Próxima publicación durante el mes de abril.
Categoría: Filosofía
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Alejándonos del fenómeno migratorio como un asunto sólo de políticas internacionales, es necesario pensar en el sentir de los protagonistas de la trama enjuiciada en vida. Las imágenes de llantos, de madres deshechas por el dolor, de hijos que lloran y gritan, de hombres que mueren o son agredidos en las carreteras y en las cimas de los vagones de carga del ferrocarril son parte de nuestra época, lo mismo que antes lo fueron los éxodos europeos de las pre y posguerras del siglo pasado, de todos los siglos. Los cuadros de los periplos humanos forman parte de nuestra historia. En los cimientos de cada patria está una base nómada, luego sedentaria, que nutre el rizoma de una civilización que a la posteridad logra su identidad. La migración contiene un fuerte grado de victimización agresiva; no mártires sino víctimas a mansalva. El que migra no es sólo el “infeliz”, tengámoslo claro, también hay sedentarios infelices. Alejándonos del reparo determinista de una vida mejor, el “sueño” [y su plural] es motor sin combustible que propicia el movimiento de la humanidad.
Yo crecí en la Zona Norte de la ciudad de Tijuana, a finales de la década de 1970. La casa donde di mis primeros pasos, donde pronuncié las primeras palabras, le pertenecía a mi nana Lupe, una mujer de la sierra de Durango que había llegado a la ciudad durante los años 40. Por las mañanas, ella atendía un restaurante además de cuidar a una señora de la tercera edad. En aquellos años, Tijuana era el lugar de paso de miles de migrantes de México y de sur y centro América… lo es aún. La casa de mi nana siempre estaba habitada por mujeres y hombres que iban de paso en búsqueda del trillado sueño americano o al reencuentro con sus familiares. Era común escucharlos decir: te pareces a mi hijo; mi hijo tiene tu edad. Recuerdo de esos tiempos que la mayoría cruzaba por la canalización de la línea fronteriza previo a la existencia de la barrera metálica. Era monte raso, sin nada más. Otros cruzaban por Tecate, en general todos viajaban por Tijuana a su encuentro con el destino.
Mi nana jamás perdió el contacto con varios de esos viajeros, algunos de los cuales fueron beneficiados con la Ley Simpson-Rodino de 1987. Otros más murieron en la carretera, es un hecho. En ese momento de mi infancia entendía que eran personas que viajaban, pero no comprendía el término que fue construyéndose, eran: “pollos” que un “pollero” cruzaría a Estados Unidos. Otros, casi lo olvidaba, cruzaban por la arena de la playa, pues tampoco existía esa enorme barrera de óxido que ahora divide las aguas. De todos ellos guardo las estampas del dolor, de la falta de sueño, de la sed adelantada por el maratón que deberían emprender cuanto antes, de noche, siempre de noche.
En lo personal no me interesa el destino del migrante, es lógico y sustentado que siempre caminan mujeres y hombres, niños y jóvenes hacia donde piensan que existe un paraíso en la tierra donde serán felices por siempre. Reparo en sus vidas como víctimas, en sus llantos y desgracias; en el racismo que encuentran incluso en su propia tierra. De la migración como fenómeno, de la políticamente correcta movilidad humana lo hemos escuchado todo. Hay libros exóticos y literarios que romantizan el sufrimiento del migrante que todos pretenden entender y “condenar”. Los videos de artistas en blanco y negro son insuficientes. En lo personal, detesto el exótico manejo humanista de la migración donde los “buenos” son los únicos que ganan con las desgracias de los otros.
En la zona urbana de Tijuana, por ejemplo, vaticino que en la próxima década se crearán colonias llamadas: la pequeña Nicaragua, Haití 3, ejido San Salvador, entre otros tantos cúmulos humanos de otras latitudes que, al no poder cruzar a Estados Unidos para cumplir sus sueños, hará de la franja norte de México su lugar de residencia permanente. Los hoteles de la ciudad están habitados por rusos, iraníes, coreanos, entre otras tantas culturas vivas que quizá pronto echen raíces en las avenidas de la ciudad. Cayendo en la obviedad propia del fenómeno, al gobierno mexicano parece no importarle la problemática y la lectura es propia de alguien que sabe perfectamente que los fondos para la atención del migrante se concentran en la frontera sur, cuando la frontera norte es la más urgente y menos socorrida en presupuesto y presencia de la federación.
