas personas”, diciendo qué debemos hacer y cómo, no se dan cuenta de que pertenecen a una secta donde sus ideales no importan y sus sentimientos son menos que nada.
    VI. Las tendencias modernas no son sino variables de la religión como concepto, que tiene como fin (siempre lo ha tenido) el control de los miedos, pero, ahí donde Dios ya no tiene cabida, está la conciencia del que desea hacer el bien a partir de echarte en cara todo lo que, a sus ojos, haces mal como ser humano, es decir, no sentir culpa ni esa necesidad infantil de pedir perdón por existir. Hemos llegado al momento donde nos tememos a nosotros mismos.
    VII. Necesitamos que nos cuiden para no decir nada que perturbe a los demás sin importar lo incómodo que puedo estar conmigo mismo. Entre más potenciemos el poder de la culpa, vía los señalamientos flamígeros de las religiones contemporáneas, estamos subyugados, y sin Dios, a obedecer los nuevos mandamientos derivados de las tendencias de ideas globales. Hay que continuar luchando por la clandestinidad de nuestros actos, llevar una vida abierta nos enfrenta al control… no caigamos en el juego de la equidad libertaria de la expresión. No todos deben abrir la boca, pero tampoco debemos decidir quién puede hacerlo, en mi caso, porque no quiero hacer sentir ni culpable ni temeroso a nadie, pero, así como no intento culpar a los otros de sus pensamientos, tampoco estoy de acuerdo en subyugar mi expresión por la fragilidad aparente del que desea conquistarme. Que todos sigan pecando.
    La guerra que estamos presenciando es una guerra digital donde la pérdida de la vida humana no tiene mayor consecuencia. Sólo importa la cantidad de “likes” que tiene cualquier imagen trágica. Prestemos atención a esto: en la medida que leemos o vemos en redes sociales las atrocidades causadas por ambos ejércitos, presionamos el botón de “me gusta y compartir”, para potenciar y ampliar esa desgracia que “aborrecemos” y que, sin embargo, validamos impulsándola a través de los canales digitales. Odiamos la muerte, pero “nos gusta” y compartimos el espectáculo para que otros “sufran” como nosotros.
    VIII. La gran “guerra influencer” impacta respecto a nuestra capacidad para volverla más inhumana. Es una guerra que no es de todo el mundo, sino de una región aislada que necesita estar presente para todos. Hay otras “guerras” en Oriente Medio, en Asia, entre palestinos y judíos, entre africanos, a las que no prestamos atención porque en esas regiones las marcas aún aguardan en camisetas, automóviles y futuros posibles.
    IX. Las guerras no entienden de pausas y, si en verdad la guerra entre Ucrania y Rusia fuera de relevancia internacional, no se pausaría, no sería tan inocua como para que la desgracia de dos pueblos queda inerte frente a la noticia de un hombre que abofetea a otro en televisión. No es una guerra presente sino una tendencia, pues ocurre en el mundo digital, tan sólo es presente cuando hacemos scroll… Se dice de este encuentro bélico que puede terminar con el concepto de occidente como lo conocemos, con la forma de vida occidental… con la democracia. El temor está en: no continuar con la ficción de occidente.
    X. Vivimos un momento interesante en el que los ídolos de carne y hueso realmente no existen. Se autonombra alguno que otro despistado, pero no logra llegar a la cima de la beatificación. Hasta la fecha, ningún líder social me inspira ni un ápice de confianza. Es terrible. Los políticos naufragan completamente amotinados por sus ideologías que, si bien no convencen a nadie, ahora empujan su idealismo a la fuerza sobre el manto acrítico de la gente. En la medida en que los gobiernos “democráticos” pierden credibilidad, buscan y generan agendas que prometen paz y más equidad. Dichas agendas son tan agresivas que generan la repulsión generalizada, excepto de aquellos que piden a gritos “derechos” para el absurdo mismo.
    XI. El principio de la libertad radica en que todos podemos pensar lo que nos venga en gana, así pues, ¿por qué debo de estar de acuerdo con todos y todo, sólo por el temor a ser rechazado? ¿Por qué debo cambiar el nombre de las cosas para que otros no se ofendan? ¿Por qué debo acceder a que se modifique el planteamiento mismo de lo que es una familia? ¿Por qué un amante de los animales puede ofenderse al decirle que un perro no es un niño? Qué complicado es caer en obviedades que están al nivel del sentido común.
    XII. Si has llegado a este punto, si has seguido cada una de las columnas que he escrito, sabrás que textualmente cada párrafo aquí propuesto ya fue publicado en otras columnas de mi autoría a lo largo del último año. Como autor, tengo el derecho a reutilizar mis materiales, aunque existen críticos puristas que rabiarían. Hoy que está de moda el plagio, puedo decir que hace algunos años plagiaron un par de obras que escribí; hasta el momento, no entiendo qué puede llevar a una persona a robar tus ideas, sólo sé que no existe honor ni moral en quien realiza tal acto. La ministra Yasmín Esquivel sienta un precedente bastante penoso en su actuar; debió pedir licencia a la SCJN mientras se aclaraban las dudas de su tesis, pero, al no hacerlo, incrementa paradójicamente su declive. No quisiera estar en los zapatos del rector de la UNAM, el doctor, Enrique Graue Wiechers, la presión por parte del ejecutivo debe ser inconmensurable… El prestigio de la universidad puede recomponerse, pero de haber un fallo en contra de la ministra, se acercan tiempos oscuros para la máxima casa de estudios universitarios del país, que perderá su autonomía sin dejar de ser autónoma.

