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HUGO ALFREDO HINOJOSA

  • Indefensión frente a la silla

    noviembre 9th, 2022

    A Streetcar Named Desire de Tennessee Williams es una pieza dramática que generó revuelo a finales de la primera parte del siglo XX, y le concedió un pase de gloria a Elia Kazan luego de filmar la película a partir de la puesta en escena. En aquellos años, el Macartismo imperaba en Estados Unidos y Kazan fue uno de los directores estadounidenses manchados, hasta la fecha, por ser informante para el gobierno durante la caza de brujas. Hasta antes de su muerte, un sinnúmero de creadores intentaba menospreciar al director, sin embargo, su calidad trasciende toda política y permanece en la historia del cine como uno de sus grandes creadores. Respecto al proceder de Kazan, no lo juzgaría, tengo claro que la lealtad no es propia de todos los hombres.
    Acabo de leer y de ver de nuevo A Streetcar Named Desire. Me sorprende descubrir lo artero y mísero que era Stanley (el obrero pobre) con Blanche (la siempre víctima) y Stella (la esposa sumisa). La obra habla de un hombre que, ceñido al Código Napoleónico [donde todo hombre puede reclamar la herencia de su esposa, por derecho], lucha para salvaguardar el patrimonio de su mujer y de su cuñada: una finca en ruinas perdida por las hipotecas adquiridas. Stanley pide ad nauseam los papeles y derechos de un lugar que sólo en su imaginación tiene un valor económico. Él repite su versión del Código Napoleónico como el único mantra que, pienso, supone le dará la razón frente al mundo imaginario.
    Rescato de la obra el discurso final de Blanche que, a punto de desfallecer, enloquecida lanza esta frase: “Quienquiera que seas… siempre he dependido de la generosidad de los extraños”. Aunque, en apariencia contrapuestas, las palabras de Blanche y las actitudes [más la violación] de Stanley, a lo largo de la obra, los hace partícipes de la misma enfermedad. Necesitan de la caridad del “otro”. Esto es: que el “otro” los entienda a como dé lugar. Más allá del discurso costumbrista, la situación maniquea de la pieza, me recuerda las peroratas sociopolíticas de nuestro momento histórico, vaya, de todo momento. Pareciera que la máxima rigor, por lo menos, durante los últimos 2022 años, es nuestra apuesta perenne de los “otros” tienen la obligación de entendernos.
    Hace unos días, conversábamos a la mesa varios personajes que, por destino, habíamos compartido el tiempo con diferentes gobernantes. Uno de los presentes reparó en “La silla” de todo mandatario, como la encrucijada propia del poder. “Y cómo no”, contestó alguien más, “quién no se va a creer el más grande, si todo el día te están diciendo que eres inteligente, cuando estás sentado ahí”. Me llevó varios días dilucidar las declaraciones, por demás obvias, pero vale la pena reflexionarlas más allá de su inmediatez. Por supuesto, la obviedad nos remite a que el “poder político” todo lo trastoca, pero también entendemos que es momentáneo. Pero no me interesa la exégesis del poder. Me inquieta la necesidad de ser comprendido por los “otros”.
    Ahora que las cunas de los partidos se mueven con más ahínco que otros años [he preguntado a mis maestros si recuerdan unos lances pre electorales tan precipitados y su respuesta es que: no], me conmueve, porque esa es la palabra, cómo los precandidatos intentan fraguar su paso hacia la posteridad política intentando generar empatía en la gente. Entendamos pues que necesitan afianzar el imaginario que deberá afianzarlos en una silla.
    En otra ocasión escribí cómo: “Yo mismo estaría a favor de que todo candidato fuera corrido de las comunidades apenas pusieran un pie en su perímetro, si comenzara a dictar promesas en las plazas de las comunidades a lo largo y ancho de México”. Respecto a este tema embustero, pongo como ejemplo, el ámbito de la cultura. Sé que nuestro país atraviesa sus peores momentos artísticos y culturales, es mi campo de juego; y aseguro que los máximos logros que han tenido las otrora funcionarias del gobierno de Enrique Peña Nieto, se reducen a la utilización de huipiles como parte de su vestimenta, toda vez que la Cuarta Transformación las salvó del ostracismo político, tirando por la borda toda política pública y coherencia. Mientras la imagen oculta, los recintos culturales [museos, institutos y escuelas de artes] del país sufren deterioro y los programas artísticos van en picada porque el presupuesto les fue negado por redirigirlo hacia otros nobles objetivos por desconocidos. Vale la pena recordar cuál fue el papel del arte en las transformaciones políticas de las revoluciones del siglo XX.
    [Agrego: fueron los creadores, en el 2018, quienes al intentar entender al “otro” (al candidato) se dejaron seducir con promesas desestimando sus intereses, optando por una transformación innecesaria desde el ámbito cultural, no obstante, necesaria desde la irrealidad ideológica. Por cierto, mientras que la estrategia de los artistas mexicanos siga siendo pedir más dinero a los gobiernos en turno, continuarán fracasando en el proyecto de cultura al que apelan y pretenden defender. Todos pagamos impuestos, y si parte de ese dinero se destina a la creación podemos reclamarlo desde la inteligencia].
    Hoy, deberíamos reflexionar en torno a los conceptos filosóficos y cómo podemos aprender un poco más de ellos, para entender aquello que nos rodea. Por ejemplo, podríamos hablar del “ser”. Ernesto Priani Saisó, uno de los mejores profesores de filosofía que he conocido, reflexionaba en torno a cómo no existen manuales ni modelos de pedagogía para la enseñanza de la materia, lo que torna complejo el acercamiento con los estudiantes. Respecto a este tema, he aprendido más de Antonio Escohotado y sus lecciones digitales acerca de ¿Qué es la verdad?, que lo aprendido en la universidad. Escohotado, primero, define la “verdad” como aquello que “no debe olvidarse”: no ahondaré en la etimología, con eso basta. Luego vamos por el “ser”: que es “la verdad de las cosas”; esto es: la realidad de las cosas en su infinito por menor que las rodea, lo que se contrapone a lo finito de las cosas como son los sueños y las ideologías. Infinitas… porque todo perdura a pesar de nosotros, la materia en sí; finitas… porque surgen de nosotros, como toda historia que nos victimiza al grado de que, si lo deseamos, podemos convertirnos en héroes sociales, indefensos ante el mundo y los “otros”.
    Regresemos con Blanche y Stanley…
    Supongamos que son reales. La primera, es una mujer enloquecida que apela a la comprensión de los “otros” a sus pasiones. El segundo, desea hacer valer desde su imaginación un código civil que poca resonancia tiene en la sociedad donde vive. Ambos, sin despreciarlos, cumplen con una tarea que podemos trasladar hacia nuestra verdad como una “indefensión” de faz a las ilusiones que los demás deben validar, por obligación, según ellos. Todo gobernante que conquista la silla de un municipio, fiscalía, gobierno estatal o federal, pronto abraza la Indefensión que le otorga ésta. Ante las promesas incumplidas, los errores cometidos, faltas a la verdad, apelarán a la generosidad de los “otros” para perdonar y condescender con su estupidez.
    Con el paso del tiempo he comprendido que, cuando se es condescendiente con los políticos, disculpamos nuestra necesidad de ser comprendidos por los “otros”. Si la verdad, es la realidad de las cosas, y las ideologías son fantasías [mentiras] y, por ende, falsedades, es bastante fácil vivir disculpándonos por “apelar a la generosidad de los extraños”, esos que somos frente al espejo. Es tiempo de vender más cara la generosidad.