El año pasado, en el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, formé parte de una comitiva que trataba de encontrar una solución a la problemática migratoria del Chaparral, en la garita del lado mexicano. Hasta ese momento, los cálculos diarios arrojaban que unos 400 migrantes eran expulsados en promedio por la garita desde Estados Unidos. La respuesta y propuesta de la responsable de la Cancillería respecto al tema migrante fue: acorralen la zona con malla ciclónica y déjenlos ahí dentro. La comitiva guardó silencio y la responsable de la Cancillería, al ver nuestras caras, desvió la conversación hacia otro tema relevante.
De ese desafortunado encuentro rescato un par de puntos: la migración es un tema exótico que únicamente apela a los funcionarios y “escritores” desde el romanticismo de la existencia de “la gente” que se moviliza para mejorar su vida. Recordemos que, en la medida en que una persona no tenga nombre, su proceder y existencia es nula frente a la masa. Por su condición, los migrantes no tienen nombre, por tanto, no sufren, no aman, no lloran, no tienen sed ni hambre, los derechos están reservados para aquellos que tengan un documento de identidad. Así, la lógica de la funcionaria pública citadina que jamás había puesto un pie en la frontera era bastante extravagante. La migración también es una excelente trama para gestionar culpables y ahorrarse el trabajo sinuoso de aceptar los fracasos de las políticas públicas de cada país. La violencia como resultado lógico de estas fallas.
La respuesta de la funcionaria me llevó a pensar en un mundo utópico, de ciencia ficción. Me explico: el razonamiento de la agente del gobierno fue la de enclaustrar como animales a todos aquellos seres sin nombre, y la ciencia ficción nos ha dado grandes lecciones acerca de cómo hablar de las problemáticas humanas desde la imaginación misma para aminorar el dolor del golpe de realidad. District 9, del director sudafricano Neill BlomKamp, hace un análisis perfecto de la migración desde la perspectiva de la ciencia ficción. En la cinta no son migrantes humanos sino alienígenas varados en la tierra y recluidos en el distrito nueve de Johannesburgo.
En la película, los alienígenas/animales son tratados literalmente como una raza inferior, como una infección que anida por desgracia en la sociedad y de la cual no pueden deshacerse los humanos porque la nave en la cual arribaron está descompuesta. Los visitantes del otro planeta son utilizados como esclavos y prostituidos como conejillos de indias; no tienen voz ni voto y tampoco conocemos sus nombres. La analogía humana se torna salvaje porque es justo en Sudáfrica donde el apartheid se mantiene indemne como el nazismo en Europa y el radicalismo en Estados Unidos. En lo que concierne a nosotros, como mexicanos, el racismo existe de la mano del clasismo que a la fecha repudia colores de piel, apellidos y regiones geográficas.
De vuelta a la cinta, la vida de los visitantes alienígenas se torna útil cuando se descubre que sus extremidades son las únicas que pueden activar las armas que pueden ser utilizadas en la industria militar. Los humanos comienzan a destrozar los cuerpos de los migrantes espaciales y el barbarismo humano sale a relucir.
Lo anterior es ciencia ficción. En el mundo tangible, la funcionaria deseaba meter a los migrantes tras las rejas, como también lo hicieron en Estados Unidos, porque sencillamente no veía en ellos una calidad ni cualidad humana. El gobierno mismo tampoco estuvo presente, salvo en contadas ocasiones, porque un migrante no es un capital político qué presumir. En Europa, el creciente nacionalismo ha ido tornando salvaje el recibimiento de los africanos y árabes hacia tierra occidental. Los cuerpos flotando sobre el mediterráneo o a las orillas de las costas españolas son una metáfora certera del trato de los “hombres” hacia los “hombres sin nombre”. Si el nombre es destino y éxodo/sueño y, si somos sordos al nombre ajeno del caminante, entonces no existe y no tiene destino. Cuando la “sociedad” clama y condena la aparición de los cuerpos de niños ahogados flotando en las costas, de los cuerpos de negros semidesnudos en las orillas de las playas, el espectáculo es un símil de las correrías de las castas salvajes de animales en las campiñas, que pronto se olvidan.
