El historiador, Yuval Noah Harari, también “reconocido” por algunos lectores como filósofo (bastante tendencioso, por cierto), autor de Homo Deus y Sapiens, comenta que en esta era de la “victimización” es factible tomar a Rusia como el ejemplo maniqueo por excelencia de un país que se siente con el derecho de invadir a otras regiones, toda vez que se victimiza por su supuesta fragilidad ante los “otros”, en este caso Ucrania, nación/estado zona más que estratégica para la OTAN. Un tema con demasiadas aristas. Escurridizo y hábil, el historiador pronto recompone su retórica y dicta que no se refiere a la “cultura rusa” como el brazo rector de la tiranía, sino a Vladimir Putin [pueden escuchar la charla en esta liga: https://bit.ly/3ZNWFXW%5D, villano cruel que debería ser desaparecido de la faz de la tierra. Dicho sea de paso, el próximo 23 de junio se cumple un siglo del fin de la Revolución Rusa, un simbolismo que debemos tomar en cuenta.
Los grandes apóstoles modernos declaran que si Rusia pierde esta guerra, el orden mundial seguirá inalterado; si Ucrania pierde, sentencian, el mundo se acabará. ¿Cuál mundo y para quiénes? [Si están al tanto del Foro Económico Mundial es más que obvio cómo todos, mandatarios y empresarios, desean la caída de Rusia porque no pueden acceder a ella]. El problema con esta retórica maniquea del historiador israelí, excelente para vender libros y conferencias para pseudoeruditos, radica en su instrumentalidad.
Me explico: si el problema de Noah Harari es que Rusia actúa desde una beligerancia que tiene como principio la “victimización” por el miedo a los otros [senda falacia], sean razones económicas o geopolíticas, religiosas o históricas, ¿en qué lugar quedan los países de occidente y oriente? Bajo esta premisa del historiador, sus ideas carecen de todo sustento riguroso. El ya histórico argumento de la victimización que deriva en “miedo” está latente, juzguen ustedes. ¿Acaso el diálogo (perdón por la inocencia) por encima de todo conflicto no sería la mejor salida? ¿Son necesarios más muertos en aras de la lucha por metros cuadrados y dominios globales? Yuval Noah Harari tiene buena retórica, sabe escaparse por las ramas del apocalipsis que vende muy bien, que se vale de sofismas y que embauca a sus lectores, se cura en salud y declara: “no odio a Rusia, leo a rusos”. No defiendo a Rusia de sus procederes, sólo que es impresionante el gran circo del que todos formamos parte; nuestra generación jamás superó la guerra fría en su configuración hollywoodense.
Después de conversar con un Premio Nobel, un par de diplomáticos y algunos armamentistas holandeses, pienso que el problema contra Rusia radica más en el odio producido por el miedo que esa cultura ha ejercido en la región a lo largo de la historia… pero eso también es no ver la viga en el ojo propio.
Por desgracia, el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, por demás extendido y que ha costado centenares de vidas, se ha convertido en todo un espectáculo de la victimización, pero no por parte de los rusos. No veo a Putin de la mano de las celebridades de Hollywood ni recibiendo premios Oscar, ni apareciendo en todos los medios occidentales. Mientras escribo esto, analizo un video de Volodímir Zelenski donde invita a Larry Fink, a todo su Black Rock, y otras compañías como J.P. Morgan a invertir en Ucrania y a sumarse para conseguir aún más armas para su lucha que se antoja, ya no larga, sino fría. Esa es una oferta de autonomía encorsetada, no de paz. El presidente Zelenski utiliza un argumento muy socorrido en la actualidad y parafraseo: “aquellos que no se sumen a esta lucha boicotean nuestra paz” … un discurso que nunca falla.
[Sé que es irrelevante, pero lamento decir que no siento ningún tipo de empatía por la figura de Zelenski al frente de Ucrania. Quizá sería más empático si su proceder hubiera sido diferente, pero me parece que perdió la oportunidad de ser un héroe para el siglo XXI. Me generan profunda tristeza los muertos rusos y ucranianos. De Putin no tengo nada que sumar, él tendrá su estrategia como siempre a lo largo de la historia y no mendiga empatías ni simpatías… hay que conocer la diferencia]. Pronto, la “victimización” se ha convertido en una herramienta facilitadora de la mediocridad. El concepto se ha transformado en una suerte de “ideología” encolerizada en la que se refugian un sinfín de individuos pertenecientes a otro tipo de “nación” imaginada, que deriva en un “estado” poderoso por su calidad anónima con miles de millones de rostros.
En el sentido del nacionalismo, Arthur Shopenhauer, escribió lo siguiente: “La forma más baja del orgullo es el orgullo nacional… cualquier tonto miserable, que no tiene en el mundo nada de lo que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, vanagloriarse de la nación a la que pertenece”. Pero alteremos el sentido de esta máxima del filósofo por el momento. Cuando hablo de la “victimización” como una nueva forma de nación/estado que deriva en nacionalismos, me refiero a que esa “ideología de la victimización” [radical] cada día que pasa engloba a más y más seres humanos que confunden derechos con excepciones. Son las excepciones las que le otorgan el grado de la “victimización” a un individuo. En el sentido más pedestre de las redes sociales, luego transferida a la realidad, lo que la masa exige es la excepción a su deseo. Yuval Noah Harari debería tener cuidado al abordar la victimización; apoya quizá de manera consciente la excepción de los otros por los derechos de unos cuantos. Un derecho hace patente una regla, una excepción quebranta la lógica de las formas… juzguen ustedes tanto a ucranianos como a rusos y saquen sus conclusiones. Una excepción por encima de otra sólo fomenta odio.
Categoría: Filosofía
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A lo largo de nuestra historia, por lo menos después de la revolución, ha sido común escuchar afirmaciones condescendientes como: “México es el país que se engrandece frente a las adversidades; México es el país que se une ante las desgracias; México siempre ha resistido calamidades gracias a su fortaleza espiritual; los mexicanos siempre sabemos salir adelante”, y podríamos seguir enumerando frases vacías que nos han nutrido de un nacionalismo vano. Estos rasgos culturales y tradicionales no deben celebrarse ni validarse; los países, todos, resisten a las calamidades porque la franca naturaleza del ser humano es buscar la supervivencia.
