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HUGO ALFREDO HINOJOSA

  • Rushdie 10:45 am

    agosto 14th, 2022

    Entre la vorágine de información que generó la noticia del atentado en contra de Salman Rushdie, rescato un mensaje de Bernard-Henri Levy: “[…] Desafortunadamente para el bastardo que lo acuchilló, mi amigo no tiene alma de mártir. No, él desea ser Balzac y Dickens. Y, es un hecho, definitivamente lo es. Porque como tal, es inmortal”. Yo lo creo así. A lo largo de cuatro décadas, Rushdie renovó la literatura y eliminó las barreras exquisitas que pueden limitar a todo autor. Lo mismo escribe de las tradiciones precolonialistas de la India que critica los procederes del colonialismo y la etapa posterior; habla de El mago de Oz, de Star Trek y utiliza un sinfín de referencias pop que otros evadirían por pudor. Después de todo, conoce bien la cultura extremista de Estados Unidos. La concepción posmoderna de la literatura del autor de Quijote evade las reglas, juega con la exquisitez de los críticos culturales y les brinda a los lectores una escritura renovada, esto es, sin ataduras ni impostaciones. Salman Rushdie ama la comedia, sus personajes se burlan de sí mismos, la decadencia de la humanidad inicia cuando la seriedad triunfa y la religión es el fundamento y doctrina de la seriedad.
    A las 10:45 de la mañana, Salman Rushdie, autor de Los hijos de la media noche (que le valió el Booker Prize for Fiction en 1981, ahora llamado Man Booker Prize), fue herido de gravedad, apuñalado en el cuello, previo a comenzar una charla en el condado de Chautauqua, en Nueva York. Al encender el televisor para tratar de saber más al respecto, confirmo con desilusión que las cadenas internacionales no abordan el tema, son sólo las redes sociales las que estallan y arrojan diferentes versiones del suceso que se nutre con videos y fotografías del autor tendido en el piso. Una hora más tarde, apenas una nota tímida aparece en CNN y en FOX News; he de suponer que las cadenas preparan una investigación enfática en contra del islamismo. Se presume que el atacante era un joven musulmán radical. Los motivos son por demás conocidos: luego de la publicación de Los versos satánicos en 1988, las comunidades islamistas se sintieron ofendidas y, en 1989, el Ayatola Ruhollah Jomeiní, le puso precio a la cabeza del escritor, quien según se burlaba del profeta Mahoma. Hoy, el edicto religioso, la fatwa, que pedía la muerte del Salman Rushdie, surtió efecto, pero no lograron asesinarlo.
    Desde los inicios de la carrera de Salman Rushdie, con la publicación de Grimus (1975), a la que le siguieron Los hijos de la medianoche, Vergüenza, El último suspiro del moro, entre otras obras, éste abordó la religión y la historia musulmana como mapa y territorio de sus novelas que, como toda literatura excelsa, incomoda, no por la denuncia, sino por la resignificación de la realidad que golpea a los implicados en la miseria que retrata la narrativa. Es así como el trabajo de Rushdie se ha consolidado porque aborda las ideologías políticas, colonizadoras y racistas que, a partir del uso estratégico de los mitos fundacionales de la India, ha narrado los sucesos cruentos teñidos de fantasía que golpean de frente al lector. Lo mismo ha escrito de la Independencia de la India que del fenómeno de Donald Trump como efigie del capitalismo totalitarista del siglo XXI.
    Todo fanatismo que intente posicionar la obra de Rushdie como un autor de la decadencia humana se equivoca. Es un autor de optimismo, como él mismo ha declarado, que utiliza los absurdos de la vida para hacer una revisión de los valores humanos, de aquellos que, por lo menos, los haga ser mejores personas. Quijote es la declaración del optimismo de Rushdie frente al tiempo político contemporáneo. Del lector depende hacer la revisión primero de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra para encontrar el truco y la metáfora de Rushdie, para quien la belleza, la ética, la imaginación, la verdad, la amistad y el coraje son los verdaderos temas de la literatura, donde anidan la política, la religión y el extremismo.
    Luego de la caída del WTC de Nueva York, a causa de los atentados terroristas del 2001 [verdad histórica que no puede cuestionarse ni criticarse], el islam se ha convertido en la piedra angular de la violencia extrema. No obstante, vale la pena detenerse a reflexionar un poco al respecto, porque el atentado contra Salman Rushdie tiene como raíz el extremismo que estoy seguro resurgirá una vez más para desacreditar a una religión que tienen radicales entre sus filas, como sucede también entre judíos, cristianos, ateos o mormones. Debemos intentar escapar de la crítica y condena generalizada porque en toda doctrina existen personajes manipulables y trastornados.
    Respecto al islam, hay quienes argumentan que su sola existencia es un grave problema, por lo que anulan a millones de personas. Otros más comentan que el islamismo y el terrorismo no tienen relación estrecha con el islam. No obstante, lo que es verdad en sentido más crítico, y quizá denostado, es que hacia adentro del mundo islámico existe un debate de un islam que defiende y cree en los derechos de las mujeres, la ilustración, la democracia y los derechos humanos. Por otra parte, existe un islam que desea generar caos, según apunta el propio Bernard-Henri Levy. Y es esa segunda visión del islam la que debe erradicarse. En todo caso, debe erradicarse todo tipo de extremismo que surge de nacionalismos tribales como sucede ahora en Europa con el ultranacionalismo de derecha.
    Releer la obra de Salman Rushdie es también aprender cómo la historia del siglo XX fue una de fracaso del optimismo político más allá de las religiones; sin embargo, como lo plantea Rushdie: “El fundamentalismo no es algo que surge en el vacío, sino que surge, en buena medida, por el fracaso de las diversas formas del proyecto secular”. Por desgracia, el atentado en contra del autor apunta a que las ideas de progreso dominantes, o que se pretenden vender como dominantes en el siglo XXI, han fracasado. Cada una de las descripciones sociales que intentaron imponernos en los últimos treinta años, las cuales ayudarían a generar un idealismo de fin de las violencias para eliminar los radicalismos (por lo menos en occidente), terminaron por aislar más a los pueblos, a la gente en sí misma. Generaron odios y volvieron a potenciar las ideas de castas que atienden a una tierra a una costumbre y por ende a nacionalismos exacerbados.
    Eso es lo que vemos ahora con el manto proteccionista de cada país respecto a los conflictos en Ucrania, Rusia y ahora en China. El joven que empuñó el objeto punzante en contra de Rushdie y que, según las fotografías, ronda los 30 años, creció y vivió ya con el sino de la violencia, con la imagen de un enemigo que encarna una voz en contra de la religión o los idealismos que le fueron inculcados. Las nuevas voces críticas nacidas a principios de la década de 1990 comienzan ya a gobernar el mundo sin haber hecho un solo ejercicio dialéctico del conocimiento, y esto es preocupante.
    La idea del mundo moderno, ese del que Rushdie ha escrito tanto con crudeza y que plantea realidades de las que participamos y participan las nuevas generaciones, está encaminado al fracaso, él lo sabe. La tecnología, en su extenso abanico de posibilidades educativas, no funciona, y solo sirve como plataforma ideal para que los “sacerdotes” (que son todas las voces de las redes sociales, de los programas televisivos, de los programas evangélicos) inculquen, no la pluralidad del pensamiento y del espíritu, sino la construcción de nuevos enemigos de los cuales necesitamos resguardarnos. En la era de la revolución digital, la ignorancia resultó ser la mejor moneda de cambio.
    Hasta el último minuto en el que escribo este texto, Rusdhie se encuentra ingresado en el hospital y las fotografías de su cuerpo ensangrentado ya invaden las redes. Lamento decirlo, pero, fuera de un escenario reducido que sabe de su existencia y su obra, a nadie más le importa el atentado. He monitoreado los noticieros y nadie le da voz al suceso. Quizá esto tenga que ver con que nuestra generación (que fue criada por gente de la generación de Rushdie) ya no domina del todo el panorama contemporáneo, las ideas preponderantes con las que fuimos educados quedaron en el pasado, nuestra idea del progreso ahora compite de cerca con el espectáculo. Es probable que su vida se apague en un mundo nuevo donde para unos millones no sea la celebridad que valga la pena conocer. Retomo el último párrafo de La decadencia de Nerón Golden: “[…] Nuestras caras se funden entre sí y luego la cámara gira tan deprisa que todas las caras desaparecen y solamente queda el borrón, las líneas de la velocidad, el movimiento. La gente […] es secundaria. Sólo se ve el torbellino de la vida en movimiento”, así nuestro presente.

