En diversas ocasiones he mencionado el agotamiento del pensar como un rasgo y ruta hacia la cual nos dirigimos. Estamos instalados en este instante caótico del obsceno exceso de información que nos mantiene alertas en los albores de siglo XXI, donde la locución latina scientia potentia est (el conocimiento es poder) si bien no ha perdido su valor, debe graduarse con delicadeza y aplicarse de manera brillante e instrumental. El vasto conocimiento falso, verdadero, falso, verdadero que asimilamos día con día nos adentra en un campo minado que aceptamos habitar sin cuestionamientos, una encrucijada que nos debilita, nos agota, y respiramos con el único objetivo de encontrar la paz y suspender los juicios. No pensar.
De los conflictos bélicos podemos extraer miles de ejemplos trágicos acerca del agotamiento mental más allá de lo físico. Durante la Primera Gran Guerra, el pintor Otto Dix formó parte de las trincheras del ejército alemán conociendo de primera mano las atrocidades cometidas por el bando opuesto entre las púas y la sangre vertida en el lodo. Fue testigo de los rostros desfigurados a causa de proyectiles enemigos y amigos, de los miembros desechos y los llantos nocturnos de los que dan cuenta centenares de páginas de crónicas desde las trincheras como las que narró Ernst Jünger. Sin embargo, fue Otto quien aprendió a suspender todo juicio desde las palabras y nutrir tan sólo en el pensamiento las ideas que plasmaba lúgubre sobre los lienzos. Se alejaba del caos para regresar a él y explicarnos qué es lo que no deberíamos olvidar como pueblo. A mi parecer, la memoria es nuestro peor sentido, pues recuerda las minucias que potencian el rencor, pero olvida lo esencial que nos lleva a la guerra.
“Shock Troops Advance under Gas”, de 1924, es una de las obras magistrales de Dix por la escena que plantea; no obstante, la idea misma de la totalidad de su obra plástica encerraba un significado políticamente inquietante en su posguerra “la gente empezaba a olvidar el horrible sufrimiento que la guerra les había traído. (Yo) No quería causar miedo y pánico, sino hacerle saber lo terrible que es la guerra y así estimular los poderes de resistencia de la gente”. En pocas palabras, estimular la memoria.
Años más tarde, con el arribo del Nacionalsocialismo, Otto Dix fue desterrado de la Escuela Superior de Bellas Artes de Dresde debido a que el nazismo consideraba su trabajo como una expresión degenerada y antipatriótica. Inclusive, parte de su obra se expuso en Múnich dentro de la exhibición de Arte Degenerado de 1937 que organizó el pintor y político, un tanto olvidado, Adolf Ziegler. La muestra reunió, de entre todos los museos alemanes, las obras de diversos creadores nacionales y extranjeros que se contraponían con la visión cultural del régimen. Entre ellos estaban Ernst Ludwig Kirchner, Paul Klee, Georg Kolbe, Pablo Picasso, Piet Mondrian y Marc Chagall. El trabajo de Dix, por lo menos un par de sus lienzos entre los que está “War Cripples”, fue destruido más tarde, aunque el MoMA conserva un dibujo suyo basado en la pintura original. De esa desafortunada cadena de eventos culturales se recogen las palabras de Adolf Hitler que “declaraba la guerra a la desintegración cultural. A los charlatanes de las artes”… es decir, a las ideas ajenas a su agenda.
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