Durante los últimos cuatro años, hemos aprendido que las ideologías ancladas en el romanticismo conducen si no al fracaso, sí a la polarización. Más allá de las políticas actuales del gobierno [que enaltecen algunos proyectos y a otros los hacen padecer un caos indolente], la realidad que arrojan los datos del propio gobierno es que la pobreza no disminuye, sino que, faltando a todo tecnicismo, se pausa en el discurso. La violencia extrema es la imagen más fiel [y trillada] del país y la corrupción, probada [aceptada por el ejecutivo] y desmedida, ha debilitado a las instituciones hasta la agonía. Hoy, como nunca, vivimos un caos absoluto que ya deriva en estallido social “transfigurado”. El encapsulamiento por el crimen organizado de regiones como Tijuana y la antes intocable Ciudad de México, además de estados como Sonora, Sinaloa, Jalisco et al., son el claro anuncio del desplazamiento del orden y la paz social hacia el interior del Estado. La fragmentación es parte del estallido.
Así pues, es tiempo de olvidar los grandes discursos que pocos escuchan y aún menos comprenden. No podemos continuar promoviendo el mito de un México fuerte con un proyecto de gobierno absoluto. Debemos entender que esta nación está fragmentada por ideales incongruentes, necesidades desbordadas y una violencia que, junto con la pobreza, subyugan a las comunidades. Cada región, a lo largo y ancho de la república, cuenta con reglas propias y un entendimiento particular de la democracia que no puede manipularse por completo desde el centro del país. Si no comprendemos esto, cometemos un error estratégico que nos alejará de los cambios sociales y políticos que son el fundamento de la lucha como sociedad.
Cuando se trata de reconstruir y unificar, la indignación no basta. Hoy debemos generar consensos entre jóvenes estudiantes, mujeres y hombres, padres de familia, abuelos; apelar a la conciencia individual; dirigirnos a grupos específicos y por separado; dejar a un lado los intentos de convencer a una masa. Debemos reflexionar, ser determinantes, actuar y visualizar las propuestas reales e inmediatas que impacten en las comunidades, porque este tampoco es el momento de prometer a largo plazo; la gente ya no espera, necesita validar de manera constante su confianza.
Las elecciones del 2024 están a la vuelta de la esquina y podemos decir que la pregunta retórica para nuestros políticos es muy sencilla: ¿Qué sueños tienen para este país que desean gobernar? Ya no queremos escuchar de ninguna manera frases trilladas como: “Lograr un mejor país para todos”. A los mexicanos, en la calle, no les interesa el país entero, sino sus realidades inmediatas, a nadie le importan las banderas comunitarias generalizadas. El mensaje que podría permear en el discurso futuro de todo político que se jacte de ser disruptivo debería considerar propuestas desde una redefinición conceptual a partir de las “obviedades”:
¿Qué es México?
Es una región donde los anhelos de la gente que le da vida y rostro al país no son escuchados; una nación cuya historia, a lo largo de los últimos cien años, no ha experimentado un cambio crucial para bien, por el contrario, ha retrocedido en los mínimos avances ya logrados.
Pasan las décadas, sexenios van y vienen, y seguimos contemplando los problemas discursivos y reales de la desigualdad social, la pobreza del campo y la deficiencia en educación, mientras el resto del orbe vive una revolución tecnológica y una vorágine comercial.
Somos una cultura que importa conocimiento en lugar de exportarlo; que le teme al avance científico; que no repara en el valor del potencial de los ciudadanos; que hace del mínimo esfuerzo, su éxito.
Somos un país dividido que aún no es una patria, pues no hay consenso acerca de la ruta trazada que los mexicanos debemos seguir en conjunto y a nuestro favor.
¿Qué necesitamos?
Redefinir nuestra cultura; olvidar el sufrimiento, los estereotipos, la abnegación y el complejo de inferioridad que nos invade… y, curiosamente, son estos focos discursivos los que reinan en el discurso moderno desde el socorrido progresismo victimista.
Somos parte de este mundo y por tanto debemos reclamar nuestro lugar, hacer del triunfo parte de nuestra identidad; medirnos con los demás como nuestros pares y no con temor.
Es necesario dejar de romantizar el campo y el indigenismo; revalorar y posicionar la enseñanza de la ciencia y la tecnología; recordar que ya no somos aquella nación colonizada del pasado y que somos parte de un mundo moderno que, si bien honra su pasado, no se queda anclado en él.
Hace falta eliminar la senectud ideológica de la política, ser verdaderamente autocríticos sin condescendencias. Dejemos de validar la mediocridad.
¿Cómo hacerlo?
La marcha a favor del INE tuvo éxito respecto a otras marchas de la “oposición” porque la estrategia de correr la invitación de boca en boca fue medular. Se debe hacer “micropolítica” de urgencia. No se debe obligar a nadie a creer en los actores políticos de manera incuestionable, sino invitar a la gente a pensar en su presente, convencerlos de que podemos alcanzar el futuro que desean e ir de la mano buscando propuestas y soluciones.
No es tiempo de prometer grandes proyectos, sino de ofrecer un sólo proyecto de nación que nos invite a cuestionarnos. Si entendemos esa estrategia, sabremos nombrar sin equívoco las propuestas para cada región, para cada comunidad, sin dar vida a un sólo discurso sordo y sin sentido. No podemos hablar de “México”, sino de un país que juntos ayudaremos a nombrar y a definir.
Es hora de potenciar la participación ciudadana desde una microescala hasta llegar a una escala absoluta, creando mapas de transformación estratégica testimonial para los ciudadanos y sus comunidades, pues esto ayudaría a generar un cambio discursivo desde la raíz con acciones palpables y demostrables, que es lo que más se necesita en estos momentos. De esta manera, llegaremos a una resignificación de los conceptos políticos más comunes en la sociedad, sin repetir los conceptos del oficialismo.
