I
Es común que los dramaturgos sean poco o nada conocidos dentro del repertorio triunfal de los géneros de la escritura en Latinoamérica. En cambio, los narradores son quienes se llevan las palmas y aun así sienten la necesidad de validarse como dramaturgos tarde o temprano. En la lista de autores que no han podido negarse al drama se encuentra Octavio Paz. Los más recientes son Juan Villoro y Jorge Volpi, quienes se suman al incompleto repaso de autores que coquetean con el teatro. Algunos narradores exóticos, sin verdadero interés por la dramaturgia, logran el “éxito”; sobre todo los autores de renombre, ya que existe un temor político de sus comparsas a confesarles: “Señores eso que escribieron no es teatro”. Es curioso cómo en nuestro país se desdeña la escritura dramática y, sin embargo, desde aquí se aplaude el legado renacentista de Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Günter Grass, Samuel Beckett, Ingmar Bergman, los Nobel Harold Pinter y Peter Handke como novelistas, dramaturgos, poetas, pensadores político-filosóficos y guionistas cinematográficos [todos con fuertes convicciones políticas sin titubeos]. La estrechez intelectual mexicana delimita los géneros celosamente y evita el tránsito libre de autores entre disciplinas; no obstante, aplauden con fervor el ingenio extranjero que aquí sofocan.
Este celo intelectual, miedo y mezquindad gremial por negar los procesos artísticos de otros creadores se suma a la estupidez y a la ignorancia de los circuitos intelectuales del país que disfrutan desde la mediocridad sus triunfos locales. Otro ejemplo más: el dramaturgo, guionista y director irlandés Martin McDonagh, de ser mexicano, estaría destinado a no ser nadie, pues no lograría ese libre tránsito ni admiración y no habría logrado el éxito que tuvo con Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, cinta ganadora de varios premios internacionales.
El dramaturgo, novelista y guionista británico Tom Stoppard (Checoeslovaquia, 1937) pertenece a este perfil ecléctico que anida en los confines dramáticos con maestría, lo mismo explorando la política internacional que el teatro isabelino de William Shakespeare desde una reinterpretación de la realidad pasada por el tamiz de la literatura. Durante las últimas seis décadas, Stoppard ha marcado el rumbo del teatro inglés. Su punto de partida como autor de culto inicia con una peculiar y multirepresentada obra titulada Rosencrantz & Guildenstern Are Dead una pieza existencial y absurda que narra el enredo de los otrora amigos de Hamlet, el príncipe de Dinamarca, a quien deben traicionar. Los otros personajes de esta obra como Hamlet, Polonio, Ofelia y Fortinbras retratan la existencia compleja y trágica de sus procederes como la del héroe sonámbulo de El extranjero, de Albert Camus.
Stoppard fue uno de los primeros hombres del siglo pasado, en ponerse al tú por tú con Shakespeare y sus personajes; y es uno de los dramaturgos y guionistas más representados en Europa, Estados Unidos, Australia y Canadá, ganó el Oscar por Shakespeare in Love y escribió también Empire of the Sun, que dirigió Steven Spielberg, y Brazil que llevó a la pantalla Terry Gilliam. Si tuviéramos que hablar de una de sus piezas más emblemáticas tendríamos que retomar Rock ‘n’ Roll y su crítica frontal al romanticismo político desde la burguesía académica.II
Stoppard se me aparece de frente con una gran sonrisa, un cigarro en la mano y un vaso desechable de té en la otra. Llega al salón donde tomaríamos el brevísimo seminario y se acerca al oído rodeado de una abundante cabellera de Elyse Dodgson, directora del Programa Internacional de dramaturgia de la Royal Court Theatre en Londres. Ambos se sonríen y Stoppard se lleva otro cigarro a la boca, el cual no podrá encender a lo largo del seminario. Se conformará con el té y una galleta que jamás comerá.
“No me gusta hablar”, declara Stoppard. “Si no preguntan nada, no tengo más que decir; sería injusto que nos sentáramos a escucharme dictar un largo monólogo, para mí es más interesante oír todo eso que tienen en sus mentes. Les puedo contar que todos los días leo los diarios; antes leía hasta cuatro periódicos al día, pero he dejado de hacerlo. Es tanta la información que existe que no puedes leerlo todo, ni saberlo todo. El mundo contemporáneo maneja más información que en mis tiempos de juventud. Es difícil competir contra el tiempo mismo. Cada noticia tiene un momento específico de vida y cuando se cree que se tiene una idea clara de las cosas que deseamos contar (a veces pienso: tal idea serviría para una muy buena obra de teatro) el momento de esa historia queda en mi pasado. Creo entonces que esas anécdotas son las que los jóvenes deberían de contar, ustedes saben mejor cómo funciona este tiempo”.
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