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HUGO ALFREDO HINOJOSA

  • Peter Brook, una apertura revolucionaria del color de la piel

    julio 10th, 2022

    1. En la década de 1960, Peter Brook fue parte de esa generación de grandes nombres del teatro de occidente, formada por Peter Weiss, Jerzy Grotowski, Jan Kott, Peter Stein, entre otros directores, pensadores y autores que revolucionaban la escena contemporánea. Heiner Müller estaba presente desde otro escenario como también Jean-Claude Carrière, Botho Strauss, Caryl Churchill, Peter Hanke, Harold Pinter, Edward Bond, Ingmar Bergman y Samuel Beckett, todos en distintas edades e intereses, sólo por mencionar a algunos.

    II. De esa época de amor y paz, de posguerras y guerras presentes, se rescatan revoluciones estéticas subversivas. El espacio creativo entre Asia y Occidente se redujo, se compenetró hasta generar una sola tradición escénica que perdura hasta la fecha más allá de los puritanismos propios de cada cultura. El teatro contemporáneo es ya una mezcla de técnicas extraídas de los rincones más inesperados del orbe.

    III. Durante mi época como estudiante de teatro, en una de mis lecturas (no recuerdo si fue en Teoría teatral de Vsévolod Emílievich Meyerhold o en otra publicación de biomecánica teatral) se proponía qué color de piel y fenotipo deberían tener los actores que representaran tanto las obras de William Shakespeare como de otros autores de occidente. Por supuesto, Hamlet debía ser alto, de ojos azules, barbado… y recuerdo que en nuestro país siempre es un tema de debate cómo tiene que ser Hamlet físicamente, mejor dicho todos los personajes occidentales; impensable que fuera un moreno. Este tipo de discusiones para mí siempre han sido demasiado ociosas. ¿Qué más da el físico de Hamlet, por ejemplo, cuando lo que importa es el drama y la construcción de la tragedia? ¿Acaso en esa ruta trágica el príncipe de Dinamarca no puede ser el príncipe de Nigeria? Hoy en día, sobre todo al ver teatro en inglés, cuna del bardo, Hamlet es lo mismo un negro que un hindú o que un árabe. Rescatan el drama no el físico, pero me sorprende bastante el asombro de los directores de mi generación que piensan en la revolución racial que se logra desde la escena en la actualidad; parece que no conocen la historia del teatro mundial.

    IV. Si hablamos de la herencia del teatro de Peter Brook, más allá de su espacio vacío y sus consideraciones del drama, la dirección y la dramaturgia, lo que más interesa fue su rompimiento con el puritanismo occidental y la inclusión de actores, de diferentes tradiciones, colores de piel, lenguas y sueños. La conformación icónica en su momento de la compañía internacional de Peter Brook, se debe en parte a Jean-Louis Barrault y a su Teatro de las Naciones, que llevaba a cabo un trabajo plural donde las tradiciones del mundo se reunían en una sola voz, síntesis creativa que intuyó y comprendió Brook de inmediato.

    V. Pienso que la consumación y rompimiento del canon del teatro occidental lo propició Brook con su puesta en escena del Mahabharata, que luego fue película en versión de Jean-Claude Carrière, en la que colaboraron Ciarán Hinds, Ryszard Cieslak, Hélène Patarot, Yoshi Oida, Tapa Sudana y Erika Alexander, entre otros grandes actores multiculturales. Por supuesto, se puede argumentar que no fue Brook si no Barrault, o el propio Eugenio Barba, o el que la crítica desee, quienes de alguna forma generaron también esta revolución, sin embargo, el alcance internacional de Brook no tenía parangón y el ejemplo a seguir fue él.

    VI. Durante mi estancia en el Royal Court Theatre aún noté cierto tradicionalismo cultural y sajón donde el teatro de Shakespeare, por lo menos, era cuasi sagrado y lo era aún más la repartición de sus personajes entre actores de prestigio [ni qué decir del teatro contemporáneo]. Para mi sorpresa, vi en el Old Globe una representación del Romeo y Julieta con una actriz negra. Ahora, más de una década después, se ha comenzado a romper el paradigma de la piel. ¿Qué más da quién interprete a Macbeth, a Coriolano, a Hamlet? Mientras que el actor tenga buena factura, lo demás no importa… es una idea, ya que el tradicionalismo siempre estará presente.

    VII. Como suele ocurrir, lo que hoy se presenta como vanguardia se viene gestando hace más de seis décadas. Por supuesto, de ese Mahabharata entusiasmaba más la pluralidad actoral que claramente daba juego a una puesta en escena infinita. Los paradigmas que se rompen en pleno siglo XXI acerca de la representación escénica y sus posibilidades invitan a mantener con vida no sólo al teatro clásico sino a revalorar y dimensionar, por ejemplo, el drama desde la fabulación que atrae o repele al espectador. Por supuesto, hoy resulta anacrónico el que desee un Hamlet rubio.

    VIII. Lo que más extrañé de Brook en su carrera fue su cine; sencillamente no encontró en ese lenguaje la posibilidad que le daba la escena, además de argumentar el proceso largo y costoso que significaba una película. Entre El señor de las moscas, El rey Lear, Marat/Sade, Seven Days… Seven Nights…, Marat/Sade fue sin duda la cumbre de su cine, fue la cuna, mapa y territorio para un estilo de cine europeo donde el peso del trazo escénico marcaba tanto la diferencia entre directores meramente cinematográficos y directores escénicos llegados al cine. Ambos estilos gestaron grandes obras. ¿Quién diría que Persona de Ingmar Bergman era anquilosada por ser tan teatral? O inclusive El huevo de la serpiente. Vale la pena decir que el lenguaje teatral de Bergman y Brook era uno de cuadro a cuadro, gestar la plástica y contar la historia, como también lo hizo Stanley Kubrick, sobre todo en The Killing, y luego en Barry Lyndon. Hoy, el cine parece encorsetado; todo sabe a lo mismo.

    IX. Sin duda alguna, el teatro contemporáneo le debe mucho a Peter Brook. Él se encargó de eliminar el peso racial de la escena europea; hoy, teatro y cine ha entendido hasta cierto punto que, así como la demografía cambia las historias contadas en las tablas o en la pantalla, debe apelar por fin al público, a ese que debe reconocerse y ser uno con la tragedia y la comedia sobre el escenario. El puritanismo no puede existir en las artes como tampoco un apartheid por colores de piel, fenotipos o acentos de la lengua. Entendamos de Brook el cosmopolitismo propio del arte, pero, dicho sea de paso, los creadores también deben alejarse del victimismo… Mucho que pensar.