Podemos hablar de “democracia” definiéndola como la “visualización” del país que deseamos tener. Podemos hablar de la “libertad” o de “ser libres”, pero definiendo esto como la “determinación” real de generar cambios. En la medida en que transformemos el significado de las palabras y los conceptos clásicos con objetivos claros, podremos jugar bajo los mismos términos clásicos, pero con objetivos mejor definidos.
Los ciudadanos deben visualizar su realidad inmediata y comprender cómo, a partir de la determinación de sus acciones e ideas, pueden generar un cambio paulatino, y hay que hacerlo a pie de calle.
Es momento de hacer micropolítica, de actuar en pos de la reconstrucción, de identificar a los grupos (médicos, profesionistas, adultos mayores, mujeres, académicos y estudiantes de posgrado), no prometer un cambio inmediato de la realidad del país, sino la posibilidad de reconstruir todo aquello que ha dejado de existir.
Hago hincapié en el casi solipsismo político, esto es: más allá de la notoria obviedad de las ideas, hay que eliminar todo idealismo cultural que provenga de las corrientes marxistas que derivan en metafísica sustentada en la adjetivación ad absurdum, por tanto irreal, por la generalización de las problemáticas que, como ya dije, no forman parte del ideario total del país. En la última entrega escribí, y parafraseo: si se aborda la pobreza como figura retórica, esta misma es ficticia, pues la pobreza no atiende a la generalidad. En este sentido, tema a tema, conflicto por conflicto debe atenderse sin flautas mágicas.
El Barón de Montesquieu, Charles-Louis de Secondat (1689 – 1755), escribió: “Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”, la gente unida por sí misma no detiene el refortalecimiento de las figuras en el poder. Hay un matiz sutil. La fortaleza de todo movimiento no está en la unificación de un sólo deseo, sino en el egoismo de los deseos propios que se deben consensuar. Reafirma Montesquieu: “Los países no están cultivados en razón de su fertilidad, sino en razón de su libertad”. Reparemos en que toda unificación, sinónimo de fertilidad, anula las libertades. Pensemos en la política desde una vaguedad activa.Publicada en El Universal
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A principios del siglo XXI, Hans Magnus Enzensberger, el poeta y filósofo alemán, ganador del Premio Príncipe de Asturias en 2002, era un personaje activo en los círculos sociales de su país y en Europa, una celebridad pensante y denostada por los puritanos intelectuales, para quienes el reconocimiento público es denigrante. Algunos de mis profesores se referían al escritor con desdén: “se vendió al capitalismo”, “traicionó los ideales socialistas aprendidos en Cuba”, “fracasó en el proyecto de reunificar a Alemania en el 68”, declaraban, “su teoría del hombre nuevo [libre] fue un fiasco”. Jamás entendí la falta moral del filósofo y reflexiono, sin temor al equívoco, que el problema cardinal de la enseñanza de la filosofía [las humanidades y las ciencias sociales] radica en la transmisión de los resentimientos de clase del profesorado hacia los estudiantes; se toma a la filosofía como un instrumento para toda doctrina ramplona, craso error por las limitantes que se generan en el alumnado.
También a inicios del siglo, la crítica internacional se desbordaba contra Günter Grass, el Premio Nobel de Literatura, por pertenecer a los 16 años a las fuerzas de las Waffen-SS, el grupo élite de combate del ejército de la Alemania Nazi. Pelando la cebolla, libro de memorias del autor, les brindó a sus detractores una grandiosa oportunidad para que intentaran sepultar su carrera. Según recuerdo, el escritor declaró no comprender los motivos que lo llevaron a participar en la guerra, sino hasta ser preso por los militares estadounidenses a los 17 años. Ya en cautiverio el velo de la propaganda bélica desapareció del espíritu juvenil del autor, y una vez que escuchó los juicios de Nuremberg, no dudó en condenar para sí mismo su inclusión el teatro trágico del siglo XX.
Sin embargo, para los puristas del rasgado progresismo intelectual, el autor de El tambor de hojalata es uno de los grandes hipócritas de la cultura moderna, lo cual es una franca estupidez. Entendamos que bajo el contexto histórico al cual pertenece también Enzensberger [miembro de las juventudes hitlerianas], era antipatriótico no ser un agente activo de la historia de su tiempo. Los jóvenes luchaban por su patria, sus padres y la figura “extraordinaria” del Führer que todo lo veía y escuchaba. Según narra Enzensberger, su salida de las filas del nazismo fue inmediata, no obstante, queda la huella de la barbarie ligada a su nombre.Un sueño inocente
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Alemania sufrió una orfandad intelectual debido a que el nazismo llevó a cabo una purga de pensadores que culminó con la muerte de algunos y el destierro para otros. En la década de los años 50, Hans Magnus Enzensberger comenzó a explorar su vanguardia con la poesía y el ensayo filosófico, ejercicio intelectual que lo llevó a escribir La defensa de los lobos (1958), colección crítica contra el discurso político de una Alemania disminuida que, tres años más tarde, cedería a los caprichos de Estados Unidos y Rusia para dividir Berlín.
De La defensa de los lobos tomo los versos: “¿quién está hambriento de mentiras? / contemplaos al espejo: cobardes / que os asusta la verdad fatigosa / y os repugna aprender / y encomendáis a los lobos la función de pensar. / un anillo en la nariz es vuestra joya predilecta. / Para vosotros ningún engaño es lo bastante estúpido, / ningún consuelo demasiado barato, / ningún chantaje demasiado blando”; estos poemas dieron inicio a sus diatribas contra los medios de comunicación que consolidaban una apologética ideología de la culpa para una Alemania necesitada de la aceptación internacional. Enzensberger tachaba de inocente no sólo a los ciudadanos de a pie, sino a los intelectuales en su tibieza conceptual y neo nacionalista.
