I. La violencia que amedrenta a un individuo o destroza a una comunidad ha perdido impacto en la realidad a causa del filtro del mundo digital. En cuanto las redes sociales, o los sitios de video reproducen la catástrofe, ésta pierde su relevancia y se convierte en material que instantáneamente puede ser desechado del imaginario colectivo. Recordamos las imágenes atroces de las guerras del siglo XX en gran medida por la limitante para conocer la profundidad de la desgracia. Vietnam es una guerra mítica porque su historia se ha narrado a cuenta gotas entre cientos de documentales, cada generación descubre linderos por recorrer para reorganizar la historia y construir una sola verdad que perdure, a través de los hechos, en el tiempo.
II. Para que la violencia como suceso histórico sacuda a una sociedad, se necesita del silencio, de momentos de incertidumbre que convoquen a la reflexión del hecho atroz y se generen respuestas contundentes. Hoy, la masacre de una comunidad que es documentada por los medios, los peritos que atienden el caso, los policías que rodean la zona, el transeúnte con ínfulas de reportero, y los allegados de las víctimas, todo en el mismo espacio y tiempo, entorpecen la explicación del momento y este se torna espectáculo, se vuelve comedia.
III. En términos militares, cuando se habla de Teatro se nombra a un territorio sobre el que se dan las batallas de algún conflicto armado. En este instante, el Teatro digital que habitamos es por mucho el más salvaje, no por la concentración de la tragedia humana en él, sino porque el exceso informativo anula la comunicación utópica, la comprensión de los conceptos y las palabras a tal grado que somos animales sin sentido de existencia. Vivimos un solipsismo impuesto por la modernidad de la cual escaparemos únicamente cuando atenten contra nuestros derechos o nuestra vida.
IV. En este momento histórico, trágico y veloz, cualquier pelea política, social, barrial, hogareña es inocua a simple vista en el mundo real, pero tiene en el estadio digital su campo predilecto para hacer de la nimiedad un problema de Estado. Las dos arenas de la realidad, que simétricamente se conjugan, son pasiones que se nutren y equilibran regalándonos “ídolos” al por mayor, en esta sustitución de lo humano en el ciberespacio paradisiaco que vivimos con entereza y que nos brinda paz emocional.
V. El mundo digital es un museo de muertos sin seguidores. En ese vacío oscuro de lenguajes programáticos están grabados los nombres de los ciudadanos que no fueron Titanes; discursos y videos a los cuales regresamos remotamente para redimir con la burla su arcaísmo. Los canales digitales son vías de crisis que proyectan hechos, causas y efectos a tal velocidad, que sustituyen nuestra capacidad para hacer lo más básico: cuestionar. Ese mundo de fibras ópticas es un artefacto político intangible, un arma maquiavélica de segregación social, justo lo que en principio se quiso eliminar, o nos dijeron que se eliminaría, pero es, ante todo, un medio que se nutre del sentimiento puro y vivo. Es el innegable motor de nuestra existencia [en el encierro].
VI. Nuestros sentimientos son los que encumbran a estos personajes idolatrados desde la realidad hasta el paraíso digital y su reducto. Parafraseando a John Stuart Mill, no importa cuan equivocados estén estos ídolos (digitales) o qué actos cometan, su defensa cae en el ámbito del sentimiento, y contra eso no existen argumentos lógicos válidos para desenmascararlos. Es interesante la figura del ídolo digital porque es un dios que escucha, desde su paraíso, un dios que está presente y que contesta a las plegarias con mensajes automáticos que generan hermandad. Tenemos tantas ganas de un poco de amor.
VII. Durante siglos el lenguaje y su letanía se ha estudiado con la seriedad propia del problema, para comprender que cada siglo renueva las teorías filosóficas y literarias en torno a las palabras, lo que nombran y sus límites. Desde la disciplina matemática que habla del lenguaje como una ecuación más de la lógica, hasta la postura metafísica que insinúa que todo lo que nombra una palabra existe, nos ayudan a comprender que por medio de las palabras estamos atrapados en una prisión que nos ciñe al contexto de la realidad. Por eso hay quienes guardan silencio, para eliminar el probable destino al que lo lleven sus vociferaciones. Aunque la pasión por pronunciar los vocablos es tal que termina por condenar al héroe… en términos clásicos es su error trágico.
VIII. ¿Cómo podemos escapar a la trampa del lenguaje, a la mentira discrecional de la época y los actores que la proclaman para generar realidades extraordinarias pero falsas? La pregunta es pertinente porque la respuesta sugiere un continuo progreso idealista, como si de un juego de naipes se tratara, que baraja conceptos como: bienestar, justicia e igualdad, entre otros, que no logran consumar el deseo general de la sociedad que busca el bien común, pero que siempre están en un juego sinfín. Si los ideales se consumaran, la mentira social no tendría razón para existir. El juego político radica perversamente en instaurar la ilusión del progreso duradero, aunque inmóvil, creando espejismos y empatías ciudadanas. El lenguaje inclusivo y su progresismo es una trampa.
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