    Publicado en Confabulario

  • Orhan Pamuk, la vida entre la peste

    julio 4th, 2022

    Una revisión bélica


    Hace un par de meses me encontré con los fundadores y directores de Defenture, una empresa holandesa dedicada al diseño y la manufactura de vehículos tácticos, que podían ser artillados, específicamente para el mercado militar y policíaco a nivel mundial. En la conversación detallaban con alegría que, debido al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, la Unión Europea estaba fortaleciendo la economía de guerra. Tan sólo Alemania invertiría más de cien mil millones de euros para reorganizar y actualizar su armamento. El mercado industrial castrense está abierto hoy para generar empleos y una revolución económica sin precedentes que fortalecerá las arcas bélicas de Europa en este inicio de siglo. (Todo esto me resulta un tanto sospechoso y, al revisar la historia del último siglo, espero no se repitan las catástrofes de ese arcaico tiempo de zares y líderes ideologizados en nuestros días).
    Lo que la gente no entiende, declararon los empresarios, es que el “mundo” tanto en occidente como fuera de ese estadio geopolítico es que: las grandes guerras europeas artilladas quedaron en el pasado, pero así también de obsoleto es su armamento. Europa y los países miembros del bloque económico están completamente a la deriva militar respecto al avance marcial de países como Corea y China. El “mundo” vive un mito de la Europa poderosa ahora inexistente, su posicionamiento se debe más a las películas de Hollywood que a la realidad. Se ha olvidado que la economía como instrumento de control y defensa no lo es todo, manifestaron los holandeses.
    Al hablar de la “guerra” entre Ucrania y Rusia, los ejecutivos ganaron la partida. Anticiparon mi pregunta y pidieron mi punto de vista. “Para mí es un conflicto, que no guerra, regional”. Claro, respondieron, eso es NO es una guerra como estamos acostumbrados a entenderla. Es un problema entre dos naciones que luchan por un territorio y que necesitan, mencionaron, establecer su presencia económica y geográfica en la región. Ucrania, siguieron, no formará parte de la OTAN, por lo menos no cuanto antes, deben pagar su cuota protagonista en la región. Antes que Ucrania primero Finlandia y Suecia estarán en la OTAN, siempre y cuando Turquía apoye la moción internacional. Lo interesante, continuaron, es que el mundo entero conoce ahora a una Rusia disminuida, sin los grandes arsenales, sin los grandes soldados, sin el poderío militar tan presente en el ideario internacional desde la Guerra Fría.
    ¿Pero acaso no es una estrategia, cuestioné, que Rusia no muestre su poderío en un conflicto local? Puede ser, contestaron, pero hay que voltear la mirada al resto de Europa, sin están dispuestos a gastar en tecnología militar ahora es porque no quieren verse en el espejo de Rusia en los próximos años (este fue el punto de coincidencia con Orhan Pamuk y sus reflexiones en torno a la guerra). ¿Quién podría respetar al bloque europeo si se le viera disminuido? ¿Contra quiénes serán las guerras futuras?

    Pamuk el contemporáneo


    Los turcos hemos tenido, históricamente, miedo de los rusos, comenta Orhan Pamuk, cuando lo cuestiono sobre el contexto político actual y la supuesta alianza entre el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan y su homólogo ruso Vladímir Putin. No hay tal alianza, después de todo, sigue diciendo el Nobel, todos en este momento deben cuidar las formas. Sin embargo, Turquía está en guardia y no cederá tan fácil a las presiones rusas como miembro de la OTAN.
    Orhan Pamuk, el ganador del Premio Nobel de Literatura 2006, es un tipo amable, de pensamiento ágil y certero. No pierde el tiempo con presunciones literarias ni reflexiones sobradas, atiende la conversación con una economía asombrosa y sintética. El profesor que dicta cátedra en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, entra en la dinámica de la entrevista, el mar digital que nos separa no es ningún obstáculo para permitirnos dialogar a sus cinco de la tarde, a orillas del Bósforo, y a mis diez de la mañana en la Ciudad de México. A sus espaldas veo las paredes de libros un tanto desordenados. Ni siquiera pretendo entender los títulos, no se ven, apuesto que varios de los libros están en cirílico.
    Las noches de la peste de Pamuk es una obra concisa en su extensión, más de 700 páginas. Es una obra violenta, sin duda, con la elegancia propia de una denuncia de los grandes malentendidos de la humanidad desde el sesgo mismo de la naturaleza que a todos nos nombra, marca y destina. A partir de la lectura que hago de la pieza de Pamuk, por su composición, me recuerdo a El nombre de la rosa de Umberto Eco, el tono histórico, la pasión por explorar e investigar de los personajes médicos… amén del espíritu de la narradora me acercan más a la narrativa de Guillermo de Baskerville y de Adso de Melk. Luego de haber leído Nieve, novela del escritor turco que viene a colación debido a la importancia de la ciudad de Kars como un punto de referencia respecto a la herencia bélica entre Rusia y Turquía, pienso que Pamuk, como todo gran escritor, es más un biógrafo de su país que un narrador de ficción.
    Lo que me interesa de Pamuk es su crítica política que, alejada de la tibieza de otros escritores, se confronta, por ejemplo, con Recep Tayyip Erdoğan el líder turco que intentó meterlo a prisión por exponer la falta de libertad de expresión a la que se enfrentan escritores y periodistas en Turquía. Sin libertad de expresión no hay democracia, comenta Pamuk, cada escritor turco y periodista que se atreve a levantar la voz es aprisionado, pero al salir de las cárceles esos mismos personajes vuelven a levantar la voz en contra del régimen. El Nobel declara, que no tiene miedo de estar en prisión si así fuera por su crítica en contra del régimen. Si bien esa declaración me hace admirarlo, pienso que no necesariamente en este tiempo debes estar preso como escritor para ser nulificado… la complejidad de la prisión social es mucho más fuerte hoy en día.

    La verdad desde la literatura


    Al leer Las noches de la peste no dejé de pensar en El nombre de la rosa, me pareció un relato parecido al de Umberto Eco.
    Orhan Pamuk: Quizá piensas eso por lo detectivesco. Es una novela completamente diferente. Me halaga la comparación. Conocí a Eco, fuimos compañeros en la Universidad de Bolonia, lo admiro. Las noches de la peste tiene algunos apuntes detectivescos, sobre todo, pienso que lo imaginas así porque la gente, los personajes de la novela, siempre están analizándolo todo como bien podría hacerlo Sherlock Holmes. Te cuento que el sultán Abdülhamit II, el patriarca despótico que aparece en la novela, que permaneció en el poder más de tres décadas, amaba al personaje de Holmes e inclusive invitó Arthur Conan Doyle a nuestro país para condecorarlo. Pero esta novela en sí dista mucho de la obra de Eco, pienso.


