Hace apenas unos días, Hugo López-Gatell, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud de la Secretaría de Salud, dando aspavientos con la mirada perdida por la desesperación de su desprestigio gritaba iracundo que nos encontramos en emergencia sanitaria por la pandemia. Aseveraba en su conferencia vespertina y monótona que este era el momento de guardar distancia y enclaustrarnos, de utilizar el cubrebocas en todo momento. Los medios y la opinión pública se lanzaron en su contra por faltar a la verdad. La guillotina imaginaria de la masa dio con su cuello. Es un funcionario destinado a la hoguera simbólica que alimentan los miles de enfermos y muertos que lleva a cuestas el epidemiólogo por sus decisiones políticas que buscaban la venia del presidente, alejado de la ética de su profesión.
“Lo torcido no se puede enderezar y lo incompleto no se puede contar”, dice el Eclesiastés en su meditación acerca de la vanidad, ese pecado capital que todo lo nubla porque la alabanza de los otros a nuestra imagen es una droga absoluta que nos oculta la verdad. Nuestro Zar anti Covid-19 se dejó seducir por los likes en su cuenta de Twitter que lo tildaron de “sex symbol” al inicio de la catástrofe sanitaria… A decir verdad, era el rostro de la esperanza para algunos mexicanos que confiaron en su palabra.
La representación y caída de López-Gatell era de esperarse porque desde la embriaguez de los fresneles sobre su rostro perdió el foco de su tarea en un momento catártico y de proporción mundial. Se convirtió en una figura pública expuesta al escrutinio del pueblo que, si bien olvida con el tiempo, lo desprecia de raíz en el presente. Es una celebridad más caída en desgracia, un médico sin amor por la vida lo cual es imperdonable. Un político que no sabe de política o que nada entre tiburones sin saber cazar.
A principios de la pandemia en el mes de marzo del 2020, cuando el epidemiólogo López-Gatell se presentó en los escenarios nacionales como una incuestionable autoridad, escribí para “Confabulario” un reportaje titulado “Los ventiladores hechos en México no son para mexicanos“, donde hablé acerca de las fallas en la estrategia de prevención, nunca ejecutada, por el Subsecretario y su equipo que mintió acerca de las medidas tomadas por el gobierno, en su totalidad, para proteger a la ciudadanía. En ese momento no hacía falta mentir, era el instante ideal para que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se hiciera de la credibilidad necesaria para sentar las bases de su anhelada transformación política y social… hoy no a todos encanta el silbido del presidente.
López-Gatell, encumbrado y embriagado por la excitación del poder, se convirtió raudo en una figura pública deseado por todas las gentes (disculpen la referencia del texto Adventista). Le bastaron diez meses para caer en desgracia no sólo ante la opinión pública sino hacia el interior del gabinete por la ultranza de sus ideales. Pretendió controlar, inclusive, los deberes del canciller Marcelo Ebrard en la adquisición de las vacunas; una movida atroz sobre el tablero político frente a un jugador transexenal como Ebrard. Vale la pena no perder de vista que, ante cualquier fracaso a partir de ahora, el especialista epidemiológico es el Subsecretario y no el presidente. Los dedos apuntan ya hacia una ruta específica en la repartición de culpas. El epidemiólogo, encumbrado por la inmediatez del paraíso digital, perdió el carisma que le brindó la novedad para convertirse, muy a su pesar, en un mesías que ahuyenta incluso a los creyentes en la transformación del país. No lo escuchan más cuando lee poesía y habla acerca de sus gustos cinematográficos.
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