    Publicada en El Universal

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  • La ausencia de la paz

    diciembre 23rd, 2022

    Respeto
    Quienes crecimos en los estados del norte de México entendemos la violencia y sus consecuencias desde una perspectiva integral, a pesar de nosotros. Lo digo sin romanticismos. Comprendemos que, durante las últimas ocho décadas, el crimen organizado en sus ramificaciones ha formado parte de nuestra realidad. Se ha manejado como si se tratara de una subtrama de la realidad con rostro propio, sentido, tarea, organización y objetivos definidos, dentro de las comunidades fronterizas o serranas del noroeste. Entiendo si el ánimo negacionista hace presencia frente a esta postura, que no defiendo, sino enuncio, pero basta con revisar cómo hace un siglo Mexicali y Tijuana eran cruces innegables de la marihuana y la amapola. Esta herencia criminal se retrató inclusive en películas como Frontera Norte, de Vicente Oroná, o Touch of Evil, de Orson Welles, donde Tijuana ya era referente como punto de partida de la violencia. Recordemos que en su exaltación el crimen necesita de ciudades de carne y hueso para existir.
    La frontera norte de México, el noroeste [sin olvidar el noreste] en todo caso, siempre ha mantenido una relación estrecha con los conflictos bélicos de Estados Unidos, bien valdría la pena hacer un estudio de eso. A inicios de la Segunda Guerra Mundial, los soldados tanto de infantería como los miembros de las fuerzas navales de Estados Unidos, consumían sin limitantes todo tipo de sustancias prohibidas en Tijuana: marihuana, cocaína, opio y heroína, entre las novedades. Digamos que, si bien no era frontera libre, sí era una zona de tolerancia donde disminuía el sufrimiento real o imaginario de los soldados en servicio. Lo mismo ocurrió durante la guerra de Corea, ni qué decir de Vietnam, siempre bajo la lógica del divertimiento que se oponía a los horrores de la guerra. De la década de 1960 a mediados de los años 90, la mística del crimen organizado creció y las redes se extendieron generando una subcultura que nutría de identidad a las sociedades del norte del país. [Como nota al margen, revisen la trama de las prohibiciones que protagonizó el general Lázaro Cárdenas, para entender el contexto hasta nuestro tiempo].
    Ahora bien, esa realidad resulta hiriente para las clases intelectuales y ciertos gobernantes incapaces del centro del país, que hasta hace 15 años vivieron en una supuesta burbuja de paz. Hasta la fecha, es imposible comprender la relación tan estrecha que existe entre las redes del crimen organizado y una buena parte de las comunidades de cada región a lo largo y ancho del país. Tan sólo hablando del noroeste, es común que primos, tíos, abuelos, amigos, vecinos, hermanos y padres de familia formen parte de diversas células criminales o estén relacionados directa o indirectamente con ellas. La generación a la pertenezco, nacida en la década de 1970, fue atraída por el narcotráfico desde la secundaria y la preparatoria a finales de los años 80. Así pues, tanto del Instituto México como de la Preparatoria Federal Lázaro Cárdenas, a la que asistí, salieron varios sicarios, narcotraficantes y secuestradores, atraídos por la mística del poder.
    Recuerdo a un excompañero de “la Lázaro”, Giovanni Rivera, con quien jugué futbol americano en Jaguares; él fue capturado por sus actividades como secuestrador y por formar parte de la célula del “ingeniero” Fernando Sánchez Arellano, pero en su tiempo era un adolescente como cualquier otro que se rozaba con los mejores círculos sociales del pueblo [pueden leer la nota completa en AFN: https://bit.ly/3HQWox2%5D. Podría nombrar a muchos compañeros más desaparecidos o desterrados de la Zona Norte donde crecí, sin embargo, este ejemplo cumple el propósito de hacer énfasis en que para nosotros nunca hubo exotismo por el crimen, sino que formaba parte de una realidad que, aunque no aplaudíamos, estaba ahí frente a nosotros, sin tocarnos.
    De la llamada guerra contra el crimen organizado del expresidente Felipe Calderón Hinojosa [que jamás fue guerra en términos militares, como lo entienden muchos, sino un intento de reordenamiento conceptualizado en términos económicos como cárteles], se desprendió una ola de exotismo que se desbordaba porque tanto intelectuales como académicos por fin accedieron a la información que se producía en el resto del país y sus múltiples realidades, reventando la burbuja del bienestar capitalino. Las arcas de los medios tradicionales y el mundo digital, que apenas tomaba fuerza, se desbordaban en obviedades escritas y de pronto el país tenía a miles de especialistas que articulaban sin temor: “el crimen ha penetrado en el gobierno y las fuerzas armadas”, profunda inocencia multipremiada, por cierto. Haciendo a un lado la fatalidad, los muertos y desaparecidos, Calderón Hinojosa eliminó el velo de la inocencia puritana del centro del país, acto imperdonable.
    Desde el 2001, en la carrera de filosofía, dentro de la materia de antropología filosófica y desde un antihumanismo, estudiábamos el fenómeno del narcotráfico. Rozábamos la sociología intentando escudriñar en la organización de las células criminales y su funcionamiento. Discutíamos acerca de la violencia como un “concepto” que intentaba el reordenamiento del caos, sin lograr el equilibrio por la falta de contrapesos hacia el interior de los grupos delictivos. Sigue llamando mi atención que, de aquellas clases, llegamos a una conclusión que se resume en un valor moral: la pérdida del “respeto” entre criminales. Es risible la reducción de la problemática, no obstante, hay que leer con atención las narcomantas.

