Ópera Prima de Hugo Alfredo Hinojosa
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Hace un par de días publiqué en El Universal “Trump 2.0”, columna donde hablaba acerca de la necesidad de la presencia de Dios en la cultura estadounidense, a propósito de Trump como una figura sustancial de la política contemporánea de Estados Unidos. Comenté que la corrupción del neo humanismo, que ha dado paso a un socialismo desde las entrañas del capitalismo americano, alejó de la ética de Dios a esa cultura de identidad cristiana. No temo al equivoco y refrendo mi postura.
Ayer, el expresidente fue arrestado y fichado como un delincuente en el condado de Fulton, y fue remitido con el número de prisionero P01135809, de acuerdo con los archivos de la cárcel del condado. Trump es el primer presidente en la historia que tiene un registro criminal. Minutos más tarde, el expresidente quedó libre luego de pagar una fianza y, fuera de la prisión, declaró a los periodistas que: “este era un día muy triste para Estados Unidos”.
Previo a esto, el pasado 23 de agosto, Rudy Giuliani, quien fuera abogado personal de Donald Trump, se entregó ante las autoridades en Fulton. Las acusaciones en su contra son por ayudar a Trump a revertir la derrota electoral del 2020. También el 23 de agosto, se reunieron en debate los aspirantes republicanos que desean contender por la presidencia de Estados Unidos, entre los que estuvieron Mike Pence, Chris Christie, Ron DeSantis, Nikki Haley y la revelación de la noche Vivek Ramaswamy, entre otros.
El debate republicano se vio eclipsado por la participación de Donald Trump en el programa de la red social X [antes Twitter] del comentarista Tucker Carlson, donde el expresidente comentó que no participaba del encuentro porque: ¿qué sentido tiene “(…) sentarme una o dos horas, lo que sea que dure, para ser acosado por personas que ni siquiera deberían postularse a la Presidencia?”.
Luego de la detención y puesta en libertad de Trump, una gran masa de seguidores declararon, en redes sociales, que estas acciones en contra del expresidente no modificaban su sentir, votarían por Donald si le permiten llegar a las boletas electorales. Se viene una revolución interna en Estados Unidos donde la fe jugará un papel importante en el aparato de Estado. El lema “In God We Trust” necesita revalidarse en una cultura que rema contracorriente según los ideales sobre los que se construyó el país. La política de Estados Unidos es “trans”… como las ideologías de género que exudan excepciones que no derechos y que apoyan los demócratas. Leamos entre líneas.
Rudy Giuliani declaró, luego de ser liberado, que si esto que le ocurría a él por estar en contra del sistema, bien podríamos imaginar qué le pasará a cualquiera que cuestione cualquier resultado electoral, van por ustedes, comentó. Se asoma el fantasma de Joseph McCarthy en el siglo XXI, hay que leer de nuevo entre líneas. ¿Ahora quiénes serán lo delatores?
En Estados Unidos existe un gran número de ciudadanos y gobernantes que no desean participar del conflicto de Ucrania que, dicho sea de paso, no tiene nada que ver con Vietnam como dicen algunos despistados. Ucrania es un conflicto anónimo donde interesa la economía y no los nombres de los combatientes, de ahí lo irrelevante de la perdida de vidas. Son ucranianos y rusos, no estadounidenses llevados a la fuerza a una guerra a través de un draft. Sobre la guerra y su repulsión giró el debate republicano, hay demasiado dinero puesto donde no se debe.
Donald Trump, pues, puede ganar las elecciones; y de no participar de la contienda generará tal vez un rompimiento en el bipartidismo estadounidense, y se abrirá la posibilidad de un candidato independiente. Son más los que desean un país con tufo a los años 80 donde todo era maravilloso y ficticio, desde ese universo de la espectacularidad parte Trump. Los acercamientos que tuvo durante su mandato el expresidente con Rusia y Corea del Norte son las equivalencias del “We Are The World” y el Live Aid de 1985, la búsqueda de una paz mundial y grandilocuente. No obstante, la lectura del presidente ignorante amigo de los malos era más fácil.
