El historiador, Yuval Noah Harari, también “reconocido” por algunos lectores como filósofo (bastante tendencioso, por cierto), autor de Homo Deus y Sapiens, comenta que en esta era de la “victimización” es factible tomar a Rusia como el ejemplo maniqueo por excelencia de un país que se siente con el derecho de invadir a otras regiones, toda vez que se victimiza por su supuesta fragilidad ante los “otros”, en este caso Ucrania, nación/estado zona más que estratégica para la OTAN. Un tema con demasiadas aristas. Escurridizo y hábil, el historiador pronto recompone su retórica y dicta que no se refiere a la “cultura rusa” como el brazo rector de la tiranía, sino a Vladimir Putin [pueden escuchar la charla en esta liga: https://bit.ly/3ZNWFXW%5D, villano cruel que debería ser desaparecido de la faz de la tierra. Dicho sea de paso, el próximo 23 de junio se cumple un siglo del fin de la Revolución Rusa, un simbolismo que debemos tomar en cuenta.
Los grandes apóstoles modernos declaran que si Rusia pierde esta guerra, el orden mundial seguirá inalterado; si Ucrania pierde, sentencian, el mundo se acabará. ¿Cuál mundo y para quiénes? [Si están al tanto del Foro Económico Mundial es más que obvio cómo todos, mandatarios y empresarios, desean la caída de Rusia porque no pueden acceder a ella]. El problema con esta retórica maniquea del historiador israelí, excelente para vender libros y conferencias para pseudoeruditos, radica en su instrumentalidad.
Me explico: si el problema de Noah Harari es que Rusia actúa desde una beligerancia que tiene como principio la “victimización” por el miedo a los otros [senda falacia], sean razones económicas o geopolíticas, religiosas o históricas, ¿en qué lugar quedan los países de occidente y oriente? Bajo esta premisa del historiador, sus ideas carecen de todo sustento riguroso. El ya histórico argumento de la victimización que deriva en “miedo” está latente, juzguen ustedes. ¿Acaso el diálogo (perdón por la inocencia) por encima de todo conflicto no sería la mejor salida? ¿Son necesarios más muertos en aras de la lucha por metros cuadrados y dominios globales? Yuval Noah Harari tiene buena retórica, sabe escaparse por las ramas del apocalipsis que vende muy bien, que se vale de sofismas y que embauca a sus lectores, se cura en salud y declara: “no odio a Rusia, leo a rusos”. No defiendo a Rusia de sus procederes, sólo que es impresionante el gran circo del que todos formamos parte; nuestra generación jamás superó la guerra fría en su configuración hollywoodense.
Después de conversar con un Premio Nobel, un par de diplomáticos y algunos armamentistas holandeses, pienso que el problema contra Rusia radica más en el odio producido por el miedo que esa cultura ha ejercido en la región a lo largo de la historia… pero eso también es no ver la viga en el ojo propio.
Por desgracia, el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, por demás extendido y que ha costado centenares de vidas, se ha convertido en todo un espectáculo de la victimización, pero no por parte de los rusos. No veo a Putin de la mano de las celebridades de Hollywood ni recibiendo premios Oscar, ni apareciendo en todos los medios occidentales. Mientras escribo esto, analizo un video de Volodímir Zelenski donde invita a Larry Fink, a todo su Black Rock, y otras compañías como J.P. Morgan a invertir en Ucrania y a sumarse para conseguir aún más armas para su lucha que se antoja, ya no larga, sino fría. Esa es una oferta de autonomía encorsetada, no de paz. El presidente Zelenski utiliza un argumento muy socorrido en la actualidad y parafraseo: “aquellos que no se sumen a esta lucha boicotean nuestra paz” … un discurso que nunca falla.
