Hace un par de días publiqué en El Universal “Trump 2.0”, columna donde hablaba acerca de la necesidad de la presencia de Dios en la cultura estadounidense, a propósito de Trump como una figura sustancial de la política contemporánea de Estados Unidos. Comenté que la corrupción del neo humanismo, que ha dado paso a un socialismo desde las entrañas del capitalismo americano, alejó de la ética de Dios a esa cultura de identidad cristiana. No temo al equivoco y refrendo mi postura.
Ayer, el expresidente fue arrestado y fichado como un delincuente en el condado de Fulton, y fue remitido con el número de prisionero P01135809, de acuerdo con los archivos de la cárcel del condado. Trump es el primer presidente en la historia que tiene un registro criminal. Minutos más tarde, el expresidente quedó libre luego de pagar una fianza y, fuera de la prisión, declaró a los periodistas que: “este era un día muy triste para Estados Unidos”.
Previo a esto, el pasado 23 de agosto, Rudy Giuliani, quien fuera abogado personal de Donald Trump, se entregó ante las autoridades en Fulton. Las acusaciones en su contra son por ayudar a Trump a revertir la derrota electoral del 2020. También el 23 de agosto, se reunieron en debate los aspirantes republicanos que desean contender por la presidencia de Estados Unidos, entre los que estuvieron Mike Pence, Chris Christie, Ron DeSantis, Nikki Haley y la revelación de la noche Vivek Ramaswamy, entre otros.
El debate republicano se vio eclipsado por la participación de Donald Trump en el programa de la red social X [antes Twitter] del comentarista Tucker Carlson, donde el expresidente comentó que no participaba del encuentro porque: ¿qué sentido tiene “(…) sentarme una o dos horas, lo que sea que dure, para ser acosado por personas que ni siquiera deberían postularse a la Presidencia?”.
Luego de la detención y puesta en libertad de Trump, una gran masa de seguidores declararon, en redes sociales, que estas acciones en contra del expresidente no modificaban su sentir, votarían por Donald si le permiten llegar a las boletas electorales. Se viene una revolución interna en Estados Unidos donde la fe jugará un papel importante en el aparato de Estado. El lema “In God We Trust” necesita revalidarse en una cultura que rema contracorriente según los ideales sobre los que se construyó el país. La política de Estados Unidos es “trans”… como las ideologías de género que exudan excepciones que no derechos y que apoyan los demócratas. Leamos entre líneas.
Rudy Giuliani declaró, luego de ser liberado, que si esto que le ocurría a él por estar en contra del sistema, bien podríamos imaginar qué le pasará a cualquiera que cuestione cualquier resultado electoral, van por ustedes, comentó. Se asoma el fantasma de Joseph McCarthy en el siglo XXI, hay que leer de nuevo entre líneas. ¿Ahora quiénes serán lo delatores?
En Estados Unidos existe un gran número de ciudadanos y gobernantes que no desean participar del conflicto de Ucrania que, dicho sea de paso, no tiene nada que ver con Vietnam como dicen algunos despistados. Ucrania es un conflicto anónimo donde interesa la economía y no los nombres de los combatientes, de ahí lo irrelevante de la perdida de vidas. Son ucranianos y rusos, no estadounidenses llevados a la fuerza a una guerra a través de un draft. Sobre la guerra y su repulsión giró el debate republicano, hay demasiado dinero puesto donde no se debe.
Donald Trump, pues, puede ganar las elecciones; y de no participar de la contienda generará tal vez un rompimiento en el bipartidismo estadounidense, y se abrirá la posibilidad de un candidato independiente. Son más los que desean un país con tufo a los años 80 donde todo era maravilloso y ficticio, desde ese universo de la espectacularidad parte Trump. Los acercamientos que tuvo durante su mandato el expresidente con Rusia y Corea del Norte son las equivalencias del “We Are The World” y el Live Aid de 1985, la búsqueda de una paz mundial y grandilocuente. No obstante, la lectura del presidente ignorante amigo de los malos era más fácil.
Aclaro, no pienso que Donald Trump sea la mejor opción para gobernar, sí defiendo la idea de una necesaria “guerra” interna en Estados Unidos, el país necesita del caos hacia las entrañas del aparato de gobierno, un reset… no tienen figuras de respeto en la Casa Blanca y mientras debaten en el congreso estupideces políticamente correctas, sin hablar de las negociaciones oscuras, los drogadictos inundan las calles de las ciudades más importantes del país.