    El presente
    No puedo culpar a una gobernante como Claudia Sheinbaum de las atrocidades que se cometan en la Ciudad de México, queda claro que no es su mano la perpetradora. No obstante, reparo en la capital del país porque, por lo menos desde el inicio de este sexenio, se perdió por completo el manto protector, un tanto raído desde el gobierno de Miguel Ángel Mancera, que le brindaba a la sociedad capitalina la posibilidad de señalar con el dedo negacionista lo que ocurría en otros estados bárbaros. Hoy, la violencia ha tocado más que nunca las puertas de la CDMX, la realidad de la debacle de seguridad en México es innegable.
    Aunque el secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch, comenta que las células del crimen organizado capitalino están debilitadas, son los propios cárteles periféricos quienes desmienten sus declaraciones. El cobro de piso continúa en la CDMX como en Tijuana, así pues, ya no existe esa diferencia entre los estados otrora salvajes y la ilustrada capital. El error: “Aquí no pasará como en el norte”. Eso pensaron las autoridades y, ante su inocencia, es tiempo de pagar las consecuencias de la pasividad. No dudo de la capacidad de García Harfuch, pero, aunque tiene una preparación en seguridad, no debe olvidar su juventud, es necesario que tome conciencia por su propio bienestar y futuro político. Hay que salvar el pellejo.
    Por otra parte, no hay disculpas semánticas que valgan. Los actos de precampaña, por demás anticipados [e inocentes en su proceder, dice], de Claudia Sheinbaum, la mantienen bastante alejada de una realidad inmediata que, de ser capitalizada por la oposición, pueden nulificar su potencial triunfo en la Ciudad de México si llegara a contender por la presidencia del país. Por ahí empezaría mi estrategia, ojalá que su gurú tome nota. La señora Sheinbaum debe entender que la Ciudad de México tiene sus límites con Morelos y el Estado de México, fue contratada por el pueblo para gobernar únicamente la extensión capitalina, allende esas fronteras no hay nada que hacer y muchos pendientes de carácter urgente dentro de ellas. Corre el peligro de convertirse en extranjera en el pueblo que dice gobernar, donde el crimen organizado juega al gato y al ratón, durante su presencia y su ausencia.
    En días pasados, asesinaron a Jorge y Andrés Tirado. Yo me encuentro bastante conmovido sobre todo al pensar que dos jóvenes artistas han perdido la vida por la estupidez y la maldad de otros. Conocí muy bien a Andrés porque participó en “King Kong Cabaret”, obra que escribí comisionado por el centro Universitario de Teatro de la UNAM, como proyecto de graduación de los jóvenes actores, y el cual dirigió Lorena Maza. Andrés era un joven bastante tímido, pero dedicado, que en ese momento vivía con cierta ansiedad porque su personaje era complejo y, además, era su examen final de la carrera de actuación. Según recuerdo, temía las reacciones de su familia sinaloense al verlo interpretar a un personaje de la comunidad LGBT, después de todo el teatro y la actuación son para “maricas”, como se decía, aunque poco a poco se ha ido perdiendo ese estigma.
    El trabajo de Andrés, desde el principio, estuvo marcado por su dedicación y talento. Era un muchacho que repasaba con ahínco sus textos, su marcaje. Vivía y disfrutaba del arte escénico. Conocí a su hermano Jorge luego del estreno, no hubo un solo problema con la familia, el talento de Andrés superó toda expectativa. “King Kong Cabaret” fue una obra lo mismo aplaudida por Marta Lamas que por Patricia Mercado, la pieza marcó a una generación de actores e inspiró a otros tantos jóvenes que deseaban lo mismo estudiar teatro que estar en aquellas tablas llevando a cuestas una puesta en escena. Andrés fue para muchos actores, aún más jóvenes que él, una inspiración y ejemplo a seguir. Previo al estreno, nos sacudió el sismo del 2017. Andrés, a la par de sus compañeros, asistió en cuadrillas ayudando a los damnificados por el sismo. Fue un joven entregado, humano y sensible que tenía un gran fututo por delante.
    Enterarme de la muerte de Andrés y de su hermano me ha llenado de un pesar profundo. Se perdieron sus voces y talentos, esa sensibilidad de la juventud que jamás se repite. Al parecer, el caso está zanjado en su primera etapa, más por la estupidez de sus presuntos asesinos embriagados por poseer un predio, que por la pericia de la policía de investigación. Espero que los culpables paguen por su crimen. En este caso, lo mediático del asunto ayudó a agilizar la búsqueda, pero no olvidemos que, en 2018, los tres jóvenes cineastas Salomón Aceves, Marco García y Daniel Díaz, también fueron desaparecidos por el crimen organizado en Jalisco, con un destino bastante trágico. México ha dejado de ser un país sensible para ser una región de animales salvajes… sin cultura…sin humanismo.
    Las fuerzas castrenses, castradas por decreto [a pesar de los militares], deambulan por las calles de México sin saber cuál es su deber. Forman parte de un caos que deberían ayudar a controlar, pero su accionar les fue limitado. Aunque no vivimos una guerra, afirmo sin lugar a dudas que no vivimos en un tiempo de paz. El caos que se torna incontrolable es justo el necesario para utilizarlo como contrapunto al humanismo mexicano que surge y se anuncia como la medida para entender el nuevo orden nacional, donde todos estamos a merced de las injusticias.
    Andrés, espero que estés en el cielo con tu hermano. Aquí eres recordado y quedarás por siempre en la memoria de quienes te conocimos. Mi más sentido pésame a la familia, entiendo que no hay palabras que den paz cuando en la tormenta persisten los estruendos.