    Publicada en Confabulario imagen: salmanrushdie.com

  • Seguridad virtual / Seguridad de carne y hueso

    agosto 10th, 2022

    I.

    Sin ánimo profético observo cómo damos un giro extraordinario hacia principios del siglo XX. Llevamos dos décadas en ese periplo y todo se anuncia en un caos que se reconfigura entre obviedades por el poderío económico y la seguridad sociopolítica del supuesto bienestar que brinda. Rusia y China se tornan protagonistas contrapuestos a la ideología occidental de la falsa libertad y justicia, reglas de moralidad que anegan de amoralidad el escenario internacional. Lejos quedó la época de principios de los años 80, durante el mandato de Ronald Reagan y las revoluciones de Milton Friedman, donde las lecciones de comportamiento global, diseminadas en una generación de jóvenes apelaban al nacionalismo estadounidense, sin importar país de origen. ¿Qué decir ahora de la orfandad moral cuando el país que nos nutría de ética en el mundo, naufraga intentando recomponer los constructos de patria y honor [la familia, en un ocaso absoluto donde los hijos ladran y maúllan]? No obstante, el Imperio aún no se derrumba.

    Este nuevo “soplo” de vida donde vivimos de facto en la geografía “espectacular” y urgida de guerras que no lo son y desencuentros económicos que anuncian una socorrida, por romántica y simbólica, Tercera Guerra Mundial, ha hecho de la obviedad fuente y sustancia cardinal de la cultura contemporánea. Ucrania, la nación víctima del siglo XXI, ahora olvidada, le cedió su lugar a Taiwán. Jugada magistral, por desconcertante, de la política mundial en contra de los apologistas de Ucrania, de pronto huérfanos. Qué golpe tan duro deber ser para el líder e ídolo Volodímir Zelenski [protagonista de la última portada de “Vogue”, aplaudida por el progresismo]. El protagonista ucraniano impulsa hoy, desesperado por occidente, modificaciones radicales de discurso de género e inclusión en la agenda de su país, en medio de una “guerra” cruenta, con el ánimo de pertenecer al club de Europa.

    Son curiosas las estrategias del líder ucraniano (señalado por corrupción) para lograr la paz. Desde que su guerra inició, durante meses, lo único que solicitó como desesperado fueron más armas, pues era su táctica marcial. Por todo esto, es curioso también el reportaje ahora prohibido: “Arming Ukraine” de la cadena estadounidense CBS, que puso al descubierto el gran mercado negro ucraniano de tráfico de armas [donadas y vendidas por Estados Unidos et al.], que salen desde ese país hacia otras latitudes. Hoy, Volodímir Zelenski ronda en las salas de espera de las redes sociales que lo encumbraron, ocupadas por otras tendencias y construcciones de ídolos, donde también fincó su casa Greta Thunberg, la chica radical sin árboles. Zelenski y Thunberg fueron ídolos pixelados que significaron una y mil cosas para millones de espectadores: rostros a modo que hicieron sentir segura a la vorágine social.

    Regresando a la obviedad: basta con leer a Yuval Noah Harari, Slavoj Žižek y Byung-Chul Han, para registrar cómo el pensamiento original ha cedido paso a la profecía inmediata, trampa fundamental del intelecto en su ejercicio crítico, enarbolando a la mercadotecnia que es pilar del pensamiento moderno, porque gracias a sus estrategias ontológicas persiste el espejismo de la crítica abierta. Pero es esta obviedad profética la que nos ofrece certeza si tiramos con la lógica de los relatos, sin cuestionar. Todos hablamos de obviedades, sin escapatoria. Esta es la época de la libertad absoluta encasillada en el control total, un holocausto simbólico y divertido al que entregamos nuestra vida. Nadie nos apunta con una pistola a la cabeza y aun así cedemos nuestra libertad e identidad, mientras echamos raíces en la época de la “Seguridad”.

    II.

    A mediados de la década de 1980, previo a la caída del muro de Berlín y al final de la Guerra Fría, el director ruso Elem Guérmanovich Klímov, heredó a la cinematografía mundial su obra “Ven y mira”. La historia es sencilla en su sinopsis: un joven bielorruso, apenas entrado en la adolescencia, se suma a un grupo militar de su pueblo en contra del ejército alemán. Mientras que eso ocurre, la guerra es monitoreada por uno o varios aeroplanos desde el cielo infinito. La vida inocente del bielorruso se complica al tener que cumplir con ciertos deberes que no corresponden con el ejercicio de su idealismo; por ejemplo, debe ceder sus botas en buen estado a un anciano que le entrega las propias rotas. Pero es la guerra y las injusticias entre pares son parte de la dinámica.