Pienso en el destino cultural, ya hubo un presidente negro [existía esa deuda racial], los hispanos aún no se organizan y los siguientes en la lista son los descendientes de orientales… pero mientras que los “otros” se organizan continuaremos atestiguando las excelentes estrategias de mercadotecnia política de Trump… la camiseta de su arresto cuesta 47 dólares.
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Mientras que en México presenciamos un declive educativo, no sin precedentes pero sí anunciado [para qué engañarse], el resto del orbe se mantiene en vilo con pseudoproblemáticas a flor de piel. Europa y Estados Unidos intentan mantener vivo el discurso perezoso de la guerra de Ucrania, un concepto tan devaluado como el activismo de Greta Thunberg, y válido para quienes piensan que la Rusia de la Guerra Fría debe aniquilarse, pero no olvidemos que la paz, en este escenario, no es cosa de dos. En el contexto europeo, la migración y la religión son los puntos a tratar en este momento histórico. Es por demás curioso cómo las iglesias cristianas y católicas ceden paso a las mezquitas. Los ciudadanos del Reino Unido son remitidos a las comisarías si evangelizan con la palabra de cristo en la vía pública, al tiempo que sus templos son destruidos por musulmanes. Una libertad de credo muy extraña. La reconfiguración de occidente es un hecho.
Donald Trump es el personaje del año. Se mantiene vivo en las encuestas para contender por la presidencia de Estados Unidos mientras un reducto ciudadano y progresista se rasga las vestiduras. Sin importar los más de 80 cargos que enfrenta en Nueva York, Washington, Florida y Georgia, Trump bien puede dar la sorpresa si le permiten llegar a la nominación republicana. Si bien Trump es un súper profeta necesitado por la masa, como apunta Jorge Volpi en su última columna, yo sumaría a esta idea que el problema de Estados Unidos es la falta de Dios en sus filas (que no de religión). La potencia otrora ecuménica se ha derrumbado desde el interior y perdió el sentido de la unión por la familia, el trabajo, la patria y Dios.
Cuando se critica a Trump se dice que es un ser endiablado, falto de modales, de formas políticas y se le acusa de un carácter inapropiado para el escenario mundial. Me mantengo firme en la idea que expresé en “Pop Trump” [https://bitly.ws/SR5C]: el expresidente de Estados Unidos sabe jugar el juego de todos, entiende la política como un espectáculo y lo usa a su conveniencia. Hasta aquí he hablado de las obviedades más básicas del personaje que la gran mayoría de intelectuales y opinadores de profesión mencionan a raja tabla, sin mancharse las manos más allá de lo políticamente correcto.
Dios ya no forma parte del ideario sociopolítico de Estados Unidos y esa es la gran debilidad moderna de un país que se va consolidando en la pluralidad de las sectas ideológicas neohumanistas. Si Dios no forma parte del sistema de creencias y si no creó al hombre a su semejanza y luego a la mujer, pues estamos ante un escenario de bastardos que van recomponiendo la realidad a su gusto. Así, hoy tenemos a mujeres y hombres que se creen caballos, bebés y otras tantas identidades que trastocan la “normalidad” de la masa votante. No niego aquí el sentimiento intrínseco del ser humano de tener tal o cual preferencia sexual, sino que hago manifiesta una tendencia de trastornos que empiezan a formar parte de la cultura de occidente y de una gran parte de Europa; en Asia el tema se atiende desde otro enfoque.
Desde el periodo de Barack Obama, la figura de Dios, como parte del aparato estadounidense, se fue diluyendo. Trump intentó restaurar a Dios como parte del discurso y Joe Biden, al arribar al escenario político, potenció este neohumanismo donde todo está permitido, pero el constructo del estado cayó en deterioro. Dios, como el concepto del orden en Estados Unidos, es fundamental para una nación que fue fundada por evangélicos; es difícil no tener la fe al centro de los actos del poder. La negación de Dios gracias al progresismo está posicionando a Estados Unidos, no como una superpotencia, sino como un escenario de idiotas justificados por una cultura “libertaria” indefinida.