Aclaro, no pienso que Donald Trump sea la mejor opción para gobernar, sí defiendo la idea de una necesaria “guerra” interna en Estados Unidos, el país necesita del caos hacia las entrañas del aparato de gobierno, un reset… no tienen figuras de respeto en la Casa Blanca y mientras debaten en el congreso estupideces políticamente correctas, sin hablar de las negociaciones oscuras, los drogadictos inundan las calles de las ciudades más importantes del país.
Pienso en el destino cultural, ya hubo un presidente negro [existía esa deuda racial], los hispanos aún no se organizan y los siguientes en la lista son los descendientes de orientales… pero mientras que los “otros” se organizan continuaremos atestiguando las excelentes estrategias de mercadotecnia política de Trump… la camiseta de su arresto cuesta 47 dólares. -
Mientras que en México presenciamos un declive educativo, no sin precedentes pero sí anunciado [para qué engañarse], el resto del orbe se mantiene en vilo con pseudoproblemáticas a flor de piel. Europa y Estados Unidos intentan mantener vivo el discurso perezoso de la guerra de Ucrania, un concepto tan devaluado como el activismo de Greta Thunberg, y válido para quienes piensan que la Rusia de la Guerra Fría debe aniquilarse, pero no olvidemos que la paz, en este escenario, no es cosa de dos. En el contexto europeo, la migración y la religión son los puntos a tratar en este momento histórico. Es por demás curioso cómo las iglesias cristianas y católicas ceden paso a las mezquitas. Los ciudadanos del Reino Unido son remitidos a las comisarías si evangelizan con la palabra de cristo en la vía pública, al tiempo que sus templos son destruidos por musulmanes. Una libertad de credo muy extraña. La reconfiguración de occidente es un hecho.
Donald Trump es el personaje del año. Se mantiene vivo en las encuestas para contender por la presidencia de Estados Unidos mientras un reducto ciudadano y progresista se rasga las vestiduras. Sin importar los más de 80 cargos que enfrenta en Nueva York, Washington, Florida y Georgia, Trump bien puede dar la sorpresa si le permiten llegar a la nominación republicana. Si bien Trump es un súper profeta necesitado por la masa, como apunta Jorge Volpi en su última columna, yo sumaría a esta idea que el problema de Estados Unidos es la falta de Dios en sus filas (que no de religión). La potencia otrora ecuménica se ha derrumbado desde el interior y perdió el sentido de la unión por la familia, el trabajo, la patria y Dios.
Cuando se critica a Trump se dice que es un ser endiablado, falto de modales, de formas políticas y se le acusa de un carácter inapropiado para el escenario mundial. Me mantengo firme en la idea que expresé en “Pop Trump” [https://bitly.ws/SR5C]: el expresidente de Estados Unidos sabe jugar el juego de todos, entiende la política como un espectáculo y lo usa a su conveniencia. Hasta aquí he hablado de las obviedades más básicas del personaje que la gran mayoría de intelectuales y opinadores de profesión mencionan a raja tabla, sin mancharse las manos más allá de lo políticamente correcto.
Dios ya no forma parte del ideario sociopolítico de Estados Unidos y esa es la gran debilidad moderna de un país que se va consolidando en la pluralidad de las sectas ideológicas neohumanistas. Si Dios no forma parte del sistema de creencias y si no creó al hombre a su semejanza y luego a la mujer, pues estamos ante un escenario de bastardos que van recomponiendo la realidad a su gusto. Así, hoy tenemos a mujeres y hombres que se creen caballos, bebés y otras tantas identidades que trastocan la “normalidad” de la masa votante. No niego aquí el sentimiento intrínseco del ser humano de tener tal o cual preferencia sexual, sino que hago manifiesta una tendencia de trastornos que empiezan a formar parte de la cultura de occidente y de una gran parte de Europa; en Asia el tema se atiende desde otro enfoque.