    ¿Cuál es el rol de la literatura en este momento en el que los modelos políticos están desgastados y la pandemia ha jugado un rol importante en la modernidad?
    Orhan Pamuk: No lo sé. Por el momento hay una guerra en Ucrania. Rusia constantemente lanza ofensivas contra el país vecino. A través de mi ventana solía ver el navegar de los buques de guerra de la ex unión soviética. La guerra es algo muy cercano a mí. Los grandes destructores rusos, por ejemplo, ya no navegan las aguas del Bósforo gracias a la Convención de Montreux. Esto se refiere al pacto de 1936, firmado en Suiza entre el Reino Unido y Turquía, que les permite a los turcos tener autoridad sobre quienes navegan por el Bósforo y el Dardanelos. La literatura en tiempos de guerra siempre se encuentra indefensa. Incluso en los tiempos del coronavirus la literatura no tiene un valor por sí misma. La literatura, por lo menos para mí, no es utilitaria. Más de la mitad de la literatura que conocemos es tan sólo expresión sensible. Para mí la literatura es una forma de vida. Aunque por el momento no he escrito nada por estar ocupado con catalogar las fotografías del “Museo de la inocencia”. Pronto se realizará una serie televisiva de eso. Escribo, en todo caso, porque me gusta vivir en esos mundos imaginarios a los que doy vida.


    ¿Escribe entonces para explorar el comportamiento humano?
    Orhan Pamuk: Pensé en escribir Las noches de la peste hace 40 años. Hace 45 años, cuando era un joven, leí La peste de Albert Camus, me gustó muchísimo. Me dije entonces que escribiría una novela acerca del tema en cuestión. Pero en ese tiempo quería escribir una obra sobre la metafísica de la muerte. Es muy fácil matar a la gente en una novela sobre la pandemia. Pasaron diez años luego de eso y sentí que esa novela tendría que escribirla en una etapa madura de mi vida. Luego al seguir estudiando retomé un poco del pensamiento de Edward Said acerca de su planteamiento de Europa: la idea de las diferencias fundamentales entre occidente y oriente, además de sus condicionantes políticas. Lo pensé así porque los extranjeros visitaban Turquía, en todo caso Estambul, durante los grandes momentos trágicos pandémicos declaraban que: “estos turcos, estos no europeos, estos musulmanes, no están interesados en cumplir con las cuarentenas, sino que son fatalistas y suicidas”. Debido a esto pensé en escribir una novela que luchara en contra de esa ideología. No obstante, también abandoné esa idea. Con el paso de los años me di cuenta de que en 1897 hubo en Turquía una pandemia; más importante aún, me di cuenta de que en China y la India miles de personas perdieron la vida durante ese tiempo también por causa de la peste. Me impactó la idea de que muy pocos habían muerto en América por la misma enfermedad. Eso me llevó a reflexionar acerca de las diferencias entre oriente y occidente. Estudiando un poco más descubrí que en el siglo XIX, tanto en Rusia como en Polonia, hubo revueltas sociales por las cuarentenas impuestas por los gobiernos. La gente detesta las cuarentenas, son detonadores de violencia. También la gente, bajo estas circunstancias críticas de salud siempre quiere que el gobierno le brinde dos cosas: “por favor, gobierno, sálvanos” y “por favor, no interfieras con mis negocios ni con mi privacidad”, la gente pide demasiado. Pensé en desarrollar mi novela situada en el conflicto de una peste, cuando el gran imperio Otomano estaba en proceso de declive. Mis bisabuelos trabajaron para la burocracia del imperio así que retomé un poco de esa nostalgia familiar que me ayudó a concretar este largo viaje para darle vida a esta novela.


    ¿Pensó en abandonar este proyecto para no parecer oportunista?
    Orhan Pamuk: No, porque comencé a escribir la novela tres años antes de la pandemia. En ese momento mis amigos me preguntaban por qué escribir acerca de una pandemia en tiempos modernos cuando estas emergencias de salud ya no existían. Ahora me dicen: qué suertudo eres. Pero no se trata de un asunto de suerte. Mi tía fue una de las primeras en morir por causa del coronavirus en Turquía. Sé de qué estoy hablando. Pensé, claro, en abandonar el proyecto o retomarlo luego de la pandemia para no parecer oportunista. Así que preparé el terreno para cuando la novela estuviera lista, y publiqué en el New York Times el artículo What the Great Pandemic Novels Teach Us (23 de abril del 2020: https://nyti.ms/3y5gOLY), donde hablaba acerca del trabajo que estaba realizando a partir de los siguientes temas y referencias: “el libro de Daniel DeFoe El diario del año de la peste; y luego la obra de los Los novios de Alessandro Manzoni, donde aborda la peste milanesa de 1630. Así que en ese artículo me dediqué a explicar cómo la humanidad reacciona ante la gran amenaza que resultan ser las pandemias”. Lo primero que ocurre es que todo mundo está en negación, la gente, el gobierno, incluso a veces los afectados, todo mundo lo niega. Luego los contagios suben y se genera el pánico. Lo segundo que ocurre es que se expanden los rumores, la desinformación, el caos de las palabras que todo lo complica aún más. Hoy, por ejemplo, los turcos, los judíos, los musulmanes en general, además de los mexicanos, no creyeron en la gravedad de la pandemia. Todos ayudaron también a generar desinformación. Y, para finalizar, si los gobiernos no pueden contener el caos se tornan autoritarios. Antes, por ejemplo, en la antigüedad, colgaban a la gente, los agredían brutalmente, y si en tu casa había contagios tapiaban las puertas de los hogares con contagios para evitar la propagación del virus y para contener la violencia. Por otra parte, comencé a escribir esta novela porque el gobierno turco fue haciéndose más autoritario y no por la pandemia sino por el ejercicio del poder medieval que lleva a cabo el gobierno en turno. Con este libro quise plantear una alegoría a partir de la peste, que me ayudara a plantear la degeneración política de Turquía. Sin embargo, una de las preguntas que más me han hecho a partir de la publicación de esta novela es que sí cambié su contenido debido a la pandemia presente y la respuesta es que no. No cambie nada. Lo que intenté con este trabajo fue tratar de eliminar la idea de que la obra misma era un documento acerca de mi punto de vista del coronavirus, no tiene que ver con eso.


    ¿Qué opina de lo políticamente correcto?
    Orhan Pamuk: Todo y todos los políticamente correctos pecan de ingenuos.