    Publicada en El Universal

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  • La honestidad luminosa de Jeremías Gamboa

    noviembre 7th, 2022

    En principio, Animales luminosos, es una pieza que cautiva a quienes nacimos durante las décadas previas al fin del siglo XX. En la narrativa de Jeremías Gamboa (Lima, Perú 1975), alcanzamos descubrir un espíritu del grunge en la cadencia de su contar la historia. El escritor peruano ama la música lo mismo que la literatura, y escribe con ese sentimiento desarraigado de una generación que definió y dio forma a las ideologías de inicios del siglo XXI. Con esta última entrega, Gamboa, se adentra en la herencia de la literatura estadounidense, plagada de formalismos y revisiones constantes del racismo en el país del norte, sólo para reformular desde su punto de vista latinoamericano una realidad literaria que nos descubra el carácter de la sociedad que ha regido la política mundial, a lo largo de más de ocho décadas. No sé si el autor es heredero de un Vargas Llosa, me queda claro que sí Philip Roth y de un libertario silencioso como John Cheever.
    Con esta entrega, Jeremías Gamboa, también reflexiona acerca de la migración y de los inconvenientes que esto conlleva, en un mundo donde día con día las problemáticas migratorias van tomando fuera y se convierten en parte de la agenda sociopolítica del discurso de cualquier país del mundo. Gamboa, autor también del libro de cuento Punto de fuga (2007), es un maestro y amante del periodismo, así lo leo, sereno que intenta escribir y describir despacio el mundo que lo rodea, su literatura es una suerte de pieza “alternativa” donde está la furia del fin de siglo y la poesía reaccionaria que fue fundamental para esa generación de autores que son hijos de las posguerras y movimientos políticos de finales de los años 70.

    ¿Cómo fue tu llegada a Estados Unidos?, háblame un poco de ese contraste cultural, de esa visión del mundo latino contrastado con el sajón.

    Fue una experiencia surreal, como muchas experiencias de migración, solo que a esta se le añadían dos componentes importantes: el manejo insuficiente que tenía yo de la lengua extranjera y la dificultad para entender la naturaleza del lugar al que había llegado: un campus universitario en el medio este norteamericano. Yo venía de Lima, una mega ciudad de más de once millones de habitantes y me costaba entender un entramado urbano tan pequeño, rural, rodeado de naturaleza, y a la vez tan lleno de servicios y una oferta cultural a la que mi ciudad tardó en acceder: conciertos de artistas impensables para mí o bibliotecas impresionantes, todo dentro de una red urbana muy acotada. Mi experiencia peruana relacionaba lo rural o lo campestre a un estado de desprotección, ya que el Estado peruano nunca ha atendido el interior del país. Por eso quizás mi novela empieza con esa conversación sobre si el lugar donde ocurrirán los hechos es un pueblo o una ciudad. Por supuesto la poca seguridad con el idioma y el desconocimiento de las costumbres me llevaron a un estado de soledad muy grande que, por un lado, padecí pero, por otro, me sirvió para empezar a escribir allí: en ese campus terminé mi primer libro, Punto de fuga, y arranqué mi primera novela, Contarlo todo, así como el cuento que terminaría siendo Animales luminosos. Todo eso me ocurría mientras vivía la extrañeza de una cultura que desconocía y el desmoronamiento de una imagen idealizada de Estados Unidos que había consumido a través de las series o películas de mi infancia y que solo calzaban superficialmente con lo que iba descubriendo poco a poco en el nuevo país.

    ¿Crees que existe en Estados Unidos, como país, una enfermedad cultural?