    Uno de los momentos enigmáticos de la cinta conquista por la sencillez de las acciones de los personajes, las cuales derivan en la construcción del mal en contra de quienes debían mantener seguros. Los soldados toman el cráneo de un muerto, lo recubren con barro y lo reconstruyen hasta que convertirse en el rostro de Adolf Hitler. Finalizada la tarea, Hitler, como un espantapájaros, deambula con los soldados pueblo tras pueblo permitiendo que los bielorrusos conozcan el rostro del mal y se sometan a los soldados que prometen socorrerlos, darles seguridad. Un excelente cuento. El resto de la cinta es, sin duda, una obra maestra colmada de una violencia que jamás había visto en ninguna obra cinematográfica de guerra, la vida del joven bielorruso es trágica. La revisión de esta obra es relevante debido a que expone un universo alejado del holocausto judío que conocemos tan bien. No obstante, no debemos olvidar que la Segunda Guerra fue curso y desgracia de otros pueblos. La meditación que me interesa de la obra de Elem Guérmanovich Klímov radica en la construcción del mal. Desde la antigüedad, fuera en pinturas rupestres, en frescos, piedras talladas y pergaminos, la imagen de los enemigos del pueblo siempre ha estado presente. La necesidad de sentirnos seguros es intrínseca e innegable. Así, la tesis de la cinta de Klímov no es la guerra sino la búsqueda de la “seguridad” [del pueblo] que deriva en la paz. ¿Acaso no es eso lo que nuestro presente histórico requiere, una “seguridad” absoluta para lograr el bienestar mundial?

    Según datos de BlackRock, entre otros grupos financieros, se prevé que el mercado mundial de la “seguridad” y “ciberseguridad” crecerá de 155.830 millones de dólares en 2022 a 376.320 millones de dólares en 2029, con una tasa de crecimiento anual del 13,4%. ¿Qué tiene que ver esto con la cultura, con la filosofía, con los idealismos libertarios? Absolutamente todo. Se necesita de manera urgente la construcción seriada de riesgos que nos acerquen al colapso, al temor de existir en carne y hueso, además de en el mundo digital. Dos formas de concebir el daño de la violencia, dos formas de jugar con la humanidad, dos formas absolutas de generar el caos desde la obviedad.

    Navegamos, si excepción alguna, entre diferentes discursos que manejamos de manera pública e íntima. La intimidad pornográfica que otorgan las redes sociales es sustancial para generar temores traducidos en la necesidad absoluta de contar con un aparato de “seguridad” que nos permita gozar de nuestras libertades, derechos y excepciones, todo bajo el manto de un bien común totalitario. Nadie fuera de las ficciones digitales deberá contar con los derechos absolutos que le ceden la cámara negra. En este mundo de carne y hueso, digamos, una vez pasados por el tamiz del escenario digital donde la coherencia es excelsa y por supuesto rige con sus normas lógicas, la venta de la “seguridad” virtual como herramienta del futuro es urgente y altamente remunerada. Sin embargo, el mundo digital no reina sobre el campo, en las comunidades en pobreza extrema, sobre la gente de a pie que trabaja y necesita más sobrevivir que vivir.

    En una de las acepciones de la RAE, la Seguridad “es lo dicho de un mecanismo, que asegura su mejor funcionamiento”. Por supuesto, respecto al mundo digital, nosotros formamos parte de ese mecanismo que nutre de temores a una misma máquina que nos brinda aparentes opciones de “seguridad”. Es ridículo escuchar a los usuarios de todo modelo digital que exclaman su sentir acerca de la gran inseguridad que viven porque su información es pública o porque sus publicaciones son atacadas. Todos sabemos qué debemos hacer, sin embargo, el totalitarismo que generan los modelos digitales es tal que la realidad se confunde y engendra autómatas temerosos, sin importar grados académicos, profesiones o creencias. La estupidez humana es una navaja que corta parejo. Los individuos que en el mundo digital reclaman derechos, seguridad y pluralidad, olvidan las tradiciones a las que se ciñe cada cultura en la geopolítica. Mientras que en las redes pelean, es muy probable que su pueblo apenas sobreviva a la hambruna, a la violencia.

    Diversos países europeos, por ejemplo, han comenzado programas piloto de microchips implantados en las manos y brazos para sustituir las tarjetas de débito. Muy interesante. Me pregunto ¿cuál sería la lógica en un país como el nuestro en el que la violencia nos puede dejar sin miembros? El discurso de la “seguridad” fuera del escaparate virtual es un fracaso en Latinoamérica, pero ese caos análogo nos permite mantenernos lejos de la manipulación total de la “seguridad” como una herramienta de control absoluto, misma que no deseo.

    En la medida en que la “seguridad”, como discurso digital, sólo se convierta en una herramienta que genere a propósito problemáticas insustanciales y, con esto, preocupaciones reales, la violencia verdadera, de carne y hueso, dejará de tener impacto sociopolítico. La señora que camina con su varilla en búsqueda de su hijo no es un dato digital relevante que genere una ganancia en términos económicos, porque esa realidad es negada de facto no solo por el mercado electrónico, sino por el aparato gubernamental.

    Importa bastante la realidad digital que aborda BlackRock y otras financieras respecto a sentirnos seguros en el mundo. El control y la “seguridad” que importa no deja sangre sobre las calles, sino que debe generar miedos anodinos, para obligarnos a temer a todo lo que esté afuera y que me pueda dañar. Así pues, los ofendidos que abundan en el planeta son la materia prima de los mercados que venden “seguridad” a la medida. Aplaudo que Latinoamérica sea aún una región análoga donde los muertos tienen peso y la violencia está viva, genera memoria, dolor y solicitudes de acción y respuesta de todo gobierno.

    Publicado en El Universal

  • Peter Brook, una apertura revolucionaria del color de la piel

    julio 10th, 2022

    1. En la década de 1960, Peter Brook fue parte de esa generación de grandes nombres del teatro de occidente, formada por Peter Weiss, Jerzy Grotowski, Jan Kott, Peter Stein, entre otros directores, pensadores y autores que revolucionaban la escena contemporánea. Heiner Müller estaba presente desde otro escenario como también Jean-Claude Carrière, Botho Strauss, Caryl Churchill, Peter Hanke, Harold Pinter, Edward Bond, Ingmar Bergman y Samuel Beckett, todos en distintas edades e intereses, sólo por mencionar a algunos.

    II. De esa época de amor y paz, de posguerras y guerras presentes, se rescatan revoluciones estéticas subversivas. El espacio creativo entre Asia y Occidente se redujo, se compenetró hasta generar una sola tradición escénica que perdura hasta la fecha más allá de los puritanismos propios de cada cultura. El teatro contemporáneo es ya una mezcla de técnicas extraídas de los rincones más inesperados del orbe.

    III. Durante mi época como estudiante de teatro, en una de mis lecturas (no recuerdo si fue en Teoría teatral de Vsévolod Emílievich Meyerhold o en otra publicación de biomecánica teatral) se proponía qué color de piel y fenotipo deberían tener los actores que representaran tanto las obras de William Shakespeare como de otros autores de occidente. Por supuesto, Hamlet debía ser alto, de ojos azules, barbado… y recuerdo que en nuestro país siempre es un tema de debate cómo tiene que ser Hamlet físicamente, mejor dicho todos los personajes occidentales; impensable que fuera un moreno. Este tipo de discusiones para mí siempre han sido demasiado ociosas. ¿Qué más da el físico de Hamlet, por ejemplo, cuando lo que importa es el drama y la construcción de la tragedia? ¿Acaso en esa ruta trágica el príncipe de Dinamarca no puede ser el príncipe de Nigeria? Hoy en día, sobre todo al ver teatro en inglés, cuna del bardo, Hamlet es lo mismo un negro que un hindú o que un árabe. Rescatan el drama no el físico, pero me sorprende bastante el asombro de los directores de mi generación que piensan en la revolución racial que se logra desde la escena en la actualidad; parece que no conocen la historia del teatro mundial.