De manera tácita y romántica en su juventud, Enzensberger, intentó reinventar y reconstruir el legado cultural e intelectual de su país, como también lo hicieron en su estilo: Günter Grass, Alfred Andersch y Heinrich Böll, a los que se sumaron lustros más tarde los jóvenes Elfriede Jelinek y W. G. Sebald, entre otros poetas, dramaturgos, escritores y artistas conceptuales. Durante los años 60, luego de ser espectador distante de la cristalización de la Revolución cubana a manos de Fidel Castro, Enzensberger radicó en el país de piélagos toda vez que rechazó una residencia en Estados Unidos, además era un gran conocedor de la literatura latinoamericana lo que volvía atractivo su viaje. El objetivo del pensador alemán fue aprender de los cubanos y sus ideologías revolucionarias, para replicar las formas y fondos en su país; de ese viaje debió surgir el “nuevo hombre” de libertades plenas, no obstante, el romanticismo europeo cedió paso al pesimismo isleño de los oprimidos. Descubrió en su peregrinaje que la teoría libertaria y las imágenes victoriosas de los líderes de la Revolución cubana mucho tenían de ficción.
Enzensberger, antes de su partida a Cuba en 1968, declaraba con la embriaguez lírica de la época que la democracia de-por-para Alemania estaba muerta. Lo único que podía salvar a la república era una revolución. Esta declaración de principios puede consultarse en el número 15 de la revista Kursbuch, publicada en el 68. Al mismo tiempo, Peter Handke estrenaba su Kaspar que abordaba las imposibilidades del lenguaje en torno al mundo ya industrializado de Alemania, donde una revolución era la única ruta frente al caos del anunciado fin de siglo en los años 60.
El romance entre el socialismo de Castro y la pasión exótica de Enzensberger fue breve. El interrogatorio de La Habana fue uno de los últimos esfuerzos del escritor alemán por comprender la revolución más los conflictos políticos con Estados Unidos, sin olvidar la sombra de Rusia. El filósofo comprendió que la lucha libertaria que culminó entre vítores a finales de los años 50, se degeneró como toda ideología, además él mismo debía madurar. La gente, descubrió, no disfrutaba del usufructo de la victoria, sino que otros: los gloriosos, los gobernantes, era los que vivían felices. Para ese tiempo ya el giro de las revoluciones se volvía hacia Vietnam, aunque Cuba no perdía protagonismo, se tornó en el objeto exótico de occidente, hasta la fecha.La neo inteligencia
Hacia 2007, Hans Magnus Enzensberger publicó El laberinto de la inteligencia, guía para idiotas, obra brevísima para este tiempo donde la inteligencia pertenece a un estadio de las métricas digitales. Esto es: cada nueva página que abrimos en el ciberespacio nos intenta redirigir hacia un escenario ideal que propone ayudarnos a entender nuestra “inteligencia”, a medirla, a potenciarla, a vivir en armonía con ella. Así como las terapias psicológicas y psiquiátricas se han convertido en moneda de cambio por y para la masa, por lo común y obvio de su proceder, la “inteligencia” aligera su paso para convertirse como tantos conceptos en una palabra trivial y sin efecto. Los índices de “inteligencia” se están volviendo inútiles, porque no existe una respuesta ideal respecto a qué es “la inteligencia”.
La reflexión que plantea el filósofo dicta: “Así pues, nuestro pequeño paseo por el laberinto de la inteligencia nos conduce a una sencilla conclusión: no somos lo verdaderamente inteligentes para entender qué es la inteligencia”. Enzensberger hace un repaso histórico de la conceptualización semántica de la “inteligencia” hasta derivar en adjetivo instrumental; va desde San Agustín, pasando por John Innys [creador del “papel inteligente”, un periódico londinense, en 1637]; aborda también la obra de Wilhelm Wundt fundador del primer instituto encargado de investigar la inteligencia, en Alemania; y se detiene a plantear las teorías de Hans Jürgen Eysenck, en su momento profesor de la Universidad de Londres, creador de la prueba de medición del coeficiente intelectual más popular y utilizada hasta nuestro tiempo; prueba que no mide la inteligencia ni la sensibilidad de una persona, sino que apenas generan un marco de referencia de los gustos de cada examinado.
Enzensberger explica cómo la “inteligencia” pasó de ser un concepto fundamentado en la semántica grecolatina, donde significaba: razón, entendimiento, sensibilidad y perspicacia, a un instrumento del marketing que ha reducido tanto el concepto como su valor semántico y significado a una simple [i]. Así pues, esta partícula [i] que no es privativa y que presupone un valor agregado, ha nulificado la “inteligencia” como un verdadero valor y excepción para la humanidad, brindándole el mismo nivel a todo artefacto perecedero. Además, la “inteligencia” entendida apenas como un adjetivo se ha tornado en el marco referencial y decorativo de todo producto que llega a los aparadores del mundo. La banalidad de la “inteligencia” en este sentido, atrae hacia ella otros conceptos que pierden su valor como el “conocimiento”. La “inteligencia” y su [i] antepuesta al producto no implica nada sino una clasificación propia del cambaceo. Se le debe a la mercadotecnia el adelgazamiento de la “inteligencia” y a nosotros como raza temer al “conocimiento”.
Los seres humanos navegamos hoy en las aguas oscuras de los pixeles, momento histórico donde la consagración del infantilismo triunfa y las herramientas digitales nos conquistaron entregándonos la aceptación universal, sin necesidad de contribuir al aumento del “conocimiento” a través de la “inteligencia”. Si todos somos inteligentes, qué más dar saber o no la verdad de las cosas.Migración capitalista
Ensayos sobre las discordias contiene una de las meditaciones sobre migración más interesantes, por lo menos de este inicio de siglo. Si bien, como todo ensayo que aborda el tema, parte de un análisis de los nómadas de los primeros tiempos, y aborda los éxodos históricos tanto en occidente como en oriente; habla sin tapujos de los conflictos que toda migración puede generar en una sociedad. Enzensberger aborda el egoísmo y la xenofobia como rasgos fundamentales a los que se enfrenta todo migrante. Sin mencionarlo de manera abierta, el autor apunta a la tácita “Ley de la hospitalidad” que todo migrante debe respetar según la región a la que su éxodo lo guíe. Las reglas del comportamiento social que los migrantes deben atender sin reparos, ayuda a generar un equilibrio que ahuyenta todo tipo de conflicto social en cada región, ciudad o comunidad que los reciba. En la antigüedad, estas reglas se practicaban y reforzaban para evitar masacres y asimilaciones culturales fallidas.