    Publicado en El Universal

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  • Postura política, un punto de partida

    diciembre 9th, 2022

    A lo largo de nuestra historia, por lo menos después de la revolución, ha sido común escuchar afirmaciones condescendientes como: “México es el país que se engrandece frente a las adversidades; México es el país que se une ante las desgracias; México siempre ha resistido calamidades gracias a su fortaleza espiritual; los mexicanos siempre sabemos salir adelante”, y podríamos seguir enumerando frases vacías que nos han nutrido de un nacionalismo vano. Estos rasgos culturales y tradicionales no deben celebrarse ni validarse; los países, todos, resisten a las calamidades porque la franca naturaleza del ser humano es buscar la supervivencia.
    Durante los últimos cuatro años, hemos aprendido que las ideologías ancladas en el romanticismo conducen si no al fracaso, sí a la polarización. Más allá de las políticas actuales del gobierno [que enaltecen algunos proyectos y a otros los hacen padecer un caos indolente], la realidad que arrojan los datos del propio gobierno es que la pobreza no disminuye, sino que, faltando a todo tecnicismo, se pausa en el discurso. La violencia extrema es la imagen más fiel [y trillada] del país y la corrupción, probada [aceptada por el ejecutivo] y desmedida, ha debilitado a las instituciones hasta la agonía. Hoy, como nunca, vivimos un caos absoluto que ya deriva en estallido social “transfigurado”. El encapsulamiento por el crimen organizado de regiones como Tijuana y la antes intocable Ciudad de México, además de estados como Sonora, Sinaloa, Jalisco et al., son el claro anuncio del desplazamiento del orden y la paz social hacia el interior del Estado. La fragmentación es parte del estallido.
    Así pues, es tiempo de olvidar los grandes discursos que pocos escuchan y aún menos comprenden. No podemos continuar promoviendo el mito de un México fuerte con un proyecto de gobierno absoluto. Debemos entender que esta nación está fragmentada por ideales incongruentes, necesidades desbordadas y una violencia que, junto con la pobreza, subyugan a las comunidades. Cada región, a lo largo y ancho de la república, cuenta con reglas propias y un entendimiento particular de la democracia que no puede manipularse por completo desde el centro del país. Si no comprendemos esto, cometemos un error estratégico que nos alejará de los cambios sociales y políticos que son el fundamento de la lucha como sociedad.
    Cuando se trata de reconstruir y unificar, la indignación no basta. Hoy debemos generar consensos entre jóvenes estudiantes, mujeres y hombres, padres de familia, abuelos; apelar a la conciencia individual; dirigirnos a grupos específicos y por separado; dejar a un lado los intentos de convencer a una masa. Debemos reflexionar, ser determinantes, actuar y visualizar las propuestas reales e inmediatas que impacten en las comunidades, porque este tampoco es el momento de prometer a largo plazo; la gente ya no espera, necesita validar de manera constante su confianza.
    Las elecciones del 2024 están a la vuelta de la esquina y podemos decir que la pregunta retórica para nuestros políticos es muy sencilla: ¿Qué sueños tienen para este país que desean gobernar? Ya no queremos escuchar de ninguna manera frases trilladas como: “Lograr un mejor país para todos”. A los mexicanos, en la calle, no les interesa el país entero, sino sus realidades inmediatas, a nadie le importan las banderas comunitarias generalizadas. El mensaje que podría permear en el discurso futuro de todo político que se jacte de ser disruptivo debería considerar propuestas desde una redefinición conceptual a partir de las “obviedades”:
    ¿Qué es México?
    Es una región donde los anhelos de la gente que le da vida y rostro al país no son escuchados; una nación cuya historia, a lo largo de los últimos cien años, no ha experimentado un cambio crucial para bien, por el contrario, ha retrocedido en los mínimos avances ya logrados.
    Pasan las décadas, sexenios van y vienen, y seguimos contemplando los problemas discursivos y reales de la desigualdad social, la pobreza del campo y la deficiencia en educación, mientras el resto del orbe vive una revolución tecnológica y una vorágine comercial.
    Somos una cultura que importa conocimiento en lugar de exportarlo; que le teme al avance científico; que no repara en el valor del potencial de los ciudadanos; que hace del mínimo esfuerzo, su éxito.
    Somos un país dividido que aún no es una patria, pues no hay consenso acerca de la ruta trazada que los mexicanos debemos seguir en conjunto y a nuestro favor.
    ¿Qué necesitamos?
    Redefinir nuestra cultura; olvidar el sufrimiento, los estereotipos, la abnegación y el complejo de inferioridad que nos invade… y, curiosamente, son estos focos discursivos los que reinan en el discurso moderno desde el socorrido progresismo victimista.
    Somos parte de este mundo y por tanto debemos reclamar nuestro lugar, hacer del triunfo parte de nuestra identidad; medirnos con los demás como nuestros pares y no con temor.
    Es necesario dejar de romantizar el campo y el indigenismo; revalorar y posicionar la enseñanza de la ciencia y la tecnología; recordar que ya no somos aquella nación colonizada del pasado y que somos parte de un mundo moderno que, si bien honra su pasado, no se queda anclado en él.
    Hace falta eliminar la senectud ideológica de la política, ser verdaderamente autocríticos sin condescendencias. Dejemos de validar la mediocridad.
    ¿Cómo hacerlo?
    La marcha a favor del INE tuvo éxito respecto a otras marchas de la “oposición” porque la estrategia de correr la invitación de boca en boca fue medular. Se debe hacer “micropolítica” de urgencia. No se debe obligar a nadie a creer en los actores políticos de manera incuestionable, sino invitar a la gente a pensar en su presente, convencerlos de que podemos alcanzar el futuro que desean e ir de la mano buscando propuestas y soluciones.
    No es tiempo de prometer grandes proyectos, sino de ofrecer un sólo proyecto de nación que nos invite a cuestionarnos. Si entendemos esa estrategia, sabremos nombrar sin equívoco las propuestas para cada región, para cada comunidad, sin dar vida a un sólo discurso sordo y sin sentido. No podemos hablar de “México”, sino de un país que juntos ayudaremos a nombrar y a definir.
    Es hora de potenciar la participación ciudadana desde una microescala hasta llegar a una escala absoluta, creando mapas de transformación estratégica testimonial para los ciudadanos y sus comunidades, pues esto ayudaría a generar un cambio discursivo desde la raíz con acciones palpables y demostrables, que es lo que más se necesita en estos momentos. De esta manera, llegaremos a una resignificación de los conceptos políticos más comunes en la sociedad, sin repetir los conceptos del oficialismo.
    Podemos hablar de “democracia” definiéndola como la “visualización” del país que deseamos tener. Podemos hablar de la “libertad” o de “ser libres”, pero definiendo esto como la “determinación” real de generar cambios. En la medida en que transformemos el significado de las palabras y los conceptos clásicos con objetivos claros, podremos jugar bajo los mismos términos clásicos, pero con objetivos mejor definidos.
    Los ciudadanos deben visualizar su realidad inmediata y comprender cómo, a partir de la determinación de sus acciones e ideas, pueden generar un cambio paulatino, y hay que hacerlo a pie de calle.
    Es momento de hacer micropolítica, de actuar en pos de la reconstrucción, de identificar a los grupos (médicos, profesionistas, adultos mayores, mujeres, académicos y estudiantes de posgrado), no prometer un cambio inmediato de la realidad del país, sino la posibilidad de reconstruir todo aquello que ha dejado de existir.
    Hago hincapié en el casi solipsismo político, esto es: más allá de la notoria obviedad de las ideas, hay que eliminar todo idealismo cultural que provenga de las corrientes marxistas que derivan en metafísica sustentada en la adjetivación ad absurdum, por tanto irreal, por la generalización de las problemáticas que, como ya dije, no forman parte del ideario total del país. En la última entrega escribí, y parafraseo: si se aborda la pobreza como figura retórica, esta misma es ficticia, pues la pobreza no atiende a la generalidad. En este sentido, tema a tema, conflicto por conflicto debe atenderse sin flautas mágicas.
    El Barón de Montesquieu, Charles-Louis de Secondat (1689 – 1755), escribió: “Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”, la gente unida por sí misma no detiene el refortalecimiento de las figuras en el poder. Hay un matiz sutil. La fortaleza de todo movimiento no está en la unificación de un sólo deseo, sino en el egoismo de los deseos propios que se deben consensuar. Reafirma Montesquieu: “Los países no están cultivados en razón de su fertilidad, sino en razón de su libertad”. Reparemos en que toda unificación, sinónimo de fertilidad, anula las libertades. Pensemos en la política desde una vaguedad activa.