Desde el periodo de Barack Obama, la figura de Dios, como parte del aparato estadounidense, se fue diluyendo. Trump intentó restaurar a Dios como parte del discurso y Joe Biden, al arribar al escenario político, potenció este neohumanismo donde todo está permitido, pero el constructo del estado cayó en deterioro. Dios, como el concepto del orden en Estados Unidos, es fundamental para una nación que fue fundada por evangélicos; es difícil no tener la fe al centro de los actos del poder. La negación de Dios gracias al progresismo está posicionando a Estados Unidos, no como una superpotencia, sino como un escenario de idiotas justificados por una cultura “libertaria” indefinida.
Trump, al pronunciarse en contra del progresismo como religión, recupera a una masa cristiana que deambulaba sin destino. Por su parte, tanto Joe Biden como su hijo forman parte de otro escándalo sexual y de tráfico de influencias más controlado, pues se mantienen en el poder. El discurso al centro de la contienda por la presidencia estadounidense no puede recaer en la fortaleza moral ni de Biden ni de Trump; la moralidad no puede estar al centro de la discusión. Quienes apoyan a Biden, y un gran porcentaje de los demócratas, aspiran a continuar favoreciendo una agenda que trastocará las bases de la sociedad. El progresismo es otra forma de gestionar, desde el interior de una sociedad, una guerra civil moderna en la que el gobierno puede lavarse las manos, mantener el control y trasladar la culpa a los otros. Es la gente la que se odia a sí misma y es intolerante, hay que tener cuidado con la locura licenciosa que pone en duda la cordura y el sentido común de unos pocos. Estas escenas ya las estamos presenciando a lo largo y ancho de Estados Unidos, Canadá, y México. Asoman las narices en una agenda que no es del presidente, pero permean ya en su administración.
Una sociedad en guerra necesita a un Dios al cual asirse en medio de las tragedias. Trump no es sino un personaje cuyo discurso en medio del caos aporta un poco de moderación. No está polarizando del todo, hay que tener cuidado con esa aseveración; está llevando la paz a donde entiende que no existe; no llega a ser profeta, pues no ha muerto; es Juan Bautista en búsqueda de personas a quienes bautizar fuera del orden caótico que reina en Estados Unidos. Es interesante cómo el marxismo está triunfando ya en el país del norte con ese discurso velado de libertades individuales.
Trump en su momento detuvo las guerras y cerró filas con los gobiernos indeseables; fue un hereje que hoy puede convertirse en un líder revolucionario… y una revolución siempre necesita de la fe y la fe es en Dios, ese concepto que encierra el orden, un renacer social. Estamos en un momento donde el hombre recupera el cetro del poder, el centro del universo. Los rednecks, latinos, los blue collars de Estados Unidos, todos están con Trump, por supuesto, encuentran en el trabajo la edificación, la deidad. El progresismo victimista necesita de la languidez del sistema. Trump debería ganar las elecciones. De ser así, estaríamos en verdad viendo de frente una guerra civil para el siglo XXI. Diría Montesquieu: “No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia”. -
Si la memoria no me falla, fue en la clase de antropología filosófica, durante la carrera de Filosofía, donde abordamos y discutimos que “no votar” era una postura frente al mundo, una decisión ética que transgrede el “bien conducirse” social respecto a la democracia, so pena de ser juzgado. La primera entrega de este tema generó todo tipo de reacciones. Con toda sinceridad, no entiendo por qué en el mundo “progresista” en el que vivimos puede juzgarse y descalificarse una postura que invite a la inactividad por la democracia [esa ontología occidental obligada]. Estoy en mi derecho y, en todo caso, “excepción” porque así lo deseo: hoy a las “excepciones” se les llama “derechos”. Sumándome al tono social moderno: “Me siento ofendido y no representado en mi libertad porque los comentarios me reprimieron e hicieron sentir mal”… obviamente no.