    Me sorprendió la voz de un personaje femenino tan fuerte, esto es: quién vierte la novela por la palabra, Mina Minguerli, es una historiadora en un mundo acotado por los hombres.
    Orhan Pamuk: En mi caso es una apuesta de estilo, un reto creativo. Por ejemplo, mi próxima novela también será narrada por una voz femenina musulmana. Lo que pretendo es alejarme, con este ejercicio, de los prejuicios que puedo tener como hombre de oriente. Pienso que para mí es una limitante que debo eliminar. Basta de escribir desde ese punto masculino y musulmán. Debo retomar nuevos retos. Basta de mí. En Las noches de la peste la narradora es una historiadora, una académica, yo mismo soy un académico, me intenté burlar un poco de todo este mundo intelectual y encorsetado donde lo políticamente correcto existe y se fortalece. Uno mismo se encuentra luego amarrado a dicha tendencia. Mi personaje abomina el nacionalismo, pero termina por declarar el amor a su país. Escribir ficción tiene que ver con nuestra capacidad para identificarnos con todo tipo de personas que no son como nosotros. Ese fue el reto. Asimismo, otro de los puntos de partida para la creación del personaje de Mina Minguerli, radica en mostrar a una mujer atípica que rompe con los estándares anticuados de las mujeres musulmanas de clase media que no andan por las calles libremente. Estas mujeres estaban sujetas a sus hogares, a los harems, a todo tipo de ataduras a las que las mujeres de clases bajas no estaban sujetas porque eran la mano de obra, las que ayudaban en las casas, la servidumbre.


    En Las noches de la peste la comedia y la ironía son elementos de la ficción que pretenden volver más ligero el caos que se vive en ese mundo otomano. ¿Por qué tomar la decisión de utilizar esos detonantes?
    Orhan Pamuk: Siempre que escribo una novela, todas mis novelas, mi primera lectora es mi esposa. Así que, cuando ella llegaba de trabajar, le contaba que durante el día había escrito dos o cinco cuartillas de mi nueva novela y le decía: “estoy escribiendo una novela chistosa acerca de la pandemia”, a lo que ella contestaba: “sigue, sigue haciéndolo”. Porque de haber escrito todo tan trágico y melodramático se habría convertido en cliché. Durante una tragedia la muerte se torna en algo común, no tiene sentido dramatizar cada muerte que se da. Por supuesto, cuando muere un personaje relevante en la pieza, ahí sí se debe generar otra atmósfera, darle el peso correcto. Pero fuera de eso, la muerte misma es un tema más durante una pandemia o catástrofe; no es que no tenga valor, sino que es un elemento más que narra la historia de las cosas.
    Por otra parte, existe una gran diferencia entre la peste de antaño y la pandemia de nuestro tiempo. En los viejos tiempos la gente era iletrada, la gente que moría era iletrada, por lo menos en el tiempo en el cual se lleva a cabo mi novela [1901]. En esa época, por ejemplo, en Turquía apenas un cinco por ciento de la población sabía leer y escribir. Así que la gran mayoría perdía la vida sin saber qué ocurría en el mundo. Hoy, por el contrario, existe la suficiente información para saber qué ocurre en nuestra propia tierra y en el mundo.


    ¿Cuál es su punto de vista acerca del conflicto entre Rusia y Ucrania?, toda vez que Turquía ha sido a lo largo de la historia un país en constante tensión con el pueblo ruso; por ejemplo, desde los años 50 con el conflicto internacional propiciado por los misiles estadounidenses Júpiter, ubicados en Esmirna. ¿Qué rol juega hoy Turquía como vecino de la guerra?
    Orhan Pamuk: La gente, mis lectores de México, deben saber que los enemigos eternos del imperio otomano fueron los rusos. En tiempos modernos, digamos durante la Guerra Fría, ese conflicto geopolítico entre Estados Unidos y Rusia como super potencias generaron demasiada tensión mundial, sobre todo, siempre llenó de temor al pueblo turco. Inclusive cuando Turquía se unió a la OTAN fue debido a que Iósif Stalin, luego del fin de la Segunda Guerra, comenzó a pelear por dominar más territorios entre los que se encontraba el otrora imperio otomano, pero específicamente quería apoderarse de la ciudad de Kars, bajo el argumento de que antes había pertenecido al imperio ruso. Lo que generaba temor entre los pobladores de la región.
    Así que se dio una alianza con Estados Unidos. Hoy, puedo decir, que esa parte de la historia turca es también la que potencia el impulso de Vladímir Putin para llevar a cabo su guerra. Por otra parte, Recep Tayyip Erdoğan, y sus afrentas políticas generadas para dar la percepción de que Turquía abandonaría la OTAN no es sino una forma de chantaje en contra de los Estados Unidos. Él deseaba generar su propio caos bien medido. No obstante, al inicio del conflicto del momento, Turquía se alineó a la OTAN y le vendió armas a Ucrania. No obstante, Erdoğan regresó a sus prácticas populistas, tiene una agenda política definida. Pero, por encima de todo eso, la población turca le teme a Rusia.


    ¿Hacia dónde va la humanidad?
    Orhan Pamuk: No lo sé, no soy pesimista. Me agrada la idea de que Emmanuel Macron haya ganado en Francia, esa es una respuesta en contra de la extrema derecha. Asimismo, en Estados Unidos, Donald Trump, perdió las elecciones. Pienso que el mundo hoy está más preocupado por comenzar a generar un sentimiento de igualdad mundial. Pero lo que sí puedo decir es que el conflicto entre Rusia y Ucrania sirvió para que el mundo se diera cuenta de que Rusia no es tan poderosa como se creía y todo ha estado basado en una ficción.


    Respecto a la guerra, concluye: “Es inmoral que Rusia, así como quiso hacerlo con Turquía, vaya en contra de un país porque no quiere anexarse al bloque de la ex Unión Soviética. No hay necesidad de que miles de personas mueran. Pienso hoy que todos debemos sentir horror por la muerte de los otros”.


    Justo al finalizar la entrevista, Turquía apoyó la inclusión de Finlandia y Suecia en la OTAN, siempre y cuando se tomen medidas drásticas en contra de los grupos kurdos catalogados como terroristas. La historia entre turcos y kurdos, por lo menos en la historia inmediata, nos traslada hasta el 2019 cuando Turquía se adentró en el norte de Siria para combatir a los kurdos y la presencia del Estado Islámico, lo que le valió el desdén de Estados Unidos y de la Unión Europea (pero un desdén medido, no olvidemos que Turquía también se convirtió en el traspatio europeo de contención de migrantes). En ese tiempo, Donald Trump, catalogó la incursión militar como una iniciativa y guerra sin sentido, que no dista hoy de lo que ocurre entre Rusia y Ucrania, dos países que se confrontan por una circunstancia territorial. Disputa divertida para la Unión Europea que aprovecha el tiempo para hacer que China sea considerado como el país peligroso que puede acabar con el sueño de occidente como medida de todas las cosas. Orhan Pamuk es un hombre de su tiempo, por supuesto, que espera todos los días su entrada a prisión, como sus colegas, por la libertad absoluta que tiene su pluma. El siguiente movimiento será de Recep Tayyip Erdoğan… hay que esperar a que lea el tablero.