    IV. Si hablamos de la herencia del teatro de Peter Brook, más allá de su espacio vacío y sus consideraciones del drama, la dirección y la dramaturgia, lo que más interesa fue su rompimiento con el puritanismo occidental y la inclusión de actores, de diferentes tradiciones, colores de piel, lenguas y sueños. La conformación icónica en su momento de la compañía internacional de Peter Brook, se debe en parte a Jean-Louis Barrault y a su Teatro de las Naciones, que llevaba a cabo un trabajo plural donde las tradiciones del mundo se reunían en una sola voz, síntesis creativa que intuyó y comprendió Brook de inmediato.

    V. Pienso que la consumación y rompimiento del canon del teatro occidental lo propició Brook con su puesta en escena del Mahabharata, que luego fue película en versión de Jean-Claude Carrière, en la que colaboraron Ciarán Hinds, Ryszard Cieslak, Hélène Patarot, Yoshi Oida, Tapa Sudana y Erika Alexander, entre otros grandes actores multiculturales. Por supuesto, se puede argumentar que no fue Brook si no Barrault, o el propio Eugenio Barba, o el que la crítica desee, quienes de alguna forma generaron también esta revolución, sin embargo, el alcance internacional de Brook no tenía parangón y el ejemplo a seguir fue él.

    VI. Durante mi estancia en el Royal Court Theatre aún noté cierto tradicionalismo cultural y sajón donde el teatro de Shakespeare, por lo menos, era cuasi sagrado y lo era aún más la repartición de sus personajes entre actores de prestigio [ni qué decir del teatro contemporáneo]. Para mi sorpresa, vi en el Old Globe una representación del Romeo y Julieta con una actriz negra. Ahora, más de una década después, se ha comenzado a romper el paradigma de la piel. ¿Qué más da quién interprete a Macbeth, a Coriolano, a Hamlet? Mientras que el actor tenga buena factura, lo demás no importa… es una idea, ya que el tradicionalismo siempre estará presente.

    VII. Como suele ocurrir, lo que hoy se presenta como vanguardia se viene gestando hace más de seis décadas. Por supuesto, de ese Mahabharata entusiasmaba más la pluralidad actoral que claramente daba juego a una puesta en escena infinita. Los paradigmas que se rompen en pleno siglo XXI acerca de la representación escénica y sus posibilidades invitan a mantener con vida no sólo al teatro clásico sino a revalorar y dimensionar, por ejemplo, el drama desde la fabulación que atrae o repele al espectador. Por supuesto, hoy resulta anacrónico el que desee un Hamlet rubio.

    VIII. Lo que más extrañé de Brook en su carrera fue su cine; sencillamente no encontró en ese lenguaje la posibilidad que le daba la escena, además de argumentar el proceso largo y costoso que significaba una película. Entre El señor de las moscas, El rey Lear, Marat/Sade, Seven Days… Seven Nights…, Marat/Sade fue sin duda la cumbre de su cine, fue la cuna, mapa y territorio para un estilo de cine europeo donde el peso del trazo escénico marcaba tanto la diferencia entre directores meramente cinematográficos y directores escénicos llegados al cine. Ambos estilos gestaron grandes obras. ¿Quién diría que Persona de Ingmar Bergman era anquilosada por ser tan teatral? O inclusive El huevo de la serpiente. Vale la pena decir que el lenguaje teatral de Bergman y Brook era uno de cuadro a cuadro, gestar la plástica y contar la historia, como también lo hizo Stanley Kubrick, sobre todo en The Killing, y luego en Barry Lyndon. Hoy, el cine parece encorsetado; todo sabe a lo mismo.

    IX. Sin duda alguna, el teatro contemporáneo le debe mucho a Peter Brook. Él se encargó de eliminar el peso racial de la escena europea; hoy, teatro y cine ha entendido hasta cierto punto que, así como la demografía cambia las historias contadas en las tablas o en la pantalla, debe apelar por fin al público, a ese que debe reconocerse y ser uno con la tragedia y la comedia sobre el escenario. El puritanismo no puede existir en las artes como tampoco un apartheid por colores de piel, fenotipos o acentos de la lengua. Entendamos de Brook el cosmopolitismo propio del arte, pero, dicho sea de paso, los creadores también deben alejarse del victimismo… Mucho que pensar.

    Publicado en Confabulario

  • Orhan Pamuk, la vida entre la peste

    julio 4th, 2022

    Una revisión bélica


    Hace un par de meses me encontré con los fundadores y directores de Defenture, una empresa holandesa dedicada al diseño y la manufactura de vehículos tácticos, que podían ser artillados, específicamente para el mercado militar y policíaco a nivel mundial. En la conversación detallaban con alegría que, debido al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, la Unión Europea estaba fortaleciendo la economía de guerra. Tan sólo Alemania invertiría más de cien mil millones de euros para reorganizar y actualizar su armamento. El mercado industrial castrense está abierto hoy para generar empleos y una revolución económica sin precedentes que fortalecerá las arcas bélicas de Europa en este inicio de siglo. (Todo esto me resulta un tanto sospechoso y, al revisar la historia del último siglo, espero no se repitan las catástrofes de ese arcaico tiempo de zares y líderes ideologizados en nuestros días).
    Lo que la gente no entiende, declararon los empresarios, es que el “mundo” tanto en occidente como fuera de ese estadio geopolítico es que: las grandes guerras europeas artilladas quedaron en el pasado, pero así también de obsoleto es su armamento. Europa y los países miembros del bloque económico están completamente a la deriva militar respecto al avance marcial de países como Corea y China. El “mundo” vive un mito de la Europa poderosa ahora inexistente, su posicionamiento se debe más a las películas de Hollywood que a la realidad. Se ha olvidado que la economía como instrumento de control y defensa no lo es todo, manifestaron los holandeses.
    Al hablar de la “guerra” entre Ucrania y Rusia, los ejecutivos ganaron la partida. Anticiparon mi pregunta y pidieron mi punto de vista. “Para mí es un conflicto, que no guerra, regional”. Claro, respondieron, eso es NO es una guerra como estamos acostumbrados a entenderla. Es un problema entre dos naciones que luchan por un territorio y que necesitan, mencionaron, establecer su presencia económica y geográfica en la región. Ucrania, siguieron, no formará parte de la OTAN, por lo menos no cuanto antes, deben pagar su cuota protagonista en la región. Antes que Ucrania primero Finlandia y Suecia estarán en la OTAN, siempre y cuando Turquía apoye la moción internacional. Lo interesante, continuaron, es que el mundo entero conoce ahora a una Rusia disminuida, sin los grandes arsenales, sin los grandes soldados, sin el poderío militar tan presente en el ideario internacional desde la Guerra Fría.
    ¿Pero acaso no es una estrategia, cuestioné, que Rusia no muestre su poderío en un conflicto local? Puede ser, contestaron, pero hay que voltear la mirada al resto de Europa, sin están dispuestos a gastar en tecnología militar ahora es porque no quieren verse en el espejo de Rusia en los próximos años (este fue el punto de coincidencia con Orhan Pamuk y sus reflexiones en torno a la guerra). ¿Quién podría respetar al bloque europeo si se le viera disminuido? ¿Contra quiénes serán las guerras futuras?