De los éxodos emprendidos por los centenares de visitantes que descansaban en la casa de mi nana rescato sus sueños y su sufrimiento. Ellos para mí siempre tuvieron un nombre, eso es inolvidable: Rómulo, Irene, María, Baltazar, Mateo, Leobardo, entre otros tantos que al verme miraban en mí a sus hijos dejados atrás en sus pueblos, niños con sueños, con sed apenas de un juguete. Aunque tengo esa experiencia de primera mano, y a pesar de haber conocido a mujeres y hombres que lloraban por tener que abandonar México o por haberse trasladado desde Guatemala, desde Honduras, hoy veo el fenómeno migratorio desde la comodidad de un nacionalismo rancio que me dicta como mexicano ver con extrañamiento el éxodo de los otros, de esos que no conozco por nombre. Es de un salvajismo atroz lo que estoy diciendo, pero es cierto.
Entiendo el juego de la separación del fenómeno (o de las problemáticas) para poder funcionar bien como gobierno. Entre más en contacto estés con un problema humano, más propenso estás a que el conflicto te estalle en la cara; no todos tenemos la sangre fría. Retomo el principio de la “soberbia”: en la medida en que validemos el “sueño” de libertad y autosuficiencia de los demás, seremos capaces de entender el derecho a existir de los otros. En la justificación del fenómeno migratorio, el argumento de los cambios climáticos que se avecinan es válido, el auge de la violencia es válido, la falta de trabajo es válida, todo es válido como origen y partida de la migración. No es válido, sin embargo, que una nación desconozca el nombre de sus ciudadanos e ignore así el sufrimiento que llega a encarnar en el rostro de una madre que pierde a su hijo al intentar cruzar una frontera.
Columna publicada en El Universal
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“Es que somos muy pobres”… reza el título de un cuento de Juan Rulfo en El llano en llamas, el cual narra la vida de unos pueblerinos quienes, ante la desgracia económica, natural y humana, conviven apesadumbrados masticando el polvo, sumidos en la decadencia de la pobreza extrema. Se mueren los animales, las hijas del campesino se vuelven prostitutas y el destino de una niña, la más pequeña de la familia, podría ser el de seguir los pasos de sus hermanas, llegar a ser violentada por algún hombre o, peor aún, convertirse en una mujer quedada porque la vaca, la dote familiar, se las arrebató la corriente del río. El cuento de Rulfo, publicado a inicios de la segunda mitad del siglo XX, nos ofrece una estampa viva para el siglo XXI, donde la pobreza sigue siendo extrema en el país. Existen centenares de pueblos mexicanos donde niñas y niños surcan la tierra a la intemperie, son presa y carne de la violencia que nos azota. Presa y carne. La gente pobre no es “buena” por condición, así como la gente rica no es “miserable” por herencia, una ideología que castra los oídos castos ideologizados, pues es común culpar a los pobres de un salvajismo atroz y a los ricos de los malestares del país.
Mientras escribo, me entero de la muerte de un amigo a manos del crimen organizado en Tijuana, el municipio más grande del país en términos poblacionales. La columna de este inicio de año anunciaba otro sentido y cauce hacia la pérdida de la libertad, pero me trastocó la noticia. No pregunté en qué estaba inmiscuido, realmente no deseo saberlo y, sin embargo, me invade una sensación de angustia frente al crimen, la muerte y la desaparición de un ser humano para siempre. La tristeza en sí misma se torna cuestionamiento. Pronto, la imaginación recorre la vida de quien se marchó, intenta atar cabos, revelar verdades. Es inevitable pensar en el futuro de quienes formaban parte de la vida de ese hombre: todos por siempre lastimados. Dicho sea de paso, ahora se sabe que quien apretó el gatillo era un joven de no más de 25 años de la periferia de Tijuana. “Es que somos muy pobres”. Esa frase aparece en mis recuerdos y no la reduzco a la condición económica; hay una pobreza espiritual que nos ronda.
Leer la columna completa en El Universal
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I. La violencia que amedrenta a un individuo o destroza a una comunidad ha perdido impacto en la realidad a causa del filtro del mundo digital. En cuanto las redes sociales, o los sitios de video reproducen la catástrofe, ésta pierde su relevancia y se convierte en material que instantáneamente puede ser desechado del imaginario colectivo. Recordamos las imágenes atroces de las guerras del siglo XX en gran medida por la limitante para conocer la profundidad de la desgracia. Vietnam es una guerra mítica porque su historia se ha narrado a cuenta gotas entre cientos de documentales, cada generación descubre linderos por recorrer para reorganizar la historia y construir una sola verdad que perdure, a través de los hechos, en el tiempo.
