La corrupción político-cultural en México

La semana pasada hubo en México contrastes políticos y divertimentos absurdos. Observamos con interés el circo digital de los videos atribuidos al informante Emilio Lozoya Austin, ex director de Petróleos Mexicanos, que dejaban claro una vez más los graves casos de corrupción de los sexenios anteriores. Los videos muestran a cuadro a funcionarios panistas contabilizando maletas con dinero, sin que sepamos bien a bien su procedencia. En este momento histórico, las imágenes a treinta cuadros por segundo validaban la lucha de Andrés Manuel López Obrador contra la “Corrupción”, esa práctica “cultural” tan arraigada en nuestro pueblo. Los videos, filtrados sin remitente, además de ser un espectáculo de circo itinerante eran la clave que fraguaba las bases de las elecciones del 2021; el prólogo de la próxima victoria del partido en el poder que, momentáneamente, desvió la atención de las decenas de miles de muertos por la pandemia, el cáncer, la violencia y la tragedia económica.

Gibrán Ramírez, candidato precoz para la presidencia de Morena, enarboló durante esos días la bandera del puritanismo bajo el argumento triunfalista “por fin sabemos que el presidente siempre tuvo razón respecto a la corrupción de los gobiernos anteriores”; sin embargo, poco antes del fin de semana, Carlos Loret de Mola presentó un par de videos en los que se apreciaba a Pío López Obrador, hermano del presidente, recibiendo algunos sobres con dinero de manos de David León, funcionario en ciernes del gobierno honesto de la Cuarta Transformación. La estrategia, por demás obvia, tanto del presidente como de sus allegados, se basó en alterar las palabras en su discurso y a la corrupción se le denominó en tono triunfal “aportación”.

Así pues, aunque en primera instancia el dinero permutado de manera clandestina entre ambos personajes cercanos al presidente es a todas luces una acción ilícita, no califica como un acto de corrupción, sino que fueron aportaciones honestas a la causa de Morena. Dinero que, de viva voz, Andrés Manuel López Obrador reconoció que fue utilizado a lo largo de los años en sus giras de campaña por todo el país. Entonces, entendemos que las declaraciones ad libitum del presidente en las que aseguraba que vivía de sus regalías no son ciertas, pues nadie vive en este país de las ganancias literarias, ni mucho menos ejercía la austeridad, tan socorrida en sus letanías, sino que vivía de la clandestinidad económica gracias a sus operadores políticos.

La defensa de su cortejo ideológico no se hizo esperar. Mario Delgado, presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, declaró que la aparición del video que inculpaba al hermano del presidente era un golpe de la derecha para desacreditar la imagen de López Obrador. Gracias a este video, el movimiento, que hasta hace unas semanas se promovía moralmente superior, demostró que sus raíces se humedecen en el fango al igual que las de otros protagonistas políticos de sexenios anteriores. El cliché se torna realidad.

También la semana pasada durante la emisión del programa “Es la hora de opinar” que conduce Leo Zuckermann, el periodista Pablo Majluf, durante un debate acerca de la corrupción, comentó que ésta formaba parte de una u otra manera de la médula de nuestra cultura debido a que los gobernantes provenían del pueblo. En respuesta a esta declaración impopular tanto Denise Dresser, Mario Arriagada y Zuckermann negaron la propuesta de Majluf argumentando que defender esa tesis era bastante arriesgado, por demás reduccionista e ilógico. En todo caso, continuaron, deberíamos entender que la Corrupción forma parte del sistema de valores que la política en su práctica tolera gracias al orden de sus partes. Me inclino bastante a defender la idea nada popular de que la herencia cultural que determina las prácticas de corrupción no exime a ninguna clase social ni de México ni de ningún otro país. No obstante, creo que la cuna sí define el grado de acercamiento a las prácticas corruptas expuestas en un lienzo de matices sociales, aceptados o no por el núcleo al cual pertenecemos.

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