    Sin duda, y me parece que se extiende a todos los países, sobre todo los latinoamericanos. Viví solo dos años en Estados Unidos y casi todo el tiempo en esa burbuja que es un campus universitario. Sin embargo, escuché a varios amigos norteamericanos una serie de discursos muy críticos sobre su país, discursos que usé en mi novela. Hay una escisión muy particular entre el discurso de la libertad y las condiciones de segregación a los migrantes y la persecución carcelaria al pueblo afroamericano. Un armamentismo brutal de toda la sociedad y un estado de paranoia muy intenso que, cuando viví ahí, me explicaba por la cercanía de los atentados del 11-S. Es un país de contrastes marcados: zonas de conservadurismo tremendo, que ha crecido limitando derechos como la decisión del aborto, y otras de un discurso poderoso de lo “políticamente correcto”.

    Entiendo que Boulder es un punto de ebullición de Estados Unidos, su naturaleza y exacerbada política… ¿cómo fue tu experiencia en ese espacio, sobre todo como migrante latinoamericano?

    Boulder es un espacio progresista total. En ese sentido no sentí tensiones mayores; no al menos durante el tiempo que viví allí, cuando Estados Unidos estaba bajo el gobierno de Bush hijo; cuando volví al lugar diez años después con el fin de investigar para mi ficción, ya bajo la administración de Trump, sí me pareció notar una tensión racial mayor, aunque pudo ser mi propia paranoia. Colorado ha sido un estado que viraba su voto de republicano a demócrata en los años en que estuve allí. Y Boulder es absolutamente demócrata y progre. En mi novela instaló los hechos en 2005, un año después del discurso de Barack Obama en la Convención Demócrata de Denver que significó su lanzamiento. Había una corriente de esperanza entre los progresistas los años en que estuve allí. Debo decir que sí sentí una tensión racial mayor en algunas de mis incursiones en Denver, donde palpé mejor la animadversión que se tienen la comunidad afroamericana y la latina.

    De tu trabajo se rescata bastante que escribes alejado del mundo digital. Escribes de un mundo previo o alejado de las redes sociales. ¿Qué puedes decir al respecto?

    Cuando estaba en el proceso de la novela me di cuenta de que era útil registrar la ansiedad de esa generación, la mía, ante la llegada amenazante de Facebook y las redes sociales. La mía, creo, es una novela que celebra la nocturnidad, los vínculos afectivos presenciales lejos de ese mundo virtual que está a punto de ser modificado por las relaciones virtuales con aplicativos y redes de contactos como Tinder y demás. Igual, no creo que haya una visión que considere a ese mundo pre redes mejor que el nuestro; simplemente se señala la ansiedad de una generación ante lo nuevo, algo que comparten todas las generaciones. Probablemente todo eso tenga relación con que escribí el libro cuando estábamos impedidos de salir de casa debido a la pandemia. Había un anhelo muy fuerte de presencialidad. Sobre las redes, procuro no trabajar con ellas durante las horas de escritura, pero sí las uso por motivos de trabajo y de comunicación con lectores y estudiantes de mis talleres.

    Vislumbro como lector de Animales luminosos… la juventud y la música, pienso que escribiste de alguna forma entre la añoranza del tiempo que se va y sobre cómo la música justo atrapa el tiempo pasado.

    Totalmente. Es así. La música para mí siempre ha sido mi máquina del tiempo personal: atrapa una fuente enorme de memoria emocional que necesito cuando escribo. No puedo escribir una sola línea si no tengo música y esa música la escojo en función de que me dirija a la emoción que quiero transmitir o habitar con el texto. En el caso de Animales luminosos escuché mucha música de los años en que viví en Estados Unidos: la que sonaba en esos años y la que yo estaba descubriendo recién. Esa música me llevaba a un mundo previo a la pandemia, uno en el que aún era joven y mi destino tenía muchas más páginas en blanco de las que tiene ahora. Ya había escrito sobre los años veinte en cuentos previos, pero esos relatos no tenían la mirada nostálgica de alguien que ya dejó la juventud atrás y que más bien se está acercando a la juventud de sus hijos. La música me llevó allí: me ayudó, creo, a atrapar el sonido de esas noches, de ese mundo y de parte de mi circunstancia en él: The National, Arcade Fire… y luego Café Tacvba. Quizás por todo eso Bruce Sprinsgteen, un viejo compañero de esos años, aparece en un epígrafe.

    Entiendo que en tu país te llamaron privilegiado, por participar en ferias del libro… por otra parte leo en tu obra una crítica social certera… ¿qué opinas del clasismo en toda su extensión?

    Entiendo que muchas personas en mi país vean mi situación como la de un privilegiado y en parte les daría la razón: es un privilegio, en un país como el Perú, dedicarse a la literatura y además tener la suerte de ser editado en otros países y tener algunos lectores fuera del país. Dado que somos un país sin alicientes de parte del Estado, un país que en los últimos años es acosado por sectores que persiguen y satanizan la cultura, sí puede resultar que algunas personas me consideran un privilegiado, aunque ese “privilegio” haya costado una cantidad de sacrificios y esfuerzos considerables. Ahora, desde ese “privilegio” que es escribir me alegra que veas en mi trabajo ese sustrato crítico al estado de cosas en mi país: creo que mi ficción se ha estado abocando a problematizar el “nudo colonial” peruano, que es algo así como la enfermedad mental de mi país, un cuadro compuesto con racismo y auto racismo, auto aversión, una incapacidad que tenemos los peruanos de ver nuestra imagen por completo, valorando de forma muy diferente nuestras sangres: solemos “no ver” nuestro lado indio o nativo y tomar por todo el lado blanco aspiracional. Eso genera una serie de hechos de conciencia bastante tortuosos que son productivos para la imaginación narrativa.