[Sé que es irrelevante, pero lamento decir que no siento ningún tipo de empatía por la figura de Zelenski al frente de Ucrania. Quizá sería más empático si su proceder hubiera sido diferente, pero me parece que perdió la oportunidad de ser un héroe para el siglo XXI. Me generan profunda tristeza los muertos rusos y ucranianos. De Putin no tengo nada que sumar, él tendrá su estrategia como siempre a lo largo de la historia y no mendiga empatías ni simpatías… hay que conocer la diferencia]. Pronto, la “victimización” se ha convertido en una herramienta facilitadora de la mediocridad. El concepto se ha transformado en una suerte de “ideología” encolerizada en la que se refugian un sinfín de individuos pertenecientes a otro tipo de “nación” imaginada, que deriva en un “estado” poderoso por su calidad anónima con miles de millones de rostros.
En el sentido del nacionalismo, Arthur Shopenhauer, escribió lo siguiente: “La forma más baja del orgullo es el orgullo nacional… cualquier tonto miserable, que no tiene en el mundo nada de lo que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, vanagloriarse de la nación a la que pertenece”. Pero alteremos el sentido de esta máxima del filósofo por el momento. Cuando hablo de la “victimización” como una nueva forma de nación/estado que deriva en nacionalismos, me refiero a que esa “ideología de la victimización” [radical] cada día que pasa engloba a más y más seres humanos que confunden derechos con excepciones. Son las excepciones las que le otorgan el grado de la “victimización” a un individuo. En el sentido más pedestre de las redes sociales, luego transferida a la realidad, lo que la masa exige es la excepción a su deseo. Yuval Noah Harari debería tener cuidado al abordar la victimización; apoya quizá de manera consciente la excepción de los otros por los derechos de unos cuantos. Un derecho hace patente una regla, una excepción quebranta la lógica de las formas… juzguen ustedes tanto a ucranianos como a rusos y saquen sus conclusiones. Una excepción por encima de otra sólo fomenta odio.
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I.
Sin ánimo profético observo cómo damos un giro extraordinario hacia principios del siglo XX. Llevamos dos décadas en ese periplo y todo se anuncia en un caos que se reconfigura entre obviedades por el poderío económico y la seguridad sociopolítica del supuesto bienestar que brinda. Rusia y China se tornan protagonistas contrapuestos a la ideología occidental de la falsa libertad y justicia, reglas de moralidad que anegan de amoralidad el escenario internacional. Lejos quedó la época de principios de los años 80, durante el mandato de Ronald Reagan y las revoluciones de Milton Friedman, donde las lecciones de comportamiento global, diseminadas en una generación de jóvenes apelaban al nacionalismo estadounidense, sin importar país de origen. ¿Qué decir ahora de la orfandad moral cuando el país que nos nutría de ética en el mundo, naufraga intentando recomponer los constructos de patria y honor [la familia, en un ocaso absoluto donde los hijos ladran y maúllan]? No obstante, el Imperio aún no se derrumba.
Este nuevo “soplo” de vida donde vivimos de facto en la geografía “espectacular” y urgida de guerras que no lo son y desencuentros económicos que anuncian una socorrida, por romántica y simbólica, Tercera Guerra Mundial, ha hecho de la obviedad fuente y sustancia cardinal de la cultura contemporánea. Ucrania, la nación víctima del siglo XXI, ahora olvidada, le cedió su lugar a Taiwán. Jugada magistral, por desconcertante, de la política mundial en contra de los apologistas de Ucrania, de pronto huérfanos. Qué golpe tan duro deber ser para el líder e ídolo Volodímir Zelenski [protagonista de la última portada de “Vogue”, aplaudida por el progresismo]. El protagonista ucraniano impulsa hoy, desesperado por occidente, modificaciones radicales de discurso de género e inclusión en la agenda de su país, en medio de una “guerra” cruenta, con el ánimo de pertenecer al club de Europa.