Hoy, un gran número de migrantes, a su arribo a un nuevo espacio, reclaman derechos y excepciones que no todas las naciones desean brindar. Respecto a esto, pensadores y escritores contemporáneos, como Jean-Baptiste Del Amo, apoyan una migración profunda en Francia; y otros, como Petros Márkaris, él mismo migrante en Grecia, comentan que no todos los países pueden recibir a los migrantes ni están obligados a hacerlo. Aclaremos que el contexto desde el cual lo explica Márkaris tiene que ver con la subsistencia económica de una cultura que es obligada a guiar sus mercados laborales hacia los migrantes que, por su condición como protegidos por los derechos humanos, se elevan por encima de los habitantes locales.
Abandonando lo políticamente correcto, Enzensberger ahonda en la compleja batalla que llevan a cabo los migrantes, una vez asentados sin importar la región para reivindicar su identidad, lo que abre paso a resignificaciones nacionalistas en suelo ajeno, que después puede desencadenar violencia. Esto nos lleva a recordar novelas como Sumisión, de Michel Houellebecq, donde el islam retoma rumbo y conquista sobre la ilustración francesa hasta convertirla en una tierra de oriente en el corazón de occidente. El autor alemán no está en contra de la migración en sí, no obstante, repara en una crítica sencilla: ¿qué tan preparados están los países de occidente para recibir las oleadas de migrantes de todas partes del orbe?
Ante las exposiciones de Enzensberger, una vez releídos los conceptos y entendidos en su dimensión, pienso que la migración del siglo XXI tal vez sea redescubierta como una posibilidad infinita de negocios y retóricas económicas. Explico: ciertos países, si es que son estratégicos, podrían utilizar a los migrantes no como mano de obra barata, sino como un fondo de inversión. Esto es, como ocurrió con Turquía en 2016, cuando la Unión Europea le entregó, como ayuda humanitaria, 6 mil millones de euros para contener la migración siria. Si bien esa no fue una estrategia turca, sino de la UE, el apoyo económico continuó entregándose hasta el 2020. El capital estuvo dirigido a las ONG y no al bienestar de los migrantes. El trabajo discursivo xenófobo a ultranza triunfó de forma eficaz en Europa; y Latinoamérica es tierra fértil, maleable contra sus comunidades.Publicado en Confabulario
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A Streetcar Named Desire de Tennessee Williams es una pieza dramática que generó revuelo a finales de la primera parte del siglo XX, y le concedió un pase de gloria a Elia Kazan luego de filmar la película a partir de la puesta en escena. En aquellos años, el Macartismo imperaba en Estados Unidos y Kazan fue uno de los directores estadounidenses manchados, hasta la fecha, por ser informante para el gobierno durante la caza de brujas. Hasta antes de su muerte, un sinnúmero de creadores intentaba menospreciar al director, sin embargo, su calidad trasciende toda política y permanece en la historia del cine como uno de sus grandes creadores. Respecto al proceder de Kazan, no lo juzgaría, tengo claro que la lealtad no es propia de todos los hombres.
Acabo de leer y de ver de nuevo A Streetcar Named Desire. Me sorprende descubrir lo artero y mísero que era Stanley (el obrero pobre) con Blanche (la siempre víctima) y Stella (la esposa sumisa). La obra habla de un hombre que, ceñido al Código Napoleónico [donde todo hombre puede reclamar la herencia de su esposa, por derecho], lucha para salvaguardar el patrimonio de su mujer y de su cuñada: una finca en ruinas perdida por las hipotecas adquiridas. Stanley pide ad nauseam los papeles y derechos de un lugar que sólo en su imaginación tiene un valor económico. Él repite su versión del Código Napoleónico como el único mantra que, pienso, supone le dará la razón frente al mundo imaginario.
Rescato de la obra el discurso final de Blanche que, a punto de desfallecer, enloquecida lanza esta frase: “Quienquiera que seas… siempre he dependido de la generosidad de los extraños”. Aunque, en apariencia contrapuestas, las palabras de Blanche y las actitudes [más la violación] de Stanley, a lo largo de la obra, los hace partícipes de la misma enfermedad. Necesitan de la caridad del “otro”. Esto es: que el “otro” los entienda a como dé lugar. Más allá del discurso costumbrista, la situación maniquea de la pieza, me recuerda las peroratas sociopolíticas de nuestro momento histórico, vaya, de todo momento. Pareciera que la máxima rigor, por lo menos, durante los últimos 2022 años, es nuestra apuesta perenne de los “otros” tienen la obligación de entendernos.
Hace unos días, conversábamos a la mesa varios personajes que, por destino, habíamos compartido el tiempo con diferentes gobernantes. Uno de los presentes reparó en “La silla” de todo mandatario, como la encrucijada propia del poder. “Y cómo no”, contestó alguien más, “quién no se va a creer el más grande, si todo el día te están diciendo que eres inteligente, cuando estás sentado ahí”. Me llevó varios días dilucidar las declaraciones, por demás obvias, pero vale la pena reflexionarlas más allá de su inmediatez. Por supuesto, la obviedad nos remite a que el “poder político” todo lo trastoca, pero también entendemos que es momentáneo. Pero no me interesa la exégesis del poder. Me inquieta la necesidad de ser comprendido por los “otros”.
Ahora que las cunas de los partidos se mueven con más ahínco que otros años [he preguntado a mis maestros si recuerdan unos lances pre electorales tan precipitados y su respuesta es que: no], me conmueve, porque esa es la palabra, cómo los precandidatos intentan fraguar su paso hacia la posteridad política intentando generar empatía en la gente. Entendamos pues que necesitan afianzar el imaginario que deberá afianzarlos en una silla.