Trump, al pronunciarse en contra del progresismo como religión, recupera a una masa cristiana que deambulaba sin destino. Por su parte, tanto Joe Biden como su hijo forman parte de otro escándalo sexual y de tráfico de influencias más controlado, pues se mantienen en el poder. El discurso al centro de la contienda por la presidencia estadounidense no puede recaer en la fortaleza moral ni de Biden ni de Trump; la moralidad no puede estar al centro de la discusión. Quienes apoyan a Biden, y un gran porcentaje de los demócratas, aspiran a continuar favoreciendo una agenda que trastocará las bases de la sociedad. El progresismo es otra forma de gestionar, desde el interior de una sociedad, una guerra civil moderna en la que el gobierno puede lavarse las manos, mantener el control y trasladar la culpa a los otros. Es la gente la que se odia a sí misma y es intolerante, hay que tener cuidado con la locura licenciosa que pone en duda la cordura y el sentido común de unos pocos. Estas escenas ya las estamos presenciando a lo largo y ancho de Estados Unidos, Canadá, y México. Asoman las narices en una agenda que no es del presidente, pero permean ya en su administración.
Una sociedad en guerra necesita a un Dios al cual asirse en medio de las tragedias. Trump no es sino un personaje cuyo discurso en medio del caos aporta un poco de moderación. No está polarizando del todo, hay que tener cuidado con esa aseveración; está llevando la paz a donde entiende que no existe; no llega a ser profeta, pues no ha muerto; es Juan Bautista en búsqueda de personas a quienes bautizar fuera del orden caótico que reina en Estados Unidos. Es interesante cómo el marxismo está triunfando ya en el país del norte con ese discurso velado de libertades individuales.
Trump en su momento detuvo las guerras y cerró filas con los gobiernos indeseables; fue un hereje que hoy puede convertirse en un líder revolucionario… y una revolución siempre necesita de la fe y la fe es en Dios, ese concepto que encierra el orden, un renacer social. Estamos en un momento donde el hombre recupera el cetro del poder, el centro del universo. Los rednecks, latinos, los blue collars de Estados Unidos, todos están con Trump, por supuesto, encuentran en el trabajo la edificación, la deidad. El progresismo victimista necesita de la languidez del sistema. Trump debería ganar las elecciones. De ser así, estaríamos en verdad viendo de frente una guerra civil para el siglo XXI. Diría Montesquieu: “No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia”. -
Pecado: qué vago es el concepto de la Libertad en la actualidad. Desde hace semanas, cuando Elon Musk tomó las riendas de Twitter, me sorprendió leer a las hordas que despotricaron acerca de cómo su “libertad de expresión” sería vulnerada a causa del cambio de gerencia. No veo el sentido de los reclamos, reparemos en el obvio absurdo-ionesco. ¿Cuáles son los hechos? La compañía se maneja con dinero privado y es una plataforma, como hay centenares, donde se intercambian puntos de vista respecto a un tema social, cultural o político. El usuario acepta los principios y reglamentos de la empresa y su voz hecha texto será leída por millones de usuarios.
Una vez que entró en efecto el cambio de gerencia, se reactivaron las cuentas de usuarios como Donald Trump y Kanye West, entre otras voces conservadoras y de derecha, que la directiva [herencia] de Jack Dorsey eliminó por “sentir” que los enemigos públicos se contraponían a la ética progresista y democrática de la empresa; no obstante, miles de cuentas con contenido pedófilo se mantuvieron activas… a saber por qué. Una vez que el empresario sudafricano se hizo de la compañía, cientos de personajes, corporaciones y marcas comerciales internacionales, abandonaron la red social argumentando, como dije, que su “libertad de expresión” sería acotada y que la sola presencia de Musk era un atentado contra la democracia. Así se reportó en CNN, NBC y otras cadenas de televisión en Estados Unidos e inclusive en México. No comprendo cómo puede el universo digital paralizar la libertad absoluta de las personas a menos de que así lo deseen, sin darse cuenta.
Los ecos doctrinarios de Erich Fromm resonaron de inmediato, porque, para el pensador alemán, el supuesto de la libertad en masa es como una sola conciencia negando el egoísmo de la libertad personal. Está claro que quienes deambulan por el universo virtual, cual niño quejoso, desean una libertad colectiva y, por lo tanto, controlada… quizá no se han dado cuenta de su realidad. Importa tanto la hermandad de la autocelebración que todo aquello fuera del imaginario genera caos, intolerancia y desamor. Yo soy partidario de una libertad contra los otros. Lo que Musk haga es irrelevante, la razón de la queja pueril radica en la pérdida paulatina de una supuesta gratuidad, además de constreñir la cultura de la condescendencia exacerbada. La corrección política, desde su extrema postulación cuasi profética es una resignificación del pecado. Repito, quizá no se han dado cuenta, pero (por lo menos vía ese camino ideológico) existe una resignificación del cristianismo, una metáfora… oh, ateos.