    Publicada en El Universal

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  • Laberintos entre idiotas

    diciembre 4th, 2022

    A principios del siglo XXI, Hans Magnus Enzensberger, el poeta y filósofo alemán, ganador del Premio Príncipe de Asturias en 2002, era un personaje activo en los círculos sociales de su país y en Europa, una celebridad pensante y denostada por los puritanos intelectuales, para quienes el reconocimiento público es denigrante. Algunos de mis profesores se referían al escritor con desdén: “se vendió al capitalismo”, “traicionó los ideales socialistas aprendidos en Cuba”, “fracasó en el proyecto de reunificar a Alemania en el 68”, declaraban, “su teoría del hombre nuevo [libre] fue un fiasco”. Jamás entendí la falta moral del filósofo y reflexiono, sin temor al equívoco, que el problema cardinal de la enseñanza de la filosofía [las humanidades y las ciencias sociales] radica en la transmisión de los resentimientos de clase del profesorado hacia los estudiantes; se toma a la filosofía como un instrumento para toda doctrina ramplona, craso error por las limitantes que se generan en el alumnado.
    También a inicios del siglo, la crítica internacional se desbordaba contra Günter Grass, el Premio Nobel de Literatura, por pertenecer a los 16 años a las fuerzas de las Waffen-SS, el grupo élite de combate del ejército de la Alemania Nazi. Pelando la cebolla, libro de memorias del autor, les brindó a sus detractores una grandiosa oportunidad para que intentaran sepultar su carrera. Según recuerdo, el escritor declaró no comprender los motivos que lo llevaron a participar en la guerra, sino hasta ser preso por los militares estadounidenses a los 17 años. Ya en cautiverio el velo de la propaganda bélica desapareció del espíritu juvenil del autor, y una vez que escuchó los juicios de Nuremberg, no dudó en condenar para sí mismo su inclusión el teatro trágico del siglo XX.
    Sin embargo, para los puristas del rasgado progresismo intelectual, el autor de El tambor de hojalata es uno de los grandes hipócritas de la cultura moderna, lo cual es una franca estupidez. Entendamos que bajo el contexto histórico al cual pertenece también Enzensberger [miembro de las juventudes hitlerianas], era antipatriótico no ser un agente activo de la historia de su tiempo. Los jóvenes luchaban por su patria, sus padres y la figura “extraordinaria” del Führer que todo lo veía y escuchaba. Según narra Enzensberger, su salida de las filas del nazismo fue inmediata, no obstante, queda la huella de la barbarie ligada a su nombre.