    Pamuk el contemporáneo


    Los turcos hemos tenido, históricamente, miedo de los rusos, comenta Orhan Pamuk, cuando lo cuestiono sobre el contexto político actual y la supuesta alianza entre el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan y su homólogo ruso Vladímir Putin. No hay tal alianza, después de todo, sigue diciendo el Nobel, todos en este momento deben cuidar las formas. Sin embargo, Turquía está en guardia y no cederá tan fácil a las presiones rusas como miembro de la OTAN.
    Orhan Pamuk, el ganador del Premio Nobel de Literatura 2006, es un tipo amable, de pensamiento ágil y certero. No pierde el tiempo con presunciones literarias ni reflexiones sobradas, atiende la conversación con una economía asombrosa y sintética. El profesor que dicta cátedra en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, entra en la dinámica de la entrevista, el mar digital que nos separa no es ningún obstáculo para permitirnos dialogar a sus cinco de la tarde, a orillas del Bósforo, y a mis diez de la mañana en la Ciudad de México. A sus espaldas veo las paredes de libros un tanto desordenados. Ni siquiera pretendo entender los títulos, no se ven, apuesto que varios de los libros están en cirílico.
    Las noches de la peste de Pamuk es una obra concisa en su extensión, más de 700 páginas. Es una obra violenta, sin duda, con la elegancia propia de una denuncia de los grandes malentendidos de la humanidad desde el sesgo mismo de la naturaleza que a todos nos nombra, marca y destina. A partir de la lectura que hago de la pieza de Pamuk, por su composición, me recuerdo a El nombre de la rosa de Umberto Eco, el tono histórico, la pasión por explorar e investigar de los personajes médicos… amén del espíritu de la narradora me acercan más a la narrativa de Guillermo de Baskerville y de Adso de Melk. Luego de haber leído Nieve, novela del escritor turco que viene a colación debido a la importancia de la ciudad de Kars como un punto de referencia respecto a la herencia bélica entre Rusia y Turquía, pienso que Pamuk, como todo gran escritor, es más un biógrafo de su país que un narrador de ficción.
    Lo que me interesa de Pamuk es su crítica política que, alejada de la tibieza de otros escritores, se confronta, por ejemplo, con Recep Tayyip Erdoğan el líder turco que intentó meterlo a prisión por exponer la falta de libertad de expresión a la que se enfrentan escritores y periodistas en Turquía. Sin libertad de expresión no hay democracia, comenta Pamuk, cada escritor turco y periodista que se atreve a levantar la voz es aprisionado, pero al salir de las cárceles esos mismos personajes vuelven a levantar la voz en contra del régimen. El Nobel declara, que no tiene miedo de estar en prisión si así fuera por su crítica en contra del régimen. Si bien esa declaración me hace admirarlo, pienso que no necesariamente en este tiempo debes estar preso como escritor para ser nulificado… la complejidad de la prisión social es mucho más fuerte hoy en día.

    La verdad desde la literatura


    Al leer Las noches de la peste no dejé de pensar en El nombre de la rosa, me pareció un relato parecido al de Umberto Eco.
    Orhan Pamuk: Quizá piensas eso por lo detectivesco. Es una novela completamente diferente. Me halaga la comparación. Conocí a Eco, fuimos compañeros en la Universidad de Bolonia, lo admiro. Las noches de la peste tiene algunos apuntes detectivescos, sobre todo, pienso que lo imaginas así porque la gente, los personajes de la novela, siempre están analizándolo todo como bien podría hacerlo Sherlock Holmes. Te cuento que el sultán Abdülhamit II, el patriarca despótico que aparece en la novela, que permaneció en el poder más de tres décadas, amaba al personaje de Holmes e inclusive invitó Arthur Conan Doyle a nuestro país para condecorarlo. Pero esta novela en sí dista mucho de la obra de Eco, pienso.


    ¿Cuál es el rol de la literatura en este momento en el que los modelos políticos están desgastados y la pandemia ha jugado un rol importante en la modernidad?
    Orhan Pamuk: No lo sé. Por el momento hay una guerra en Ucrania. Rusia constantemente lanza ofensivas contra el país vecino. A través de mi ventana solía ver el navegar de los buques de guerra de la ex unión soviética. La guerra es algo muy cercano a mí. Los grandes destructores rusos, por ejemplo, ya no navegan las aguas del Bósforo gracias a la Convención de Montreux. Esto se refiere al pacto de 1936, firmado en Suiza entre el Reino Unido y Turquía, que les permite a los turcos tener autoridad sobre quienes navegan por el Bósforo y el Dardanelos. La literatura en tiempos de guerra siempre se encuentra indefensa. Incluso en los tiempos del coronavirus la literatura no tiene un valor por sí misma. La literatura, por lo menos para mí, no es utilitaria. Más de la mitad de la literatura que conocemos es tan sólo expresión sensible. Para mí la literatura es una forma de vida. Aunque por el momento no he escrito nada por estar ocupado con catalogar las fotografías del “Museo de la inocencia”. Pronto se realizará una serie televisiva de eso. Escribo, en todo caso, porque me gusta vivir en esos mundos imaginarios a los que doy vida.