Sedicente: me alejé de la crítica política porque caí en cuenta de que la libertad egoísta y alejada de Fromm, me generaba ciertos desencuentros con mis pares. Partamos de la definición de la palabra. Sediciente, según la RAE: “dicho de una persona que se da a sí misma tal o cual nombre, sin convenirle el título”. Tomando como referencia este momento histórico del periodo presidencial, en todas sus vertientes políticas, el discurso oficial está desgastado y no convoca ni inspira, lo cual sienta las bases, se quiera o no, del declive idealista, que no funcional [por cierto, sería tiempo de poner distancias entre lo público y lo privado]. La marca política del partido en el poder continuará con su inercia, más allá del acaecimiento de la figura del presidente que se antoja a futuro como la de Luiz Inácio Lula da Silva. Ahora que las figuras presidenciables comienzan a tornarse relevantes, parten desde la probada estrategia sedicente donde se nombran como el futuro probable de un país necesitado de fe, lo que hace fatigoso el mero ejercicio de reflexión política de facto nula. Si están metidos en la precontienda y las reglas electorales son más que ignoradas, comiencen a presentar sus propuestas y programas de gobierno, sin estar poniendo a prueba más eslóganes de campaña, porque esa es la estrategia. Por otra parte, y como siempre ocurre, la reflexión crítica desde los medios de comunicación es tan circular como tediosa, pero, al no existir un contrapeso político al de estas figuras que contienden por gobernar a México, los medios también se encuentran huérfanos.
Hace un par de días apareció en redes sociales un video protagonizado por el señor Adolfo Siller Valenzuela. El contenido del video es muy desafortunado, ya que sólo reivindica la figura y el estereotipo de los habitantes del norte del país como seres salvajes y sin modales. La muestra de su discurso ordinario fue avalada de manera errónea por los líderes de los movimientos ciudadanos que propusieron y organizaron las marchas pasadas a favor del Instituto Nacional Electoral. Craso error. ¿Por qué esta figura generó empatía entre los detractores del gobierno actual? No por la originalidad de sus ataques, sino porque no existe una sola figura de contrapeso a los presidenciables ”oficiales”. Tengo la impresión de que nadie se ha tomado la molestia de hacer el trabajo de campo, no para medir popularidades, sino para analizar el funcionamiento real de los programas diseñados para combatir la pobreza, además de profundizar en la caída de los mitos avalados por la ficción de la transformación actual.
Todo sedicente parte de una ficción básica para contar su propia verdad y, como tal, suelen ser vulgares. Me explico: enuncian verdades irracionales donde, como diría Neil Gaiman, los datos no importan, sino que sean verdades que puedan manipularse, usarse y decirse sin necesidad de demostrar nada. “No somos corruptos”, dice el presidente, y yo no tengo la certeza de que así sea, pero en su conferencia mañanera ha aceptado que la corrupción persiste aún en su gobierno. Toda idea, por vaga y absurda que parezca, navega a tal velocidad que pronto se valida o invalida, así que la mejor estrategia de los próximos candidatos será no anunciarse como el futuro de un país que a lo largo de sus historias ha tenido diversos futuros que, al final, no llegan a convertirse en un pasado estable.
En este instante, la estrategia visible que le sugeriría a quien pretenda ser gobernante de México es, en principio, alejarse de toda metafísica electoral. Si se aborda la pobreza como figura retórica, esta misma es ficticia, pues la pobreza no atiende a la generalidad. Hay que olvidar el pasaje de mesías que todo político desea vivir; es necesario comenzar a pecar. Lo que rescato de la estrategia de choque de Elon Musk, es que trabaja con la realidad inmediata de las métricas y desplaza a quienes se dicen salvadores de la verdad y del bienestar de los demás, intentando suprimir un tipo de hipocresía donde imperará otra más pragmática. Las próximas elecciones no deben validarse en el sentir, quizá es tiempo de comenzar a insistir en “pensar” para construir un país sin ideologías baratas.