    Los escritores se tienen a sí mismos como materia prima… ¿fuiste tú el protagonista de Animales luminosos?

    No. Digamos que sí una parte de mi expuesta a cierta luz, bajo ciertas presiones, y explorada con toda la intensidad que pude. Mis personajes son extensiones de mi imaginación a partir de hechos que he vivido, presenciado, escuchado o leído: sobre esa base los mecanismos internos del libro te llevan a imaginar y alterar la realidad: en ese sentido mi protagonista está elaborado a partir de mis materiales, pero no viven exactamente lo que yo viví. En ese caso escribiría no ficción.

    Lo que me emociona de tu personaje principal es que pareciera que no tiene un punto de referencia en el pasado… inicia donde está y desde ahí construye su presente y futuro. ¿Por qué recurrir a esa estrategia?

    Hay algo que quiere ser adánico en él. Un nuevo comienzo. La construcción de un ser que deje al del pasado. Me parece que esa forma aparece debido a que es migrante que sale de una experiencia traumática, bastante brutal en su país de origen, y esa herida es difícil elaborar. No quiere tener memoria porque intuye que su origen es salvaje, animal y luminoso, lo que condensa su origen en el título del libro y en su destino. Hay ficciones que trabajan la memoria y la elaboración (yo mismo hice algo así en mi novela anterior) y otras simplemente la sintomatología del trauma, que es lo que vive este personaje que ha llegado a Estados Unidos. Ismael es un punto extremo de esa imposibilidad de conciliar origen y destino, algo que le sucede a muchas conciencias latinoamericanas jalonadas entre sus orillas de origen y sus deseos aspiracionales. Creo que eso ha generado que muchos lectores se emocionen con el personaje.

    ¿Cuáles son los traumas de tu país en este momento histórico y político? ¿Cómo encaja tu obra en ese universo que leemos? Los países latinoamericanos parecen estar siempre al borde del colapso.

    En este momento vivimos un país del que uno quisiera escapar por el desgobierno y la falta de soluciones en el horizonte. Tiene sentido que me personaje haya huido de ahí. Estamos atrapados entre la mediocridad de un Ejecutivo que llegó al poder con un discurso de izquierda y que solo trata de ocultar las pruebas cada vez más incriminatorias de sus malos manejos en el poder y un Congreso lamentable dominado por una derecha matonesca y varios grupos con intereses particulares y subalternos. Los extremos se han hecho del Perú y ganan adeptos con discursos que ponderan solo los extremos. Ello nos ofrece solo visiones parciales del país. Imagino que la literatura puede intentar ofrecer visiones más poliédricas de nuestras sociedades; visiones en que nadie tenga la razón única y en que discuta nuestra circunstancia y acaso se avizore en destino.

    Publicada en Confabulario

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  • Jean-Baptiste Del Amo, temáticas de la esperanza

    noviembre 2nd, 2022

    El hijo del hombre / Hijo de Dios … es la primera relación que identifico entre el título de Cormac McCarthy y del Amo. La novela del escritor galo pareciera un homenaje al autor estadounidense de la frontera salvaje del sur de Estados Unidos y el norte de México. Ambos novelistas hacen de la naturaleza no sólo el escenario donde transcurren sus sendos dramas, sino un personaje que engloba la tragedia de lo que narran… es el escenario griego donde las pasiones desbordadas dan vida al drama. Al autor le reconozco esa pasión desmedida por la escritura, podrías decir que es un ser inmiscuido en el solipsismo de la existencia pues narra para sí mismo, sin pensar en los lectores, en agradar del todo al lector casual. La experiencia me dice que rara vez un escritor piensa en el lector, son más fuertes los miedos e inseguridades, esos motores, que le ayudan a construir sobre la ficción un espejo que refleja a la humanidad desnuda.

    En esta década que inicia, en los albores del siglo XXI, es curioso encontrar a un escritor apasionado por la familia. Esta novela justo es una declaratoria pasional que intenta hacernos entender las raíces de las cuales descendemos, a partir del padre, la madre y el hijo que ronda las páginas de esta obra donde el pasado tiene un peso fundamental porque es ahí donde se fundamenta la herencia familiar que habrá de marcarnos de por vida, como puedo serlo la violencia, el acoso, el incesto mismo o los sueños cualquiera. Buenas tardes, le digo… comencemos, contesta:

    HAH: Vi en tu novela una parte de Meridiano de sangre de Cormac McCarthy. ¿Qué tanto retomas de este tipo de autores que hacen del campo, que hacen de la campiña, su lugar estratégico desde donde surge la narrativa?

    JBdA: McCarthy para mí un autor imprescindible. Su literatura es muy importante, es parte de mis figuras tutelares que a veces acompañan. Él siempre está buscando su propia voz, así como yo también lo hago. En particular lo que me impacta de McCarthy es su escritura de la imagen. Él no tiene nunca una psicología, ni una interioridad en sus personajes. Da la impresión de que su punto de vista es la de un cineasta, da mucha importancia a los gestos, a la luz; eso se convierten en la naturaleza omnipresente que rodea a la trama. Me enseñó mucho sobre la manera de abordar la presión de los personajes.

    HAH: El inicio de tu obra y tus personajes en sí me recordaron al inicio de Hijo de Dios del estadounidense; seres solitarios en una campiña sino salvaje sí agresiva en su pasividad. La figura del padre que narras me parece que lleva a cuestas el peso del mundo, el peso de su herencia familiar.