    ¿Escribe entonces para explorar el comportamiento humano?
    Orhan Pamuk: Pensé en escribir Las noches de la peste hace 40 años. Hace 45 años, cuando era un joven, leí La peste de Albert Camus, me gustó muchísimo. Me dije entonces que escribiría una novela acerca del tema en cuestión. Pero en ese tiempo quería escribir una obra sobre la metafísica de la muerte. Es muy fácil matar a la gente en una novela sobre la pandemia. Pasaron diez años luego de eso y sentí que esa novela tendría que escribirla en una etapa madura de mi vida. Luego al seguir estudiando retomé un poco del pensamiento de Edward Said acerca de su planteamiento de Europa: la idea de las diferencias fundamentales entre occidente y oriente, además de sus condicionantes políticas. Lo pensé así porque los extranjeros visitaban Turquía, en todo caso Estambul, durante los grandes momentos trágicos pandémicos declaraban que: “estos turcos, estos no europeos, estos musulmanes, no están interesados en cumplir con las cuarentenas, sino que son fatalistas y suicidas”. Debido a esto pensé en escribir una novela que luchara en contra de esa ideología. No obstante, también abandoné esa idea. Con el paso de los años me di cuenta de que en 1897 hubo en Turquía una pandemia; más importante aún, me di cuenta de que en China y la India miles de personas perdieron la vida durante ese tiempo también por causa de la peste. Me impactó la idea de que muy pocos habían muerto en América por la misma enfermedad. Eso me llevó a reflexionar acerca de las diferencias entre oriente y occidente. Estudiando un poco más descubrí que en el siglo XIX, tanto en Rusia como en Polonia, hubo revueltas sociales por las cuarentenas impuestas por los gobiernos. La gente detesta las cuarentenas, son detonadores de violencia. También la gente, bajo estas circunstancias críticas de salud siempre quiere que el gobierno le brinde dos cosas: “por favor, gobierno, sálvanos” y “por favor, no interfieras con mis negocios ni con mi privacidad”, la gente pide demasiado. Pensé en desarrollar mi novela situada en el conflicto de una peste, cuando el gran imperio Otomano estaba en proceso de declive. Mis bisabuelos trabajaron para la burocracia del imperio así que retomé un poco de esa nostalgia familiar que me ayudó a concretar este largo viaje para darle vida a esta novela.


    ¿Pensó en abandonar este proyecto para no parecer oportunista?
    Orhan Pamuk: No, porque comencé a escribir la novela tres años antes de la pandemia. En ese momento mis amigos me preguntaban por qué escribir acerca de una pandemia en tiempos modernos cuando estas emergencias de salud ya no existían. Ahora me dicen: qué suertudo eres. Pero no se trata de un asunto de suerte. Mi tía fue una de las primeras en morir por causa del coronavirus en Turquía. Sé de qué estoy hablando. Pensé, claro, en abandonar el proyecto o retomarlo luego de la pandemia para no parecer oportunista. Así que preparé el terreno para cuando la novela estuviera lista, y publiqué en el New York Times el artículo What the Great Pandemic Novels Teach Us (23 de abril del 2020: https://nyti.ms/3y5gOLY), donde hablaba acerca del trabajo que estaba realizando a partir de los siguientes temas y referencias: “el libro de Daniel DeFoe El diario del año de la peste; y luego la obra de los Los novios de Alessandro Manzoni, donde aborda la peste milanesa de 1630. Así que en ese artículo me dediqué a explicar cómo la humanidad reacciona ante la gran amenaza que resultan ser las pandemias”. Lo primero que ocurre es que todo mundo está en negación, la gente, el gobierno, incluso a veces los afectados, todo mundo lo niega. Luego los contagios suben y se genera el pánico. Lo segundo que ocurre es que se expanden los rumores, la desinformación, el caos de las palabras que todo lo complica aún más. Hoy, por ejemplo, los turcos, los judíos, los musulmanes en general, además de los mexicanos, no creyeron en la gravedad de la pandemia. Todos ayudaron también a generar desinformación. Y, para finalizar, si los gobiernos no pueden contener el caos se tornan autoritarios. Antes, por ejemplo, en la antigüedad, colgaban a la gente, los agredían brutalmente, y si en tu casa había contagios tapiaban las puertas de los hogares con contagios para evitar la propagación del virus y para contener la violencia. Por otra parte, comencé a escribir esta novela porque el gobierno turco fue haciéndose más autoritario y no por la pandemia sino por el ejercicio del poder medieval que lleva a cabo el gobierno en turno. Con este libro quise plantear una alegoría a partir de la peste, que me ayudara a plantear la degeneración política de Turquía. Sin embargo, una de las preguntas que más me han hecho a partir de la publicación de esta novela es que sí cambié su contenido debido a la pandemia presente y la respuesta es que no. No cambie nada. Lo que intenté con este trabajo fue tratar de eliminar la idea de que la obra misma era un documento acerca de mi punto de vista del coronavirus, no tiene que ver con eso.


    ¿Qué opina de lo políticamente correcto?
    Orhan Pamuk: Todo y todos los políticamente correctos pecan de ingenuos.


    Me sorprendió la voz de un personaje femenino tan fuerte, esto es: quién vierte la novela por la palabra, Mina Minguerli, es una historiadora en un mundo acotado por los hombres.
    Orhan Pamuk: En mi caso es una apuesta de estilo, un reto creativo. Por ejemplo, mi próxima novela también será narrada por una voz femenina musulmana. Lo que pretendo es alejarme, con este ejercicio, de los prejuicios que puedo tener como hombre de oriente. Pienso que para mí es una limitante que debo eliminar. Basta de escribir desde ese punto masculino y musulmán. Debo retomar nuevos retos. Basta de mí. En Las noches de la peste la narradora es una historiadora, una académica, yo mismo soy un académico, me intenté burlar un poco de todo este mundo intelectual y encorsetado donde lo políticamente correcto existe y se fortalece. Uno mismo se encuentra luego amarrado a dicha tendencia. Mi personaje abomina el nacionalismo, pero termina por declarar el amor a su país. Escribir ficción tiene que ver con nuestra capacidad para identificarnos con todo tipo de personas que no son como nosotros. Ese fue el reto. Asimismo, otro de los puntos de partida para la creación del personaje de Mina Minguerli, radica en mostrar a una mujer atípica que rompe con los estándares anticuados de las mujeres musulmanas de clase media que no andan por las calles libremente. Estas mujeres estaban sujetas a sus hogares, a los harems, a todo tipo de ataduras a las que las mujeres de clases bajas no estaban sujetas porque eran la mano de obra, las que ayudaban en las casas, la servidumbre.


    En Las noches de la peste la comedia y la ironía son elementos de la ficción que pretenden volver más ligero el caos que se vive en ese mundo otomano. ¿Por qué tomar la decisión de utilizar esos detonantes?
    Orhan Pamuk: Siempre que escribo una novela, todas mis novelas, mi primera lectora es mi esposa. Así que, cuando ella llegaba de trabajar, le contaba que durante el día había escrito dos o cinco cuartillas de mi nueva novela y le decía: “estoy escribiendo una novela chistosa acerca de la pandemia”, a lo que ella contestaba: “sigue, sigue haciéndolo”. Porque de haber escrito todo tan trágico y melodramático se habría convertido en cliché. Durante una tragedia la muerte se torna en algo común, no tiene sentido dramatizar cada muerte que se da. Por supuesto, cuando muere un personaje relevante en la pieza, ahí sí se debe generar otra atmósfera, darle el peso correcto. Pero fuera de eso, la muerte misma es un tema más durante una pandemia o catástrofe; no es que no tenga valor, sino que es un elemento más que narra la historia de las cosas.
    Por otra parte, existe una gran diferencia entre la peste de antaño y la pandemia de nuestro tiempo. En los viejos tiempos la gente era iletrada, la gente que moría era iletrada, por lo menos en el tiempo en el cual se lleva a cabo mi novela [1901]. En esa época, por ejemplo, en Turquía apenas un cinco por ciento de la población sabía leer y escribir. Así que la gran mayoría perdía la vida sin saber qué ocurría en el mundo. Hoy, por el contrario, existe la suficiente información para saber qué ocurre en nuestra propia tierra y en el mundo.