No sé si todos amamos a México, pero ese es mi sentir sedicente; mejor habría que definir qué tipo de país necesita cada ciudadano, cada comunidad, multiplicar modelos porque la unificación tiende a fracasar en el encumbramiento de un solo ídolo. No hablemos de lo que está mal, sino de las posibilidades de construir un país alejado de conceptos tan básicos como la libertad y la democracia que pudiéramos modificar por: determinación y visualización. No apelemos a la libertad grupal, es tiempo de hacer política real desde el egoísmo.Publicada en El Universal
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No todos los migrantes son igualmente valorados. Acuso aquí el estallido de la “guerra” entre Rusia y Ucrania de la cual debemos opinar con cuidado, sin afanes internacionalistas. El estratega bélico que todos llevamos dentro sale a relucir, por lo pronto intentemos no sembrar más desinformación. En este momento histórico, el racismo cuasi nacionalista es uno de los principales “afectos” europeos a ras de piel. Toda tragedia, por menor que sea, brinda una oportunidad para establecer paradigmas sociopolíticos renovados, además de reglamentar-liberar la radicalidad humana. Se calcula que más de cuatro millones de ucranianos buscarán refugio en los países aledaños debido al conflicto, según datos de la ONU. Migrantes que no correrán, por cierto, con la suerte de los africanos, de los árabes o de los sudamericanos, debido a que tienen nombre + patria herida por el momento [Ucrania], una que conocemos por el espectáculo mediático, llamada por los historiadores: la “pequeña Rusia”.
No soy insensible a la desgracia del momento, sin embargo, pregunto: ¿acaso no huyen de las zonas bélicas, criminales, pobres y conflictivas la gran mayoría de los migrantes rechazados del orbe? Quizá los países de estos últimos no son parte del mapa y territorio de la economía y los intereses globales… esos son migrantes damnificados del sistema “paradisiaco” que consumimos. No es queja, no es arrepentimiento, es destino y realidad. Lamento el desarraigo de los ucranianos y el racismo que éste despierta; de la misma forma que lamento la tragedia cotidiana que viven otros migrantes negados de occidente que, mientras la guerra toma su curso, intentan sobrevivir sin importar resabio ideológico.
A lo largo de las últimas semanas, la prensa internacional in situ hizo gala del racismo más profundo disfrazado de humanismo. Al hablar de los ucranianos que huyen de su país bajo fuego, los comentaristas declaraban: “lo que impacta es que esta no es gente de un país subdesarrollado, esto es Europa y esta es gente rubia de ojos azules, que bien podrían ser nuestros vecinos. Son niños y mujeres blancos”. Investigué, di con los noticieros completos, con toda honestidad pensé que eran declaraciones falsas. Sin duda, el trabajo discursivo xenófobo y anunciado que, desde hace años vienen promoviendo los nacionalistas europeos a ultranza ha triunfado de forma eficaz. En el ánimo de la unificación y empatía antibélica europea reluce la segregación arrogante del color de piel como un concepto de limpieza: el blanco por encima del negro, del percudido moreno, cediendo razón sin más al hoy negado ídolo estadounidense Steve Bannon, empoderado en su momento por Donald Trump.
El euroescepticismo y “The Movement” (promovido por Bannon y secundado en su momento [sin aparente éxito] por Željka Cvijanović, Viktor Orbán, Matteo Salvini, Geert Wilders, Thierry Baudet, Marine Le Pen, e inclusive Eduardo Bolsonaro) apoyaba declaraciones de Bannon como la siguiente: “Que los llamen racistas, que los llamen xenófobos, que los llamen nativistas. Hay que sentirse orgullosos”. Así hablaba respecto al proteccionismo cultural y repudio de la migración incluso entre europeos. Otra frase provocadora de Bannon es: “Porque cada día somos más fuertes y ellos [los europeos sistémicos y los migrantes] más débiles”. Discursos como este hacen eco en la política europea moderna. En Alemania, Alexander Gauland, rostro del partido “Alternativa para Alemania”, opositor a la migración, maneja una estrategia específica, no en contra de la movilidad por sí misma, sino que posiciona en la sociedad la idea generalizada de entender el fenómeno migratorio como un modelo que afectará al sistema de bienestar social alemán, lo que genera incertidumbre y propicia la radicalidad social. El color de piel, por supuesto, es un tema que subsiste.
Hace algunos años, en el “Foro de la Democracia en Atenas”, tuvo lugar un encuentro infructífero, entre Steve Bannon y Bernard-Henri Lévy. El galo se oponía a la rebatinga de la pureza nacionalista del estadounidense que decía repudiar el “racismo”, pero apoyaba el “nacionalismo”. La noción nacionalista de Bannon es sencilla: no se repudia a nadie, pero cada país debe ser libre para decidir a quién recibe, con quién negocia, a quién atiende, con quién se alía; oponiéndose al sentido unitario de la Unión Europea. Ser nacionalista en occidente no significa ser radical, sino amar a tu país. Esa lógica, por llana que luzca, encierra una carga patriótica que, sacada de contexto, es lema de guerra.