Son curiosas las estrategias del líder ucraniano (señalado por corrupción) para lograr la paz. Desde que su guerra inició, durante meses, lo único que solicitó como desesperado fueron más armas, pues era su táctica marcial. Por todo esto, es curioso también el reportaje ahora prohibido: “Arming Ukraine” de la cadena estadounidense CBS, que puso al descubierto el gran mercado negro ucraniano de tráfico de armas [donadas y vendidas por Estados Unidos et al.], que salen desde ese país hacia otras latitudes. Hoy, Volodímir Zelenski ronda en las salas de espera de las redes sociales que lo encumbraron, ocupadas por otras tendencias y construcciones de ídolos, donde también fincó su casa Greta Thunberg, la chica radical sin árboles. Zelenski y Thunberg fueron ídolos pixelados que significaron una y mil cosas para millones de espectadores: rostros a modo que hicieron sentir segura a la vorágine social.
Regresando a la obviedad: basta con leer a Yuval Noah Harari, Slavoj Žižek y Byung-Chul Han, para registrar cómo el pensamiento original ha cedido paso a la profecía inmediata, trampa fundamental del intelecto en su ejercicio crítico, enarbolando a la mercadotecnia que es pilar del pensamiento moderno, porque gracias a sus estrategias ontológicas persiste el espejismo de la crítica abierta. Pero es esta obviedad profética la que nos ofrece certeza si tiramos con la lógica de los relatos, sin cuestionar. Todos hablamos de obviedades, sin escapatoria. Esta es la época de la libertad absoluta encasillada en el control total, un holocausto simbólico y divertido al que entregamos nuestra vida. Nadie nos apunta con una pistola a la cabeza y aun así cedemos nuestra libertad e identidad, mientras echamos raíces en la época de la “Seguridad”.
II.
A mediados de la década de 1980, previo a la caída del muro de Berlín y al final de la Guerra Fría, el director ruso Elem Guérmanovich Klímov, heredó a la cinematografía mundial su obra “Ven y mira”. La historia es sencilla en su sinopsis: un joven bielorruso, apenas entrado en la adolescencia, se suma a un grupo militar de su pueblo en contra del ejército alemán. Mientras que eso ocurre, la guerra es monitoreada por uno o varios aeroplanos desde el cielo infinito. La vida inocente del bielorruso se complica al tener que cumplir con ciertos deberes que no corresponden con el ejercicio de su idealismo; por ejemplo, debe ceder sus botas en buen estado a un anciano que le entrega las propias rotas. Pero es la guerra y las injusticias entre pares son parte de la dinámica.
Uno de los momentos enigmáticos de la cinta conquista por la sencillez de las acciones de los personajes, las cuales derivan en la construcción del mal en contra de quienes debían mantener seguros. Los soldados toman el cráneo de un muerto, lo recubren con barro y lo reconstruyen hasta que convertirse en el rostro de Adolf Hitler. Finalizada la tarea, Hitler, como un espantapájaros, deambula con los soldados pueblo tras pueblo permitiendo que los bielorrusos conozcan el rostro del mal y se sometan a los soldados que prometen socorrerlos, darles seguridad. Un excelente cuento. El resto de la cinta es, sin duda, una obra maestra colmada de una violencia que jamás había visto en ninguna obra cinematográfica de guerra, la vida del joven bielorruso es trágica. La revisión de esta obra es relevante debido a que expone un universo alejado del holocausto judío que conocemos tan bien. No obstante, no debemos olvidar que la Segunda Guerra fue curso y desgracia de otros pueblos. La meditación que me interesa de la obra de Elem Guérmanovich Klímov radica en la construcción del mal. Desde la antigüedad, fuera en pinturas rupestres, en frescos, piedras talladas y pergaminos, la imagen de los enemigos del pueblo siempre ha estado presente. La necesidad de sentirnos seguros es intrínseca e innegable. Así, la tesis de la cinta de Klímov no es la guerra sino la búsqueda de la “seguridad” [del pueblo] que deriva en la paz. ¿Acaso no es eso lo que nuestro presente histórico requiere, una “seguridad” absoluta para lograr el bienestar mundial?