    Un sueño inocente
    Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Alemania sufrió una orfandad intelectual debido a que el nazismo llevó a cabo una purga de pensadores que culminó con la muerte de algunos y el destierro para otros. En la década de los años 50, Hans Magnus Enzensberger comenzó a explorar su vanguardia con la poesía y el ensayo filosófico, ejercicio intelectual que lo llevó a escribir La defensa de los lobos (1958), colección crítica contra el discurso político de una Alemania disminuida que, tres años más tarde, cedería a los caprichos de Estados Unidos y Rusia para dividir Berlín.
    De La defensa de los lobos tomo los versos: “¿quién está hambriento de mentiras? / contemplaos al espejo: cobardes / que os asusta la verdad fatigosa / y os repugna aprender / y encomendáis a los lobos la función de pensar. / un anillo en la nariz es vuestra joya predilecta. / Para vosotros ningún engaño es lo bastante estúpido, / ningún consuelo demasiado barato, / ningún chantaje demasiado blando”; estos poemas dieron inicio a sus diatribas contra los medios de comunicación que consolidaban una apologética ideología de la culpa para una Alemania necesitada de la aceptación internacional. Enzensberger tachaba de inocente no sólo a los ciudadanos de a pie, sino a los intelectuales en su tibieza conceptual y neo nacionalista.
    De manera tácita y romántica en su juventud, Enzensberger, intentó reinventar y reconstruir el legado cultural e intelectual de su país, como también lo hicieron en su estilo: Günter Grass, Alfred Andersch y Heinrich Böll, a los que se sumaron lustros más tarde los jóvenes Elfriede Jelinek y W. G. Sebald, entre otros poetas, dramaturgos, escritores y artistas conceptuales. Durante los años 60, luego de ser espectador distante de la cristalización de la Revolución cubana a manos de Fidel Castro, Enzensberger radicó en el país de piélagos toda vez que rechazó una residencia en Estados Unidos, además era un gran conocedor de la literatura latinoamericana lo que volvía atractivo su viaje. El objetivo del pensador alemán fue aprender de los cubanos y sus ideologías revolucionarias, para replicar las formas y fondos en su país; de ese viaje debió surgir el “nuevo hombre” de libertades plenas, no obstante, el romanticismo europeo cedió paso al pesimismo isleño de los oprimidos. Descubrió en su peregrinaje que la teoría libertaria y las imágenes victoriosas de los líderes de la Revolución cubana mucho tenían de ficción.
    Enzensberger, antes de su partida a Cuba en 1968, declaraba con la embriaguez lírica de la época que la democracia de-por-para Alemania estaba muerta. Lo único que podía salvar a la república era una revolución. Esta declaración de principios puede consultarse en el número 15 de la revista Kursbuch, publicada en el 68. Al mismo tiempo, Peter Handke estrenaba su Kaspar que abordaba las imposibilidades del lenguaje en torno al mundo ya industrializado de Alemania, donde una revolución era la única ruta frente al caos del anunciado fin de siglo en los años 60.
    El romance entre el socialismo de Castro y la pasión exótica de Enzensberger fue breve. El interrogatorio de La Habana fue uno de los últimos esfuerzos del escritor alemán por comprender la revolución más los conflictos políticos con Estados Unidos, sin olvidar la sombra de Rusia. El filósofo comprendió que la lucha libertaria que culminó entre vítores a finales de los años 50, se degeneró como toda ideología, además él mismo debía madurar. La gente, descubrió, no disfrutaba del usufructo de la victoria, sino que otros: los gloriosos, los gobernantes, era los que vivían felices. Para ese tiempo ya el giro de las revoluciones se volvía hacia Vietnam, aunque Cuba no perdía protagonismo, se tornó en el objeto exótico de occidente, hasta la fecha.

    La neo inteligencia
    Hacia 2007, Hans Magnus Enzensberger publicó El laberinto de la inteligencia, guía para idiotas, obra brevísima para este tiempo donde la inteligencia pertenece a un estadio de las métricas digitales. Esto es: cada nueva página que abrimos en el ciberespacio nos intenta redirigir hacia un escenario ideal que propone ayudarnos a entender nuestra “inteligencia”, a medirla, a potenciarla, a vivir en armonía con ella. Así como las terapias psicológicas y psiquiátricas se han convertido en moneda de cambio por y para la masa, por lo común y obvio de su proceder, la “inteligencia” aligera su paso para convertirse como tantos conceptos en una palabra trivial y sin efecto. Los índices de “inteligencia” se están volviendo inútiles, porque no existe una respuesta ideal respecto a qué es “la inteligencia”.
    La reflexión que plantea el filósofo dicta: “Así pues, nuestro pequeño paseo por el laberinto de la inteligencia nos conduce a una sencilla conclusión: no somos lo verdaderamente inteligentes para entender qué es la inteligencia”. Enzensberger hace un repaso histórico de la conceptualización semántica de la “inteligencia” hasta derivar en adjetivo instrumental; va desde San Agustín, pasando por John Innys [creador del “papel inteligente”, un periódico londinense, en 1637]; aborda también la obra de Wilhelm Wundt fundador del primer instituto encargado de investigar la inteligencia, en Alemania; y se detiene a plantear las teorías de Hans Jürgen Eysenck, en su momento profesor de la Universidad de Londres, creador de la prueba de medición del coeficiente intelectual más popular y utilizada hasta nuestro tiempo; prueba que no mide la inteligencia ni la sensibilidad de una persona, sino que apenas generan un marco de referencia de los gustos de cada examinado.
    Enzensberger explica cómo la “inteligencia” pasó de ser un concepto fundamentado en la semántica grecolatina, donde significaba: razón, entendimiento, sensibilidad y perspicacia, a un instrumento del marketing que ha reducido tanto el concepto como su valor semántico y significado a una simple [i]. Así pues, esta partícula [i] que no es privativa y que presupone un valor agregado, ha nulificado la “inteligencia” como un verdadero valor y excepción para la humanidad, brindándole el mismo nivel a todo artefacto perecedero. Además, la “inteligencia” entendida apenas como un adjetivo se ha tornado en el marco referencial y decorativo de todo producto que llega a los aparadores del mundo. La banalidad de la “inteligencia” en este sentido, atrae hacia ella otros conceptos que pierden su valor como el “conocimiento”. La “inteligencia” y su [i] antepuesta al producto no implica nada sino una clasificación propia del cambaceo. Se le debe a la mercadotecnia el adelgazamiento de la “inteligencia” y a nosotros como raza temer al “conocimiento”.
    Los seres humanos navegamos hoy en las aguas oscuras de los pixeles, momento histórico donde la consagración del infantilismo triunfa y las herramientas digitales nos conquistaron entregándonos la aceptación universal, sin necesidad de contribuir al aumento del “conocimiento” a través de la “inteligencia”. Si todos somos inteligentes, qué más dar saber o no la verdad de las cosas.

