“El radical más revolucionario se convertirá en conservador el día después de la revolución”, declaró Hannah Arendt a The New Yorker en 1972. Hay matices que reflexionar respecto a esta proclamación crítica de la filósofa alemana, catalogada como una de las mejores, a la par de Johann Fichte y Friedrich Shelling. Supongamos que esta meditación breve y devastadora tuvo su raíz en el ascenso rabioso al poder de las ideologías del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, origen innegable de la barbarie de la Segunda Guerra; supongamos que, a su arribo a Estados Unidos, a principios de 1941, conoció la cultura del país previo a su incursión de lleno en la guerra después del ataque a Pearl Harbor, explosión del nacionalismo estadounidense, que abrió las puertas en la posguerra a la risible caza de brujas de Joseph McCarthy.
Al término de la Segunda Guerra siguieron otras no menos importantes: Corea en el escenario que cedió paso a Vietnam (sin olvidar el conflicto de Indochina), la Revolución cubana y, años más tarde, la ferviente Gran Revolución Cultural Proletaria China desgarradora en el teatro geopolítico, semilla de la potencia mundial moderna. Como toda guerra o movimiento político, la búsqueda de la libertad de la democracia es una moneda ideológica que pone en marcha las maquinarias de la propaganda tan obvias y tibias que el discurso del “cambio” no puede ser más un lema para la manipulación, conquistar votos debería ser tarea ardua para el suplicante que desea acceder al poder absoluto.
Si bien “Los orígenes del totalitarismo”, el prominente libro de Arendt, no aborda ninguno de los conflictos mencionados, sí atiende desde la teoría política aspectos demagógicos que encumbraron a los líderes culpables de los genocidios a manos del nazismo y estalinismo, modelos adelgazados por otras culturas que, como la nuestra en el presente, repiten acciones o idealismos con el cuidado de no ser extremistas. Revisemos los discursos de manipulación actual.
La guerra de Corea resultó en la separación entre el sur y el norte; Vietnam, ese diminuto país selvático, dominó a la potencia de Norte América y no de manera simbólica; la Gran Revolución Cultural Proletaria China eliminó (o casi eliminó) el rastro del capitalismo y de esa cultura milenaria que estuvo relacionada con la explotación del pueblo proletario, lo cual no mejoró con la revolución. ¿Acaso no es China un país capitalista bajo la máscara de una República Popular? Lo es… pero debe decirse con cuidado.
La Revolución cubana, por cierto, a la cual podríamos ligar la Revolución bolivariana de Venezuela de finales del siglo XX, se encargó de hacer del pueblo democrático el mártir por excelencia (que hasta la fecha busca huir del resultado de la revolución misma) y dotar a Latinoamérica de simbolismos que forman parte de la mercadotecnia pura de la “resistencia” en el mundo libre y neoliberal, como por ejemplo los rostros de los valientes Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos y Fidel Castro estampados en camisetas, bolsos y llaveros que pueden encontrar en thechestore.com y redbubble.com, lo cual nos habla de cómo la política y la revolución son espectáculos que cuentan con espectadores leales que desean portar a sus íconos democráticos como marcas sin historia.
De esa Revolución cubana podemos rescatar frases de Fidel Castro renovadas por el movimiento bolivariano de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, y exacerbadas por la cuarta transformación de Andrés Manuel López Obrador. Fidel Castro dixit: “Condenarme no importa, la historia me absolverá”, “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”, “Esta es la revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes”. ¿Acaso no hacen eco estas declaraciones del revolucionario, cuando nuestro presidente lanzó su máxima ‘se está por la transformación o en contra de la transformación‘? Es trágica esa espiral discursiva.
En el caso de cada uno de estos revolucionarios de campo o escritorio, llegaron al poder con la furia que apunta Hannah Arendt, para desvelar su rostro autoritario a la mañana siguiente de la victoria como actores políticos agobiados por el rumbo de la democracia que ayudaron a hacer valer gracias a su presencia, discurso y aplomo frente a la masa. Ante las primeras demandas del pueblo exigiendo el cumplimiento de las promesas, los capitanes permiten por capricho que el barco naufrague sin posibilidad de salvación, sin que valga la pena achicar y, en medio de la tempestad, los líderes deciden no participar de la democracia por la cual lucharon (según ellos) y culpan al pueblo mismo por reclamar acciones efectivas, pues son críticas directas a la nobleza de sus corazones.
Entre los defectos de la política mesiánica, aquella que posee la fórmula del éxito social, predomina una ilustración malentendida que aplaude a los pilares de la ignorancia para la creación del mundo ideal, donde el pensamiento crítico es enemigo de la democracia misma. La creación perpetua de los enemigos del estado son risibles en su pretendido maquiavelismo y la peligrosidad de la estrategia radica justo en la obviedad de su proceder. Sabemos que cumplen paso a paso con una agenda a la vista de todos y aún así sorprenden, pues resulta increíble el proceder destructivo de sus acciones que no son incoherentes respecto a sus ideales de la creación de un nuevo Estado.
Hannah Arendt dialoga a la perfección con el escritor libanés Amin Maalouf quien, a finales del año pasado con su libro “El naufragio de las civilizaciones”, planteó la existencia de la demagogia y del caos político universal prepandémico. Ahí afirmaba no comprender cómo en este momento histórico, con la revolución tecnológica a partir de Internet, la creación de la Unión Europea y los avances científicos sin precedentes, estamos empantanados en la miseria provocada por los conflictos religiosos convertidos en guerras y los movimientos populistas en todo el orbe. Maalouf advierte que no hemos avanzado, sino que nos aferramos a no buscar del todo la solución a las desgracias humanas que existen y que están por venir. Las guerras no se detendrán, pues el ansia de poder y control es una semilla que nutre a miles de radicales en cada país. Arendt, desde hace más de medio siglo, dio las claves para entender el proceso pedestre por medio del cual se gestan las dictaduras criminales. Maalouf anuncia la debacle política y social para el resto del siglo, problema del cual forma parte nuestro país.