La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, en su número de febrero, publica el texto crítico de Gabriela Conde sobre el libro de relatos Diecisiete tomates y otras historias de Cachemira, de Jaspreet Singh, publicado por Páramo Ediciones. Aquí el enlace: ir a la página 32.
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Miserable es todo. Dicen. Lo creo. Creo que hay días en los cuales debemos mantenernos quietos, guardando silencio. Recuerdo haber leído hace bastante un libro llamado Teresa Filósofa de autor anónimo; en él se narra la historia de una mujer que nació para cumplir un solo objetivo: coger. Al paso del tiempo ella muere, creo, pero muy infeliz, porque nunca disfrutó al máximo su destino. La vida le prometió algo que no pudo concretarse, la felicidad jamás llegó. Me desvié del tema.
A esta edad puedo decir que el arma más poderosa que existe es la palabra. En ella radica todo, claro que no escribiré una apología sobre esto (no es nada nuevo), pero así es. He recolectado con el paso del tiempo bastantes conversaciones que escucho como cualquier metiche en la calle, para luego pensarlas y tomar partido o, simplemente, guardarlas en la memoria. Hay unas muy divertidas como aquella donde un hombre golpea a su mujer y ella grita que lo merece. Dicen que lo engañó. Otra historia curiosa y dicha en el metro reza así: una mujer engaña a su marido, luego ésta arrepentida le llama por teléfono y le pide al ex que vaya corriendo por ella para salvarla de cometer una locura ya estando en la cama; esta anécdota me dio mucha risa, sobre todo al ver el rostro del “supuesto” esposo (supongo) que narraba todo sin dejar de reírse.
Luego las historias de amor son divertidas: unos se dicen amarse por siempre y al paso del tiempo terminan y el próximo amante en cuestión (una vez más el eterno retorno) es el que más hace sentir al necesitado de amor de una manera especial… luego las palabras melosas, divertidas y las anécdotas rosas de encuentros en el mar o reflejos en los espejos. Claro que los llantos son partes de las palabras…
Qué tiene que ver todo esto con la miseria… no lo sé, quizá desperté con una amargura un tanto a flor de piel luego de estos días tan pesados. Lo primero de la semana fue darme cuenta de que todos mis amigos se han muerto. Unos asesinados, otros por enfermedad, otros por no sé qué problemas. Me pesan varias cosas y entre ellas las más sencillas, saber que no volveré a escuchar sus voces, ni sus risas, ni sus llantos. Saber que cuando esté viejo mis amigos serán tan pocos que quizá termine como Michael Corleone triste y con un perro a los pies, sólo eso. Ahora digo lo siguiente. No hay nada más miserable que ver la traición de un amigo o de ésos que se dicen amigos… lo otro fue el taller que di en una aldea solitaria de conocimientos. Es triste ver que los alumnos te pregunten qué hacer con toda esa barata información que sus profesores les han inculcado… la respuesta es simple… ignórenlos, no tiene una idea de lo que enseñan ya que muchos enseñan para salir al paso dejando atrás la pasión (esto no es literal, simple metáfora por aquello de la lectura).
Me gustaría tener un viejo, mi viejo, un abuelo, un padre que me contara esas historias que sólo ellos pueden. Grandes historias que puede uno retomar y hacerlas aún más grandes pasándolas de generación en generación. Mi tata Aurelio me contó una vez de la guerra, de ese teatro europeo que vivió tan de cerca. A decir verdad me contó infinidad de historias sobre esa guerra mundial que recuerdo y que he querido escribir siempre fracasando ya que sus palabras aunque claras siempre denotaban cierto dolor.
Entre sus historias está una que no olvidaré… Me contó que cuando estuvo en Francia todos los días lamía una pequeña barra de chocolate que le había dado su novia. Decía que era una barra grande que apenas probaba porque era lo único dulce que tenía la guerra. Cuando por fin se terminó la barra de chocolate conseguía azúcar que siempre llevaba en su abrigo y que comía despacio remojando sus dedos con saliva luego probando apenas lo que lograra pegarse a su índice. Cuando regresó no tenía novia, ésta se casó y cuando lo confrontó simplemente dijo esta mujer que él no había estado para protegerla… sonriendo me dijo mi tata, el problema es que se casó a los dos meses… ya le urgía que la protegieran… anécdotas como ésta tengo por millares…
Gente, gente, gente… siempre tan juguetona con las palabras… la gente en sí no es de mil rostros que engañan sino las palabras que éstas dejan salir al mundo son las que llevan bien puesta las máscaras.
