“Marat/Sade”, de Peter Weiss, es una obra fundamental de la literatura dramática de la segunda mitad del siglo XX que hace una crítica a la revolución francesa ataviada por el sentimiento humanista e ilustrado de fin del siglo XVIII, a través de la mirada ficticia del político Jean-Paul Marat, desde el punto de vista también artificial de Donatien Alphonse François, conocido como el Marqués de Sade, durante su estancia en el manicomio de Charenton. La pieza en sí misma es una meditación político-filosófica que, desde el escarnio, aborda la muerte de Marat por sus convicciones que entorpecen los deseos de otros políticos de su tiempo. Para lograr una meditación plena de la vida de Marat, Weiss recurre a la figura del Marqués de Sade y critica desde el absurdo los ideales del galo que no entendió, como lo hizo el autor alemán a través de Sade, que la política revolucionaria es parecida al acto de copular.
Así la representación Sade: escribe desde el manicomio la vida y obra de Marat que será representada por los enfermos mentales… el pueblo.
Marat (un loco), desilusionado del rumbo político de Francia y de sus líderes, lanza una diatriba espectacular en la representación teatral con la cual Sade narra la vida y obra del revolucionario que anuncia cómo se engaña al pueblo después de haber triunfado sobre éste: “no se dejen engañar; se les dirá que todo está bien aunque sea mentira; que no existe la pobreza, porque está bien oculta; se les hará creer en la ilusión del bienestar y la equidad, aunque esos mismos que los engañan poseen más que ustedes, y a sus costillas… no son sus pares. No se dejen embaucar cuando les den una palmada paternalista en el hombro y les hagan creer que no vale la pena hablar más de inequidades e injusticias y que, por tanto, deben dejar de luchar. Si ustedes les creen, ellos los habrán dominado por completo y los gobernarán desde sus casas lujosas y sus bancos de granito desde donde roban aún más, bajo el supuesto de dar libertad al pueblo. Así que tengan cuidado, porque cuando se cansen de ustedes, los harán pelear para distraerlos”.
Más tarde, Marat narra con desprecio cómo los políticos no pueden dejar de hablar del pasado, pues en eso radica su poder de manipulación. Se aferran a los errores, a las mansiones, a las riquezas y a todo aquello que puedan manipular frente a la mirada del pueblo para ganar su confianza. En ese justo instante interviene Sade en la representación de la obra y declara, cual bestia sin tacto, que Marat, al igual que el resto de los enfermos del manicomio, el pueblo ficticio y querido fue, es y será fornicado por la revolución que apoyaron.
El primero de septiembre de 2019, durante su “tercer” informe de gobierno, Andrés Manuel López Obrador declaró que los conservadores opositores estaban moralmente derrotados, y celebró la inexistencia de un bloque reaccionario con verdadera fuerza opositora. Hasta el momento se trata de una declaración divertida, por decir lo menos, y en efecto no hay oposición, por ahora no se vislumbra, lo cual es deprimente. ¿Qué es estar moralmente derrotados? Si nos detenemos a analizarlo desde la convicción religiosa del señor presidente donde sólo hay dos estados de la materia espiritual humana: lo bueno y lo malo, podríamos decir que los “malos” partidos y políticos perdieron, ante el poder iluminado de la transformación verdadera, toda oportunidad de luchar desde la virtud, y por tanto deberán pagar sus pecados de soberbia siendo repudiados por el pueblo. Se entiende perfectamente.
Desde esas declaraciones del presidente hace diez meses, el panorama nacional ha cambiado bastante. El hombre sereno que gobierna de blanco ha perdido la paciencia sobre todo al ser cuestionado en cada una de sus decisiones. La pandemia redujo al mandatario a un ser aparentemente inocuo con bastante poder (preocupante) y que tiene entre sus únicos logros una visita a la Casa Blanca con Donald Trump. Se trató de una reunión magnífica, pero simbólica, en la que nuestro presidente se comportó como un hombre inmoral y sin virtudes, lo cual lo convierte en un peligro. Si bien no dijo barbaridades, pues tampoco se le abrió el micrófono, ni se tomaron decisiones a la luz pública que valiera la pena reportar porque todo se hizo bajo la sombra, vimos en López Obrador a un individuo sin escrúpulos capaz de convertirse en el césped de las bestias. Vaya, nada que ver con el hombre bragado que inclusive escribió un libro para hacer frente al presidente estadounidense. A su regreso a México, adoptó de nuevo esa postura soberbia y triunfalista que sólo su séquito aplaude para no perder el fuero, como nuestro subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, otro inmoral. El único logro de ese viaje fue ver a López Obrador con cubrebocas.
La revolución que López Obrador se inventó se asemeja mucho a la visión sadista de Peter Weiss y sus personajes icónicos del siglo XVIII, lo cual es patético por ser cierto. Del monólogo de Marat acerca de la polarización, resultan impresionantes las certezas del discurso, pues la división del país preocupa y divierte a la vez, mientras vemos cómo el fanatismo aumenta a medida que incrementan las estupideces que se pronuncian desde Palacio Nacional. Hoy mismo, al tiempo que escribo estas palabras, el presidente declara que en México ya no existen las masacres, la tortura, la corrupción, entre otros tantos mantras matinales que tienen como objetivo quitar el foco a los problemas adornándolos con palabrejas… De nuevo Marat…
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