    JBdA: Estos personajes, en particular al padre y al abuelo, no quise representarlos como antagonistas o como bastardos, sino que quería explicar que son hombres presos por los determinismos sociales y económicos de su realidad. Ambos pertenecen a una clase proletaria. Lo que intento decir en la novela es que ambos, sin ánimo de disculparlos en su miseria, son víctimas y transmisores de una violencia sistémica hacia el seno familiar, bajo el contexto natural de sus vidas.

    HAH: ¿De dónde surge tu amor por la campiña y por qué le das tanta importancia a la naturaleza en sí?

    JBdA: Crecí en el campo, en el suroeste de Francia, y mi descubrimiento del mundo pasó por un aprendizaje de la vida a través de la naturaleza que me rodeaba. Así que, para mí, volver a este paisaje como escritor es algo muy natural, algo evidente. Ser escritor, contar historias, es algo muy infantil, cuando somos niños todos contamos historias y recurrimos fácilmente a la imaginación. Al crecer se pierde esta facultad y creo que los escritores son adultos que se rehúsan a crecer. Cuando escribo muy naturalmente esa es la experiencia de mi infancia que uso y que me moviliza, no lo hago para nada con la intención de distinguirme de otros escritores.

    HAH: Esta obra para mí es de supervivencia. Los personajes sobreviven a pesar de ellos mismos. Si bien la naturaleza no los avasalla sí suma a que la encrucijada existencial que intentan librar sea más dura. A diferencia de tu primera novela Una educación libertina donde el personaje principal busca sobre salir en la sociedad, acá tus figuras desean permanecer en una suerte de anonimato.

    JBdA: Al ubicar a estos personajes en la montaña sabía que tenían que enfrentarse a la naturaleza, era importante para mí que ella se convirtiera en un personaje, en parte de la historia, y que le permitiera al lector comprender cosas del interior de los protagonistas. Al no hacer uso de una psicología notoria quise utilizar el espacio que los rodeaba para sugerir los sentimientos que atravesaban a cada uno de ellos. A medida que el padre se torna más y más amenazante, llegando casi a la locura, la naturaleza da un giro amenazante.

    HAH: ¿Acaso es una novela existencialista?

    JBdA: Me cuesta clasificar las novelas porque tengo la impresión de que navega en diferentes géneros. Para mí era igual de importante que esta historia se pudiera escapar de una cierta forma de realismo, quería aventurarme casi al límite de la fantasía. Podemos ver una forma de existencialismo; creo que hay múltiples niveles de lectura, el texto puede tener una referencia metafórica, incluso mítica.

    HAH: Cambiando un poco el punto de la conversación… ¿cómo encaja tu novela en este momento histórico de Francia donde la migración no sólo física sino de religiones e ideologías es cada vez más latente?

    JBdA: No es para nada un tema que me preocupara cuando escribí este libro, tengo un verdadero problema para situarme entre los novelistas que eligen temáticas de la sociedad para escribir un libro. La obra, en mi caso, me aparece de una forma mucho más obscura e interior, incluso egoísta, a través de mis obsesiones, miedos y fascinaciones. Evidentemente pertenezco a una cultura, soy francés, soy hombre, tengo 40 años, nací en los años 80. Traigo conmigo referentes culturales, pero no es una visión fabricada, es algo mucho más instintivo que eso.

    HAH: Eres un hombre pesimista frente al mundo

    JBdA: Sí, soy muy pesimista del futuro del mundo, por eso creo que mis novelas son libros muy negros. Soy pesimista, pero eso no me impide ser un militante activo en la sociedad para involucrarme en los temas de la realidad francesa que me interesan. Creo que no tenemos otra opción más que involucrarnos en lo que llamo temáticas de esperanza.

    HAH: “Temáticas de esperanza” … ¿Con qué temas estás involucrado?, ¿a qué le puedes llamar esperanza en ese sentido?

    JBdA: Estoy involucrado con todos los temas que me tocan. Estoy involucrado, por ejemplo, con la asociación “L214” que defiende a los animales; y quiere sensibilizar a la población francesa sobre los temas de violencia que se ejercen sobre los animales en criaderos y granjas industriales. También apoyo a “SOS Mediterranee” que apoya a los migrantes que atraviesan los mares en busca de una nueva vida. Soy hijo de un migrante, de un español. La familia de mi padre salió de España algunos años tras la guerra civil y llegaron a Francia sin nada. Soy de la idea de que las fronteras europeas, incluso mundiales, podrían anularse y permitir la marcha libre de las personas que se encuentran en situaciones de necesidad, para mí todo lo que vive un migrante me genera un dolor insoportable.

    HAH: ¿Cómo viven la migración en Europa, específicamente en Francia? ¿Es un riesgo para la sociedad o no?

    JBdA: Mi opinión es que la migración no es un riesgo para la sociedad. Creo que, al contrario, la migración, genera riqueza para un país tanto en lo económico como en lo cultural. Además, la historia de Francia está atravesada históricamente por la migración. De todas maneras, todos tenemos un deber moral y humanista de acoger a los demás, sobre todo ahora cuando el cambio climático está presente al igual que las guerras y la inseguridad política. La gente seguirá en movimiento. Por desgracia, tenemos políticos como Emmanuel Macron, en Francia, que tienen una visión muy controladora de la migración que se torna autoritaria; y pienso que ese comportamiento por parte de los políticos es absolutamente insoportable. Todos como ciudadanos tenemos la obligación de oponernos.