Según datos de BlackRock, entre otros grupos financieros, se prevé que el mercado mundial de la “seguridad” y “ciberseguridad” crecerá de 155.830 millones de dólares en 2022 a 376.320 millones de dólares en 2029, con una tasa de crecimiento anual del 13,4%. ¿Qué tiene que ver esto con la cultura, con la filosofía, con los idealismos libertarios? Absolutamente todo. Se necesita de manera urgente la construcción seriada de riesgos que nos acerquen al colapso, al temor de existir en carne y hueso, además de en el mundo digital. Dos formas de concebir el daño de la violencia, dos formas de jugar con la humanidad, dos formas absolutas de generar el caos desde la obviedad.
Navegamos, si excepción alguna, entre diferentes discursos que manejamos de manera pública e íntima. La intimidad pornográfica que otorgan las redes sociales es sustancial para generar temores traducidos en la necesidad absoluta de contar con un aparato de “seguridad” que nos permita gozar de nuestras libertades, derechos y excepciones, todo bajo el manto de un bien común totalitario. Nadie fuera de las ficciones digitales deberá contar con los derechos absolutos que le ceden la cámara negra. En este mundo de carne y hueso, digamos, una vez pasados por el tamiz del escenario digital donde la coherencia es excelsa y por supuesto rige con sus normas lógicas, la venta de la “seguridad” virtual como herramienta del futuro es urgente y altamente remunerada. Sin embargo, el mundo digital no reina sobre el campo, en las comunidades en pobreza extrema, sobre la gente de a pie que trabaja y necesita más sobrevivir que vivir.
En una de las acepciones de la RAE, la Seguridad “es lo dicho de un mecanismo, que asegura su mejor funcionamiento”. Por supuesto, respecto al mundo digital, nosotros formamos parte de ese mecanismo que nutre de temores a una misma máquina que nos brinda aparentes opciones de “seguridad”. Es ridículo escuchar a los usuarios de todo modelo digital que exclaman su sentir acerca de la gran inseguridad que viven porque su información es pública o porque sus publicaciones son atacadas. Todos sabemos qué debemos hacer, sin embargo, el totalitarismo que generan los modelos digitales es tal que la realidad se confunde y engendra autómatas temerosos, sin importar grados académicos, profesiones o creencias. La estupidez humana es una navaja que corta parejo. Los individuos que en el mundo digital reclaman derechos, seguridad y pluralidad, olvidan las tradiciones a las que se ciñe cada cultura en la geopolítica. Mientras que en las redes pelean, es muy probable que su pueblo apenas sobreviva a la hambruna, a la violencia.
Diversos países europeos, por ejemplo, han comenzado programas piloto de microchips implantados en las manos y brazos para sustituir las tarjetas de débito. Muy interesante. Me pregunto ¿cuál sería la lógica en un país como el nuestro en el que la violencia nos puede dejar sin miembros? El discurso de la “seguridad” fuera del escaparate virtual es un fracaso en Latinoamérica, pero ese caos análogo nos permite mantenernos lejos de la manipulación total de la “seguridad” como una herramienta de control absoluto, misma que no deseo.
En la medida en que la “seguridad”, como discurso digital, sólo se convierta en una herramienta que genere a propósito problemáticas insustanciales y, con esto, preocupaciones reales, la violencia verdadera, de carne y hueso, dejará de tener impacto sociopolítico. La señora que camina con su varilla en búsqueda de su hijo no es un dato digital relevante que genere una ganancia en términos económicos, porque esa realidad es negada de facto no solo por el mercado electrónico, sino por el aparato gubernamental.
Importa bastante la realidad digital que aborda BlackRock y otras financieras respecto a sentirnos seguros en el mundo. El control y la “seguridad” que importa no deja sangre sobre las calles, sino que debe generar miedos anodinos, para obligarnos a temer a todo lo que esté afuera y que me pueda dañar. Así pues, los ofendidos que abundan en el planeta son la materia prima de los mercados que venden “seguridad” a la medida. Aplaudo que Latinoamérica sea aún una región análoga donde los muertos tienen peso y la violencia está viva, genera memoria, dolor y solicitudes de acción y respuesta de todo gobierno.