    Migración capitalista
    Ensayos sobre las discordias contiene una de las meditaciones sobre migración más interesantes, por lo menos de este inicio de siglo. Si bien, como todo ensayo que aborda el tema, parte de un análisis de los nómadas de los primeros tiempos, y aborda los éxodos históricos tanto en occidente como en oriente; habla sin tapujos de los conflictos que toda migración puede generar en una sociedad. Enzensberger aborda el egoísmo y la xenofobia como rasgos fundamentales a los que se enfrenta todo migrante. Sin mencionarlo de manera abierta, el autor apunta a la tácita “Ley de la hospitalidad” que todo migrante debe respetar según la región a la que su éxodo lo guíe. Las reglas del comportamiento social que los migrantes deben atender sin reparos, ayuda a generar un equilibrio que ahuyenta todo tipo de conflicto social en cada región, ciudad o comunidad que los reciba. En la antigüedad, estas reglas se practicaban y reforzaban para evitar masacres y asimilaciones culturales fallidas.
    Hoy, un gran número de migrantes, a su arribo a un nuevo espacio, reclaman derechos y excepciones que no todas las naciones desean brindar. Respecto a esto, pensadores y escritores contemporáneos, como Jean-Baptiste Del Amo, apoyan una migración profunda en Francia; y otros, como Petros Márkaris, él mismo migrante en Grecia, comentan que no todos los países pueden recibir a los migrantes ni están obligados a hacerlo. Aclaremos que el contexto desde el cual lo explica Márkaris tiene que ver con la subsistencia económica de una cultura que es obligada a guiar sus mercados laborales hacia los migrantes que, por su condición como protegidos por los derechos humanos, se elevan por encima de los habitantes locales.
    Abandonando lo políticamente correcto, Enzensberger ahonda en la compleja batalla que llevan a cabo los migrantes, una vez asentados sin importar la región para reivindicar su identidad, lo que abre paso a resignificaciones nacionalistas en suelo ajeno, que después puede desencadenar violencia. Esto nos lleva a recordar novelas como Sumisión, de Michel Houellebecq, donde el islam retoma rumbo y conquista sobre la ilustración francesa hasta convertirla en una tierra de oriente en el corazón de occidente. El autor alemán no está en contra de la migración en sí, no obstante, repara en una crítica sencilla: ¿qué tan preparados están los países de occidente para recibir las oleadas de migrantes de todas partes del orbe?
    Ante las exposiciones de Enzensberger, una vez releídos los conceptos y entendidos en su dimensión, pienso que la migración del siglo XXI tal vez sea redescubierta como una posibilidad infinita de negocios y retóricas económicas. Explico: ciertos países, si es que son estratégicos, podrían utilizar a los migrantes no como mano de obra barata, sino como un fondo de inversión. Esto es, como ocurrió con Turquía en 2016, cuando la Unión Europea le entregó, como ayuda humanitaria, 6 mil millones de euros para contener la migración siria. Si bien esa no fue una estrategia turca, sino de la UE, el apoyo económico continuó entregándose hasta el 2020. El capital estuvo dirigido a las ONG y no al bienestar de los migrantes. El trabajo discursivo xenófobo a ultranza triunfó de forma eficaz en Europa; y Latinoamérica es tierra fértil, maleable contra sus comunidades.