    HAH: Dice Petros Márkaris que no todos los países pueden recibir siempre a todos los migrantes. ¿Acaso los países deben de estar abiertos a recibir a todos los migrantes por igual o tendría que existir una regulación?

    JBdA: Un país no puede acoger a todos los migrantes, eso es algo totalmente imposible; pero ahora tenemos el ejemplo de la situación de Ucrania que está en guerra: las vidas están destruidas, las familias dispersas y amenazadas… En ese sentido se debe de recibir a los migrantes… hay que preguntarse cómo deben recibirse, sin duda.

    HAH: ¿Cómo les ha afectado la guerra entre Ucrania y Rusia, entiendo que tendrán serios problemas energéticos?JBdA: Me da la impresión de que la proximidad con el conflicto de Ucrania nos obliga a hacer conciencia de que la guerra no es una posibilidad lejana, algo casi imposible que pueda ocurrir, sino que el día de mañana cualquier país puede reventar en un conflicto. Aún no sentimos los efectos inmediatos en temas de energía, por ejemplo, en la vida cotidiana, pero sí hay un clima general que resiente la guerra. Me da la impresión de que las personas están experimentando cierta fragilidad, que hay algo que está cambiando profundamente. El mundo en el que vivimos y que considerábamos como algo muy seguro está en proceso de fractura.

    Publicado en Confabulario

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  • El lugar común

    octubre 26th, 2022

    I. Cesare Pavese escribió Diálogos con Leucó hacia 1947. Su ejercicio, entre parlamentos teatrales, es el vehículo de la reflexión filosófica, en su caso poética, que evoca los trabajos de Platón y de Voltaire, entre autores clásicos e ilustrados que hicieron del diálogo la herramienta de su gresca dialéctica. De las discusiones rescato el diálogo XVI. La isla, que se da entre Odiseo y Calipso que declara: “(…) Ambos estamos cansados de un pesado destino. (…) Aquí nunca nada sucede: un poco de tierra y un horizonte. Aquí puedes vivir por siempre. (…) Inmortal es quien acepta el instante”.
    II. Hace algunos meses, por cuestiones laborales, recorrí las calles de diversos municipios del país. La tarea llevaba consigo escuchar a quienes vivían con carencias. Familias enteras, de jóvenes y viejos, solicitaban: pavimento, agua, drenaje, alumbrado público, seguridad y parques. Las exigencias de las familias eran verdaderas, no había en ellos siquiera la necesidad de solicitar el típico apoyo económico. No buscaban dinero, reclamaban un bienestar que se antojaba inalcanzable por el contexto de sus poblados. En su pedir no existía el “lugar común”, sino una necesidad que apelaba a la subsistencia. Nada tan triste como escuchar a un niño llorar por hambre, mientras bebe de una botella de refresco para apaciguar la angustia del estómago. La respuesta de las autoridades estuvo llena de “lugares comunes”. Es mejor no prometer, es la única lección que aprendí del trabajo político a pie de calle.
    III. Ahora que la batalla por la presidencia del país ha iniciado sin matices, educación, ni clase, me tomé el tiempo de escuchar y analizar a cada uno de los aspirantes. Lamento reconocer que sus discursos son carentes de creatividad. Al parecer optaron, sin distinción alguna, por la corriente abrahámica/musulmana que reza: “Aquí no entra nadie que no crea” y, por tanto, están solos sin importar la masa que los acompañe porque no saben construir una ideología… más allá de la que gobierna, con pinzas, al país.
    IV. Algunos candidatos han dictado sendas proclamas que recuerdan a las escuelas discursivas del PRI de antaño, declaratorias escritas con rigor por los grandes escritores mexicanos de su tiempo, como José Vasconcelos. Otros más, apelan a un leguaje pueril que descansa en el grito y la embriaguez de los sentidos. Levantar el puño, con toda honestidad, es un acto anquilosado. Los candidatos cometen el mismo error: no escapan del “lugar común”. Me parece increíble que los contendientes a gobernar un país como el nuestro, no reparen en su discurso, no me refiero a la belleza del logos sino al contenido político.
    V. Generar la unidad nacional, dignificar a los mexicanos, eliminar la pobreza, dar apoyo a la juventud, brindar cuidado a los ancianos, hacer de México un país competitivo, eliminar la corrupción y soñar para hacer de éste un gran proyecto de nación, son frases hechizas que forman parte de un discurso vacío que no diferencia a los candidatos del momento. Por supuesto, cada uno de los aspirantes hace lo que debe, pero me detendría a pensar en qué está haciendo su equipo y qué están pidiendo los candidatos en sí.
    VI. Si cada uno de los personajes presidenciables acudiera a las comunidades antes mencionadas, echarían mano del discurso trivial tan explotado por sus predecesores. Para el político común, el reclamo del pueblo que necesita pavimento, agua, drenaje, alumbrado público, seguridad y parques, también puede ser trivial… y, por tanto, tenemos un problema justo y urgente. Yo mismo estaría a favor de que todo candidato fuera corrido de las comunidades apenas pusieran un pie en su perímetro, si comenzara a dictar sólo promesas en las plazas de las comunidades a lo largo y ancho de México.
    VII. Como escribió Pavese: “estamos cansados de un pesado destino. (…) Aquí nunca nada sucede” … Empero, así serán las próximas elecciones plagadas de banalidad donde no existe una preocupación verdadera por la gente. Inclusive, el presidente, en turno erró desde la campaña en ese sentido, al concentrarse en las generalidades del pueblo que fortalecen a las ideologías. Pero la suya fue una campaña religiosa… fundamento por excelencia de “el lugar común”.
    VIII. Contrario a lo esperado, el discurso político al que se debe apelar hoy deberá salirse de la estática conceptual. Este ya no es el tiempo de los mexicanos, en plural; sino el instante del ciudadano único e irrepetible entre la masa. Es el tiempo de dialogar no con Leucó, como hiciera Pavese, sino con el hombre y la mujer que despierta por la mañana y no sabe hacia qué horizonte dirigirse. Los invito a revisar la reconformación de México después de la Revolución del siglo XX, ahí están las claves… basta con despertar del sueño… Recordemos que toda ideología es finita y las necesidades humanas infinitas.