    Publicado en Confabulario

  • Nada es sagrado

    julio 3rd, 2022

    Mientras escribo, leo los lamentos sociales por la muerte, a manos del crimen organizado, de dos sacerdotes jesuitas: Javier Campos Morales y Joaquín Mora Salazar, asesinados en la sierra tarahumara por uno o varios matones. Se dice que ya se tiene en la mira al responsable o responsables de los hechos (no sé si creer semejante declaración oficial); sin embargo, no hay más remedio, las fiscalías tienen tan mala reputación que es imposible creer cualquier declaración, así sea del ejecutivo federal.
    No hay nada amable en el reinado del crimen en nuestro país, lamento la decadencia en la que estamos. Lo lamento sobre todo porque la normalización de la muerte, por el crimen, nos ha vuelto insensibles a la tragedia. La vida, el deber y la civilidad han perdido su valor como algo “sagrado”. Lamento la muerte de ambos sacerdotes de la misma forma en la que LAMENTO la muerte a sangre fría y la desaparición de mujeres, niñas y niños en nuestro país. En ese lamento va implícito el temor de que ese horror toque a la puerta de mi familia. No puedo hablar, como hacen los líderes de opinión, acerca de sentir “rabia”, al escuchar y conocer cualquier tipo de crimen, no. Tengo miedo, eso sí, a una espiral de violencia en la cual la gente a la que amo y estimo pueda entrar sin salida.
    Así como la rabia, el temor es también propio de los animales; la primera muere de un tiro y la segunda puede germinar cual planta espinosa que terminará por dañarlo todo. Las comunidades con miedo son capaces de mutilar y quemar vivos a quien sea; lo vemos en Puebla, por ejemplo, donde el miedo y la ignorancia pueden convertir a cualquiera en salvaje sin importar edad. No quiero imaginar el miedo y su capacidad en lo macro. Cuando hablo del miedo, lo digo porque yo sería capaz de generar un caos absoluto al ver lastimado a un miembro de mi familia. Por otra parte, la “rabia”, “indignación” y la “condena” son declaraciones sinsentido cuyo objetivo es apuntalar las buenas conciencias que sufren por los demás (lavarse las manos). No hay que condenar, rabiar ni indignarse… hay que trabajar para eliminar los miedos… necesitamos conectar con lo “sagrado” y no me refiero al sentido religioso per se, sino al “deber” que nos debería fraguar como sociedad/país.
    “Ni los dioses ni los hombres tienen una relación directa con lo ‘sagrado’, los hombres necesitan de los dioses y los dioses de los mortales”, escribe, si no me equivoco, Martin Heidegger, en sus reflexiones en torno a la obra del poeta alemán Friedrich Hölderlin. Es una postura romántica, sobre todo cuando aborda la necesidad que tenemos de los dioses para poder conocer lo que es “sagrado”.
    Ese romanticismo existencialista, por llamarlo así, nos habla de una comunión de acuerdos, de códigos, de palabras, de sentimientos que, al compartirlos [dioses y humanos], nos permiten entender cómo comportarnos al participar juntos de la misma información, palabras y objetivos. Ahí está lo “sagrado” … por no llamarlo Dios. De esto surge la pregunta: ¿qué es sagrado en nuestro país? Podría extender el planteamiento global, pero no me importa la no-guerra [espectáculo] de Ucrania, ni los conflictos del parlamento israelí, ni las luchas regionales de Taiwán. De este lado del mundo, en mi tierra, me importa la paz, así de romántico, porque la ficción del Estado hace tiempo que perdió todo tipo de sacralidad, aunque, por lo menos en México, las referencias al cristianismo, vía el protestantismo, son cada vez son más fuertes en el campo político.
    (El Palacio de Bellas Artes rendido ante el capo de la Luz del Mundo, y violador, Naasón Joaquín García, acompañado de las cabezas de la política nacional es una medida para el sistema que nos gobierna. La religión en un palacio para las artes, ese es el constructo cultural que nos rige en la actualidad).
    Cuando en la infancia veía (obligado) el informe presidencial, pensaba en la gran capacidad de atención que debería tener el presidente en turno para lanzar sendas peroratas que a nadie interesaban y que podían ser resumidas en una cuartilla. Los logros de cualquier gobierno, de conocer a cabalidad el ejercicio de comunicación gubernamental, pueden resumirse, por supuesto, en 1500 caracteres. No se necesita más. La liturgia política de más de ocho horas era significativa porque era el rendimiento del pueblo ante la figura sagrada lo que contaba. Falacias o no, lo que se construía era el fundamento del Estado.
    Esa figura todopoderosa del presidente generaba un espectáculo que se diluía, a medida que el informe de gobierno tomaba su curso, para quienes éramos niños y veíamos con atención el poderío del personaje que, si bien no era un héroe, sí era una figura ideológica que rozaba la perfección. Nadie, siendo niños, pensábamos que los políticos eran simples mortales con vocabularios limitados y deseos carnales como cualquier otro humano. Ya grande me llevé desilusiones inusitadas al saber que los políticos en su raíz eran tan pecadores como el señor que con honor lustra zapatos en cualquier esquina y que probablemente tendría más pudor que el político.
    Como ciudadanos, vamos pues a brindarle un poco más de fe a la clase política, que mucha falta le hace. En la preparación que recibí desde la infancia, primero como franciscano, luego como adventista obligado, y al final como jesuita por condición filosófica, aprendí que la vida es, por encima de todo, lo más sagrado que tenemos. Invaluable. Puedo entender el fundamento de dicho postulado teológico como una medida de evitar la muerte sin sentido, las cruzadas demostraron que la vida era tan sagrada como el objetivo de la conquista. Hoy la vida, nos pese o no, se ha convertido en cifras en graficadas, la muerte de uno y millones no implica un verdadero cambio en la humanidad. Al contrario, en un mundo de más de siete mil millones de personas, bien podrían desaparecer del mapa, por lo menos, la mitad, y no habría implicaciones catastróficas sino más abono para la tierra. Por radical que se escuche, ¿cómo podemos calificar situaciones bélicas como las ocurridas en África a lo largo de décadas… en Asia, en Medio Oriente? Cada conflicto bélico que se alienta en la actualidad lleva implícito, además de una lucha económica, una delimitación del crecimiento poblacional por la reorganización de la sociedad que entra en conflicto.
    En el caso de México, debemos llegar a un acuerdo donde la relación, en este caso con los dioses o nuestra clase política, con quienes somos los gobernados, tengamos puntos de referencia para hablar y significar todo aquello que sea sagrado. Aclaro, el crimen es, en la actualidad, lo único “sagrado” en el país. Es la deidad absoluta sobre la cual existe un acuerdo en común. Aceptamos no sólo la muerte sino el crimen como el vínculo y símbolo entre sociedad y gobierno. Si esto es así, por supuesto, tenemos un narcoestado y no porque el ejecutivo federal forme parte del crimen organizado sino porque desde el poder mismo se sabe de la existencia del crimen, se habla de él, hay funcionarios que participan de él, se acepta que está encima de todos y por tanto es una deidad.
    Ni la paz social, ni el bienestar, ni la educación, mucho menos la cultura, forman parte del ideario compartido entre estado y sociedad. Si no existen en el estadio político como fundamentos no pueden traducirse a las comunidades, no hay liturgias para adoctrinar porque lo único que subyace es el miedo extremo. Me sorprende que durante los últimos años se ha hablado de un “cambio” en México, pero ese cambio no tiene fundamentos reales en buscar objetivos sagrados. Es un cambio vacío donde la única excusa es la patria y sus actores como símbolos santos, pero estamos en un estado laico donde los héroes mismos son prohibitivos por la gran carga doctrinaria/neo-religiosa que tienen.
    Si lo único sagrado que existe en México es el crimen y todos necesitamos huir de eso, no existe más una relación entre política y sociedad. En la medida en que la clase política logre no sólo sacralizar de nuevo los valores que puedan mercar con el pueblo, sino cambiar el discurso nacional, podríamos hablar de un momento político interesante en el país. La muerte de los sacerdotes jesuitas acusa de un nuevo nivel de impunidad, han tocado a los representantes de Dios en la tierra; dicho sea de paso, el Papa es jesuita. “Si Dios no existe, todo está permitido, le hace decir Fiodor Dostoievski a uno de los hermanos Karamazov. Conforme el aumento de la violencia fue conquistando nuevos espacios regionales, y la muerte de niños y niñas, mujeres, dejó de tener impacto, asesinar a Dios en un estado como el nuestro era el siguiente paso.
    El cinismo ante la muerte de los hermanos jesuitas es de una insolencia absoluta cuando se declara que ellos sabían de lo violento de la zona tarahumara. Esa declaración del ejecutivo es tan llana y estúpida como la de los violadores cuando declaran que la mujer los provocó por ir vestida de tal o cual forma. Si la historia algo nos ha enseñado es que, luego de la muerte de Dios, vienen el reinado de otras ocurrencias absurdas. Estamos viviendo un momento in extremis donde surgen nuevos dioses con liturgias adormecidas, animadas por el deseo del poder por el poder, esto es: tocan la guitarra, la flauta, sonríen y se separan más de la gente… y por supuesto enferman luego de cada reunión en masa… lo otro sagrado es el “silencio” … ese ya está ahí… y es tan poderoso que poco a poco nos daremos cuenta de cómo se pacifica un país que se cae a pedazos sobre todo ahora que avanzamos en la vereda de los cambios políticos.