II. Para que la violencia como suceso histórico sacuda a una sociedad, se necesita del silencio, de momentos de incertidumbre que convoquen a la reflexión del hecho atroz y se generen respuestas contundentes. Hoy, la masacre de una comunidad que es documentada por los medios, los peritos que atienden el caso, los policías que rodean la zona, el transeúnte con ínfulas de reportero, y los allegados de las víctimas, todo en el mismo espacio y tiempo, entorpecen la explicación del momento y este se torna espectáculo, se vuelve comedia.
III. En términos militares, cuando se habla de Teatro se nombra a un territorio sobre el que se dan las batallas de algún conflicto armado. En este instante, el Teatro digital que habitamos es por mucho el más salvaje, no por la concentración de la tragedia humana en él, sino porque el exceso informativo anula la comunicación utópica, la comprensión de los conceptos y las palabras a tal grado que somos animales sin sentido de existencia. Vivimos un solipsismo impuesto por la modernidad de la cual escaparemos únicamente cuando atenten contra nuestros derechos o nuestra vida.
IV. Necesitamos de la violencia y su silencio. Poner un solo rostro al muerto, un nombre que defina a la tragedia. Una violencia que podamos estudiar sin la tecnología digital. Kent Anderson, escritor estadounidense veterano de Vietnam, hace una formulación excepcional para acabar con toda guerra: pónganle nombre y apellidos a los soldados, a esos reclutas que perderán la vida por la patria. Con eso, dice, se crearía conciencia de quién muere por nosotros. El Teatro digital al que le hemos brindado todo el poder nos ha convertido en yonquis que necesitan del viaje para jamás abrir los ojos a las tragedias verdaderas… en este sentido la apuesta de Anderson se invalida… en su mayoría en esa oscuridad la gente tiene nombre.
V. Violencia aplicada. Hay momentos en el día en que pienso estrategias para encumbrar a gobernantes. Me divierte la idea. Alguna vez pensé que, si mi candidato estuviera al borde de perder las elecciones, le pediría que se dejara navajear por un agente controlado por nuestro grupo. Cuando apuñalaron levemente a Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, me desilusionó el hecho de que alguien más pensara lo mismo que yo, pero me entusiasmó el resultado: victoria neta a partir del fanatismo controlado y consumada por las redes sociales. Ahora nadie recuerda el suceso porque, una vez en el gobierno, el personaje es irrelevante y la navaja apenas entró sin causar una verdadera revolución… debió convalecer más días para acentuar el dolor en el pueblo, para ser un mártir hecho y derecho a manos de la violencia política del enemigo.
VI. En ocasiones debemos ver de frente el horizonte ambarino al amanecer, entender que estamos vivos, que somos parte de la existencia salvaje y voraz fuera de los servidores, respirar y decir: está bueno, seré parte de este mundo.
VII. En este momento histórico, trágico y veloz, cualquier pelea política, social, barrial, hogareña es inocua a simple vista en el mundo real, pero tiene en el estadio digital su campo predilecto para hacer de la nimiedad un problema de Estado. Las dos arenas de la realidad, que simétricamente se conjugan, son pasiones que se nutren y equilibran regalándonos “ídolos” al por mayor, en esta sustitución de lo humano en el ciberespacio paradisiaco que vivimos con entereza y que nos brinda paz emocional.
VIII. El mundo digital es un museo de muertos sin seguidores. En ese vacío oscuro de lenguajes programáticos están grabados los nombres de los ciudadanos que no fueron Titanes; discursos y videos a los cuales regresamos remotamente para redimir con la burla su arcaísmo. Los canales digitales son vías de crisis que proyectan hechos, causas y efectos a tal velocidad, que sustituyen nuestra capacidad para hacer lo más básico: cuestionar. Ese mundo de fibras ópticas es un artefacto político intangible, un arma maquiavélica de segregación social, justo lo que en principio se quiso eliminar, o nos dijeron que se eliminaría, pero es, ante todo, un medio que se nutre del sentimiento puro y vivo. Es el innegable motor de nuestra existencia [en el encierro].