    Publicado en El Universal

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  • Justicia / Verdad

    octubre 12th, 2022

    A mediados de la década pasada estuve en Lima, Perú, en un encuentro con diversos medios de comunicación. En ese momento conversamos en el barrio de Miraflores, elevados sobre el acantilado, acerca de la labor que nos congregaba sin mayor importancia. Me preguntaron, curiosos, acerca de la violencia en México y respondí: los que no son especialistas tienen voz [porque son dueños de un nombre] y los que en verdad conocen las entrañas del problema cultural no tienen representatividad nacional, navegan quebrantados en las curias privadas de seguridad e inteligencia del mundo digital. Aquí también ocurre, contestaron con alivio, aunque no somos México, declararon tajantes, es tan violento tu país. Esta reflexión me hizo cuestionar el modelo de los columnistas en México y la repartición de la voz hecha palabra en todas las regiones.
    Cuando se me brindó la oportunidad de publicar en este espacio, mi apuesta fue escribir y hacer una crítica de la cultura contemporánea desde un punto de vista filosófico: hoja en blanco donde dialogaría con los filósofos y creadores de nuestro tiempo para entender el contexto actual. Entre tropiezos, luego buscando el ritmo propio, logré establecer un formato que me permitía dilucidar algunas lógicas con el hartazgo propio al que te conduce la realidad. Dejé de hablar del presidente Andrés Manuel López Obrador, personaje al que aludí al inicio, por un motivo específico: es un comunicador excepcional, y en ese ejercicio honesto, que puede anular cualquier crítica no por la eficacia de su dialéctica sino porque al “sentimiento”, como arma política, jamás se le puede ganar con la lógica; esto cualquier manual de comunicación política lo apunta y con sólo tener sentido común se entiende. Para qué desgastarse. No vale la pena ser engrane en la maquinaria que el ejecutivo ensambla día con día. En ese sentido, hay bastante que especular respecto a las estrategias de sus detractores rumbo al 2024, todos ocupados en desacreditarlo sin entender aún cómo enlodar la tierra. Así pues, por estos motivos, opté por ampliar el rango de la crítica, la cultura es inconmensurable y puede llegar a asfixiarnos.
    La conversación con los compañeros peruanos me condujo a esta reflexión:
    I. No debemos tomar a los “escritores/críticos/políticos o no” del centro del país como referencia y precursores de soluciones nacionales en materia de seguridad [tema que nos ocupa], porque sus argumentos como verdades absolutas, para un país de rostros múltiples, es risible.
    II. Durante los últimos 15 años he leído esta fórmula intelectual: “el narco está inmiscuido en las médulas políticas y debe eliminarse”. Esto obvio desde hace décadas en la región fronteriza y noroccidental de México [en todo el país] y bien merece la pena cerrar la boca y no escribir tales declaraciones ingenuas… pero existe un mercado para la ingenuidad.
    III. Recordemos, con toda honestidad, que el narco como trama y la violencia como eje de preocupación nacional tomó relevancia pública, por lo menos, hace poco más de una década en el centro del país. Previo a este tiempo, esos eran rasgos provincianos alejados de la paz capitalina ahora sometida por el regionalismo.
    La representatividad centralista de las tribunas públicas hizo de los columnistas no especializados y escritores de ficción, en su mayoría, líderes de opinión de un discurso circular donde se genera la rapiña discursiva. “Todos dicen/decimos/ lo mismo”. Así como Catalina Pérez Correa, Alejandro Hope, César Damián, Álvaro Vizcaino, Guillermo Valdés, Monte Alejandro Rubido, Javier Oliva, Manelich Castilla y Alberto Capella, son necesarias voces calificadas, con experiencia en campo, que entiendan el fenómeno de violencia/cultural/criminal más allá de los datos que arrojan encuestas mayoristas y ministerios públicos. [Cómo olvidar el Índice GLAC de Genaro García Luna, por el que varios medios de comunicación nacional pagan una breve fortuna por su exclusividad].
    Para hablar de seguridad en México vale la pena prestar atención al trabajo regional periodístico, esto lo aprendí en la Fiscalía General del Estado de Baja California, como responsable de comunicación social. Es ahí donde pierden la vida los reporteros que luchan por mantener a flote un proyecto editorial libre, bastante tienen por enseñar, sin embargo, no cuentan con los canales de exposición correctos. Más allá de la academia y de la gente de campo, ¿de qué puede hablar un periodista de corbata y bohemio que observa a la distancia, como si de una película se tratara, la violencia misma, y que obtiene sus fuentes informativas de las conversaciones de pasillo sin dejar el escritorio? A esto le llamo hacer metafísica periodística: “el narco está inmiscuido en las médulas políticas y debe eliminarse” … y funciona porque somos un país de misticismos.
    El contrargumento es que no se necesita estar entre las balaceras para entender las problemáticas. No obstante, vale la pena escribir con honestidad sin vender humo. Si la máxima, para regocijo de algunos, es que México es un país en “guerra”, todos los que escribimos acerca de la violencia de nuestro país somos periodistas de guerra, héroes. Es una idea bastante ridícula porque este mote lo merecen pocos, aunque la medalla se la cuelguen varios.