En otra ocasión escribí cómo: “Yo mismo estaría a favor de que todo candidato fuera corrido de las comunidades apenas pusieran un pie en su perímetro, si comenzara a dictar promesas en las plazas de las comunidades a lo largo y ancho de México”. Respecto a este tema embustero, pongo como ejemplo, el ámbito de la cultura. Sé que nuestro país atraviesa sus peores momentos artísticos y culturales, es mi campo de juego; y aseguro que los máximos logros que han tenido las otrora funcionarias del gobierno de Enrique Peña Nieto, se reducen a la utilización de huipiles como parte de su vestimenta, toda vez que la Cuarta Transformación las salvó del ostracismo político, tirando por la borda toda política pública y coherencia. Mientras la imagen oculta, los recintos culturales [museos, institutos y escuelas de artes] del país sufren deterioro y los programas artísticos van en picada porque el presupuesto les fue negado por redirigirlo hacia otros nobles objetivos por desconocidos. Vale la pena recordar cuál fue el papel del arte en las transformaciones políticas de las revoluciones del siglo XX.
[Agrego: fueron los creadores, en el 2018, quienes al intentar entender al “otro” (al candidato) se dejaron seducir con promesas desestimando sus intereses, optando por una transformación innecesaria desde el ámbito cultural, no obstante, necesaria desde la irrealidad ideológica. Por cierto, mientras que la estrategia de los artistas mexicanos siga siendo pedir más dinero a los gobiernos en turno, continuarán fracasando en el proyecto de cultura al que apelan y pretenden defender. Todos pagamos impuestos, y si parte de ese dinero se destina a la creación podemos reclamarlo desde la inteligencia].
Hoy, deberíamos reflexionar en torno a los conceptos filosóficos y cómo podemos aprender un poco más de ellos, para entender aquello que nos rodea. Por ejemplo, podríamos hablar del “ser”. Ernesto Priani Saisó, uno de los mejores profesores de filosofía que he conocido, reflexionaba en torno a cómo no existen manuales ni modelos de pedagogía para la enseñanza de la materia, lo que torna complejo el acercamiento con los estudiantes. Respecto a este tema, he aprendido más de Antonio Escohotado y sus lecciones digitales acerca de ¿Qué es la verdad?, que lo aprendido en la universidad. Escohotado, primero, define la “verdad” como aquello que “no debe olvidarse”: no ahondaré en la etimología, con eso basta. Luego vamos por el “ser”: que es “la verdad de las cosas”; esto es: la realidad de las cosas en su infinito por menor que las rodea, lo que se contrapone a lo finito de las cosas como son los sueños y las ideologías. Infinitas… porque todo perdura a pesar de nosotros, la materia en sí; finitas… porque surgen de nosotros, como toda historia que nos victimiza al grado de que, si lo deseamos, podemos convertirnos en héroes sociales, indefensos ante el mundo y los “otros”.
Regresemos con Blanche y Stanley…
Supongamos que son reales. La primera, es una mujer enloquecida que apela a la comprensión de los “otros” a sus pasiones. El segundo, desea hacer valer desde su imaginación un código civil que poca resonancia tiene en la sociedad donde vive. Ambos, sin despreciarlos, cumplen con una tarea que podemos trasladar hacia nuestra verdad como una “indefensión” de faz a las ilusiones que los demás deben validar, por obligación, según ellos. Todo gobernante que conquista la silla de un municipio, fiscalía, gobierno estatal o federal, pronto abraza la Indefensión que le otorga ésta. Ante las promesas incumplidas, los errores cometidos, faltas a la verdad, apelarán a la generosidad de los “otros” para perdonar y condescender con su estupidez.
Con el paso del tiempo he comprendido que, cuando se es condescendiente con los políticos, disculpamos nuestra necesidad de ser comprendidos por los “otros”. Si la verdad, es la realidad de las cosas, y las ideologías son fantasías [mentiras] y, por ende, falsedades, es bastante fácil vivir disculpándonos por “apelar a la generosidad de los extraños”, esos que somos frente al espejo. Es tiempo de vender más cara la generosidad.Publicada en El Universal
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La publicación en libro de una obra que se publicó inicialmente en las páginas de un suplemento cultural es una prueba del periodismo como trabajo intelectual, que parte de la búsqueda de información, del cuestionamiento y del contraste de ideas. Este es el caso de “Conversaciones desde un mundo feliz. Modernidad, guerra, existencialismo” (UANL, 2022), del escritor y dramaturgo Hugo Alfredo Hinojosa, en el que reúne entrevistas y artículos publicados entre 2019 y 2020 en las páginas del suplemento cultural Confabulario, de El Universal.
Hinojosa (Tijuana, 1977) comparte con El Universal los hallazgos que el diálogo con algunos personajes destacados de la vida intelectual, como Bernard-Henri Levy, Paul B. Preciado y Kent Anderson dejaron en su ejercicio creativo cotidiano, así como en su reflexión filosófica, su formación inicial. Dramaturgo y ensayista, Hinojosa es autor de las piezas teatrales Fariseos, dirigida por Víctor Weinstock en 2020; Sepulturas, dirigida en 2019 por Emma Dib y King Kong Cabaret en 2015 bajo la dirección de Lorena Maza, entre otros. Además de ser galardonado con el Premio Nacional de Bellas Artes de Literatura en Dramaturgia y el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares.…
Gerardo Martínez: A diferencia de la obra que puedes ir creando como escritor, como periodista cultural los temas se cubren en función de la agenda periodística. ¿Qué puedes decir al respecto?Hugo Alfredo Hinojosa: Nunca me he considerado periodista. Comencé a trabajar como editor por la necesidad de vivir de escribir, algo bastante complejo. Esto me fue llevando a cumplir y a hacer las tareas propias de un periodista, desde cubrir la nota inmediata, hacer coberturas y crónicas hasta llegar a la entrevista con una gran diversidad de personajes, algunos entrañables y otros que preferirías olvidar. De los primeros, rescato grandes lecciones de vida y humildad porque están dispuestos a abordar todo tipo de cuestionamientos sin máscaras ni recatos, que serán críticos con sus respuestas, pero al mismo tiempo pacientes y hasta guías para lograr una buena entrevista.