IX. Greta Thunberg es un caso insigne de la sustitución de realidades, es una quimera generacional incendiaria, una mujer nacida ya en la era digital. Dicho sea de paso, hay que tratarla con cuidado, polariza opiniones por su edad y no puede ser criticada abiertamente. Sí, en efecto, estuvo afuera del parlamento sueco manifestándose en contra del cambio climático, y esa imagen fue la revolución. Gracias a eso, participó en foros internacionales sobre el medio ambiente hasta llegar a la ONU, presentación de la cual sólo se recuerda su frase “How dare you?”, que supuestamente cimbró a los líderes mundiales. La joven sueca enloqueció a una generación sentimentalista de jóvenes y adultos activistas natos de las redes sociales que la tomaron como una voz por la cual apostar, una virgen, que condensaba el idealismo de seres pasivos que olvidaron cómo organizar las marchas después de la euforia. Hasta el momento he visto sólo una fotografía de la activista con una planta en la mano, hay más fotos de ella viajando en trenes y cruzando el Atlántico en un velero de lujo (¿cuidando así al medio ambiente?). En términos clásicos: demagogia pura. No interesa lo que diga la activista acerca del cambio climático, son obviedades, que conciernen sus publicistas e ideólogos, genios de la mercadotecnia que rindieron a millones de jóvenes y adultos ante Greta, ante la presencia del ídolo digital equiparable con una incuestionable divinidad cuya furia e indefensión sería un pecado no respetar. CNN la incluyó como analista para hablar acerca de la pandemia, lo cual es incomprensible. En cuanto al Coronavirus, ¿cuál podría ser su aportación al debate? La ciencia no se rinde a los sentimientos. “How dare you?”.
X. Nuestros sentimientos son los que encumbran a estos personajes idolatrados desde la realidad hasta el paraíso digital y su reducto. Parafraseando a John Stuart Mill, no importa cuan equivocados estén estos ídolos (digitales) o qué actos cometan, su defensa cae en el ámbito del sentimiento, y contra eso no existen argumentos lógicos válidos para desenmascararlos. Es interesante la figura del ídolo digital porque es un dios que escucha, desde su paraíso, un dios que está presente y que contesta a las plegarias con mensajes automáticos que generan hermandad. Tenemos tantas ganas de un poco de amor.
XI. Durante siglos el lenguaje y su letanía se ha estudiado con la seriedad propia del problema, para comprender que cada siglo renueva las teorías filosóficas y literarias en torno a las palabras, lo que nombran y sus límites. Desde la disciplina matemática que habla del lenguaje como una ecuación más de la lógica, hasta la postura metafísica que insinúa que todo lo que nombra una palabra existe, nos ayudan a comprender que por medio de las palabras estamos atrapados en una prisión que nos ciñe al contexto de la realidad. Por eso hay quienes guardan silencio, para eliminar el probable destino al que lo lleven sus vociferaciones. Aunque la pasión por pronunciar los vocablos es tal que termina por condenar al héroe… en términos clásicos es su error trágico.
XII. ¿Cómo podemos escapar a la trampa del lenguaje, a la mentira discrecional de la época y los actores que la proclaman para generar realidades extraordinarias pero falsas? La pregunta es pertinente porque la respuesta sugiere un continuo progreso idealista, como si de un juego de naipes se tratara, que baraja conceptos como: bienestar, justicia e igualdad, entre otros, que no logran consumar el deseo general de la sociedad que busca el bien común, pero que siempre están en un juego sinfín. Si los ideales se consumaran, la mentira social no tendría razón para existir. El juego político radica perversamente en instaurar la ilusión del progreso duradero, aunque inmóvil, creando espejismos y empatías ciudadanas. El lenguaje inclusivo y su progresismo es una trampa.
XIII. El adoctrinamiento cristiano que reza: “todos iguales ante la mirada de Dios”, es una fórmula ideal para el engaño social. ¿Realmente nos interesa ser iguales? En un sentido estrictamente existencialista no me interesa estar en comunión con los demás, ser igual a los otros. Si como ser humano renuncio a mi necesidad espiritual que conlleva una fuerte dosis de egoísmo, cedo pues mis ideales a otro que podrá saquearme a diestra y siniestra. Mi obligación dentro de la sociedad me exige a no claudicar mis intereses por los de otro, a no ser políticamente correcto. Hemos cedido demasiado poder al gobernante, al ministro, al presidente y con esto renunciamos a vivir en sociedad porque sus objetivos no impulsan el progreso social en sí mismo.