    Hasta la fecha, en lo que va del 2022, 15 periodistas han sido asesinados en México. Nombres desconocidos en las tribunas nacionales, sin premios ni reconocimientos, en su mayoría, pero que recordamos porque siguen sin lograr la justicia propia que merecieron sus vidas: Ernesto Méndez, Antonio de la Cruz, Yessenia Mollinedo Falconi, Sheila Johana García Olivera, Luis Enrique Ramírez Ramos, Armando Linares López, Juan Carlos Muñiz, Jorge Luis Camero Zazueta, Heber López Vásquez, Roberto Toledo, Lourdes Maldonado López, Margarito Martínez, José Luis Gamboa Arenas, Fredid Román y Juan Arjón López, para todos mi más profundo respeto.
    De la conversación con los equipos peruanos destaco un momento que fue divertido por el absurdo, luego por la gravedad de la situación. Los reporteros comentaron que tenían órdenes precisas de las televisoras de dirigir las entrevistas a cuadro, hasta lograr que las víctimas de la violencia urbana/rural mencionaran a gritos que pedían o querían “justicia”. “¿Qué es lo usted quiere señora?, ¿verdad que desea justicia, es justicia lo que quiere?”. “Sí… eso quiero, justicia”, exclamaban enardecidas por igual mujeres y hombres. El claro objetivo era el golpeteo mediático en contra del presidente peruano Ollanta Humala y sus políticas de seguridad. Sin embargo, me sorprendió el devalúo del concepto mismo de “justicia” poque carecía de toda “verdad”.
    En el caso de nuestro país, este es un momento de extrema violencia que dejó la singularidad hace bastante tiempo, donde la “justicia” necesita revalorarse desde el supuesto mismo de su significado. Hace un siglo culminó la Revolución Mexicana que nos permitió concebir el país como existe en la actualidad. Se conformaron las instituciones identitarias, desarticuladas por los gobiernos, y ahora son justo los ideales revolucionarios centenarios como la “libertad, la igualdad y la justicia”, los que se tratan de instaurar sin éxito en esta nueva revolución ideológica.
    Retomo el tema de la “revolución” como un punto de partida. Escribió Isaak Babel en Guedali que: “La revolución es gozo. Y al gozo no le gusta tener huérfanos en su casa. Las buenas obras las realiza el hombre bueno. La Revolución es una buena obra propia de personas buenas. Pero las personas buenas no matan. Eso quiere decir que la revolución la están haciendo malas personas”. Esta suerte de encrucijada maniquea es primordial para entender el contexto nacional en el que vivimos. En los tiempos de Babel la discusión giraba en torno del conflicto entre judíos y polacos, entre revolucionarios y zaristas [revolución tardía respecto a la mexicana, 1917], protagonistas todos de cara a los horrores de la Segunda Guerra y, en sentidos opuestos, enemigos entre sí en la lucha por una autonomía imaginaria como “pueblos” buscando justicia, esto es: verdad. En la actualidad, “el pueblo bueno de México”, renovado por revolucionario y bárbaro en su violencia no logra una pacificación total, porque no encuentra “verdad” alguna que le otorgue paz. Carecemos de justicia porque no tenemos verdades ya no digamos absolutas sino funcionales.
    Respecto al ejército: se conforma por parte del pueblo y si el pueblo es bueno, valga la obviedad, nada execrable puede salir de ellos. Ahora bien, si conciliamos la lógica de Isaak Babel… el ejército mexicano se está comportando como un agente revolucionario al proceder como buenas personas que no suman, en apariencia, al clima de violencia a lo largo y ancho del país donde reciben gritos, sobajamientos y humillaciones, verdaderos mártires modernos. No obstante, el pueblo “bueno”, ese que genera violencia y busca al mismo tiempo justicia, se torna el elemento sinsentido de toda ecuación lógica… ¿cómo puede un generador de violencia exigir justicia?
    Hoy, rumbo al 2024, me divierte en extremo ver cómo el concepto de “justicia” tal cual viaja de un lugar a otro completamente vacío. Las mujeres que buscan a sus hijos en los desiertos y bosques van en búsqueda de la verdad a la que llaman justicia, por ejemplo, necesitan la certeza de inequívoca de una realidad que nadie puede darles. Este, el nuestro, es un pueblo que no desea contar con ningún tipo de justicia porque como masa acrítica somos un país que prefiere la apariencia tan propia de la verborrea que nos caracteriza… donde importa más la bohemia intelectual que la verdad, temple real de la gran mayoría de los hacedores de las tribunas públicas del país.
    Para finalizar, declaro que soy un admirador de las fuerzas armadas, soy parte de esa generación quizá tardía donde las familias tenían raíces castrenses. Abuelos y tíos, fueron parte del ejército; mi padre fue parte de la Fuerza Aérea Mexicana, conocer tales ejemplos es primordial y generan un respeto hacia el concepto marcial que va más allá del orgullo bajo el manto del pecho. El amor a la patria es fundamental y vale la pena resaltarlo más no mancharlo con la amoralidad engendrada por las luchas del poder. Aún espero deberán estar en las filas de las fuerzas armadas hombres de respeto que otorgue justicia, con verdades, al pueblo que juraron proteger.

    Publicado en El Universal

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