En la entrega anterior hablé de cómo algunos abogados litigantes y estudiantes de Derecho del norte de México me comentaron que no les importaba en lo más mínimo ejercer su voto pues no veían ningún beneficio real, además de no conocer a los protagonistas de la realidad política del país. También comenté que quizá los estudiantes del centro o sureste tendrían otro tipo de respuestas debido a que las ideologías políticas, por doctrina, se dan mucho más en el centro del país que en el norte; la cercanía con Estados Unidos nos presenta otra realidad donde Marx y la filosofía de la liberación de Enrique Dussel [a quien respeto] no forman parte de una discusión profunda, sino en aquellos que reviran hacia un 1968 más por romanticismo que por acción crítica y libertaria, que conjuran desde la comodidad económica un rancio pensamiento comunista.
Luego de leer la columna anterior, un par de exestudiantes de la UNAM me escribieron. Cito al menos un comentario: “Para mí la política siempre ha sido un tema ajeno [a pesar de la carrera]. Recuerdo que se nos inculcó mucho la “responsabilidad de participar. Mis votos, excepto los presidenciables, han sido completamente desinformados y, en realidad, tampoco es que los presidenciables hayan sido del todo con información contundente, solo que te bombardean con sus rostros y eslóganes y pues así uno cree conocerlos… Mi desinformación también es un poco por desinterés en investigar más de quien quiere llevar las riendas del país y también por un tema de apatía. Para mí la política es el negocio de quienes están en ella. No he visto nunca ni sentido que haya un interés genuino de ningún partido por hacer algo en pro del país y claro que es triste. No sé si voy a votar esta vez [en 2024]… Sería la primera ocasión que me abstenga”.
Una declaración sorprendente porque la decisión íntima elimina el rastro de inercia ideológica para ejercer la democracia, debido al desconocimiento real de “¿quién es el político y qué ofrece?”. Rescato estas frases: “Para mí la política es el negocio de quienes están en ella. No he visto nunca ni sentido que haya un interés genuino de ningún partido por hacer algo en pro del país y claro que es triste”. Supongo que existen políticos que se contraponen a esta idea y que luchan por la “gente” concentrada en los 2469 municipios [según datos del INEGI al 2020]. Soy escéptico ante esta idea.
Sigamos con el asunto del abstencionismo. Quienes se “bajaron” de una supuesta precontienda presidencial, desde la mal llamada “oposición mexicana”, es porque en la médula del “movimiento” las condiciones no eran aptas para evitar la fatiga del quehacer político. Los candados fueron muchos y con muy poco tiempo, comentaron los interesados. Así, en el proceder de los no-candidatos se da un “abstencionismo” sobre las reglas, para intentar girar el barco al cauce que mejor les convenga. NO PARTICIPO DE LAS REGLAS DEL “FRENTE AMPLIO PORQUE NO CONVIENE A MIS INTERESES [está claro que no son los intereses de la gente de a pie]”. Es un mal negocio… “Para mí la política es el negocio de quienes están en ella”.
¿Por qué la gente no vota y por qué existe el abstencionismo? Por lo menos en el reducido espectro de la muestra, norte y centro dicen: … “Mi desinformación también es un poco por desinterés en investigar más de quién quiere llevar las riendas del país. Y según las respuestas de la columna pasada a la pregunta “¿Qué opinan de los candidatos?, ¿quién podría ser el mejor?”, tenemos: “Es igual, no importa”, “no nos afecta”. “No queremos salir un domingo por la mañana, luego de una fiesta, a votar.
Como mencioné antes, reduzco todo a ¿para qué votar? Me falta entender cómo se concibe el mundo en el sureste, pero intuyo que las respuestas serán muy parecidas. Si nos vamos a datos cuantitativos sobre el por qué la gente se abstiene de emitir un voto saldrán un sinfín de motivos tecnológico-sociales y el “hambre” y la “necesidad” [la pobreza] relacionadas directamente al trabajo, lo cual evita que las personas pierdan su tiempo pensando en la democracia. Todas obviedades. La política es otra forma de bohemia donde no está en juego el intelecto, sino el interés por dominar al otro a través de la demagogia.