    Publicado en El Universal

  • Temor a existir en el siglo XXI

    junio 15th, 2022

    Para ser este el siglo de las libertades, según lo anuncian los medios, gobiernos y los apologistas [disfrazados de activistas], es bastante curioso el temor que existe en el mundo al que estamos ceñidos, por lo menos en el occidental. Vivimos en un estado de culpabilidad profundo y siniestro por ser parte de una cadena de eslabones ideológicos cincelados en nuestra mente sin nuestro consentimiento. Me sorprende cómo el cristianismo y sus fundamentos reorganizados se aferran y reconvierten sus salmos en diatribas ad hoc para el ideario contemporáneo. En una sociedad donde todos tenemos derechos, hay quienes reclaman más; no entiendo el porqué.
    La “culpa” cristiana, a lo largo de los siglos, fue una herramienta fundacional colonial del comportamiento humano, regla y medida, para unos cuantos. El infierno como fundamento del dolor metafísico se utilizó para potenciar la culpa y el temor en toda sociedad, lo mismo niños que jóvenes, mujeres y hombres. Si algo hizo bien la religión a lo largo de los siglos, más allá del cristianismo, es potenciar el temor como mareas que hicieron de todo espíritu salitre. No se trata de creer o no en Dios, pues esa idea seguirá ocupando la mecánica del pensamiento humano con otros nombres mientras existamos como raza en este mundo y los que vengan, si es que alguna vez conquistamos la estancia del espacio.
    El siglo XXI es el siglo de la fe; es el tiempo de la negación de las religiones por saberlas obsoletas, pero se mantienen vivas por su transformación a propósito de las necesidades de las espiritualidades modernas. Este es también el momento sustancial de la “obviedad” como sistema y doctrina que todo lo fundamenta, de la cual no hay escapatoria. Hace un par de semanas se llevó a cabo el encuentro del Foro Económico Mundial en el cual NOKIA declaró que, según la agenda, antes del 2030 la telefonía celular será obsoleta como la conocemos, porque nuestros cuerpos formarán parte del receptáculo de la ingeniería comunicativa. En ese mismo foro, se abordaron las pandemias por venir, la inclusión y el respeto por la identidad; se hizo hincapié en cómo el Estado y su aparato debe ser el responsable de cuidarnos.
    (Sin embargo, hay tres temas que son irrelevantes para esta agenda: los niños, las mujeres y el medioambiente. Son cábalas medulares, sí, pero éstas promueven de entrada la culpabilidad espoleada hacia el temor. ¿Cómo criticar aquello que es lo “correcto” ante la mirada de todos sin que se generen cambios verdaderos acerca de los temas en cuestión? ¿Acaso conocemos un programa mundial eficaz, luego de medio siglo de existencia del foro, que haya eliminado la violencia y trata ejercida contra la infancia, o en contra de las mujeres que, por cierto, pierden de nuevo las libertades ganadas y son derrotadas una vez más en la batalla en contra del patriarcado por una ideología de género? Del medio ambiente no tenemos nada más que agregar).
    Mientras esas conversaciones por nuestro bienestar se daban a puertas cerradas en Davos, en otra parte de Europa, había un grupo de personas que intentaban convertirse en las primeras en ser reconocidas como seres híbridos: mitad carne y hueso, sangre, más “transistores” [disculpen el término obsoleto] y microchips que las convierten en cyborgs. Algo que el científico Peter Scott-Morgan, el artista visual Neil Harbisson y la bailarina Moon Ribas, dicen, es posible y una realidad. Es interesante sobre todo porque, pienso, la bailarina embarazada, Moon Ribas, se percibe hasta donde entiendo como una máquina híbrida capaz de generar vida. Ese fue el destino del androide Rachel, en Blade Runner, de Ridley Scott, el robot que gesta en su vientre mecánico la carne, el hueso y el alma. No critico el destino a seguir por el científico y los dos artistas porque, hasta donde sé, no se rasgan las vestiduras queriéndonos convencer de sus estados de gracia.
    El Foro Económico Mundial me parece interesante como religión y no como un espacio de reunión que impulse un cambio a propósito de beneficios para la gentes. Lo pienso como una religión porque de este manan tendencias del pensamiento que regulan las conductas y los discursos. Basta con escuchar a la exprimer ministro de Nueva Zelanda, Helen E. Clark, que pide a los gobiernos no perder la gran oportunidad, brindada por la pandemia, de ejercer el control total para que el pueblo obedezca. Qué grave postura. Como toda religión, en su radicalismo está el devenir sólo que, en el caso estos grupos, la religión es global e irrenunciable. Durante los últimos dos años, posteriores al inicio de la pandemia, percibo en las sociedades un sentido de la culpabilidad agravado que desemboca en el temor absoluto a todo y la moneda de cambio es la libertad de pensamiento. En un principio, con la fuerza que tomó el discurso políticamente correcto, me enervaba pensar que todo tenía que ver con la obviedad por vivir como buenas personas, pero no todos quieren ni queremos ser buenas personas las 24 horas del día.
    El estado natural de nuestra sociedad moderna es la “culpa”. Nos sentimos culpables por la violencia, el radicalismo, por el cambio climático, porque otros no se vacunen, porque otros más no utilizan los pronombres correctos, por no saber definir qué es una mujer o un hombre, porque no entendemos cómo una mujer desea ser un hombre y viceversa, porque hay quienes quieren ser nombrados con el símbolo digital de una “muela” porque no se identifica como un ser humano, pero sí como una muela; porque no nos atrevemos a hablar del gran padecimiento mental de las sociedades contemporáneas. La lista sigue ad nauseam, posicionándonos en un estado de alerta absurdo y temeroso por no cometer errores que nos puedan encasillar en la intolerancia como muerte social: la resignificación del pecado/capital, ahora transmutado en intolerancia.
