Philip Roth… Leí “El teatro de Sabbath” por su portada, no me apena decirlo. El marinero-demonio que seduce a la chica-prostituta en la litografía de Otto Dix de 1926, que identifica a la primera edición en español de 1995, favoreció mi providencial encuentro con el autor. La vida del titiritero pervertido Mickey Sabbath, protagonista de la novela, es la metáfora palpitante del sexo, del descaro, como motor de la decadencia licenciosa que confronta a la muerte sin aceptarla no por temor sino por desprecio. Las pasiones e instintos de Sabbath, el manipulador que atormenta a su familia y seres queridos, que se masturba sobre la tumba de su amante, nos alecciona desde la literatura, para reclamar la libertad absoluta de la que huimos por temor a ser juzgados.
Roth cimbró las buenas conciencias judeocristianas estadounidenses de fin de siglo que aún imploran a Dios, como el ex presidente de Estados Unidos George Bush Jr., en plena guerra contra el terrorismo a inicios del siglo XXI, para que éste tome las decisiones atinadas cediéndole el honor de nuestras glorias y desgracias, exculpándonos.
Si bien la novela me hizo valorar el suicido en la vejez, poniéndome en los zapatos de Mickey Sabbath, reconocí el valor conceptual de la Libertad; eliminar los atavíos culposos de las enseñanzas religiosas que rigen mis culpas, y las de otros, sin permitirme romper las reglas más comunes. Un problema existencial, sin duda. Con “El teatro de Sabbath”, Roth desnuda el espíritu humano que no se sirve del semblante tespiano; sin embargo, con “Pastoral Americano” (1997), asesta un golpe a la maquinaria impecable estadounidense que erige sociedades sobre pilares ilusorios, mas disfrutables.
La trama de Pastoral es sencilla: Seymour Irving Levov es un ciudadano casado con una mujer bellísima, padre de una hija pequeña, dueño de una fábrica y vive sin preocupaciones. Pronto su hija crecerá y, en el contexto de la Guerra de Vietnam y las revueltas sociales de 1968, ésta hace estallar explosivos en diferentes lugares de Nueva Jersey, asesinando a una persona. Al poco tiempo, Seymour descubre que su mujer lo engaña, que su hija ya adulta vive como indigente por decisión propia. Esta revelación echa abajo el mundo conservador del hombre exitoso que hasta ese momento se cuestiona acerca de su vida y los parámetros sociales que siempre respetó, sobre los cuales cimentó su éxito y su paz alejado de las revueltas del mundo que lo rodeaba.
Tanto Mickey Sabbath como Seymour Irving Levov naufragan en las aguas de la realidad sin ilusiones sociales, dejando en el olvido los espejismos, confrontando verdades absolutas: la Libertad, entonces, es juez y verdugo que castra a su víctima y hace de ella una bestia en campo raso, inmóvil y temerosa, ante las infinitas posibilidades de andar sin miramientos por cualquier sendero.
Hace un par de semanas, Ricardo Salinas Pliego, presidente de Grupo Salinas, lanzó una serie de propuestas para que los mexicanos, sobre todo sus empleados, salieran a las calles a retomar su libertad en medio de la pandemia. Antes que él, Elon Musk, el creador de Space X y PayPal, llamaba al gobierno de Estados Unidos y a sus ciudadanos a dejar los miedos, a recobrar su libertad para reactivar la economía. Por supuesto, Donald Trump accede y comparte la visión de Musk, la tragedia está consumada; y Andrés Manuel López Obrador, guardando toda proporción, comparte y obedece a los ideales de su aliado Salinas Pliego, y hace un llamado tajante a retomar nuestra libertad, a disfrutar de la naturaleza… frases que poco o nada tienen que ver con una verdadera postura ante la pandemia.
En el caso de los empresarios, quedan claras sus estrategias económicas. Siendo honestos y olvidando nuestros idealismos, no podemos culparlos aunque señalemos con oprobio sus declaraciones cuando a la fecha han muerto 123 mil personas en Estados Unidos y 23,377 en México como consecuencia del Covid-19. Llama mi atención la postura tanto de Trump como de Obrador, sobre todo cuando ambas figuras enfrentan comicios clave: el estadounidense se juega la reelección y el mexicano su poder en 2021. La desesperación por mantener el control absolutista los corrompe al grado de olvidar las obligaciones inmediatas de todo gobernante que, en el caso de ambos, no tienen más que ofrecer a sus gobernados, sino indignación. Ni hablar de los comparsas partidistas de cada figura, para ellos el mundo es completamente azul previo al cielo gris del “Rey Burgués”, de Rubén Darío.
Del discurso del par político-empresarial rescato la necesidad de mencionar la Libertad, recobrarla, vivirla, hacerla nuestra de nuevo. Ante tales declaraciones, descubrí que no supe cuándo la perdí y ahora que la recobro debo ejercerla, lo cual resulta complejo porque los discursos de éstos, que no narrativas, nos hablan de una Libertad que, así como la Verdad, está subordinada a la realidad política y vulgar moderna, sea cual sea la regla de uso.
Considero que estamos en un momento enrarecido en el cual la frase imperativa es que: debemos estar del lado correcto de la historia. Confieso que al nombrarlo como “lado”, me pierdo en la terminología y no sé cuál es; y tampoco sé si realmente quiero formar parte de eso, por lo menos de manera consciente. Es interesante descubrir cómo el orden natural de las cosas, de los discursos, se va modificando gracias a una suerte de revisionismo que todo lo reordena y somete al escrutinio público, pasado por el tamiz del estadio digital que pronto toma protagonismo en el mundo real convertido en normas políticamente aceptadas que someten a la libertad, no conceptual sino práctica. Con este revisionismo se anulan las posibilidades de polemizar acerca de un tema debido a que toda palabra fuera de la norma infiere error.
Hace unos días escuché un debate acerca del racismo y su relación con la comedia, o su mala aplicación en esta. El argumento que utilizó uno de los participantes, que también es actor, fue el siguiente: “Debemos hacer comedia desde otro lado” y continuó explicando el profundo racismo y clasismo que existe en el país. Todas eran verdades absolutas. Aunque el argumento de “solucionar las cosas desde otro lado” es vacío y no significa nada, entre celebridades y gente del espectáculo que opina, es la herramienta ideal de escape que les brinda la libertad de expresión. Está al nivel del “yo no sé, pero algo debe hacerse”. Si no sabes nombrar lo que propones, no tienes idea de lo que defiendes, y hay que tener cuidado porque entonces el esfuerzo por denunciar es vano.
“Gentleman”, la última película del director inglés Guy Ritchie, tiene un momento que define perfectamente esa comedia “desde el otro lado”, o que al menos yo interpreto así. Un gitano le dice a un negro: “Oye, negro estúpido, ponte a entrenar”. El negro contesta, “me estás diciendo ‘negro estúpido’, no puedes hacer eso porque es racista”. Un tercer personaje con autoridad reafirma: “No, esos son los hechos, eres negro y eres estúpido, además, no se refiere a la raza negra, sino a ti y, si no me equivoco, te lo dice desde la relación amistosa que ambos tienen. Así que podrías llamarlo ‘gitano idiota’”. Definir y explicar el contexto desde dónde surge el chiste ayuda a eliminar toda polémica desde la inteligencia. Cosa que no ocurre con la gran mayoría de temas que la horda intenta desaparecer del imaginario por el nulo reconocimiento de contextos discursivos. Reparo en este ejemplo porque es ideal desde la cultura pop para abordar cómo funciona tanto la libertad de expresión como la verdad que pudo haberse manipulado desde el inicio.
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