Publicado en El Universal
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I. Mark Rothko (1903-1970), uno de los grandes pintores del siglo XX, nacido en Letonia y nacionalizado estadounidense, pintó hacia 1954 una de sus grandes obras titulada “Amarillo y Azul” que hoy, más de medio siglo después, cobra vida y simbolismo al ser invertida en su posición original: de la abstracción surge la bandera de Ucrania: el nombre y estado del momento que perdió fuerza bélica hasta ser relegado como otra moda digital del discurso eurocentrista que, por desgracia, ha cobrado bastantes vidas humanas que son moneda de cambio en la arenga del teatro bélico.
II. Como ejemplo: los muertos en las calles de Bucha. Lo mismo ucranianos que rusos han discutido una y otra vez acerca de la veracidad o existencia de los muertos; esos que la prensa internacional colgó como medalla por mérito de desgracia a uno y otro bando. ¿Qué decir de los cientos de videos de ucranianos que culpan a sus propios compatriotas de la violencia extrema que sufren? Otros más culpan a los rusos. ¿Cuál es la verdad?
III. Rothko huyó, a lo largo de su carrera, de las etiquetas del Expresionismo abstracto del que participaba Jackson Pollock además de Willem de Kooning, Adolph Gottlieb y Franz Kline. No deseaba ser un nombre más en ese extenso listado de pintores ligados “supuestamente” a la CIA, que tenían como objetivo contrarrestar la presencia del comunismo en Europa a través de las artes. Rothko externaba no sentirse identificado del todo con la lírica bohemia del movimiento de posguerra. Su viaje espiritual y artístico trascendía los rituales propios de los creadores que bifurcaban los caminos del arte en búsqueda obligada de uno o varios mecenas, tan necesarios para aquellos que hacen de las artes su ruta y existencia. En lo personal, las obras de los pintores abstractos me remontan a una exégesis obligada de sus trazos a partir de una espiritualidad perturbada.
IV. La gran mayoría de las obras de Pollock, conocedor de Friedrich Nietzsche y su “Nacimiento de la tragedia”, me recuerdan a la fotografía inolvidable de la niña polaca “Tereska”, retrató de David Seymour hecho en la primera mitad del siglo XX. La foto es única. La niña dibuja sobre el pizarrón lo que al parecer es su casa y destino, reflejo hoy de otros tantos miles de niños que habrán de padecer el enfrentamiento bélico del momento. En el caso de Rothko, la monotonía de sus colores y trazos me recuerdan siempre el estallido nuclear. Cometo, y aclaro, el error de sobre interpretar la obra de arte, no obstante, es mi sentir.
V. Observar la pintura de Rothko revalorada como un símbolo político me llevó a pensar en la neutralidad en la cual intentó permanecer a lo largo de su existencia. El pintor dio vida a una obra ecuménica más allá del cristianismo, judaísmo y el islam. Su Capilla, ubicada en Houston, Texas, en Estados Unidos, es el centro por excelencia de reunión para todas las religiones, un punto de encuentro donde reina la neutralidad a pesar de las más férreas ideologías. Me pregunto: ¿cuál habría sido la reacción de Rothko al ver su pintura hoy, al revalorar él mismo su pasado y herencia rusa? Probablemente estaría a favor de Ucrania, estuvo en contra de Rusia y su invasión a Finlandia en 1939.
