La cultura, enemiga pública del Estado

Joseph Conrad

La Cultura como accesorio. Las palabras y sus significados traen consigo caos, bienestar, sueños, desgracias inmediatas, momentos religiosos que modifican nuestra fe, grandes empresas o fracasos. Las palabras son enemigas silenciosas que pueden traicionarnos, entre discursos obcecados, sobre todo cuando nuestro ejercicio existencial se basa en ellas. Desde este rincón del mundo observamos con atención el comportamiento de otras culturas y sus acciones, las voces discursivas de sus mandatarios, líderes sociales, partidistas antípodas entre la masa que pelean lo más básico de la cultura universal: el Poder. También desde la comodidad angustiante de ser mexicanos y, a partir de los otros, explicamos el lugar que ocupamos en el mundo con nuestra cultura a cuestas.

Hace poco más de una semana, los primeros ministros, presidentes y cancilleres de los diferentes países que conforman el bloque que pertenece a las Naciones Unidas hicieron públicos sus videos celebratorios que conmemoran el 75 aniversario del organismo internacional. Fue un muestrario de discursos que salvaguardaban las ideologías, las acciones nacionales y geopolíticas de cada líder mundial, no hubo sorpresa alguna.

Xi Jinping, de China, habló acerca de la postura del país que está en contra de crear bloques comerciales que dejen fuera a otras economías, cuidando su propia participación monetaria en el mundo. Angela Merkel, de Alemania, exhortó a las Naciones Unidas a repensarse como institución para el siglo XXI. Donald Trump, de Estados Unidos, ante el ocaso de su presidencia, culpó a la ahora superpotencia China de la competencia desleal y la propagación del SARS-CoV-2 que, en palabras del presidente número 45 de Estados Unidos, es el “Virus chino”. En el caso de México, Andrés Manuel López Obrador, utilizó su tiempo para hablar de sus grandes logros como la no-venta del avión presidencial, el fin de la corrupción, el apoyo a la economía y el accionar de su administración frente a la pandemia, además de increpar, como siempre hace, a otras administraciones por los errores presentes que, dicho sea de paso, poco importa en el foro de la ONU. Todos ellos temas debatibles que pueden derribarse con datos concretos en mano y sin necesidad de llegar a los gritos.

En el caso de la canciller alemana y los presidentes de China y Estados Unidos, estos apelaron a la diplomacia cultural con entramado político. Merkel hizo alusión a la herencia del nacionalsocialismo como foco de la desafortunada Segunda Guerra que ayudó a impulsar la creación de la ONU; además, hizo hincapié en que tales atrocidades belicistas jamás deberían repetirse. Jinping, el líder de la potencia asiática, enunció con parsimonia que el virus fomentó la unidad de la gente y los pueblos para salir juntos y triunfantes de esta emergencia sanitaria que no debía politizarse, lo cual, más allá de posicionar a China como una nación intolerante en el ámbito mundial, le otorga el velo de un país poderoso en su discurso de guardianes del mundo libre como antes lo fuera Estados Unidos. Trump politizó el discurso culpando a China por la pandemia y desvió la atención apelando a su narrativa nacionalista rancia.

Por desgracia, el caso mexicano nos ayudó a vislumbrar que no se necesita de una cancillería y que el trabajo de Marcelo Ebrard, como Secretario de Relaciones Exteriores, y el de su equipo es innecesario. México no es un país que desee participar en los grandes escenarios mundiales, o al menos es lo que deja ver el presidente, quien podía haber jugado sus cartas de mejor manera; el ánimo conservador y pueblerino del mandatario, con el que busca pretender ser uno más del pueblo en la aldea global, lo posiciona, no como un líder de Estado, sino como un improvisado abrazado al poder simbólico de la silla presidencial.

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