    ¿Cuál es su punto de vista acerca del conflicto entre Rusia y Ucrania?, toda vez que Turquía ha sido a lo largo de la historia un país en constante tensión con el pueblo ruso; por ejemplo, desde los años 50 con el conflicto internacional propiciado por los misiles estadounidenses Júpiter, ubicados en Esmirna. ¿Qué rol juega hoy Turquía como vecino de la guerra?
    Orhan Pamuk: La gente, mis lectores de México, deben saber que los enemigos eternos del imperio otomano fueron los rusos. En tiempos modernos, digamos durante la Guerra Fría, ese conflicto geopolítico entre Estados Unidos y Rusia como super potencias generaron demasiada tensión mundial, sobre todo, siempre llenó de temor al pueblo turco. Inclusive cuando Turquía se unió a la OTAN fue debido a que Iósif Stalin, luego del fin de la Segunda Guerra, comenzó a pelear por dominar más territorios entre los que se encontraba el otrora imperio otomano, pero específicamente quería apoderarse de la ciudad de Kars, bajo el argumento de que antes había pertenecido al imperio ruso. Lo que generaba temor entre los pobladores de la región.
    Así que se dio una alianza con Estados Unidos. Hoy, puedo decir, que esa parte de la historia turca es también la que potencia el impulso de Vladímir Putin para llevar a cabo su guerra. Por otra parte, Recep Tayyip Erdoğan, y sus afrentas políticas generadas para dar la percepción de que Turquía abandonaría la OTAN no es sino una forma de chantaje en contra de los Estados Unidos. Él deseaba generar su propio caos bien medido. No obstante, al inicio del conflicto del momento, Turquía se alineó a la OTAN y le vendió armas a Ucrania. No obstante, Erdoğan regresó a sus prácticas populistas, tiene una agenda política definida. Pero, por encima de todo eso, la población turca le teme a Rusia.


    ¿Hacia dónde va la humanidad?
    Orhan Pamuk: No lo sé, no soy pesimista. Me agrada la idea de que Emmanuel Macron haya ganado en Francia, esa es una respuesta en contra de la extrema derecha. Asimismo, en Estados Unidos, Donald Trump, perdió las elecciones. Pienso que el mundo hoy está más preocupado por comenzar a generar un sentimiento de igualdad mundial. Pero lo que sí puedo decir es que el conflicto entre Rusia y Ucrania sirvió para que el mundo se diera cuenta de que Rusia no es tan poderosa como se creía y todo ha estado basado en una ficción.


    Respecto a la guerra, concluye: “Es inmoral que Rusia, así como quiso hacerlo con Turquía, vaya en contra de un país porque no quiere anexarse al bloque de la ex Unión Soviética. No hay necesidad de que miles de personas mueran. Pienso hoy que todos debemos sentir horror por la muerte de los otros”.


    Justo al finalizar la entrevista, Turquía apoyó la inclusión de Finlandia y Suecia en la OTAN, siempre y cuando se tomen medidas drásticas en contra de los grupos kurdos catalogados como terroristas. La historia entre turcos y kurdos, por lo menos en la historia inmediata, nos traslada hasta el 2019 cuando Turquía se adentró en el norte de Siria para combatir a los kurdos y la presencia del Estado Islámico, lo que le valió el desdén de Estados Unidos y de la Unión Europea (pero un desdén medido, no olvidemos que Turquía también se convirtió en el traspatio europeo de contención de migrantes). En ese tiempo, Donald Trump, catalogó la incursión militar como una iniciativa y guerra sin sentido, que no dista hoy de lo que ocurre entre Rusia y Ucrania, dos países que se confrontan por una circunstancia territorial. Disputa divertida para la Unión Europea que aprovecha el tiempo para hacer que China sea considerado como el país peligroso que puede acabar con el sueño de occidente como medida de todas las cosas. Orhan Pamuk es un hombre de su tiempo, por supuesto, que espera todos los días su entrada a prisión, como sus colegas, por la libertad absoluta que tiene su pluma. El siguiente movimiento será de Recep Tayyip Erdoğan… hay que esperar a que lea el tablero.