XIV. Me impacta el miedo que vivimos, que se acentúa con la pandemia. Miedo a la caída de la economía. Miedo a la pérdida de la libertad, a la muerte por el virus y cómo no tenerlo. Miedo a no poder soñar más. Parte de este miedo radica en la nula renovación de las figuras políticas de los últimos cincuenta años, los mismos rostros continúan gobernando y pasaran la estafeta a sus vástagos. Mientras no se dé ese cambio continuaremos en la mediocridad ideológica decimonónica. No cederé mi voto a futuro a nadie, por ejemplo, que provenga de cualquier casta rancia. La pregunta que debo hacerme es si existirán ídolos nuevos, otras ideas que me inciten a dejar de ser un niño perdido en una isla sin destino. La furia que identifico en mí es la misma que sienten varios miles de individuos que se hartaron del estupor del cadáver sobre el escenario presidencial.
XV. Previo a este exhausto momento histórico de encierros, desde hace años, se fue acentuando una profunda censura auto impuesta gracias a las miles de voces que rondan los pasillos digitales de las redes sociales, a las que la gran mayoría tenemos contacto sea por cuestiones laborales o divertimento, situación que se agravó con el confinamiento. En ese universo etéreo al que cedemos con gusto nuestra alma, toda palabra es campo minado. ¿Acaso vale la pena la auto censura por algunos buenos comentarios de personas que nunca conocerás? La ilusión de ser queridos y aceptados es bastante deprimente. Aún más deprimente es no ejercer el derecho a disentir por miedo a las hordas de salvajes que en un fuerte ejercicio de auto complacencia se erigirán como seres morales superiores que exigirán con su dedo flamígero tu condenación eterna.
XVI. Abandonemos toda proposición filosófica acerca del mundo digital. Partamos en principio de lo físico. Crecimos leyendo revistas, no hablamos de literatura en este momento, vimos miles de horas de programas televisivos, consumimos millones de imágenes previo a la aparición del mundo digital que nos vendían una ilusión, ustedes decidan la pasión que anhelaban, nos deslumbraron miles de escenas cinematográficas que forman parte de nuestra experiencia. Durante décadas consumimos rostros perfectos, cuerpos idóneos, y aprendimos las palabras correctas para entablar una conversación. Nuestra existencia ha participado de ilusiones que nos mantienen con vida, felices o infelices, pero en equilibrio. El cuerpo de la mujer sobre la página nunca estuvo desnudo, sino que el corrector que retocaba la imagen se encargaba de eliminar la ropa que cubría a la modelo; no en todos los casos, no hay motivo para sufrir, pero el fundamento erótico y sexual de millones de adolescentes estaba basado en la habilidad del retocador de la imagen. Oh, desventura.
XVII. ¿Acaso vale la pena la auto censura por algunos buenos comentarios de personas que nunca conocerás? Repito la pregunta por la pertinencia. Una de las grandes ilusiones que nos ha vendido la modernidad del siglo XXI es que somos buenas personas y por tanto tenemos la capacidad, por esa gracia divina, de crear mundos salvajemente felices siempre que sea en el espacio digital, el campo de acción de las buenas conciencias que fortalecen la idea de la corrección política que todo lo destruye. En ese mundo digital e incluyente ocurre lo mismo que en cualquier marcha a ras de calle con templete. Se corre la voz: habrá una marcha por los derechos de las personas a disentir por cualquier tema social, me interesa. Perfecto. Soy el participante número 50 mil en la caravana, pero jamás llego al templete, ni conozco al que está sobre las tablas lanzando sus consignas. No sé si mis necesidades son expresadas con coherencia por ese individuo. Me pregunto por qué está él en el templete. ¿Quién lo puso ahí? ¿Quién es? ¿Por qué estoy en medio de la masa si mi voz no se escucha? Si no conozco al que lleva la voz sobre las tablas, ¿por qué me sumo al movimiento? El primer error es pensar que formamos parte de una comunidad.
Fragmento del ensayo que aparecerá en la Colección de Ensayo II de la UNAM, 2021