Miserable es todo. Dicen. Lo creo. Creo que hay días en los cuales debemos mantenernos quietos, guardando silencio. Recuerdo haber leído hace bastante un libro llamado Teresa Filósofa de autor anónimo; en él se narra la historia de una mujer que nació para cumplir un solo objetivo: coger. Al paso del tiempo ella muere, creo, pero muy infeliz, porque nunca disfrutó al máximo su destino. La vida le prometió algo que no pudo concretarse, la felicidad jamás llegó. Me desvié del tema.
A esta edad puedo decir que el arma más poderosa que existe es la palabra. En ella radica todo, claro que no escribiré una apología sobre esto (no es nada nuevo), pero así es. He recolectado con el paso del tiempo bastantes conversaciones que escucho como cualquier metiche en la calle, para luego pensarlas y tomar partido o, simplemente, guardarlas en la memoria. Hay unas muy divertidas como aquella donde un hombre golpea a su mujer y ella grita que lo merece. Dicen que lo engañó. Otra historia curiosa y dicha en el metro reza así: una mujer engaña a su marido, luego ésta arrepentida le llama por teléfono y le pide al ex que vaya corriendo por ella para salvarla de cometer una locura ya estando en la cama; esta anécdota me dio mucha risa, sobre todo al ver el rostro del “supuesto” esposo (supongo) que narraba todo sin dejar de reírse.
Luego las historias de amor son divertidas: unos se dicen amarse por siempre y al paso del tiempo terminan y el próximo amante en cuestión (una vez más el eterno retorno) es el que más hace sentir al necesitado de amor de una manera especial… luego las palabras melosas, divertidas y las anécdotas rosas de encuentros en el mar o reflejos en los espejos. Claro que los llantos son partes de las palabras…
Qué tiene que ver todo esto con la miseria… no lo sé, quizá desperté con una amargura un tanto a flor de piel luego de estos días tan pesados. Lo primero de la semana fue darme cuenta de que todos mis amigos se han muerto. Unos asesinados, otros por enfermedad, otros por no sé qué problemas. Me pesan varias cosas y entre ellas las más sencillas, saber que no volveré a escuchar sus voces, ni sus risas, ni sus llantos. Saber que cuando esté viejo mis amigos serán tan pocos que quizá termine como Michael Corleone triste y con un perro a los pies, sólo eso. Ahora digo lo siguiente. No hay nada más miserable que ver la traición de un amigo o de ésos que se dicen amigos… lo otro fue el taller que di en una aldea solitaria de conocimientos. Es triste ver que los alumnos te pregunten qué hacer con toda esa barata información que sus profesores les han inculcado… la respuesta es simple… ignórenlos, no tiene una idea de lo que enseñan ya que muchos enseñan para salir al paso dejando atrás la pasión (esto no es literal, simple metáfora por aquello de la lectura).
Me gustaría tener un viejo, mi viejo, un abuelo, un padre que me contara esas historias que sólo ellos pueden. Grandes historias que puede uno retomar y hacerlas aún más grandes pasándolas de generación en generación. Mi tata Aurelio me contó una vez de la guerra, de ese teatro europeo que vivió tan de cerca. A decir verdad me contó infinidad de historias sobre esa guerra mundial que recuerdo y que he querido escribir siempre fracasando ya que sus palabras aunque claras siempre denotaban cierto dolor.
Entre sus historias está una que no olvidaré… Me contó que cuando estuvo en Francia todos los días lamía una pequeña barra de chocolate que le había dado su novia. Decía que era una barra grande que apenas probaba porque era lo único dulce que tenía la guerra. Cuando por fin se terminó la barra de chocolate conseguía azúcar que siempre llevaba en su abrigo y que comía despacio remojando sus dedos con saliva luego probando apenas lo que lograra pegarse a su índice. Cuando regresó no tenía novia, ésta se casó y cuando lo confrontó simplemente dijo esta mujer que él no había estado para protegerla… sonriendo me dijo mi tata, el problema es que se casó a los dos meses… ya le urgía que la protegieran… anécdotas como ésta tengo por millares…
Gente, gente, gente… siempre tan juguetona con las palabras… la gente en sí no es de mil rostros que engañan sino las palabras que éstas dejan salir al mundo son las que llevan bien puesta las máscaras.
En ocasiones, como dice el viejo McCarthy, debemos ver de frente a esta vida y decirle que todo está bien, que aceptamos ser parte de este mundo.