Luego de leer la columna, un magistrado y exsecretario jurídico comentó que sería imposible que la gente no saliera a votar. “Es costumbre más que necesidad”. Ilusión, pienso yo. Repito: “No debemos votar, hay que detenernos, entender y decidir”. Sería ideal lograr ensanchar el abstencionismo generando un caos de datos y de tendencias políticas porque ayudaríamos a que la gran mayoría de los partidos en México desaparecieran. La obviedad se expresaría en un: “Si no se ejerce la democracia, los partidos pondrían en los puestos representativos a quienes ellos eligieran”, una endogamia política, basta con prestar atención a cómo están constituidas las instituciones de nuestro tiempo. No nos demos baños de pureza. Entendamos: el abstencionismo implica anunciarle al cuerpo político que no interesan sus posturas o procederes y no hay nada que computar; el voto nulo computa, pero no hay nada para nadie. Ocurre con la democracia como con la vacuna contra el COVID-19, la introdujiste en tu cuerpo por la presión social de un bienestar común. El voto por despensa y asistencia social es también otra forma de presión social a partir de la pobreza.
La entrega pasada hablé de los tres precandidatos que se encaminan a la lucha interna del partido en el poder. Al paso de las semanas veo, no sin sorpresa, como Marcelo Ebrard llega desgastado a la contienda con reclamos y señalamientos. En el caso de Claudia Sheinbaum, se mantiene, aunque sin brillar, y Adán Augusto espera, no a la deriva, pero sí a trote listo. En cuanto a la oposición, que encontró en Xóchitl Gálvez a la figura que se opondrá a los personajes en cuestión, no hay mucho que decir. Sí pienso que es una excelente aliada del presidente para desinflar en la medida de lo posible a Sheinbaum para cederle al paso a otro protagonista y qué mejor forma del titular del ejecutivo de librarse de culpa al desinflar a su “hija”.
Gálvez es una excelente distracción mediática. No trae a la masa bajo su brazo como se pretende hacernos creer apenas despunta en ciertas partes del centro del país. No olvidemos que es la imagen la que seduce al pueblo mexicano y Gálvez posee la mejor imagen por encima de los otros. Como estratega, yo no perdería el tiempo intentando conquistar la presidencia, como MORENA pide: “Vota todo MORENA”. Yo me concentraría en llamar a la campaña: “El congreso para todos”, esa máxima reorganizada desde el marketing sería el discurso adecuado para Xóchitl Gálvez.
Noah Webster, Ambrose Bierce, Franklin D. Roosevelt, Thomas Jefferson y G.K. Chesterton, todos hablan del ejercicio del voto como un deber cuasi espiritual y sagrado, un acto inviolable de libertad que todos debemos cumplimentar. Después de leerlos no hay un solo argumento que me incline a tomar una boleta electoral que además me brinde libertad. Ellos, al igual que los políticos más carismáticos de todos los tiempos, son actores que han sumado a la cultura un deber obligado que nos lleva a validar todo tipo de personajes deleznables.
Invito a no votar y a disfrutar del caos que pudiera generarse, o no, a partir de esto. México, en su infinita alma revolucionaria, es un país apacible que ha soportado en su nómina democrática a un sinfín de políticos profesionales, esos que son tan peligrosos que no pueden operar fuera del poder porque sencillamente no sabrían cómo hacerlo. Tumbemos pues las métricas de participación ciudadana, la redefinición del voto de castigo no está en la boleta electoral sino en la inactividad.