    “El ángel exterminador”, dirigida por Luis Buñuel, escrita en colaboración con Luis Alcoriza a principios de la década de 1960, e inmersa por completo en otro momento histórico, habla de cómo las personas juegan un papel inquisitorio cuando los demás están fuera de su contexto. En la cinta, las repeticiones que tienen durante el arribo de los comensales a la fiesta y, sobre todo, durante el brindis de uno de los personajes, primero con la atención, de todos y luego sin el interés de nadie, es una radiografía fiel de nuestra modernidad. Una vez que los personajes no pueden escapar del encierro, comienzan a juzgar la vida ahora fuera de la intimidad del hogar de los otros. Luego de eso, una vez que se dan por vencidos al saber que no podrán escapar de la estancia en la casona, inicia con ello el caos absoluto donde ya no puede reinar la paz justo por la pérdida de la clandestinidad profunda a la que todos tenemos derecho.
    El pecado como herramienta de la civilidad se torna anticuado en “El ángel exterminador”. Al estar todos los pecados capitales presentes en la escena, la intolerancia ha perdido la partida y, por tanto, la culpa no existe más, ni el temor. Es la anarquía en su más sensible naturaleza. Una vez que los personajes logran escapar de la casa y retoman su vida de clandestinidad, pueden visitar de nuevo la iglesia y reivindicarse como gente socialmente apta para convivir y juzgar. Es una partida genial porque ahora le ceden a la iglesia el encierro y la resignificación del pecado, por lo menos en la película.
    Lo he preguntado en otros momentos y lo repito: ¿Para qué necesitamos gobiernos? ¿Por qué permitimos que se nos gobierne y controle? ¿Por qué accedemos a eliminar la rebeldía de nuestra esencia, ahora sí existencialista, por el temor que nos genera la culpa y que nos lleva a sentir que la libertad es en sí un pecado original en el mundo?
    Los apóstoles globales, esos que predican desde el mundo digital hacia el de carne y hueso, son especialistas en generar doctrinas efímeras de gran impacto. La operación misma de hacernos sentir culpables por nuestro derecho natural a ser intolerantes es una labor titánica. Cada nueva tendencia que ocupa los espacios del debate público está creada para unificarnos, para eliminar la intolerancia pecaminosa hacia las tendencias normalizadas por la globalización. Así, mujeres y hombres que deambulan como “buenas personas”, diciendo qué debemos hacer y cómo, no se dan cuenta de que pertenecen a una secta perfecta donde sus ideales no importan y sus sentimientos son menos que nada.
    Esa gente que predica sobre el medio ambiente, las cuestiones de género, la política inclusiva, que tiene como tarea primordial hacer sentir culpable a los demás para hacerlos vivir con temor por tomar sus propias decisiones, son las herramientas perfectas que fomentan la desaparición de la anarquía en aras del sometimiento maleable. Aclaro: no ataco aquí a quienes en verdad viven y disfrutan plenamente sus decisiones y formas de vida; curiosamente estos viven con plenitud sin necesidad de solicitar la aceptación “espectacular” de los otros.
    Las tendencias modernas no son sino variables de la religión como concepto, que tiene como fin (siempre lo ha tenido) el control de los miedos, pero, ahí donde Dios ya no tiene cabida, está la conciencia del que desea hacer el bien a partir de echarte en cara todo lo que, a sus ojos, haces mal como ser humano, es decir, no sentir culpa ni esa necesidad infantil de pedir perdón por existir. Hemos llegado al momento divertido donde nos tememos a nosotros mismos.
    Necesitamos que nos cuiden para no decir nada que perturbe a los demás sin importar lo incómodo que puedo estar conmigo mismo. Entre más potenciemos el poder de la culpa vía los señalamientos flamígeros de las religiones contemporáneas, estamos subyugados, y sin Dios, a obedecer los nuevos mandamientos derivados de las tendencias de ideas globales. Hay que continuar luchando por la clandestinidad de nuestros actos, llevar una vida abierta nos enfrenta al control… no caigamos en el juego de la equidad libertaria de la expresión. No todos deben abrir la boca, pero tampoco debemos decidir quién puede hacerlo, en mi caso, porque no quiero hacer sentir ni culpable ni temeroso a nadie, pero, así como no intento culpar a los otros de sus pensamientos, tampoco estoy de acuerdo en subyugar mi expresión por la fragilidad aparente del que desea conquistarme. Que todos sigan pecando.

  • In memoriam siglo XX

    junio 1st, 2022

    Siempre he pensado que, cuando muera mi madre, morirá con ella el mundo que conozco. Solos, ambos, caminamos durante décadas porque no teníamos familia cercana. Fue una decisión de vida que tomó ella y más tarde comprendí. Lo que conozco en principio, hablar, soñar, reñir, lo aprendí de ella y a su manera; como todo hijo he intentado con el paso de los años dar vida a mi propia identidad. Sin embargo, soy parte de ella y de mi padre, pero ella me trajo al mundo, por tanto, le debo más. Al quedar viuda me cuidó lo suficientemente bien, me dio educación, gracias, mamá. Soy, como miles de millones de seres humanos, hijo del siglo XX, de un momento histórico irrepetible que revolucionó todos los campos de la tecnología, el pensamiento, la economía y la tecnología militar. Pero ese siglo que nos dio vida ha muerto, su eco pierde reverberación.