VI. Amén de la tragedia, lo único cierto es que Ucrania es por hoy una marca registrada que se conjuga con otras tantas, como las que han abandonado Rusia y que forman parte de la propaganda internacional. La pregunta que nos debería ocupar es: ¿propaganda para quién? El “Stand by Ukraine” es el lema que todo lo unifica de manera simbólica. En otras columnas retomé las ideas de Jean Baudrillard acerca de cómo la Guerra del Golfo [virtual] nunca existió y aun así murieron más de 210 mil personas. En Ucrania las cifras de muertos rondan los 22 mil civiles y un aproximado de 30 mil soldados de ambo bandos, según números del presidente Volodímir Zelenski, recogidas por el diario español “El País”. Una tragedia donde apenas da inicio el final del primer acto, pues se antoja como una larga batalla de cinco jornadas a la isabelina.
VII. Lo comenté hace algunas semanas y retomo la idea, me sorprende el carácter flamígero de los líderes de opinión de occidente, esos que descalifican por completo el proceder de Rusia; esos que defienden a capa y espada la ofensiva de Ucrania. El sentimiento imperialista es tan profundo que se quedaron todos sumergidos en la guerra fría que hoy no es sino tibia. Falta un poco más de autocrítica, pero la gran mayoría desea, en el fondo, ser aceptada por los imperios del pensamiento. Leyendo las diatribas de ambas naciones, se puede decir que tienen sus justos motivos para atacar y contraatacar.
VIII. Por su parte, Ucrania desea y quiere formar parte de la Unión Europea y lograr la estabilidad a través de dicha participación. No obstante, su capacidad y rentabilidad económica es tan pobre que no logra incrustarse en el aparato de la UE. Las visitas de Boris Johnson, Primer ministro del Reino Unido, y de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, son reveladoras respecto al apoyo que pretenden entregarle a Ucrania. Todos los países “aliados” le concederán al país diminuto más y más armas. Estados Unidos es un gran patrocinador armamentista… además de formar parte del bloque que anula la capacidad económica de Rusia allende las fronteras. Europa entiende el apoyo hacia Ucrania no a partir de una salida del conflicto bélico, eliminar el desencuentro entre naciones no está en la agenda, mucho menos el bienestar de rusos y ucranianos.
IX. Por el momento, lo que interesa a la Unión Europea a Canadá y Estados Unidos [cuya estrategia es la de fatigar al enemigo], es la construcción de un mito, de un personaje por demás popular como lo es Volodímir Zelenski que lo mismo brinda un discurso patriótico a sus huestes, que lanza palabras de unidad y fe en la entrega de los premios Grammy, o posa, ante las cámaras, como un héroe de guerra para ser reconocido mundialmente. “En torno al semidiós todo se convierte en una obra de teatro satírica”, escribió Friedrich Nietzsche. Eso es lo que estamos advirtiendo en la actualidad a partir del sufrimiento de miles de personas, que no necesitaban de más héroes trágicos, menos en esa parte del mundo donde la malaventura histórica es parte de su destino milenario.
X. A Zelenski, como buen comediante que sabe utilizar el dolor para generar la sonrisa. Repito: que sabe utilizar el dolor para generar la sonrisa. A ese líder ucraniano lo hemos visto como un Enrique V sin ocultarse, intentando ganar el beneplácito de la masa, cuando en teoría debería estar cotejando estrategias de pacificación y solicitando la reunión neutra con el líder del país con el que está en “guerra”. Mejor dicho, en desencuentro y reorganización espacial. Graves palabras a pesar de los muertos. Si hay dolor y muerte, no es tiempo de exhibicionismos disfrazados de liderazgos.
XI. La guerra es hoy una marca que no comulga con otras marcas de lujo o simples firmas de “retail”, porque anulan la sensación de unidad. En el ánimo de la construcción de una identidad mundial, las marcas juegan un rol primordial que generan paz en el consumidor. Mientras que la “tienda”, sea o no virtual, permanezca abierta, el consumidor pertenece a una escala de la masa, a una calificación por país, al ánimo de celebrar a nivel mundial un lenguaje común que tiene que ver con la fórmula del logotipo, la tela, el producto, la fotografía.