Me comentan que es irresponsable llamar a no ejercer el voto cuando el país necesita urgentemente un cambio de rumbo: “votarán los que tienen despensas y los manipulados”, por supuesto que lo harán y esa es la encrucijada… ¿pero acaso no somos un país que se presume ilustrado? ¿Qué harán quienes no reciben despensas? ¿Qué se tendría que reclamar y a quién?
¿Por qué no votan los mexicanos? A quién le importa cuando el ideal de bienestar es inalcanzable. Mientras que no se regule la participación del político en el quehacer de su acceso al poder, no vale la pena votarlos porque les otorgamos un valor sempiterno que no valoran. Se votan a sí mismos y somos parte de esa corrupción. Tres palabras: Manuel Bartlett Díaz.Publicado en El Universal
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El primer impulso/acción que propongo es “no votar”. Hace algunas semanas, intercambiaba puntos de vista con un gran pensador político. Nos cuestionábamos acerca de la devaluación del lenguaje democrático en todas sus dimensiones. El tema de análisis eran los jóvenes; ellos siempre son el tema; cada trienio y sexenio los jóvenes forman parte de una agenda que nunca termina de fraguar, porque no forman parte de una comunidad. Ahora las mujeres son parte de la estrategia, no obstante, también se perderán en la reconceptualización de la democracia porque se pretende enmarcarlas en una sola comunidad.
Respecto a los jóvenes, conversé con un par de abogados ya litigantes y un par más de estudiantes de Derecho, todos del norte de México. Me sorprendió bastante escucharlos: “¿Qué opinan de la participación de Pío López en la campaña de Ebrard?”. “No sabemos quién es ese personaje”, contestaron. “¿Qué opinan de los candidatos, quién podría ser el mejor?”. “Es igual, no importa”, dijeron, “no nos afecta”. “¿Por qué no votan los jóvenes?”. “No queremos salir un domingo por la mañana, luego de una fiesta, a votar. Si pudiéramos votar por teléfono tal vez sería mejor”. Reparo en el “tal vez”.
Estos personajes de los que hablo eran de Baja California. Sé que unos estudiantes de la UNAM o de alguna universidad del sureste mexicano habrían opinado diferente, no por ser más brillantes que los norteños, sino porque la herencia ideológica se teje distinto en el centro y sur del país. Así que los jóvenes, al igual que las mujeres, tampoco forman una sola comunidad con intereses que apelen a discursos generalizados y pedestres. Pero tanto mujeres como jóvenes son indispensables para ensanchar el discurso político en aras de la pluralidad democrática que se anuncia siempre como una crónica del realismo mágico que todos conocemos.
Desde hace varios meses, me he dedicado a escuchar a los candidatos de facto del partido en el poder y a su contraparte. Es una lástima que no escucho un solo tema o planteamiento original que surja de sus asesores. El “YO” predomina en las propuestas de los aspirantes; la “gente”, si es que importa, apenas y asoma la cabeza. El país, México, es un idilio a la manera sadista que todos desean, pero pocos cabalgan porque sencillamente no saben cómo hacerlo, y qué lástima decirlo de políticos profesionales. Por cierto, las estrategias digitales que siguen algunos candidatos como Marcelo Ebrard, apelan más al escarnio y a la pena pública que al “call to action” de los jóvenes. Lo pongo en esos términos para que sus asesores lo entiendan: encaminan a un payaso, no a un político. La campaña de Claudia Sheinbaum está tan desgastada como lo muestra el rostro de la propia candidata que irradia el no-aroma de las abuelas… aquello que no prende no apasiona. Adán Augusto, por su parte, se ha enfrascado en un lío de faldas absurdo que limitó su incursión en la contienda… Los estrategas dirán que no importa… y claro que no importa, de ahí la “importancia” de su agenda que se limita a llenar un hueco. Aguas con los que piden dinero en su nombre, porque los hay por decenas. Y dicho esto, todos, aunque sea de manera simbólica y discursiva, tienen opción a la silla presidencial.