En ocasiones, como dice el viejo McCarthy, debemos ver de frente a esta vida y decirle que todo está bien, que aceptamos ser parte de este mundo.
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La guerra es simplemente una manera de vivir en este mundo, todo así, existe, está aunque la gran mayoría de quienes habitamos este mundo lo neguemos. No se trata de apologías ahora… se trata de formas de vislumbrar la naturaleza humana.
En los noventa algunas películas de guerra como Shindler’s List, Saving Private Ryan y The Thin Red Line impactaron a una nueva generación de cineastas y espectadores. Ya entrando al nuevo siglo The pianist conmovió sin más a la par con The Donwfall hasta llegar a Inglorious Basterds (la menos lograda, lo siento, hablar de esta película no es el caso). Pero ninguna de éstas se equipara con Apocalypse Now o Paths of Glory, de Coppola y Kubrick, quizá, por qué no decirlo sólo el filme de Terrence Malick logra capturar el mismo sentimiento solipsista de los directores antes mencionados.
The Hurt Locker de Kathryn Bigelow, rechazando todo acto patriota (de la clásica cinematografía de EEUU), logra dar vida a una cinta que nada tiene que ver con el soldado glorioso y libre de pecados. Este es un film donde sólo se potencia el sentimiento solitario de hombres sumergidos en medio de batallas inexistentes. Nada que ver con la defensa de la política liberal de ese país tan conocido por todos, y que se hunde en la pobreza día con día sin querer abandonar la batuta del salvador del universo. Qué valorar: la buena dirección, el excelente guión a cargo de Mark Boal; las inexistentes menciones de Al-Qaeda y el terrorismo; la fuerza del miedo a la muerte que podemos sentir todos (más unos hombres en medio de la nada); que una mujer, por fin, haya dirigido una película que versa sobre la guerra mejor que cualquier hombre de su generación. A mi parecer hacen falta más mujeres directoras y escritoras que pierdan el miedo a tocar todo tipo de temas, a vencer el caro y velado machismo que, aclaremos, no siempre presente, también utilizan bastantes escritoras para escapar a la crítica y a la confrontación de su obra. Así en todo.
Las actuaciones son más que excelentes y cuentan las historias de un grupo de soldados que van por el desierto desactivando bombas; dicho esto pueden imaginar los momentos de tensión que se logran gracias a la trama y al buen manejo de la cámara (película no apta para quienes se marean con movimientos subjetivos repentinos). Seré franco y no diré nada más de este filme, en realidad, cuando algo logra vencerme como este filme, no sé qué opinar; pero tampoco deseo caer en la clásica y mediocre crítica de algunos fracasados cineastas que sólo publican en revistas literarias… no. Digo lo siguiente: este filme vale la pena verlo sobre todo por la fuerza de su lenguaje y lo que despierta en el espectador. Y para contrastar la triste realidad de ver que, en este país, mientras exista miopía no podrán crearse cintas como éstas: sinceras, fuertes y sin falsas y ostentosas aspiraciones. No todo el cine mexicano debe llenarse de escenas donde predomina: “Vete a la chingada, we”, “no mames”, “puta madre, we”, “yo si te parto tu madre, we”; además de los rostros de siempre y los desnudos obligatorios… actores de cabello largo y con la barba a medio crecer… en México hay miles de temas que tratar, no todo es el centro del país. Aprovéchense de la fama del narcotráfico, ahora otra vez mundial, gracias al nuevo premio de Juan Villoro… ahora nadie dirá que no es chic hablar del narco… ni se criticará a los norteños (¿no que había temas más interesantes… que ese vulgar tema naco?) Pobre Jesús Blancornelas ese verdadero conocedor del tópico quedó en el olvido… Por fin los “conocedores críticos y exquisitos” de este sagrado país comprenderán que fuera del centro, todos los días, se combate… Aunque incomode hay bastante que aprender del cine estadounidense… y de nuestra identidad como mexicanos…
Kathryn Bigelow merece el OSCAR al mejor director, demostró sin problemas una gran capacidad creativa, es una excelente contadora de historias que, como todo un gran creador, recurre a la herramienta más básica del arte: la naturaleza humana. Por supuesto, no ganará… esperemos que sí… y que vengan más mujeres con tremendos pantalones como esta directora. Creo que este es el año del romanticismo y la tecnología, por tanto esta cinta pasará pronto al olvido por muchos…