El panorama bélico del momento es desolador. Mientras los ucranianos cruzan las fronteras occidentales para cobijarse y reciben de Estados Unidos un pase de “libertad” que les brinda trabajo y estancia indefinida, los migrantes latinoamericanos en nuestra región americana padecen violencia tanto de sus connacionales como de aquellos oficiales de migración en México y Estados Unidos que idílicamente deberían ayudarles.
Vale la pena desmitificar a los victimizados por la guerra: mientras que los ciudadanos ucranianos blancos, de ojos azules, tienen un pase libertario. Ese país maneja una fuerte estrategia xenofóbica en contra de latinos, africanos, árabes y otras culturas que, al intentar huir de la guerra misma, se ven atrapados en una espiral de violencia. El primero de marzo, la Unión Africana denunció al gobierno ucraniano por los tratos xenófobos en contra de los residentes africanos migrantes. Impedirles cruzar las fronteras es un acto inhumano que enaltece el sentimiento nacionalista del que hablaba Bannon en su momento. Los invitados, que son tolerados en casa, jamás tendrán voz ni voto. El contrargumento puede ser: se debe entender que al pueblo ucraniano le importa salvaguardarse primero; sin embargo, lo que se debe salvar es a la humanidad. ¿Acaso no somos todos hijos de Dios? No obstante, la experiencia nos enseña que Dios también muda de piel. Ucrania está en guerra y su pueblo comete el error de todo pueblo victimizado: se torna intolerante cuando es la intolerancia misma la herramienta y génesis de la desgracia generalizada.
Respecto a la guerra
Históricamente, Heráclito “el Oscuro” y su declaración de la “guerra”, como “madre y reina de todas las cosas”, ha sido eficaz para generar una y otra vez una apología constante de la destrucción. Pero “el Oscuro” no hablaba de la guerra en el sentido de la masa destruida. La guerra es tan sólo el encuentro de oposiciones que generan cambios, que transforman “las cosas”; por supuesto, el choque siempre dará o destruirá la vida misma, pero romantizamos tanto la guerra que nos embriaga hasta la locura; yo el primero. De la gran cantidad de soldados y veteranos que he conocido, jamás escuché a ninguno decir que deseaba formar parte de una guerra. Así, valdría la pena reflexionar ¿a quién le interesa la muerte de la masa? ¿Por qué elegir la muerte cuando, según decía Jean Baudrillard hace más de 30 años, las guerras digitales eran el futuro?Me impacta, y no sin curiosidad, el enardecimiento de los críticos y columnistas de medios nacionales e internacionales que se aferran a denostar, cancelar, ningunear, escupir al pueblo ruso, y lo que de él emana, el curso de la intolerancia disfrazada de humanismo. Respeto la gallardía del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, sin embargo, este momento de espectacularidad generalizada nubla la vista y criterio de muchos; estamos de nuevo en la época del Capitán América, (Steve Rogers), el súper soldado y enemigo de la amenaza roja (Red Skull), descifrado como una bandera humana (sólo que ahora estadounidense más la unión europea) y viril, como sugería J.M. Coetzee en sus ensayos.
Escucho: “Putin es un pésimo estratega, sus equipos militares son decadentes y viejos”, “Putin comete errores de novatos”, entre otra gran oleada de diatribas que me detendría a repensar antes de escribir. Dudo mucho que un estadista como Vladímir Putin se lance de inicio a una guerra con equipos de primer nivel; también se vale sacar la merma para resguardar el arsenal, después de todo, Ucrania no es una potencia. Me niego siquiera a pensar cuál es la verdadera trama del hilo geopolítico porque desde este lado del mundo no estamos reconociendo la verdad en su entera proporción. Entiendo pues que habríamos de escuchar las voces de todos aquellos que vivieron la Guerra Fría para tener una idea clara del motor que mueve a la maquinaria rusa. Vladímir Putin es el enemigo número uno de la sociedad contemporánea. Me sorprende el fanatismo inmediato en contra de su persona, su comparación con Adolf Hitler y la necesidad histórica, por demás ontológica, de ponerle rostro a un enemigo mundial para el siglo que inicia cuando la amenaza roja, revalorando la línea de pensamiento de Coetzee, ya no es Rusia sino China en su poderío económico.