De los segundos, lo único que puedo decir es que la petulancia es una forma bastante común en el mundo intelectual, de pronto pareciera que algunas figuras, otras que no lo son, sienten que te hacen un favor al brindar un poco de su tiempo cuando, siendo sinceros: es una consideración compartida. Uno bien podría no acceder a entrevistar a una u otra figura, sin embargo, lo haces porque es parte de tu trabajo y porque en verdad existe en ti una curiosidad por saber qué tienen que decir aquellos que están en el mismo canal creativo.
Pero la generosidad no es característica del mundo intelectual. Con el tiempo decidí no entrevistar a nadie a quien no respetara o admirara. ¿Cómo puede un ser humano que escribe y se abre de capa ante el mundo no ser generoso? Hay quienes se fingen escritores por herencia o abolengo que escriben sólo porque pueden hilar palabras sin compromiso alguno, y los otros, los que admiro, son aquellos que en verdad escriben por una necesidad espiritual. Por fortuna en Conversaciones desde un mundo feliz los entrevistados tienen algo que me llamó la atención, su postura ante el mundo quizá, pero sobre todo esa lucha por vivir del romance de escribir.Gerardo Martínez: ¿Qué diferencias detectas entre la lectura desde el oficio periodístico y la lectura desde el goce mismo y desde la creación literaria?
Hugo Alfredo Hinojosa: Partiendo de la lectura como una herramienta que te guía hacia la entrevista o el encuentro, puedo decir que es una labor exhaustiva, sin ánimo de sonar como un esnob. Hace poco entrevisté a Petros Márkaris. Leí su libro y lo releí, porque era una publicación truculenta en la cual a primera vista podría haber parecido una publicación condescendiente, pero cuando entiendes el contexto, sin hablar de metafísica, das con el hilo de lo que debes preguntar, cómo debes hacerlo y para qué. Me gusta cuando al hacer una pregunta el autor se sonríe y dice, claro… justo es lo que quise decir. Las noches de la peste de Orhan Pamuk fue un libro que me obligó a investigar acerca de la historia de Turquía. En este sentido, el goce se da por el conocimiento mismo, conocer al otro, entenderlo y saber qué tomar de él como autor, es el reto.
La lectura como goce, vaya, es por demás curiosa, te mantiene en vilo. Usualmente leo mucho más cuando estoy por iniciar una nueva obra, ensayo o ahora mismo una novela. Pero releo, eso sí, a los autores de quienes he aprendido. Me gusta a veces sólo tomar el libro y hojearlo descubriendo escenas que me entusiasmaron. Intento saber cómo definió o solucionó un autor tal escena, tal forma de narrar el mundo. Por una cuestión de formación siempre regreso a los griegos o al Siglo de Oro. Mi formación literaria, pienso, es muy limitada. Prefiero la filosofía, creo que he aprendido más de la literatura leyendo a los filósofos que escudriñando las diversas tradiciones literarias. Que no se malentienda, soy un fanático lo mismo de Dostoievski que de Cervantes, disfruto igual a Lope o a Shakespeare, a Coetzee o Saer, pero me apasiona el pensamiento crítico. Por lo menos creo que, entre más conciencia crítica tengas, aprendes a mantener la boca cerrada. Soy enemigo de quienes hablan sólo por parecer brillantes.Gerardo Martínez: Durante dos años que fuiste coeditor del suplemento Confabulario hubo autores que abordaste como parte de tus coberturas periodísticas. En otros casos, a la oportunidad periodística se suma un interés particular que tienes sobre su obra. Estos son los casos de Peter Handke, Kent Anderson. ¿Qué intereses te unen a ellos?
Hugo Alfredo Hinojosa: Confabulario me permitió explorar bastantes temas de mi interés como filósofo y dramaturgo: el tiempo, la guerra, la vejez, entre otros tantos tópicos que rondan las páginas del suplemento. Encontré en Julio Aguilar a un editor que no me limitaba y que sabe guiarte sin decírtelo; y en ti, querido Gerardo, a un gran interlocutor de quien aprendí mucho sobre América Latina que en mi frontera norte no eran cuestiones de discusión.
Peter Handke para mí es un modelo a seguir, como lo es Tom Stoppard, con quien tuve el privilegio de compartir el tiempo e inquietudes. En México, ambos son aplaudidos por su versatilidad: pasan del teatro al cine, de la poesía a la narrativa, al ensayo, y se les aplaude. No obstante, en nuestro país es un grave pecado querer siquiera transitar entre géneros literarios, ni hablar de otras formas del arte, existe un puritanismo mediocre que nos mantiene maniatados. Admiramos a los “otros” pero nos negamos a intentar hacer lo que hacen aquellos extranjeros a los que enarbolamos. En la medida que, como cultura, eliminemos esas miopías conceptuales podremos generar en verdad movimientos culturales de vanguardia. Hay que revisar quizá qué pasaba en los años 50 y 60 en México cuando en el momento álgido de la conformación cultural de México posrevolucionario, todos los creadores hacían todo… ¿Qué nos limitó? Vicente Rojo, en alguna ocasión, justo fue un personaje a quien entrevisté, lo dijo tal cual: “pintaba y hacía cine, escenografías, créditos, cuadros, portadas de libros, todos estábamos en todo”. Pienso que nosotros no tuvimos contracultura, como ocurrió, en Estados Unidos en los años 70… ¿En qué estaba ocupado nuestro país? ¿En qué momento la creación se tornó mezquina?