    Publicado en Confabulario

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  • Sedicente

    noviembre 23rd, 2022

    Pecado: qué vago es el concepto de la Libertad en la actualidad. Desde hace semanas, cuando Elon Musk tomó las riendas de Twitter, me sorprendió leer a las hordas que despotricaron acerca de cómo su “libertad de expresión” sería vulnerada a causa del cambio de gerencia. No veo el sentido de los reclamos, reparemos en el obvio absurdo-ionesco. ¿Cuáles son los hechos? La compañía se maneja con dinero privado y es una plataforma, como hay centenares, donde se intercambian puntos de vista respecto a un tema social, cultural o político. El usuario acepta los principios y reglamentos de la empresa y su voz hecha texto será leída por millones de usuarios.
    Una vez que entró en efecto el cambio de gerencia, se reactivaron las cuentas de usuarios como Donald Trump y Kanye West, entre otras voces conservadoras y de derecha, que la directiva [herencia] de Jack Dorsey eliminó por “sentir” que los enemigos públicos se contraponían a la ética progresista y democrática de la empresa; no obstante, miles de cuentas con contenido pedófilo se mantuvieron activas… a saber por qué. Una vez que el empresario sudafricano se hizo de la compañía, cientos de personajes, corporaciones y marcas comerciales internacionales, abandonaron la red social argumentando, como dije, que su “libertad de expresión” sería acotada y que la sola presencia de Musk era un atentado contra la democracia. Así se reportó en CNN, NBC y otras cadenas de televisión en Estados Unidos e inclusive en México. No comprendo cómo puede el universo digital paralizar la libertad absoluta de las personas a menos de que así lo deseen, sin darse cuenta.
    Los ecos doctrinarios de Erich Fromm resonaron de inmediato, porque, para el pensador alemán, el supuesto de la libertad en masa es como una sola conciencia negando el egoísmo de la libertad personal. Está claro que quienes deambulan por el universo virtual, cual niño quejoso, desean una libertad colectiva y, por lo tanto, controlada… quizá no se han dado cuenta de su realidad. Importa tanto la hermandad de la autocelebración que todo aquello fuera del imaginario genera caos, intolerancia y desamor. Yo soy partidario de una libertad contra los otros. Lo que Musk haga es irrelevante, la razón de la queja pueril radica en la pérdida paulatina de una supuesta gratuidad, además de constreñir la cultura de la condescendencia exacerbada. La corrección política, desde su extrema postulación cuasi profética es una resignificación del pecado. Repito, quizá no se han dado cuenta, pero (por lo menos vía ese camino ideológico) existe una resignificación del cristianismo, una metáfora… oh, ateos.
    Sedicente: me alejé de la crítica política porque caí en cuenta de que la libertad egoísta y alejada de Fromm, me generaba ciertos desencuentros con mis pares. Partamos de la definición de la palabra. Sediciente, según la RAE: “dicho de una persona que se da a sí misma tal o cual nombre, sin convenirle el título”. Tomando como referencia este momento histórico del periodo presidencial, en todas sus vertientes políticas, el discurso oficial está desgastado y no convoca ni inspira, lo cual sienta las bases, se quiera o no, del declive idealista, que no funcional [por cierto, sería tiempo de poner distancias entre lo público y lo privado]. La marca política del partido en el poder continuará con su inercia, más allá del acaecimiento de la figura del presidente que se antoja a futuro como la de Luiz Inácio Lula da Silva. Ahora que las figuras presidenciables comienzan a tornarse relevantes, parten desde la probada estrategia sedicente donde se nombran como el futuro probable de un país necesitado de fe, lo que hace fatigoso el mero ejercicio de reflexión política de facto nula. Si están metidos en la precontienda y las reglas electorales son más que ignoradas, comiencen a presentar sus propuestas y programas de gobierno, sin estar poniendo a prueba más eslóganes de campaña, porque esa es la estrategia. Por otra parte, y como siempre ocurre, la reflexión crítica desde los medios de comunicación es tan circular como tediosa, pero, al no existir un contrapeso político al de estas figuras que contienden por gobernar a México, los medios también se encuentran huérfanos.
    Hace un par de días apareció en redes sociales un video protagonizado por el señor Adolfo Siller Valenzuela. El contenido del video es muy desafortunado, ya que sólo reivindica la figura y el estereotipo de los habitantes del norte del país como seres salvajes y sin modales. La muestra de su discurso ordinario fue avalada de manera errónea por los líderes de los movimientos ciudadanos que propusieron y organizaron las marchas pasadas a favor del Instituto Nacional Electoral. Craso error. ¿Por qué esta figura generó empatía entre los detractores del gobierno actual? No por la originalidad de sus ataques, sino porque no existe una sola figura de contrapeso a los presidenciables ”oficiales”. Tengo la impresión de que nadie se ha tomado la molestia de hacer el trabajo de campo, no para medir popularidades, sino para analizar el funcionamiento real de los programas diseñados para combatir la pobreza, además de profundizar en la caída de los mitos avalados por la ficción de la transformación actual.
    Todo sedicente parte de una ficción básica para contar su propia verdad y, como tal, suelen ser vulgares. Me explico: enuncian verdades irracionales donde, como diría Neil Gaiman, los datos no importan, sino que sean verdades que puedan manipularse, usarse y decirse sin necesidad de demostrar nada. “No somos corruptos”, dice el presidente, y yo no tengo la certeza de que así sea, pero en su conferencia mañanera ha aceptado que la corrupción persiste aún en su gobierno. Toda idea, por vaga y absurda que parezca, navega a tal velocidad que pronto se valida o invalida, así que la mejor estrategia de los próximos candidatos será no anunciarse como el futuro de un país que a lo largo de sus historias ha tenido diversos futuros que, al final, no llegan a convertirse en un pasado estable.
    En este instante, la estrategia visible que le sugeriría a quien pretenda ser gobernante de México es, en principio, alejarse de toda metafísica electoral. Si se aborda la pobreza como figura retórica, esta misma es ficticia, pues la pobreza no atiende a la generalidad. Hay que olvidar el pasaje de mesías que todo político desea vivir; es necesario comenzar a pecar. Lo que rescato de la estrategia de choque de Elon Musk, es que trabaja con la realidad inmediata de las métricas y desplaza a quienes se dicen salvadores de la verdad y del bienestar de los demás, intentando suprimir un tipo de hipocresía donde imperará otra más pragmática. Las próximas elecciones no deben validarse en el sentir, quizá es tiempo de comenzar a insistir en “pensar” para construir un país sin ideologías baratas.
    No sé si todos amamos a México, pero ese es mi sentir sedicente; mejor habría que definir qué tipo de país necesita cada ciudadano, cada comunidad, multiplicar modelos porque la unificación tiende a fracasar en el encumbramiento de un solo ídolo. No hablemos de lo que está mal, sino de las posibilidades de construir un país alejado de conceptos tan básicos como la libertad y la democracia que pudiéramos modificar por: determinación y visualización. No apelemos a la libertad grupal, es tiempo de hacer política real desde el egoísmo.

    Publicada en El Universal

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