De esta conversación me quedé con un reto de inicio que ahora planteo. Hay que modificar la cultura de la democracia en sí misma, toda vez que la palabra y el concepto no significan absolutamente nada. Dejaría en paz a los jóvenes; dejaría en paz a las mujeres y llamaría a “no votar”, pero, “el abstencionismo ya es bastante”, dirán… Lo es y pocos lo estudian porque buscan la respuesta en el “por qué”, cuando el “para qué votar” nos golpea a todos de frente y nos ridiculiza en su obviedad. Formulo, por tanto, lo siguiente: “No debemos votar, hay que detenernos, entender y decidir”. Por metafísica que parezca esta postura, me sostengo en la inactividad del ejercicio democrático. ¿Existe algo que pueda darse sólo a partir del voto?
Mariana Mazzucato, desde el punto de vista económico, plantea cómo el Estado debe ser punta de lanza para nutrir de progreso, ciencia y riesgos a las nuevas generaciones que, alejadas de la ideología, trabajen en favor de nuevas conceptualizaciones del estado que nos lleven por obvias razones a democracias novedosas. No obstante, si seguimos esa línea del pensamiento, el propio Estado ha hecho lo posible porque la “gente” no sólo deje de creer en él, sino que no le importe como un agente de orgullo. Somos mexicanos todos, sí… pero ¿cuántos nos consideramos mexicanos?
En principio, diría que no debemos votar porque, si somos honestos, no importa el personaje que llegue a la silla presidencial. Me detendría pues a pensar para qué sería útil mi voto. Cuánta inocencia hay en todo esto que planteo y, aun así, mi forma de promover una democracia revalorada sería detener toda manifestación por querer ejercer el voto que es un derecho que podemos revocar. Apuesto por la exacerbación del abstencionismo. ¿Por qué no? No es una apuesta antipatriótica, sino propatriótica y, sí, un tanto nihilista…
En principio dejaría náufragos a los presidenciables fueran del bando que fueran, la verdadera batalla está en los congresos, si aún no se ha comprendido, entonces no entendemos cómo funciona el aparato gubernamental. Mencioné la palabra náufrago y me atrevo a cambiarla por huérfanos. Nosotros somos esa “gente”, la que brinda identidad y motivo de existencia a todo actor político; hay que abandonarlos, no debemos pensarlos pues en la medida que piensen en la masa como aquellos agentes a los cuáles se les debe decir “qué deben hacer o pensar”. No quiero modificar un control o poder por encima de otro, sino reacomodar en el imaginario colectivo cómo debe organizarse el Estado que ya habitamos.
Todo lo antes mencionado es política básica, un nihilismo primerizo, una anarquía romántica, pero con una postura muy sintética sin aras de destrucción. Ejercer un voto implica formar parte de una sociedad, esto es: de una comunidad… mas cuando acaece algún conflicto que toca a nuestra puerta y sacamos las manos, eso implica de facto que no somos una comunidad. Recientemente, AC Consultores publicó en las páginas de El Universal que el 81% del territorio nacional está en manos del crimen organizado y retomo a partir de esta investigación, que aquellos que consumen drogas en aras de la bohemia o del intrincado espectro social donde se incluyen ciudadanos de a pie y políticos, artistas e intelectuales, albañiles y agentes de la policía, todos forman parte del mismo problema que aborrecen al fortalecerlo con el consumo… en eso sí son comunidad, pero no en el combate.
Volviendo al tema de los jóvenes y las mujeres, lo primero que les diría es: no voten… refuercen un abstencionismo basado en la acción de la inactividad. ¿Qué puede ofrecerles el Estado para convencerlos? Reitero, no voten por los presidenciables, váyanse a ras del piso, hay que anularles lo único que tienen: una voz sin estrategia ni realidades en los congresos. En general, la abstinencia es la mejor arma. El Estado es un constructo cultural y, si se habla de que este México ya no es el de antaño, también es tiempo de modificarle las reglas al Estado mismo.Publicada en El Universal