Por otra parte, Kent Anderson es la encarnación y una de las herencias de la Guerra de Vietnam, es un gran escritor, difícil entrarle. Para mí la guerra es un conflicto de primera mano porque en la frontera donde crecí, en Tijuana, era imposible no tener un primo, un tío, un conocido, el padre de un amigo que no haya participado en Vietnam. Crecí entre veteranos de la Segunda Guerra y de Corea, ahora grandes amigos míos son veteranos de Afganistán y de los conflictos en Irak. Gran parte de mi dramaturgia ronda esos momentos históricos. El centro de nuestro país desconoce la gran cantidad de testimonios de mexicanos que participaron en las guerras estadounidenses. La guerra es la madre de todas las cosas, decían los griegos hace más de dos mil años. Lo es porque todo lo modifica, altera la materia, la muerte misma del soldado es una transformación de la materia y una nueva oportunidad de vida.Gerardo Martínez: En el capítulo “Breviario existencialista” concentraste tus entrevistas con varios filósofos. ¿Crees que tu formación fomentó un diálogo periodístico más rico?
Hugo Alfredo Hinojosa: No hay que achicarse. Bernard-Henri Levy, por ejemplo, es un filósofo que, a finales de los años 60, heredero del 68, ya estaba en el discurso sociopolítico y filosófico. Hay mucho que aprenderle, es un monstruo contemporáneo, pero no debes conversar con él con ese temor que puede propiciarte una figura consagrada de la ilustración francesa contemporánea. Con todo el respeto por delante hay que darle su justo valor porque él en su infinita generosidad te dará tu espacio. En el caso del alemán Markus Gabriel fue la misma situación. Son personajes tan seguros de su discurso que se prestan a todo cuestionamiento. Juegan y se burlan del mundo, te hacen partícipe. Pero siempre debes estar a la altura conceptual. Como ya lo dije antes, cuando los personajes dicen: “Claro, eso quería decir…”, estás del otro lado. Pero hago énfasis en algo, la envidia no tiene lugar en la entrevista… si llegas con el recelo de que el “otro” es algo que tú no eres, estás perdido… siempre debes saber dónde estás parado en el mundo.
Gerardo Martínez: En el capítulo “Circo existencial frente a la cámara negra. Teatro contemporáneo”, abordas algunas de tus preocupaciones personales: la corrección política, el encumbramiento de líderes efímeros, la autocensura en un mundo marcado por nuestra vida en redes sociales y el resbaloso concepto del “privilegio”. ¿Crees que estas discusiones son escaramuzas discursivas que nos impiden ver los temas de fondo?
Hugo Alfredo Hinojosa: Sí. Pienso que el mundo digital es una obra de arte y canal habilitador de la tristeza en el sentido más esquizofrénico de la modernidad. Mientras que los pseudo debates se dan en la cámara negra del monitor de la computadora, tableta o teléfono, el mundo real donde está el aire que respiramos se descompone. Nos dieron la fama instantánea sin tener talento alguno a través de las redes sociales. La miseria del otro es mi espectáculo; y mi comida la envidia del otro. Es impresionante la reflexión. No podemos negar que es divertido y decadente estarnos burlando del otro y sus gracias en el mundo digital. Al eliminar la clandestinidad y la vida privada se abrieron infinitas posibilidades de distractores que generan más ignorancia que conocimiento. El mundo digital entero es un universo de “prostitución” en su acepción griega de esclavo que es vendido; todo lo que nos hace humanos en la red nos es robado y utilizado en nuestra contra, y lo disfrutamos.
Hace algunos años recuerdo cómo los jóvenes se rasgaban las vestiduras por Greta Thunberg a quien jamás vieron plantar un árbol, pero luchaba contra el cambio climático. Ella era la heroína moderna, una virgen en su más pura representación que hoy fue superada por Rosalía y su “empoderamiento femenino”, modas al por mayor. La violencia que te mata está en la calle, hay que pensar en eso. Qué importan millones de autómatas que opinen en las redes sociales cuando la gente es asesinada, asaltada o violentada en las calles por donde transitan para sobrevivir.
Gerardo Martínez: En el apartado titulado el “Ingrato placer por la literatura” se incluyeron tus entrevistas con los editores Jorge Herralde, Juan Casamayor, Enrique Redel y las escritoras Dolores Reyes y Leila Guerriero. ¿Crees que, más allá de cierto romanticismo acerca de nuestra profesión, el diálogo con estos personajes es una oportunidad única de conocer nuevas lecturas de la realidad, de nuestro pasado y del trabajo con la palabra desde el mismo periodismo y la creación literaria?
Hugo Alfredo Hinojosa: Pienso que el encuentro con ellos fue una forma de romper mitos. Por ejemplo, Roberto Bolaño como insignia de la literatura de principio del siglo XXI fue muy sonado. La gran mayoría, inocentes, pensamos en su momento que él sostuvo a Anagrama en un momento crítico de la modernización editorial y Herralde, incisivo y directo como es, contestó que fue al contrario: gracias a Anagrama, Bolaño tuvo el impacto que logró en España y Latinoamérica. Todos y cada uno de los personajes que mencionas están en diferentes canales personales de su existencia. Leila Gerriero habla con total desenfado de sus vivencias, una mujer independiente que utiliza la literatura para entender al mundo; Dolores Reyes está llena de una sensibilidad maternal que te desarma y se expone mucho más de lo que pensamos en la escritura. Sin embargo, son los editores como Herralde, Casamayor y Redel los más románticos… hacen los libros y apuestan por los autores, es una locura. Son hombres de negocio que han apostado por un mercado ingrato e inestable… que apuestan por un escritor, por demás inseguro como lo son los actores, y les dan voz y les dan voto de confianza. Por supuesto, no son inocentes al mercado ni a las relaciones humanas, hay editores que sólo buscan el poder cultural.
De todos y cada uno de los entrevistados en este libro me llevo una gran sabiduría. He aprendido a diferenciar los intereses y razones de los otros a la hora de crear y, aunque me pese, también puedo entender ahora cómo es que existen autores que ante la crítica o la sociedad son medulares, pero no tienen el más mínimo rastro de congruencia ni de compromiso con el mundo en el que viven [pero engañan muy bien al grado que son elogiados], lo que para mí es muy grave. Escuchar al otro es fundamental para aprender de todo aquello que no es la vida. Así como el teatro no es la vida tampoco lo es la literatura, sin embargo, a través de ella, de las artes, aprendemos a rozar apenas algunos versos de nuestra existencia y de la realidad que nos rodea.Publicada en El Universal