    Publicado en Confabulario

  • Nada es sagrado

    julio 3rd, 2022

    Mientras escribo, leo los lamentos sociales por la muerte, a manos del crimen organizado, de dos sacerdotes jesuitas: Javier Campos Morales y Joaquín Mora Salazar, asesinados en la sierra tarahumara por uno o varios matones. Se dice que ya se tiene en la mira al responsable o responsables de los hechos (no sé si creer semejante declaración oficial); sin embargo, no hay más remedio, las fiscalías tienen tan mala reputación que es imposible creer cualquier declaración, así sea del ejecutivo federal.
    No hay nada amable en el reinado del crimen en nuestro país, lamento la decadencia en la que estamos. Lo lamento sobre todo porque la normalización de la muerte, por el crimen, nos ha vuelto insensibles a la tragedia. La vida, el deber y la civilidad han perdido su valor como algo “sagrado”. Lamento la muerte de ambos sacerdotes de la misma forma en la que LAMENTO la muerte a sangre fría y la desaparición de mujeres, niñas y niños en nuestro país. En ese lamento va implícito el temor de que ese horror toque a la puerta de mi familia. No puedo hablar, como hacen los líderes de opinión, acerca de sentir “rabia”, al escuchar y conocer cualquier tipo de crimen, no. Tengo miedo, eso sí, a una espiral de violencia en la cual la gente a la que amo y estimo pueda entrar sin salida.
    Así como la rabia, el temor es también propio de los animales; la primera muere de un tiro y la segunda puede germinar cual planta espinosa que terminará por dañarlo todo. Las comunidades con miedo son capaces de mutilar y quemar vivos a quien sea; lo vemos en Puebla, por ejemplo, donde el miedo y la ignorancia pueden convertir a cualquiera en salvaje sin importar edad. No quiero imaginar el miedo y su capacidad en lo macro. Cuando hablo del miedo, lo digo porque yo sería capaz de generar un caos absoluto al ver lastimado a un miembro de mi familia. Por otra parte, la “rabia”, “indignación” y la “condena” son declaraciones sinsentido cuyo objetivo es apuntalar las buenas conciencias que sufren por los demás (lavarse las manos). No hay que condenar, rabiar ni indignarse… hay que trabajar para eliminar los miedos… necesitamos conectar con lo “sagrado” y no me refiero al sentido religioso per se, sino al “deber” que nos debería fraguar como sociedad/país.
    “Ni los dioses ni los hombres tienen una relación directa con lo ‘sagrado’, los hombres necesitan de los dioses y los dioses de los mortales”, escribe, si no me equivoco, Martin Heidegger, en sus reflexiones en torno a la obra del poeta alemán Friedrich Hölderlin. Es una postura romántica, sobre todo cuando aborda la necesidad que tenemos de los dioses para poder conocer lo que es “sagrado”.
    Ese romanticismo existencialista, por llamarlo así, nos habla de una comunión de acuerdos, de códigos, de palabras, de sentimientos que, al compartirlos [dioses y humanos], nos permiten entender cómo comportarnos al participar juntos de la misma información, palabras y objetivos. Ahí está lo “sagrado” … por no llamarlo Dios. De esto surge la pregunta: ¿qué es sagrado en nuestro país? Podría extender el planteamiento global, pero no me importa la no-guerra [espectáculo] de Ucrania, ni los conflictos del parlamento israelí, ni las luchas regionales de Taiwán. De este lado del mundo, en mi tierra, me importa la paz, así de romántico, porque la ficción del Estado hace tiempo que perdió todo tipo de sacralidad, aunque, por lo menos en México, las referencias al cristianismo, vía el protestantismo, son cada vez son más fuertes en el campo político.
    (El Palacio de Bellas Artes rendido ante el capo de la Luz del Mundo, y violador, Naasón Joaquín García, acompañado de las cabezas de la política nacional es una medida para el sistema que nos gobierna. La religión en un palacio para las artes, ese es el constructo cultural que nos rige en la actualidad).
    Cuando en la infancia veía (obligado) el informe presidencial, pensaba en la gran capacidad de atención que debería tener el presidente en turno para lanzar sendas peroratas que a nadie interesaban y que podían ser resumidas en una cuartilla. Los logros de cualquier gobierno, de conocer a cabalidad el ejercicio de comunicación gubernamental, pueden resumirse, por supuesto, en 1500 caracteres. No se necesita más. La liturgia política de más de ocho horas era significativa porque era el rendimiento del pueblo ante la figura sagrada lo que contaba. Falacias o no, lo que se construía era el fundamento del Estado.
    Esa figura todopoderosa del presidente generaba un espectáculo que se diluía, a medida que el informe de gobierno tomaba su curso, para quienes éramos niños y veíamos con atención el poderío del personaje que, si bien no era un héroe, sí era una figura ideológica que rozaba la perfección. Nadie, siendo niños, pensábamos que los políticos eran simples mortales con vocabularios limitados y deseos carnales como cualquier otro humano. Ya grande me llevé desilusiones inusitadas al saber que los políticos en su raíz eran tan pecadores como el señor que con honor lustra zapatos en cualquier esquina y que probablemente tendría más pudor que el político.
    Como ciudadanos, vamos pues a brindarle un poco más de fe a la clase política, que mucha falta le hace. En la preparación que recibí desde la infancia, primero como franciscano, luego como adventista obligado, y al final como jesuita por condición filosófica, aprendí que la vida es, por encima de todo, lo más sagrado que tenemos. Invaluable. Puedo entender el fundamento de dicho postulado teológico como una medida de evitar la muerte sin sentido, las cruzadas demostraron que la vida era tan sagrada como el objetivo de la conquista. Hoy la vida, nos pese o no, se ha convertido en cifras en graficadas, la muerte de uno y millones no implica un verdadero cambio en la humanidad. Al contrario, en un mundo de más de siete mil millones de personas, bien podrían desaparecer del mapa, por lo menos, la mitad, y no habría implicaciones catastróficas sino más abono para la tierra. Por radical que se escuche, ¿cómo podemos calificar situaciones bélicas como las ocurridas en África a lo largo de décadas… en Asia, en Medio Oriente? Cada conflicto bélico que se alienta en la actualidad lleva implícito, además de una lucha económica, una delimitación del crecimiento poblacional por la reorganización de la sociedad que entra en conflicto.
    En el caso de México, debemos llegar a un acuerdo donde la relación, en este caso con los dioses o nuestra clase política, con quienes somos los gobernados, tengamos puntos de referencia para hablar y significar todo aquello que sea sagrado. Aclaro, el crimen es, en la actualidad, lo único “sagrado” en el país. Es la deidad absoluta sobre la cual existe un acuerdo en común. Aceptamos no sólo la muerte sino el crimen como el vínculo y símbolo entre sociedad y gobierno. Si esto es así, por supuesto, tenemos un narcoestado y no porque el ejecutivo federal forme parte del crimen organizado sino porque desde el poder mismo se sabe de la existencia del crimen, se habla de él, hay funcionarios que participan de él, se acepta que está encima de todos y por tanto es una deidad.
    Ni la paz social, ni el bienestar, ni la educación, mucho menos la cultura, forman parte del ideario compartido entre estado y sociedad. Si no existen en el estadio político como fundamentos no pueden traducirse a las comunidades, no hay liturgias para adoctrinar porque lo único que subyace es el miedo extremo. Me sorprende que durante los últimos años se ha hablado de un “cambio” en México, pero ese cambio no tiene fundamentos reales en buscar objetivos sagrados. Es un cambio vacío donde la única excusa es la patria y sus actores como símbolos santos, pero estamos en un estado laico donde los héroes mismos son prohibitivos por la gran carga doctrinaria/neo-religiosa que tienen.
    Si lo único sagrado que existe en México es el crimen y todos necesitamos huir de eso, no existe más una relación entre política y sociedad. En la medida en que la clase política logre no sólo sacralizar de nuevo los valores que puedan mercar con el pueblo, sino cambiar el discurso nacional, podríamos hablar de un momento político interesante en el país. La muerte de los sacerdotes jesuitas acusa de un nuevo nivel de impunidad, han tocado a los representantes de Dios en la tierra; dicho sea de paso, el Papa es jesuita. “Si Dios no existe, todo está permitido, le hace decir Fiodor Dostoievski a uno de los hermanos Karamazov. Conforme el aumento de la violencia fue conquistando nuevos espacios regionales, y la muerte de niños y niñas, mujeres, dejó de tener impacto, asesinar a Dios en un estado como el nuestro era el siguiente paso.
    El cinismo ante la muerte de los hermanos jesuitas es de una insolencia absoluta cuando se declara que ellos sabían de lo violento de la zona tarahumara. Esa declaración del ejecutivo es tan llana y estúpida como la de los violadores cuando declaran que la mujer los provocó por ir vestida de tal o cual forma. Si la historia algo nos ha enseñado es que, luego de la muerte de Dios, vienen el reinado de otras ocurrencias absurdas. Estamos viviendo un momento in extremis donde surgen nuevos dioses con liturgias adormecidas, animadas por el deseo del poder por el poder, esto es: tocan la guitarra, la flauta, sonríen y se separan más de la gente… y por supuesto enferman luego de cada reunión en masa… lo otro sagrado es el “silencio” … ese ya está ahí… y es tan poderoso que poco a poco nos daremos cuenta de cómo se pacifica un país que se cae a pedazos sobre todo ahora que avanzamos en la vereda de los cambios políticos.

    Publicado en El Universal

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