Pienso en la manipulación de la inmediatez: Volodímir Zelenski viste un chaleco antibalas, dicta conferencias que se pretende sean desde las trincheras, firma la inclusión esperanzadora de Ucrania en la Unión Europea, declara que no tiene miedo de nada ni nadie, que el mundo está con él. No obstante, Europa no está con él ni con Ucrania (y lo sabe), es una guerra encapsulada donde el apoyo que recibe equivale a los videos en blanco y negro que hacen las celebridades para “repudiar” las injusticias mundiales. Mientras Volodímir Zelenski se apodera de las pantallas, desde Hollywood se le compara con un “Avenger”. Incluso existe ya idílicamente el actor para representarlo en un futuro posible… Amén de los muertos ya existentes por este encuentro entre naciones, estamos frente a un espectáculo mediático donde la guerra misma es herramienta y medida de la nimiedad. El rol que juegan los medios de comunicación en toda guerra y conflicto bélico, por lo menos en occidente y medio oriente, es fundamental. El enemigo tiene nombre, no así los muertos; el objetivo primordial de la guerra siempre es ignorado y, del mismo modo, siempre existe el ídolo que salvará a la gente sin nombre… Wag the Dog. La masa en sí misma usualmente se equivoca. Me preocupa el racismo a escala mundial del que formo parte sin ser rubio ni de ojos azules, porque sé cómo mueren los ucranianos, pero ignoro cómo pierden la vida los africanos.
Columna publicada en El Universal
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El título de la obra de Cormac McCarthy, “No Country for Old Men”, fue traducido por Luis Murillo Fort como “No es país para viejos”, aunque me parece que debió ser “No es tierra para viejos”, ya que la obra misma, a través de la voz de Ed Tom Bell, alguacil al borde de la jubilación y personaje clave de la obra, reflexiona acerca de cómo la violencia que existe en esa región apartada del paraíso cristiano habría sido inimaginable para los viejos alguaciles de inicios del siglo XX. Esos que no llegaron a desenfundar su revólver cuando ejercieron como representantes de la Ley, en el agreste rincón infernal fronterizo dominado por el narcotráfico de finales de los años setenta.
La novela de McCarthy reflexiona acerca del “deber” en sus múltiples facetas. El deber criminal, de justicia y supervivencia. La acción de la obra se detona cuando el veterano de Vietnam, Llewelyn Moss, recupera un maletín con dinero de una negociación fallida entre mafiosos texanos y coahuilenses. La situación se complica cuando entra en escena el sicario Anton Chigurh, que tiene como deber recuperar el maletín a expensas de la vida de quienes interfieran con su objetivo, sin odio y sin revanchismo… tan sólo cumple con la tarea de recuperar un maletín. Podríamos aseverar que es un criminal equilibrado, el punto medio entre el bien y el mal que, por supuesto, ama el combate. Al verse frente a la muerte, en más de una ocasión las víctimas de la novela declaran: “no tienes que hacer esto”, para luego ser abatidas, pues no debe quedar rastro de los involucrados en la tragedia.
Conforme avanzan los meses, entre pandemia, criminalidad, ocaso económico, confrontaciones geopolíticas entre el agonizante Estados Unidos y la resentida China, y el resurgir de los grupos neonazis dentro del ejército alemán con el sueño de hacer realidad el “Día X”, las propuestas de nuestro gobierno, se tornan absurdas al grado de someternos por medio del discurso oficialista a la condena de vivir adentrados en tramas infantiles, sin reglas éticas ni morales, donde todo puede suceder.
Hemos comenzado a perder el sentido del humor por una urgencia apocalíptica que nos obliga a cuestionarnos: ¿Qué pasará el próximo año? Si bien la caída económica está presente, no será sino hasta el 2021 cuando tocaremos fondo, quizá. No obstante, el subgobernador de Banxico, Gerardo Esquivel (de las pocas voces a veces coherentes dentro del actual gobierno), pide al pueblo tener paciencia pues no estamos tan mal. Nos hundiremos, sí, pero saldremos a flote hacia el 2022 cuando se logrará recobrar la estabilidad previa a la pandemia, lo cual tampoco es un logos económico para presumir. Vamos todos en un mismo barco hacia el desierto marino, donde cada navegante canibaliza lo que puede.
