No votar, primera parte

El primer impulso/acción que propongo es “no votar”. Hace algunas semanas, intercambiaba puntos de vista con un gran pensador político. Nos cuestionábamos acerca de la devaluación del lenguaje democrático en todas sus dimensiones. El tema de análisis eran los jóvenes; ellos siempre son el tema; cada trienio y sexenio los jóvenes forman parte de una agenda que nunca termina de fraguar, porque no forman parte de una comunidad. Ahora las mujeres son parte de la estrategia, no obstante, también se perderán en la reconceptualización de la democracia porque se pretende enmarcarlas en una sola comunidad.
Respecto a los jóvenes, conversé con un par de abogados ya litigantes y un par más de estudiantes de Derecho, todos del norte de México. Me sorprendió bastante escucharlos: “¿Qué opinan de la participación de Pío López en la campaña de Ebrard?”. “No sabemos quién es ese personaje”, contestaron. “¿Qué opinan de los candidatos, quién podría ser el mejor?”. “Es igual, no importa”, dijeron, “no nos afecta”. “¿Por qué no votan los jóvenes?”. “No queremos salir un domingo por la mañana, luego de una fiesta, a votar. Si pudiéramos votar por teléfono tal vez sería mejor”. Reparo en el “tal vez”.
Estos personajes de los que hablo eran de Baja California. Sé que unos estudiantes de la UNAM o de alguna universidad del sureste mexicano habrían opinado diferente, no por ser más brillantes que los norteños, sino porque la herencia ideológica se teje distinto en el centro y sur del país. Así que los jóvenes, al igual que las mujeres, tampoco forman una sola comunidad con intereses que apelen a discursos generalizados y pedestres. Pero tanto mujeres como jóvenes son indispensables para ensanchar el discurso político en aras de la pluralidad democrática que se anuncia siempre como una crónica del realismo mágico que todos conocemos.
Desde hace varios meses, me he dedicado a escuchar a los candidatos de facto del partido en el poder y a su contraparte. Es una lástima que no escucho un solo tema o planteamiento original que surja de sus asesores. El “YO” predomina en las propuestas de los aspirantes; la “gente”, si es que importa, apenas y asoma la cabeza. El país, México, es un idilio a la manera sadista que todos desean, pero pocos cabalgan porque sencillamente no saben cómo hacerlo, y qué lástima decirlo de políticos profesionales. Por cierto, las estrategias digitales que siguen algunos candidatos como Marcelo Ebrard, apelan más al escarnio y a la pena pública que al “call to action” de los jóvenes. Lo pongo en esos términos para que sus asesores lo entiendan: encaminan a un payaso, no a un político. La campaña de Claudia Sheinbaum está tan desgastada como lo muestra el rostro de la propia candidata que irradia el no-aroma de las abuelas… aquello que no prende no apasiona. Adán Augusto, por su parte, se ha enfrascado en un lío de faldas absurdo que limitó su incursión en la contienda… Los estrategas dirán que no importa… y claro que no importa, de ahí la “importancia” de su agenda que se limita a llenar un hueco. Aguas con los que piden dinero en su nombre, porque los hay por decenas. Y dicho esto, todos, aunque sea de manera simbólica y discursiva, tienen opción a la silla presidencial.
De esta conversación me quedé con un reto de inicio que ahora planteo. Hay que modificar la cultura de la democracia en sí misma, toda vez que la palabra y el concepto no significan absolutamente nada. Dejaría en paz a los jóvenes; dejaría en paz a las mujeres y llamaría a “no votar”, pero, “el abstencionismo ya es bastante”, dirán… Lo es y pocos lo estudian porque buscan la respuesta en el “por qué”, cuando el “para qué votar” nos golpea a todos de frente y nos ridiculiza en su obviedad. Formulo, por tanto, lo siguiente: “No debemos votar, hay que detenernos, entender y decidir”. Por metafísica que parezca esta postura, me sostengo en la inactividad del ejercicio democrático. ¿Existe algo que pueda darse sólo a partir del voto?
Mariana Mazzucato, desde el punto de vista económico, plantea cómo el Estado debe ser punta de lanza para nutrir de progreso, ciencia y riesgos a las nuevas generaciones que, alejadas de la ideología, trabajen en favor de nuevas conceptualizaciones del estado que nos lleven por obvias razones a democracias novedosas. No obstante, si seguimos esa línea del pensamiento, el propio Estado ha hecho lo posible porque la “gente” no sólo deje de creer en él, sino que no le importe como un agente de orgullo. Somos mexicanos todos, sí… pero ¿cuántos nos consideramos mexicanos?
En principio, diría que no debemos votar porque, si somos honestos, no importa el personaje que llegue a la silla presidencial. Me detendría pues a pensar para qué sería útil mi voto. Cuánta inocencia hay en todo esto que planteo y, aun así, mi forma de promover una democracia revalorada sería detener toda manifestación por querer ejercer el voto que es un derecho que podemos revocar. Apuesto por la exacerbación del abstencionismo. ¿Por qué no? No es una apuesta antipatriótica, sino propatriótica y, sí, un tanto nihilista…
En principio dejaría náufragos a los presidenciables fueran del bando que fueran, la verdadera batalla está en los congresos, si aún no se ha comprendido, entonces no entendemos cómo funciona el aparato gubernamental. Mencioné la palabra náufrago y me atrevo a cambiarla por huérfanos. Nosotros somos esa “gente”, la que brinda identidad y motivo de existencia a todo actor político; hay que abandonarlos, no debemos pensarlos pues en la medida que piensen en la masa como aquellos agentes a los cuáles se les debe decir “qué deben hacer o pensar”. No quiero modificar un control o poder por encima de otro, sino reacomodar en el imaginario colectivo cómo debe organizarse el Estado que ya habitamos.
Todo lo antes mencionado es política básica, un nihilismo primerizo, una anarquía romántica, pero con una postura muy sintética sin aras de destrucción. Ejercer un voto implica formar parte de una sociedad, esto es: de una comunidad… mas cuando acaece algún conflicto que toca a nuestra puerta y sacamos las manos, eso implica de facto que no somos una comunidad. Recientemente, AC Consultores publicó en las páginas de El Universal que el 81% del territorio nacional está en manos del crimen organizado y retomo a partir de esta investigación, que aquellos que consumen drogas en aras de la bohemia o del intrincado espectro social donde se incluyen ciudadanos de a pie y políticos, artistas e intelectuales, albañiles y agentes de la policía, todos forman parte del mismo problema que aborrecen al fortalecerlo con el consumo… en eso sí son comunidad, pero no en el combate.
Volviendo al tema de los jóvenes y las mujeres, lo primero que les diría es: no voten… refuercen un abstencionismo basado en la acción de la inactividad. ¿Qué puede ofrecerles el Estado para convencerlos? Reitero, no voten por los presidenciables, váyanse a ras del piso, hay que anularles lo único que tienen: una voz sin estrategia ni realidades en los congresos. En general, la abstinencia es la mejor arma. El Estado es un constructo cultural y, si se habla de que este México ya no es el de antaño, también es tiempo de modificarle las reglas al Estado mismo.

Publicada en El Universal


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