XII. Así como Ucrania pretende y quiere formar parte de la Unión Europea, Rusia defiende la soberanía y las desventajas geopolíticas que tiene respecto a al país vecino, y por ende a la incursión de cualquier ejército enemigo a través de los pueblos ucranianos hacia latitudes rusas. Eso en primer término. Sin embargo, sumando al desconocimiento profundo de los intereses energéticos que tiene tanto Rusia como la Unión Europea, podemos sumar una estrategia singular donde la guerra no es, en principio, bélica sino una herramienta para erradicar la occidentalización de Rusia.
XIII. La “guerra” de las marcas [y las buenas conciencias] en contra de Rusia, eliminándola de la unidad mundial, es real. El ninguneo a los artistas, deportistas, escritores, intelectuales y todos aquellos que pertenezcan o sean parte de Rusia es, por demás, risible. El irascible comportamiento de los comentaristas y columnistas a nivel mundial en contra de Rusia, genera una ficción demasiado fuerte sobre la sociedad internacional que, en general, está más preocupada por los incrementos de inseguridad y precariedad social que se vive en todo el orbe.
XIV. El juego que sí me interesa de Rusia y que leo también hasta cierto punto en China y otros países, entre los cuales podría mencionar a México [aunque con una estrategia errónea], es muy sencillo: en la medida que un país logre eliminar los vicios de occidente y sus tendencias psicológicas, y ponerse en contacto con sus raíces y los ideales que le brindaron identidad nacional, retomará un destino común, espiritual y funcional de cara al escenario internacional.
XV. Entiendo si lo que digo entra en el ámbito radical y ultranacionalista, sin embargo, vivimos en una época en la cual las tendencias extranjeras permean como la brisa y atan con un corsé a las culturas donde no sé abrazan de raíz las tendencias del pensamiento occidental que, por ejemplo, hoy se aleja convenientemente del conocimiento para arropar sólo al “sentimiento”. “No hay nada más terrible que una clase de esclavos bárbaros que han aprendido a considerar su existencia como una injusticia, y ahora se preparan para vengarse, no sólo de ellos mismos, sino de todas las generaciones”, de nuevo Nietzsche. En la medida que se niega la biología misma e impera una ideología, exaltamos la injusticia de existir, nos tornamos bárbaros.
XVI. La guerra que estamos presenciando es una guerra digital donde la pérdida de la vida humana no tiene mayor consecuencia. Sólo importan la cantidad de “likes” que tiene cualquier imagen trágica. Prestemos atención a esto: en la medida que leemos o vemos en redes sociales las atrocidades causadas por ambos ejércitos, presionamos el botón de “me gusta y compartir”, para potenciar y ampliar esa desgracia que “aborrecemos” y que, sin embargo, validamos impulsándola a través de los canales digitales. Odiamos la muerte, pero “nos gusta” y compartimos el espectáculo para que otros “sufran” como nosotros.
XVII. La gran “guerra influencer” impacta respecto a nuestra capacidad para volverla más inhumana. Es una guerra que no es de todo el mundo, sino de una región aislada que necesita estar presente para todos. Hay otras “guerras” en Oriente Medio, en Asia, entre palestinos y judíos, entre africanos, a las que no prestamos atención porque en esas regiones las marcas aún aguardan en camisetas, automóviles y futuros posibles.
XVIII. Las guerras no entienden de pausas, y si en verdad la guerra entre Ucrania y Rusia fuera de relevancia internacional, no se pausaría, no sería tan inocua como para que la desgracia de dos pueblos queda inerte frente a la noticia de un hombre que cachetea a otro en televisión. No es una guerra presente sino una tendencia pues ocurre en el mundo digital, tan sólo es presente cuando hacemos scroll… se dice de este encuentro bélico que puede terminar con el concepto de occidente como lo conocemos, con la forma de vida occidental… con la democracia. El temor está en: no continuar con la ficción de occidente.
Columna publicada en El Universal