Conforme pasan los meses, aparecen y desaparecen voces de la resistencia del gobierno actual como Hernán Gómez Bruera, apologista caído de la gracia del poder de forma intempestiva, que desde la barrera admira a Gibrán Ramírez. Otros, como Katu Arkonada, el más articulado (o combativo) en su defensa de la izquierda viciada; Abraham Mendieta, el gesticulador político; Estefanía Veloz y Andrea Chávez, las jóvenes feministas de la izquierda; entre otras figuras de bajo perfil, se empoderan en sus reuniones a lo largo y ancho del país preparando sus bases o cuadros políticos al grito de “Calderón a prisión”, una nada brillante estrategia de confrontación política que es posible gracias al trabajo de Gonzalo López Beltrán, hijo del presidente encargado, cual guerrillero ideológico, de crear durante la campaña electoral de 2018 una red excepcional de operadores en cada estado de la república que hoy rinde sus frutos y sus fallas. López Beltrán es el abogado del diablo al que pocos temen, pero no hay que perderlo de vista.
Entre las frases aprendidas a lo largo de los años hay una atribuida a Vladimir Ilich Lenin que tiene bastante sentido en este momento histórico: “Los extremos se tocan”, razonamiento del soviético que parte de una lectura apasionada de la obra del alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel. En sus “Cuadernos filosóficos”, Lenin reflexiona acerca de la dialéctica (tesis, antítesis, síntesis) de Hegel argumentando que, una vez cumplidos los pasos del movimiento dialéctico, se retorna a un origen primigenio de las ideas que se contraponen entre sí para generar conocimiento verdadero, según el contexto. Esto es, cuando las ideas, o ideologías (como, por ejemplo, la extrema derecha y la izquierda radical) se encuentran, en ambas hay rasgos que se identifican y al mismo tiempo se repelen para crear revoluciones o cambios desmedidos. El planteamiento es genial, sobre todo cuando escuchamos una y otra vez la frase del ejecutivo “no somos iguales”, que, si los personajes antes mencionados lo entienden, sabrán pues que forman parte del mismo problema que combaten desde su trinchera a gritos incoherentes.
Steve Bannon, uno de los grandes estrategas políticos de la extrema derecha estadounidense, fue una de las mentes detrás del empoderamiento de Donald Trump desde la publicación periódica de Breitbart News. Bannon es un defensor del nacionalismo extremo que culpa a la economía de llevar a la quiebra moral a todos los pueblos del mundo y que apuesta por el aislacionismo y un control marcial de los gobiernos sobre los pueblos. Durante el brevísimo tiempo de gloria de Trump, Breitbart News tuvo el apoyo de otra celebridad del mundo virtual de nombre Milo Yiannopoulos, un apuesto hombre blanco homosexual de la ultraderecha que impulsaba la agenda joven y daba voz al movimiento neonazi en Estados Unidos.
Mientras que Bannon pasó de dar conferencias magistrales a formar parte del gabinete de Trump para luego renunciar, cansado del lirismo de Trump, Yiannopoulos pasó de ser un enfant terrible de la política estadounidense que lanzaba consignas contra los gobiernos demócratas en plazas públicas y universidades, a ser un apestado por sus declaraciones pedófilas, lo cual acabó con su brillante carrera al no entender los límites del pueblo mismo. Bannon se mantiene activo promoviendo su agenda nacionalista en Europa, mientras que el joven rebelde Yiannopoulos se lamenta en redes sociales por la nula repercusión de sus ideas en la cultura que lo ensalzó hace apenas cuatro años. Y aunque ambos fueron encumbrados por el periodismo, son acérrimos enemigos de la prensa crítica hacia el extremismo ideológico contrario a su juego discursivo.
De regreso a “No Country for Old Men”, en específico a los personajes Anton Chigurh y Llewelyn Moss, ambos son el retrato de la naturaleza del pueblo que vale la pena analizar. Moss, es un tipo común y corriente que vive en una casa rodante y que, al ver la oportunidad de hacerse del dinero que yace al lado de cuerpos en descomposición, no duda en tomarlo por el bienestar que le otorgará. A éste, la guerra no le hizo justicia y debe buscar todas las posibilidades infinitas para subsistir. Chigurh no entiende romanticismos, es coherente con su objetivo y deber: recuperar el dinero y asesinar a quien lo tenga. Su lid pragmática es honorable. Ni uno ni otro polemiza para hacer de su condición un martirio, accionan y con esa tarea nos permiten comprender los motivos que impulsan la progresión de ambos en la historia. No hay mentiras, orgullos malentendidos, ni deseos ocultos, sino objetivos que te permiten validar las trayectorias de ambos sin paternalismos. Bell, el alguacil, es la conciencia que nos invita a reflexionar cómo las pasiones humanas lo destruyen todo… y en la política aún más.
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