    En los últimos meses, dejaron de existir algunos personajes de la cultura popular que formaron parte activa de la memoria de fin de siglo. El actor Ray Liotta, el músico Andy Fletcher, y el escritor Domingo Villar, están lejos pero jamás serán olvidados. El primero es ícono cinematográfico, el segundo un músico de vanguardia y el tercero un escritor que dejó huella en su generación. Previo a la partida de estos, partieron otros músicos, poetas, actores, escritores, que nos arrebataron sus voces. Jamás volveremos a leerlos, a escucharlos, a sentirlos. Esto me llevó a reflexionar que todos forman parte de la generación de mi madre, por tanto, ella tal vez pronto partirá. No lo sé, no lo deseo, pero es una posibilidad. A esto sumo que, después de ella, morirán quienes considero mis maestros y pronto mi generación arribará puntual al ocaso. Reflexionar sobre mi propia muerte me lleva a tomar de Rubén Bonifaz Nuño estos versos: “porque soy hombre aguanto sin quejarme que la vida me pese; porque soy hombre, puedo. He conseguido que ni tú misma sepas que estoy quebrado en dos, que disimulo; que no soy yo quien habla con las gentes. que mis dientes se ríen por su cuenta mientras estoy, aquí detrás, llorando”. Aunque son versos que le hablan al amor, los podemos adaptar a la existencia en cualquiera de sus formas.


    Mueren los ídolos, los maestros. Muere el tiempo, por supuesto y qué estupidez porque él no muere, perdura, nos marchamos nosotros. El siglo XX fue extraordinario, el pináculo de la civilización, hasta el momento donde la física clásica reinaba, lejana y divertida, de la ingeniería digital que poco a poco se deshace de nuestro cuerpo. Ese fue un siglo de dos grandes guerras y de luchas férreas que separaron países y otros tantos, caídos en desgracia, quedaron a la deriva sociopolítica. Hoy recuerdo, por la cultura popular del siglo pasado, las películas, libros y melodías, las guerras de Siria, Irán, Afganistán, Irak, de nuevo Afganistán, de nuevo Irak; la tercera guerra de los Balcanes.


    Fuera de la Guerra de Vietnam no hubo otra que pudiéramos señalar como el fracaso de la humanidad gracias a su espectacularidad. La Segunda Guerra fue el fracaso de la humanidad desde su condición sensible, ninguna otra con ese salvajismo dentro de los campos de concentración que se ocultaron a más no poder. El libro abierto que fue Vietnam nos permitió conocer la miseria casi en vivo… “Live Death”; en esa guerra el gobierno abrió las puertas del infierno a los periodistas que retrataron, cada respiración e instante de una batalla perdida, de hombres lastimados por una política sin sentido. Qué curioso resulta que, en pleno siglo XXI, cuando la tecnología de transmisión es ilimitada, no vemos muertos en nuestras pantallas por el conflicto social, que no guerra, en Ucrania.


    Vivimos un momento interesante en el que los ídolos de carne y hueso realmente no existen. Se autonombra alguno que otro despistado, pero no logra llegar a la cima de la beatificación. Hasta la fecha ningún líder social me inspira ni un ápice de confianza. Es terrible. Los políticos naufragan completamente amotinados por sus ideologías que, si bien no convencen a nadie, ahora empujan su idealismo a la fuerza sobre el manto acrítico de la gente. En la medida en que los gobiernos “democráticos” pierden credibilidad buscan y generan agendas que prometen paz más equidad. Dichas agendas son cada vez tan agresivas que generan la repulsión generalizada, excepto de aquellos que piden a gritos “derechos” para el absurdo mismo.


    El principio de la libertad radica en que todos podemos pensar lo que nos venga en gana, así pues, ¿por qué debo de estar de acuerdo con todos y todo?, sólo por el temor a ser rechazado, ¿por qué debo cambiar el nombre de las cosas para que otros no se ofendan? ¿Por qué debo acceder a que se modifique el planteamiento mismo de lo que es una familia?, ¿por qué un amante de los animales puede ofenderse al decirle que un perro no es un niño? Qué complicado es caer en obviedades que están al nivel del sentido común.


    Es divertido y tétrico ver las conferencias del Foro Económico Mundial. Los poderes económicos y políticos se erigen como una pésima caricatura del olimpo, donde se decide el futuro de la humanidad. Será bastante divertido y trágico presenciar cuando la propuesta actual del Foro Económico Mundial del uso de tu propio dinero se mida y limite, por fin, por tu huella de carbono. Hoy es una “súper” idea que no lo parecerá cuando sobre pases tus índices de contaminación, y te retiren tus “derechos” económicos.


    Cuando Lars von Trier en “Manderlay” planteó al personaje cinematográfico, libertario y “woke” de Grace, se atrevió a mostrarnos cómo una persona aspiracionista, sin conocimiento verdadero de las causas que rigen un contexto, puede llegar a cualquier destino o institución y descomponerlo todo. Grace es la encarnación de un político, de un activista, de una persona ignorante, en algunos casos, bien intencionada. Grace, la pelirroja, arriba al pueblo, detiene el castigo de un personaje negro, pronto se hace cargo del campo de esclavos y, cuando menos lo imagina, los esclavos terminan por dominarla, para hacerla entender cómo el problema que intentaba resolver es imposible desde el idealismo. El final de esa película es extraordinario, Grace declara, parafraseo: “ahora pueden hacer lo que deseen”. A lo que los personajes negros contestan: “somos esclavos, no puedes cambiar eso. Pero puedes quedarte con nosotros para que entiendas”.


    Extraño el siglo XX porque mis ídolos fueron de esa época, por supuesto, me duele, no hay otra palabra, pensar en cómo todos mueren, tarde o temprano moriré, no hay más, es muy poco tiempo el que estamos en esta tierra. Pronto mi generación comenzará también a quedar huérfana de ídolos que son escritores, deportistas, cantantes, políticos, activistas que en verdad lucharon por sus causas. Este cambio de siglo era inevitable, pero el sentimiento de desarraigo es brutal. No comparto el jolgorio de personajes como Klaus Schwab, del Foro Económico Mundial, que se aferra hasta el último segundo de su vida por el control del pensamiento mundial; pero tal vez no es el control por el control. Quizá, como tantos políticos, tiene miedo de perder el poder porque sabe lo mucho que ha dañado a la sociedad misma que pretende ayudar, tiene miedo a ser llamado a cuentas. Sobre todo, tiene miedo a enfermar de su propia plaga.


    Adiós, siglo XX, de tu tiempo extraño la libertad. Mientras escribo no mido quién puede sentirse lastimado, qué más da. Nunca he tenido poder, si alguien se siente aludido que cierre la página.

    Columna publicada en El Universal

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